miércoles, febrero 15, 2023

Conversación con el Perro



¿Estás contento Walter Nelson, eh? -tiró el Perro desde el sillón. 

¡Y qué te parece! —exclamé—. Hacía 7 años que no podía entrar a mi blog, MI BLOG.

—¿Y ahora?

—¿Ahora qué?

—Digo, ¿vas a hacer algo? ¿Vas a empezar a escribir o vas a seguir boludeando, leyendo cosas viejas, durmiéndote en los laureles?

—Bueno, sí, no, o sea, lo que yo tenía pensado era...

—No tenías nada pensado, NADA, dejá de mentirle a la gente —interrumpió.

—No sabés nada, Perro, nada. Se vienen cosas grandes, GIGANTES. La recuperación del blog vino en el momento justo.

—¿Puedo serte completamente honesto? —preguntó el Perro.

—No.

—Me parece una pelotudez lo de tu blog. Es otro de tus intentos por aferrarte a un pasado más o menos idílico, en el que escribías mucho, en el que supuestamente hacías un montón de cosas. Sos de manual, Gringo, de manual.

—Tu honestidad es una mierda, Perro.

—Para eso están los amigos, para decirte boludo cuando estás siendo un boludo, para darte una cachetada en el momento propicio, para susurrarte al oído las palabras que no querés escuchar...

—¿Y para los buenos momentos?

—¿Tuyos? La verdad es que no me acuerdo si los tuviste alguna vez.

—Ayer metí un gol, Perro. Fue un golazo.

—Dejá de mentirle a la gente. Seguro que le constaste a todo el mundo lo del gol.

—Obvio. Fue un gran momento.

—El día que se te termine la mentira de la escritura vas a tener que ponerte a laburar por primera vez en tu vida.

—Esta tarde juego al fútbol nuevamente. Me tengo toda la fe. Si llego a meter un gol te lo voy a dedicar, me voy a levantar la camiseta y abajo voy a tener una remera: Para el amargo del Perro.

—Vos no le metés un gol a nadie. Así que me quedo tranquilo.

El Perro dio dos vueltas, se acomodó y se tiró a dormir.

Yo me quedé pensando en eso del pasado, de las anclas, de la escritura ya escrita y de las palabras por venir. El Perro no sabe nada. Esta noche voy a meter un gol, a favor en contra, da lo mismo. Un gol es un gol.

lunes, febrero 13, 2023

¡Recuperé mi blog!

 No lo puedo creer. ¡Acá estoy blog querido! He vuelto. Perdón por haber sido tan colgado por no haber tenido las herramientas para ingresar nuevamente en tu mundo de palabras e imágenes. Prometo no volver a abandonarte. Te quiero mucho. 


Gringo

sábado, diciembre 23, 2017

El hombre que quería escribir. 18va Entrega. El universo.


El universo


Vuelvo vencido a la casita de mis viejos,
cada cosa es un recuerdo que se agita en mi memoria,
mis veinte abriles me llevaron lejos…
locuras juveniles, la falta de consejo.

Puedo predecir casi todo. Conozco todos los sonidos de esta casa: las bisagras de todas las puertas, incluida la del horno, con su particular chirrido. La tos de pucho de mi viejo, los ladridos de los dos perros, el tac tac del cuchillo de mi vieja cortando cebollas, la cadena del baño, la forma en la que circula el agua, el atrapasueños del patio que mi viejo detesta, la exactamente misma puteada por las campanitas, las sillas al moverse, el motor de las Ferraris o McLaren y el ruido de cada manojo de llaves de todos los que viven o hemos vivido aquí. La orquesta funciona siempre con el mismo ritmo. A veces me aturde y no puedo bajarle el sonido. 

- ¿Te lavaste las manos? –pregunta mi vieja cuando me ve pellizcar un pedazo de queso. Tiene una obsesión con la higiene. Invasiva. Cotidiana.  
- No –respondo clavándole la mirada y metiéndome cuatro exagerados pedazos de queso en la boca. Mastico con la boca abierta, grotescamente. 
- ¡Sos un boludo! –dice y me pega una cachetada en el brazo. Yo sonrío y me acerco a mi viejo y a la carrera: 
- ¿Cómo van los McLaren? –pregunto. 
- Se han asociado con los japoneses, con Honda. El año pasado les fue para la mierda. Ahora están ahí, tratando de remontar; pero están lejos. No van a ganar nada este año tampoco –y luego remató su brillante análisis con un clásico: son unos pelotudos. 
Para mi viejo todos son unos pelotudos. Todos. Nadie queda a salvo de su calificación preferida. Incluso gente que estima o que quiere mucho también pueden serlo en cualquier momento y por cualquier razón. 

