miércoles, octubre 28, 2009

Carlos Gardel

Extranjero del silencio
en el mundo arrasado; vertiente de la extrema melancolía
y del coraje y de la velocidad y del miedo.

Dueño de la ciudad, de su memoria blanda
y de la madrugada hambrienta y sin sentimientos
y de la suprema cordura de los vagos.

Cómplices de los encuentros,
de la grappa que nos hizo hablar,
loco de la noche, despreocupado amigo del alba, señor
de los tristes.










De Fransisco Urondo.

domingo, octubre 18, 2009

Viejos amores

(Pedazo de un capítulo de un cuento que no se termina...)

Claudio no paraba de escribir en la libretita. Era casi la una de la mañana. El televisor sin volumen, en el canal 12, pasando una película de bajísimo presupuesto. El velador prendido. La ventana abierta. El gordo que escribía y escribía y de tanto en tanto sacaba la calculadora del cajón de la mesita de luz y hacía números. Sumaba, restaba, sumaba, multiplicaba, dividía, sumaba, multiplicaba y de tanto en tanto le daba al igual. Y ahí saltaba el resultado, el número de varias cifras, el responsable de la sonrisa del Gordo. Cada vez que terminaba una cuenta se empezaba a cagar de risa. Y murmuraba y hablaba solo y también le hablaba a la Silvia, que intentaba dormir desde hacía unas horas.
- Apagá la luz, Gordo, dale, dejame dormir –rogaba la Silvia.
- Sí, sí, Gordita, sí, sí. Jajaja –trataba de reírse en voz baja.
- Por favor, Claudio, no doy más.
- Nos vamos a llenar de guita, Silvia, nos vamos….
Otra cuenta.
Otro número esperanzador.
El Gordo miró al techo. Pensó en el viejo Alberto.
Estuvo unos minutos en feliz silencio. Escuchando su alegría, el ventilador de techo, la respiración de Silvia.
Luego dejó el lápiz y la libreta en la mesa de luz, abrió el cajón, sacó los forros y se acomodó.
- Negra… ¿estás despierta?

martes, octubre 06, 2009

Situación

- Documentos, por favor –ordenaba el cana mientras lo pateaba.
- Docu… ¿qué? –respondió el borracho.
- Documentos. Su identificación.
- ¡Me llamo José! –exclamó con alegría.
- No me importa cómo se llama. Quiero ver sus papeles.
- ¿Papeles? Tengo un montón de papeles. Trato de escribir algo todos los días– respondió el borracho entre eructos sin ruido.
- ¿Me está cargando? –amenazó el represor.
- No podría señor policía, usted es mucho más grandote y más joven que yo.
- Deme su identificación antes que empiece a perder la paciencia.
- Ya le dije que me llamo José. Y si quiere leer lo que escribo con gusto se lo muestro. Déjeme nomás que busque acá entre todas estas cosas…
- ¡Borracho de mierda! ¡O me mostrás tus documentos o te llevo! –gritó el cana mientras se llevaba la mano derecha a la cintura.
- ¡Gracias oficial! La verdad que estoy llegando tardísimo a una cita –respondió sonriente el borracho mientras trataba de pararse agarrándose de un árbol.

El palo del policía que impactó en la cara del borracho lo devolvió a su posición habitual.