Esperaron tanto tiempo, acostumbrados a vivir en un país donde todo llega tarde. Son la imagen de un fracaso, de un asesinato, de un coma cuatro, de una herida que nunca termina por cerrar, de lo que somos. Abandonados, dejados en desuso, ellos siguieron ahí como testigos únicos de nuestra patética historia.
El hambre de los últimos años terminó con algunos de ellos. Quizás sirvieron para dar calor o para construir una casa para que la pesadilla de estar vivos fuera más llevadera o tal vez se los llevaron por puro daño, por pura bronca, por la más pura de las razones. ¿Por qué pasó tan tiempo? Hubo un antes y un ahora ¿Y en el medio? Difícil decir. Quizás un grupo de personas vestidas todas iguales consideró que todos estábamos enfermos y que la mejor forma de matar ese mal era haciéndolo desaparecer. O quizás fue un petiso con pelos cerca de las orejas que pensó que ya estaba bien con ese chiste de tener mucho para todos, entonces vendió todo para muy pocos. O quizás fuimos todos nosotros; cómplices históricos de los días que pasaron. Pero estas son todas novelas mías.
Y los durmientes siguieron esperando. Y yo desde que tengo uso de razón siempre estuvieron descansando. Y ni mi viejo ni mi vieja me podían explicar porqué. Ayer pasé y vi nuevos sueños, apilados uno al lado del otro, esperando un próximo despertar. En ese lugar ya estaba el cartel que anunciaba la obra, con la frase “Argentina, un país en serio”, con los colores celeste y blanco, con luces potentes, y creo que sólo faltaban los bombos y los redoblantes. Al principio no lo creí (eso de creer son de países que no son serios, como el nuestro) Pero después, al ver a una cantidad importante de gente trabajando, alimentando sus bolsillos, sus estómagos, sus sueños y los míos, quise ponerle más luces al cartel y que sonaran los redoblantes. Porque para mí es importante, sin importar las miradas ni los dedos índices (esos que tanto se usan por aquí)
Seguiré esperando, como de costumbre, que algo suceda. Seguiré imaginando las postales que retengo de mi temprana edad. Seguiré escuchando, hasta que algún día escuche, los sonidos aquellos: el de la barrera bajándose, la campana de advertencia, la bocina del tren, la voz sabia del viejo que corta los boletos, el ruido de las ruedas circulando por las vías, el chirrido de los frenos, las conversaciones ajenas, y todo lo que mis oídos quieran guardar para hacerme recordar que estoy despierto.