La mesa ya está servida, la comida a punto de desembarcar y el viejo sigue sentado en su reposera. 
- Esta carrera ya está definida. No se le va a escapar al inglés –dice tirando una sentencia que nadie le pidió. De repente se da vuelta, nos mira, lo miramos, ¿va a preguntar algo? ¿Le interesará preguntarnos cómo estamos? Si así lo quisiera tampoco lo haría; no sabe, no puede. 
- ¿Hay pan? –pregunta. Mi vieja sin responderle me señala la bolsa. La llevo a la mesa. 
Comemos las milanesas más ricas del mundo. El ruido de los cubiertos me aturde. No decimos nada durante 60 segundos. El tiempo se comporta de una manera de mierda y me angustia. Parece una eternidad. Siento que esperan que les diga algo: que cambié de trabajo, que tengo novia, que voy a volver a estudiar. No parece interesarles otra cosa por fuera de esos tópicos y yo tampoco puedo hablar de otra cosa. ¿En qué momento me convertí en un robot? No puedo hablar. Tengo un dique que nunca se llena, que no permite que pasen las palabras. Cada diez años rebalso y me inundo y se inundan pueblos, ciudades, casas de familia, la mía. La reconstrucción es lenta. La humedad queda en las paredes. El televisor está prendido. Mi viejo no tiene problemas en hablar. 
- ¡Mirá, mirá, gorda! –grita mi viejo emocionadísimo, señalando el televisor- Ese el documental que quiero ver, el que agarré empezado los otros días ¿te acordás gorda? es sobre la segunda guerra mundial, es espectacular, con imágenes a color y todo, no me lo pierdo ¿Cuándo es? a ver, ahí seguro que lo dicen, a ver, miércoles veinte y treinta horas, listo, no me lo pierdo ni loco, los otros días lo agarré empezado, vi la parte final, cuando contaban lo de la invasión a Normandía, son varios capítulos, fue brutal lo de Normandía, ¿vieron la del Soldado Ryan, esa con el flaquito ese el de Porkis? bueno,  eso te da una idea de cómo fue, ahí empezaron a ganar la guerra los Aliados, murieron un montón de tipos, guarda el hilo ¿eh? porque a veces te hablan de Normandía como si hubiera sido una papa y no fue así, ni cerca, los alemanes resistieron como una semana, se cagaron a tiros, fue una masacre, lo que pasa que el error fue del pelotudo de Hitler que estaba encachilado con invadir la Unión Soviética, y decí vos que lo hizo porque sino ese tarado hoy estaría dominando el mundo, estaríamos hablando alemán vos y yo, y el otro gran error de los alemanes fue el de permitir que los ingleses y franceses huyeran para las islas, la Batalla de Dunkerque se llamó, los alemanes los estaban llevando puestos a los franceses, empujando hacia el mar y ahí, en Dunkerque, cuando estaban para la cachetada, no sé si Hitler o algún otro boludo dijo “frenemos el ataque, que nuestra fuerza área los haga bosta a estos franceses” y eso le dio tiempo a los aliados para tomarse el palo para Inglaterra, tres días tuvieron, qué boludos los alemanes, igualmente, como dije antes, decí que cometieron esos errores, que si no, la verdad, no me lo banco al conductor de ese programa, es un viejo pelotudo y el otro salame que está con él, no me sale el apellido, puta madre cómo se llama ese otro, bueno, no me acuerdo, es más boludo que el conductor, no entiendo la verdad cómo llega esa gente a la televisión, se ve que a la gente le gusta, los porteños, qué querés, por ejemplo, los otros días vi el noticiero, el de Buenos Aires, están robando como locos, no se puede vivir allá, es un locura, dos changos en una moto le arrebatan la cartera a una mina, la tiran al piso, la arrastran como cincuenta metros, en eso pasa un cana que estaba de civil y saca el arma reglamentaria y empieza a los tiros y uno de los choros, el que va atrás también saca un chumbo y tira para cualquier lado, ¿resultado? dos pobres infelices que justo venían caminando se ligaron un tiro, uno en la pierna y el otro le raspa la oreja ¿te das cuenta? de pura suerte que no termina todo con un muerto y la mina quedó toda raspada, no se lo olvida más, lo que pasa es que estos pendejos después los agarran, son menores, entran por una puerta y salen por la otra ¿o no? ¿o me vas a decir que no? y la droga, ese es el problema, el paco, que fuman ahora todos los pendejos estos, ahí en la facultad de ustedes les encanta defender a los choros, los otros días venía con el auto por el centro, nunca voy al centro en el auto, vos sabés y venía por Santa Rosa, ahí donde están todas las mueblerías, ya venía inflado porque no había podido conseguir el repuesto de ese puto lavarropas y el tráfico se empezó a empastar y no avanzaba, no avanzaba, no avanzaba y digo qué mierda está pasando acá, una de dos: o es una marcha o alguien chocó, porque el centro de Córdoba es una mierda, se corta una calle o alguien se le queda el auto y fuiste, sonaste, se arma un quilombo padre que ni te cuento, bueno, hice tres cuadras en media hora ¡tres cuadras en media hora me entendés! y cuando finalmente puedo cruzar General Paz veo para la Colón: una marcha, todo el centro cortado por cincuenta tipos, te lo digo, no eran más de cincuenta, cien, si querés, que estaban cortando toda la General Paz ¿y la policía? mirando, cuidando a los tipos estos que no sé qué mierda reclamaban porque acá cualquier hijo de puta te corta una calle, no hay límites, macho, no hay límites porque te digo que hay protestas válidas pero ya se les va la mano, ya se les va la mano, ¡no puede ser que cincuenta tipos te corten toda la General Paz y te armen un quilombazo, hay gente que tiene que ir a laburar! no, hijo, si es como yo siempre digo, esta ciudad se va a hundir algún día, las cloacas son un desastre, todos los días salta alguna tapa y empiezan a correr ríos de mierda, los otros días, en la zona de los hospitales: ríos y ríos de mierda ¿vos te das una idea lo infeccioso que es eso? y mientras tanto lo tenés al hijo de puta de Mestre sacándose fotos con no sé qué boludo, “recuperación histórica” dice después el caradura, me saca de quicio, toda la ciudad llena de pozos, mirá, ahí están pasando de vuelta la publicidad del documental ese, dos veces en cinco minutos, ¿te das cuenta? los otros días, cuando quería encontrar cuándo repetían el documental no pasaban nunca la propaganda, ahora, dos veces en cinco minutos, no entiendo la televisión, pasame la sal por favor, gracias, están riquísimas las milanesas, gorda, riquísimas, voy a poner de vuelta la carrera a ver si sigue todo igual, pasame el control, dame, ¿cuál canal era vieja?

