martes, enero 27, 2009

Villa Rumipal

Este lugar ocupó muchas horas de mi infancia. Fue bueno volver...











sábado, enero 03, 2009

¿Será el gorro?

Este texto medio choto es tan sólo un pedazo arrancado de otro texto que verá la luz pronto y se llamará: "A mí nadie me agradeció por el ascenso del 2006".
Acá va:


Soy hincha de fútbol.
Soy hincha de Belgrano de Córdoba. Sólo los que se calzan la camiseta celeste para ir a alentar desde una tribuna saben bien lo que implica ser hincha de Belgrano. Y tengo que hacer la distinción entre hincha, simpatizante, barrabrava o simple espectador. El hincha quiere más, siente más y, peor aún, se entristece más. La cuestión es esa, tan simple y tan compleja. Como hincha que siente siempre trato de hacer lo posible para que mi equipo gane. Y cuando alentar no alcanza, cuando el aplauso, el grito o la puteada no consiguen resultado, ahí entramos en el terreno de las cábalas. Y en eso soy implacable.
La cábala entra a jugar su partido en el momento que nos tomamos conciencia de ciertos comportamientos como por ejemplo: tomar una cerveza en el kiosco de la esquina, saludar un con beso en el cachete izquierdo a la vieja antes de ir para la cancha, comer ravioles con salsa, y otras tantas cosas. Desde que uno se levanta hasta que llega a la tribuna, incluso durante el partido, las cábalas adquieren una importancia vital. La vestimenta es, a mi entender, una de las más usadas. Recuerdo que en los partidos finales del torneo del 2006 en el que ascendimos, llevaba siempre el mismo jean (sin lavar), las mismas zapatillas (sin lavar), la misma camiseta (¿hay que aclarar que tampoco se lavaba?), la billetera en el bolsillo derecho de adelante (como para no tentar el hurto) y las llaves en el izquierdo. Después, durante el desarrollo del juego, repetía algunas conductas como soplarme las manos, ir al mismo lugar en la tribuna, acomodarme el cinto, o putear a este o aquel jugador. En el entretiempo me encontraba en la puerta de los baños con dos amigos (la cábala funcionaba así: íbamos a la cancha separados, nos encontrábamos en el descanso, y veíamos en otro lugar de la tribuna el segundo tiempo) Y si mi amigo no podía asistir a la cancha nos llamábamos por teléfono. Misma conducta con los partidos televisados de visitante.
Y decía yo, algunos renglones atrás, que sólo el hincha pirata sabe lo que es ser de Belgrano: casi nunca jugamos bien. Increíblemente ganamos muchos partidos, sacamos puntos de todos lados, y llegamos casi siempre bien arriba en la tabla. Pero de jugar bien… ni hablemos. Entonces uno se vuelve loco y culpa por las derrotas ante equipos demasiados pequeños a la omisión de ésta o aquella cábala.
Un par de fechas atrás decidí llevar mi viejo gorrito celeste. Me lo compró mi viejo la primera vez que fui a la cancha, en un partido contra Boca, que ganamos 3 a 0. Tiene muchos años y muchas sensaciones arriba. Y en contra de todas las modas (los gorritos no se usan más) y de las altas temperaturas (las lanas molestan mucho) me calcé el gorro y fui para el Gigante. Esa noche le ganamos a Platense 2 a 1. Después de mucho tiempo dimos vuelta un partido (íbamos ganando, nos empataron, y logramos la victoria sobre el final. En el planeta Belgrano: eso es dar vuelta un partido. Es una rareza que vayamos perdiendo y terminemos ganando)
El siguiente partido de local no llevé el gorro. Jugamos peor pero ganamos. Después se vinieron un par de derrotas más, y yo sigo creyendo que es mi culpa por no llevar el gorrito celeste. Lamentablemente, ser de Belgrano, te empuja a ciertas cosas. Ya me sé de costumbre como cargarme de culpas para hacer más llevadera la idea de que rara vez hemos jugado al fútbol como la pelota manda.