- Hace cuarenta años que ves la carrera y no sabés qué canal es –digo.
- No hace cuarenta años y además me han cambiado los canales, cuando pasó de Multicanal a Cablevisión cambiaron todo.
- Eso fue hace quince años, papá. 
- Y después volvieron a cambiar al grilla, encima no viene más la programación, no te mandan más la revistita estos delincuentes ¿Sabés cuánto pagamos de cable por mes? 
- Sí, como 700 mangos. 
- ¡Setecientos quince pesos, setecientos quince pesos pagamos por tener sesentaypico de canales que no sirven para nada! ¡Si no fuera por las carreras y el fútbol, te digo que lo doy de baja, lo doy de baja! 

Mi viejo puede hablar un año seguido, sin importarle sus interlocutores. No pregunta, no dialoga: habla, dicta conferencia. Puede dar cátedra acerca de todo: la economía, las drogas que consumen los jóvenes, las razas en peligro de extinción en el Amazonas, la forma correcta de hacer un budín o el problema del transporte público en Córdoba. No sabe un carajo de economía, no consumió nunca ninguna droga, no fue al amazonas, no cocina budines y no se toma un bondi hace tres décadas. Yo no diría que miente. Fabula, imagina, se arma verdades, se las cree y siente que tiene que contárselas a cualquiera que se le cruce en el camino y le diga hola. Hay que reconocerle la inventiva. Ojalá tuviera su imaginación para escribir. Mientras habla e inunda el espacio con palabras y más palabras, pienso: mi viejo es la literatura. Él no lo sabe. Él escribe, sin escribir. 

martes, agosto 08, 2017

El hombre que quería escribir. 16° entrega. "Donde comenzó todo"


Donde comenzó todo

Barrio tranquilo de mi ayer,
como un triste atardecer,
a tu esquina vuelvo viejo...

Juan Carlos Cobian

Yo, lo único que quería era ser jugador de fútbol. Pero para lograr eso tenía que saber jugar a la pelota y, en el barrio, los gordos no juegan bien, los gorditos vamos al arco. Si bien pude evitar mi destino debajo de los tres palos y no era de los últimos en ser elegidos en el pan-queso-pan-queso, me condené en la defensa, como un puesto en el Estado, haciendo poco, estancándome en mi mediocridad. No recuerdo otra pasión por algo. Truncado mi destino de gloria dejé que la vida fuera transcurriendo con el motor en punto muerto, sin meter ningún cambio, dejando que el coche se moviera en bajada o en subida despacio, controladamente. 

Algo se movió cuando decidí escribir. Venía sintiendo que los engranajes de mis pasiones estaban oxidados, por eso, cuando escuche el ruido del metal, el diente enganchando en el otro diente, no pude hacerme el boludo: mi auto está moviéndose, la pendiente es leve, casi imperceptible. Todavía no puse ninguna marcha pero me sorprende observar mi pie izquierdo apoyado sobre el embrague. 

Cuando Córdoba era chica, cuando la ciudad no superaba el todavía inexistente anillo de circunvalación, mi barrio parecía quedar en el culo del mundo. Belardinelli moría donde empezaban las quintas. Se terminaba un asfalto mal hecho y empezaban los descampados, la tierra desconocida. Siempre fantaseábamos con cruzar los alambrados y descubrir algo nuevo. Dicen que si alguno se largaba a caminar terminaba cayendo al vacío, donde cuatro tortugas o elefantes sostenían la tierra siempre plana. Otros hablaban de haber visto a un puma. Que ahí nomás, caminando 15 minutos había una casa abandonada donde vivía un borracho. Que una vez, hace mucho, un pibe se había mandado y nunca más lo vieron. Los más grandes contaban historias sobre canchas de fútbol ocultas entre los yuyos, con arcos, redes y todo. Antes había más canchas de fútbol que escuelas. Hoy no queda ni bosta. Los gitanos parecen estar desde siempre, vendiendo, comprando, entrando un camión, sacando un camión, chupando cerveza, balbuceando en su idioma, siempre con la sospecha barrial de que algo están tramando. Antes les tenía miedo, por las boludeces de mi vieja y porque mi viejo decía que una vez lo habían cagado. Ahora me caen bien, frenan el avance inmobiliario, ningún desarrollista quiere armar un emprendimiento cerca de ellos. 
Queda muy poco del barrio que viví pero mi cuadra se mantiene casi intacta. Algunos vecinos progresaron y fueron modificando sus casas de plan pero hay otras que siguen iguales o peores, rajadas las paredes, hundidas, descascaradas. A cada paso, desde que bajo del colectivo hasta que llego a mi casa voy reconstruyendo pequeñas películas. La casita de mis viejos también fue cambiando. Se agrandó la cocina y perdimos patio. Siempre la naturaleza sale perdiendo. Después de dos o tres intervenciones fuertes para que no se cayeran las paredes ni se hundiera el piso de la vieja casitadeplan, se terminaron las obras y hace 20 años que todo luce igual. Todavía hay algo de mí en esas paredes: un póster de El Gráfico de la temporada 93/94 de Las Flores, calcomanías en las puertas del mueble y algo de mis trastos que nunca puedo terminar de llevarme. Pero mi pieza ya no es más mi pieza. Mi vieja armó su pequeño estudio donde recibe cada tanto a algún cliente o vecino por consultas que casi nunca cobra porque le da cosa. Es abogada. Nunca supe si muy buena, regular o mediocre, como yo. Casi nunca ejerció y se pasó la vida siendo secretaría de alguien o llevando y trayendo papeles. La imagen que tengo de ella es yéndose a tomar el 52 con medio metro de carpetas y expedientes, rogando que hubiera un asiento libre. Tenía muchos huevos la vieja y supongo que los sigue teniendo. Parece poseer una voluntad inquebrantable ante tantas miserias cotidianas, levantar la cabeza, mirar hacia adelante y seguir pero a la vez es dueña una ingenuidad alarmante, quizás por la época, quizás por su edad. Un día, manejando por la ruta, los dos solos, me confesó que se sentía bastante inútil haciendo lo que hacía, que siempre la aburrió el trabajo. Lloró desconsoladamente durante dos minutos sin taparse nunca la cara. No me miraba, hablaba y lloraba hacia el horizonte. Se secó las lágrimas con el reverso de la manga y, sin dejar de ver nunca el camino, siguió manejando hacia adelante, hacia donde van las luchadoras. 

Toqué el timbre cuando el sol estaba bien arriba, marcando la mitad del día. Escuché a los perros y a mi viejo ladrar: ¡Ahí llegó tu hijo, andá a abrirle! –gritó, seguramente, desde su reposera, sin sacar la vista del televisor donde, seguramente, estaba viendo la carrera. Para mi viejo siempre fui hijo de mi madre. 

Sentí a mi vieja gritarle, irónicamente: “vos dejá, ni se te ocurra moverte”. Ese griterío constante, ese combate cotidiano, también forma parte de la banda sonora de mis días. Escucho sus pasos, sé que va a salir con un repasador en la mano, probablemente con delantal y una bolsa de nylon en la cabeza para no llenarse de olor el pelo. Si sale así es porque está haciendo milanesas de peceto con papas fritas. Un éxito que no falla nunca.

Se abre la puerta, despacio pero nadie se asoma. Yo sonrío. Veo aparecer su pie acercando un trapo de piso:
- Limpitate los pies, hijo, porque acabo de pasar el piso. Pasá, pasá. Cuidado con la bolsa que estoy haciendo milanesas, abrazame rápido que te voy a llenar de olor. Dale, pasá. Allá está tu padre, dando una mano, como siempre… 
Entro. De ahora en más ingreso al universo de mis padres. Nunca sé cómo voy a terminar saliendo de acá. 

Mi viejo está de calzoncillos, esos tipo shortcitos de viejos. Se le ve el pito por el costado, las bolas arrugadas. Es inimputable, siempre lo fue. Medias. Chancletas Adilette clásicas. Remera mangas corta blanca. El pucho. La fórmula uno. 

- Vení, vení –me llama emocionadísimo sin sacar la vista de la pantalla- mirá, mirá ¿ves? Se fue a la bosta, entró mal a la curva y se le fue. Hacía rato que tenía que cambiar cubiertas el boludo del canadiense –dice con categoría. 

Lo apasiona esa carrera larga y aburrida como un 0 a 0 de Olimpo-Arsenal. Creo que mira la carrera desde hace cien años, incluso desde antes que existieran los autos. No sé si sabe mucho, pero yo sé menos así que es una de las pocas áreas en las que le creo algo de lo que dice. 

- ¿Cómo van? –pregunto por preguntar algo, que ni siquiera tiene sentido. 
- ¿Quién va ganando? –corrije la pregunta mi padre- Primero viene Hamilton, ahí nomás está Raikkonen y tercero, lejos, Vettel, con la Ferrari. 
- ¿Qué pasa con Ferrari que hace  mucho que no gana nada? –no tengo ni idea lo que estoy diciendo, me la juego para ver si puedo tener un diálogo mínimo. 
- Y, hace tres años que Mercedes, con Hamilton, vienen ganado todo. Para mí no le han pegado al piloto justo –aventura y de repente estalla: ¡Y los pelotudos de Ferrari que siguen insistiendo con los mismos neumáticos! ¡Y siguen insistiendo! –le grita al televisor, a un montón de autos dando vueltas y vueltas. Se queda en silencio, masticando una bronca solitaria, porque es como si yo no estuviera ahí. Me levanto y voy a la heladera a buscar un sifón de soda. Por lo menos pude hacer una pregunta. 

domingo, diciembre 11, 2016

El arquero poeta. Segunda parte. 15° entrega


La carne cruje en la parrilla. Los guasos hablan a los gritos, hay grupitos de dos, de tres, discuten jugadas del partido, se cagan de risa, hablan de minas, del laburo, el bullicio es uno. Yo estoy sentado sin hablar, pensando en el fútbol, en la vida, en el deporte y la poesía. No sé un carajo de poesía. 

- Qué jugadón te mandaste, eh. 

El arquerito aparece por detrás, ya cambiado, camisa del año de su padre, jeans gastadísimos, alpargatas. Parece un guaso de pueblo. No hay ironía en sus palabras. Me está felicitando sinceramente. Se sienta a mi lado, manotea un Toro, el sifón de soda y se hace un cincuenta y cincuenta. 

- Gracias, loco –digo con resignación. 

Quedamos un rato sin hablar, conociéndonos desde el silencio, como se conocen los hombres, sin necesidad de decir tanto. Miramos y escuchamos al resto de los guasos. La felicidad hecha grito. Todos se agarran para la cagada, todos se ríen. 

- ¿Así que sos amigo de Carrizo? –pregunto por preguntar. 
- Sí, de la facu. 

Bebemos en silencio. Falta media hora para el asado. Se demoró más de lo habitual porque no sé qué cosa con el carbón que es una mierda, que está mojado. El arquero golpea las palmas de sus manos contra las piernas, como tomando impulso para levantarse:

- ¿Fumamos una seca? –me pregunta. 

Y sí, obvio. Nos levantamos. Nadie nos sigue. Nadie se percata de nosotros. Nos vamos a la vueltita. Es increíble, somos dos treintañeros, escondiéndose para fumar una seca, como si fuéramos delincuentes. El arquerito saca un cigarro armado, el palito de la selva, muerde una punta, escupe el papel, muerde la otra, escupe, saca un Bic rojo y le da chispa, no prende, lo agita, vuelve a darle rosca, una llamita muy tímida sale del artefacto mágico, se apaga, encendedores de mierda, le hago campana con mis manos y finalmente prende. Delicioso aroma que baña el aire fresco de una noche fresca. Fuma dos secas y me lo pasa, antes tose, una vez y otra, está gargantero, eh, digo. Él asiente tomándose el estómago mientras tose con fuerza. Me río y fumo. Toso yo también. Me bajo la poquita cerveza que me queda en el vaso. Le convido al arquero, que se ha olvidado su sodeado  en la mesa. 

- Está bueno –digo alabando sus flores y le devuelvo el cigarro. 

A los dos minutos ya nos sentimos más amigos. El arquero poeta se llama Andrés, le dicen Finito, dice que ataja desde siempre, que trabaja en no sé qué pero que estampan remeras. Es la primera vez que voy a charlar con un poeta. No sé ni qué mierda preguntarle. 

- ¿Así que sos poeta? –soy chotaso, doble clik, acceso directo. 
Finito se ríe. 
- Sí, algo así. Escribo poesía. Laburo como cualquier otro, pago las cuentas, voy a la cancha, juego al fútbol y escribo poesía –responde, como quitándole importancia a las etiquetas. 
- ¿De qué sos? –no puedo mantener una conversación seria con nadie. 
- De La Gloria. 
- Ah.
- ¿Vos?
- De Las Flores. 
- ¿Vienen más o menos, no?
- Y, mitad de tabla. No somos un desastre pero estamos lejos de ser protagonistas. 
- Vi el partido contra Boca; jugaron flojo –comenta el guardavallas.  
- Sí, perdimos bien, pero el árbitro no nos cobra el penal ese antes que termine el primer tiempo. Capaz que si descontábamos la historia hubiera sido otra, pero bueno, nos terminamos comiendo tres. Este torneo ya está perdido. Tenemos que tratar de ganar por lo menos dos partidos para no terminar tan abajo. ¿Y ustedes? 
- Y, viste cómo es Instituto. Los dirigentes se chorean todo todo el tiempo. 

La charla futbolera se suspende cuando escuchamos que nos llaman desde el quincho. Finito apaga la brasa con un poquito de saliva y vamos. Tic, una gota en el índice. Entramos al quincho como campeones, con euforia. We are the champions, my friend. 

- ¡¿Ya estamos listos?! –pregunto aplaudiendo. 
- No, falta un ratito, vamos a sacar una foto –dice Maxi. 

Siempre hay un boludo que quiere filmar todo, sacarle fotos a todo para después subir a Facebook y contarle a todo el mundo su vida, minuto a minuto. Me embola. Todos posamos. Yo le hago cuernitos a Maxi: tomáporpelotudo. Los cuernitos no pasan de moda, siempre va a haber algún imbécil, como yo, que va a arruinar la foto. Antes tenía más sentido: sacabas una foto, una sola foto que tenía que perdurar para toda la eternidad; muchos meses después terminabas el rollo, de 24 o de 36, yo siempre compraba de 36, llevabas a revelar, pagabas una fortuna y recibías 24 fotos, o 36, o menos, porque a veces salían menos por lo que fuere; y ahí está el boludo, con los dos deditos levantados detrás de alguien que sonríe ingenuamente, inocentemente, sin saber que tiene a un guaso atrás cagándose de risa, agarrándolo para la cagada. Estoy en todos esos álbumes de kodak, de Fuji, de Agfa, siendo el mismo desconsiderado. Estoy orgulloso de mí. Click, dos o tres flashes del celular gigante de Maxi. Ve la foto, me ubica instantáneamente, es lo primero que hace cada vez que estoy en una foto: 

- ¡Dale, pelotudo, siempre hacés lo mismo, culiado! –grita ofuscado. Yo sonrío y sacamos otra. En esta me porto bien. 

Devoramos el asado, comemos como animales que somos. Nos emborrachamos un poco. La felicidad es algo más o menos parecido a esto. 

jueves, julio 07, 2016

"Fútbol". El hombre que quería escribir 14° entrega.


Fútbol

Podés saltar de un trampolín, batir un record en patín, 
podés hacer un gol y podés llevar tu nombre al cielo, 
o puedes ser un gran campeón, jugar en la selección…

Hay momentos en la vida de un hombre en el que las cosas suceden de una manera única, casi diríamos, mágica. Cuántas tardes soñando con un partido perfecto, con una gambeta endiablada, con un movimiento veloz de mis piernas. Todas esas jugadas han sido imaginadas una y otra vez, una y otra vez; engancho, lo hago pasar de largo al defensor, se la pico al arquero, o si no le pego con el empeine derecho y la clavo al ángulo, probablemente en el último minuto de un partido clave, para ganar el campeonato o para salvarnos del descenso; el árbitro nos estuvo bombeando todo el tiempo, hemos perdido dos o tres hombres por expulsión, el equipo confía en mí, cualquiera que la agarra se da vuelta y me busca a mí, al capitán, al referente, tomá gordo, salvanos las papas, sos el único que puede ponerse el equipo al hombro; me han cagado a patadas pero siempre me he levantado, tengo sangre en las rodillas y en la cara también, producto de un codazo, vamos 1 a 1 o mejor aún: 2 a 2, no queda nada, hay tribuna, sí, y está repleta, claro, la gente confía en su equipo y en su capitán; están las banderas con mi nombre, con mi rostro, con una letra de Los Redondos, esa grande, la que más me gusta: fue mi único héroe en este lío; el equipo está en un lío, definitivamente estamos peleando abajo, hundidos en el barro, falta casi nada para mi gol, para el estallido, para que corra hacia el alambrado a fundirme en un abrazo con la hinchada, con la querida hinchada que siempre me bancó, en las buenas y en las malas, se escucha el griterío, los cantos que se confunden, apilados unos arriba de otros, gritos, puteadas, festejos, más gritos, insultos, ¡dale, pelotudo! ¡Largala ya! ¡Gordo, gordo! Las voces suenan conocidas, las palabras también: ¡Gordo! 

- ¡Gordo! ¡La concha de tu madre! –grita el Máquina. 

Estoy en el medio de la cancha por sacar. Creo que vamos 1 a 1. Van diez minutos del partido. El gol de ellos fue por moco mío. Clásico: quise salir jugando, quise acercar mis sueños a la realidad, y esas fotografías nunca suelen coincidir. 

Toqué cortito con el Máquina, un cuarentón que parece haber sido bastante mejor jugador de lo que es ahora, pasa que el escabio, las lesiones en la rodilla y la vida… 

El partido fue desarrollándose bastante parejo; nos cagamos a goles un rato largo pero sin sacarnos ventajas. Yo seguía atrás, condenado a destruir el juego antes que a crearlo. ¿Fui alguna vez mejor que esto? Cuando podía correr más rápido zafaba, ahora me la patean para adelante y me pasan. La concha de su madre. Cualquier muerto me pasa. Estoy podrido de estar siempre acá abajo, aburrido, sin tocar la pelota, reventándola a cualquier parte por miedo a que me la roben. Yo tendría que jugar como el Negro Jefe, que juega abajo o de cinco, pero que siempre pasa al ataque. Qué huevos que tiene el Negro. Ahí va el máquina, toca para Ernesto, hacen la pared, devolución para el Máquina, remata al arco, sale un tirito y la pelota se le escurre por entre las piernas al arquero poeta. Gol. Cierto que ataja el flaco este. Cuando haya un tiro libre lo voy a patear yo. 

Sacan ellos. Carrizo patea al arco desde mitad de cancha para tratar de sorprender. La pelota pasa cerca. Pablo me la da a mí. Cada vez que recibo la pelota todos se ponen un poco nerviosos. Nacho, que juega para el otro equipo, se me viene al humo. No sé muy bien qué pasa en ese momento porque apoyo mi suela derecha en la pelota, la acaricio para mi izquierda y lo hago pasar de largo. En ese momento en vez de escuchar palabras de aliento sólo escucho un ¡largala! No pienso largarla manga de culiados. La gloria es mía. Corro hacia la mitad de la cancha. Carrizo me cubre el pase porque yo siempre intento despojarme de la pelota. Todo mi cuerpo siente la energía de los mejores: del Diego, del Bocha, hasta del Charro Moreno. Amago largarla hacia la izquierda y paso por la derecha, y arranca el Gordo, genio del fútbol mundial y va tocar para Burruchaga, pero no, en vez de eso, vuelvo a patearla para adelante para pasar al muerto del Primo, la pelota va dando saltitos, estoy cerca del área, del arco, del arquero, me queda para mi pierna derecha, preparo el cañonazo, que salga adonde salga, que explote y que mueran los que tengan que morir, he salido desde mi área hacia el otro continente, he demostrado que la tierra es redonda, que hay vida más allá del horizonte, que la cancha no es cuadrada y que no está sostenida por cuatro elefantes, hundo mi pierna y le pego con toda, la pelota sale a toda velocidad, el arquero pone las manos casi como cubriéndose, pero la pelota viene con tanta fuerza que lo tira al piso, así y todo la saca, y queda boyando ahí cerca, viene el Negro Jefe corriendo y la empuja a la red. 

Gol.

Gol del Negro Jefe. 

Se escuchan dos o tres puteadas: bajen, culiados / no estamos marcando nada / callate si vos te erraste dos goles solos. Y así. 

Nunca puedo concretar nada. El arquero poeta, se levanta sacudiéndose la tierra, me mira, lo miro y me asiente  con la cabeza en un lenguaje universal: buena, loco, jugadón. Le devuelvo la mirada: gracias, buena atajada la tuya. Vuelvo al trotecito a mi lado del campo pensando que los sueños me convienen mucho más. 

No he salvado a nadie del descenso. Es de noche y nadie mira nuestro partido. 

jueves, mayo 19, 2016

El hombre que quería escribir. "Arquero poeta" 13° entrega.


La mano, la salvación, vino, como tantas otras veces, del fútbol. Nacho, es un compañero de facultad de Sergio. Una vez al mes aparece por el fútbol de los miércoles. Juega en cualquier lugar de la cancha y lo hace bastante mal en todos lados. Pero es un chango pasado de piola y siempre es recibido con una sonrisa, se queda a los asados, nunca hace problemas cuando algún desubicado se va de mano con las compras y hay que poner dos Roca o Evita sobre la mesa, mira fútbol, algunos partidos de primera, con lo cual sus opiniones tienen, al menos, un  mínimo fundamento, un respaldo: a ese partido lo vi en casa y ese Mancuello es horrible, por ejemplo. No como el mentiroso de Maxi que opina sobre todo y no ve nada, simplemente le pone su sello personal a cualquier tema que se esté hablando, sea de fútbol, política, mujeres, autos, asado o drogas. Juega mal al fútbol, no sabe nada de política, sus novias son unas idiotas, tiene un auto caro al que no sabe cómo cambiarle una cubierta, hace feos asados y no se droga. Pero es del grupo y lo seguirá siendo. Nacho no es el del grupo pero le pasa el trapo al otro salame. 

- ¿Viste el flaquito aquel que está estirando? –me dijo Nacho mientras nos hacíamos los que sabíamos elongar en el medio de la cancha. 
- ¿Cuál, aquel? –señalé con el mentón a un petisito escuálido que estaba jugando en la cancha de al lado. 
- No, boludo, al nuestro, el arquerito.
- ¿Y ese quién es? –pregunté. 
- Creo que es un amigo de Carrizo. Como hoy faltan varios él se encargó de invitar a algunas caras para tratar de ser por lo menos seis contra seis. 
- Vos lo conocés entonces –siempre pongo reparos con traer gente nueva, que nadie conoce, que te puede arruinar los miércoles ancestrales por calentón o canchero o llorón o muertazo. 
- Lo vi un par de veces, sé quién es, nos tenemos de vista. 
- Pará, pará, pará: ¿lo que me estás queriendo decir es que te gusta el arquerito? –dije imitando la voz de Fantino. 
- No, boludo –dijo Nacho riéndose e iniciando la segunda etapa de nuestro frío precalentamiento. 

Comenzamos a trotar como dos pendejas ojotas de 15 años a las que las obligaban a hacer gimnasia en el secundario y no tenían ni siquiera la mínima destreza física para correr. Así corremos hoy. Así corren los que pasaron los 30 y tienen un cuerpo como el mío. Ahora bien, cuando la jugada pide ataque, tenemos la gracilidad de un animal de presa, somos veloces, intrépidos y temerarios. Si alguien frenara todo en ese instante tendríamos la delicadeza de una estatua de un dios griego. O por lo menos eso creo y por eso sigo yendo al ataque cuando la jugada no lo pide, dejando el fondo de mi defensa desprotegido, sabiendo que tengo casi todos los números comprados para que me la roben y nos calven un gol. 

- Ese arquerito, así como lo ves, es poeta –dijo Nacho tratando de cambiar el aire. 
- ¿Poeta? 
- Así es. 
- Es la primera vez que me cruzo con un escritor que juegue al fútbol. Pensé que era el único –dije mirando hacia el arquerito. 
- ¿Vos, escritor? ¡Déjate de hinchar los huevos, gordo!
- Eh, en serio, posta, estoy empezando a escribir. 
- ¡¿Qué has escrito che gordo caradura?! –dijo haciendo montoncito con la mano. 
- Todavía nada. Pero me estoy moviendo, recolectando información, escuchando historias de la gente. 
- ¿Y por qué no charlás después en el asado con el arquero? Capaz que tenga algo para decirte –aventuró. 
- ¿Qué va a tener para decir aquel otro? Es arquero, nacho, ar-que-ro. 
- Sí, pero un arquero poeta –dijo y metió un pique corto que a mí me dejó fuera de carrera.

Ya estaban casi todos en la cancha. Dos rezagados hijos de puta se cambiaban con lentitud al costado de la cancha. No les importa nada. Ni la hora, ni el resto de los boludos que estamos corriendo hace media hora para no acalambrarnos en la primera jugada, ni nada. Ellos se cagan de risa, se ponen los botines, se fuman un pucho. El arquerito pelotea con Maxi. Casi todas van afuera; las que no, al medio. Se suma el Negro Jefe, agarra una de aire y le mete un balinazo que le da vuelta las manos, pero alcanza a sacarle el tiro, se va por arriba. El diminuto arquero se levanta lleno de tierra, trota hasta el alambre, busca la pelota y la lanza desde atrás del arco hacia mi lugar; pica defectuosamente; me lleva tres movimientos pararla y acomodarme; la adelanto un poco, estoy lejos, le doy otro toquecito más y estoy unos metros afuera del área grande, por el costado derecho; le pego con toda, e inexplicablemente va hacia al arco, hacia el ángulo, hacia esa red hecha mierda que no contiene nada. Golazo. No vale nada pero empecé ganando. Sonrío. Señalo hacia arriba, imito festejo. 
Lo voy a entrevistar, sólo que él todavía no lo sabe y voy uno a cero desde el vestuario. Vuelvo a sonreír con mis manos en jarra sobre mi camiseta de Las Flores ajustada sobre los rollos. 

- ¡Bien, boludo! –grita el arquerito y todos se ríen. 

Este recién llega y ya me agarra para la cagada.  
Uno a uno. Soy horrible. No aguanto ningún resultado. La concha de su madre.