domingo, agosto 02, 2009

Crónica de lo que fue



Volemos ¿querés?

Te pensé una tarde en casa.
Quiero hablar/te sin nombres propios. Quiero hacer de cuenta que esto es una generalidad, algo que pudo pasar o no. Quiero que las palabras floten en el aire y que el viento las empuje hacia el oeste. Que te lleguen como cuento, poema o crónica de lo que fue.
No es raro que el frío invoque al calor o al recuerdo de lo confortable. Este invierno se está tornando insoportable porque las temperaturas bajan hasta el cero y más allá, las cañerías se congelan y eventualmente estallan (ya perdimos dos) y, fundamentalmente, porque no tenemos calefacción de ningún tipo. La casa tiene corazón grande pero no puede contra el frío.
Traté de acordarme de vos, de aclarar las sensaciones de tu ausencia. Las últimas veces que nos vimos no hubo nada parecido a lo que supimos tener. Es lógico, entendible y real, pero no deja de producirme una cierta tristeza, o nostalgia por las miradas perdidas.
Con seguridad puedo admitir que ni vos ni yo podríamos definir lo que pasó. Nos conocimos hace mucho. Yo tenía pelo largo, la voz un poco más chillona y creo que no me importaba un carajo nada de nada. Vos estás físicamente igual. Habrán cambiado un poco los dolores y las felicidades pero siempre tuviste una sensibilidad distinta al resto. Eras una de esas amigas de salidas, recitales y de alguna juntada de mates. Después ni eso. La llamita se fue apagando y te convertiste en una amiga de cumpleaños y días del amigo y también en amiga de fotografías viejas. Te señalaba y trataba de contar algo de tu vida a la nueva gente que aparecía en mi vida. Y así se pasaron los días.
Hace dos años, un poco más o un poco menos, aparecí en tu casa para tu cumpleaños. Yo venía de pasarla mal y vos peor. Charlamos espontáneamente. No habrán sido más de 20 minutos. Hablé mucho, como casi siempre. Vos me escuchaste y también hiciste tu parte y hablaste poquito, como casi siempre. Se podría decir que hubo diálogo.
Desde ese momento empezamos a vernos más seguido. “Me hice amigo de una amiga”, decía. Nos juntábamos de tanto en tanto. A veces almorzábamos, otras tomábamos un montón de mates amargos y hasta me acompañaste a la cancha una vez. Te pusiste una musculosa celeste y ganamos uno a cero. Seguramente caminamos por Córdoba, de la misma manera que lo hubiéramos hecho en Viena, Asunción, San Francisco o Nueva Delhi. Las tardes nos encontraron, pero el momento que más compartimos fue sin dudas la noche.
Me gustaba sentir que éramos nada más que vos y yo. De madrugada, cuando los comunes duermen y los raros se desperezan y salen a la calle, nosotros nos sentábamos en un bar cualquiera a tomarnos la vida. De a poco aflojabas y me mostrabas todas tus tristezas contenidas. Te costaba sentirte vulnerable, abierta a la vida, a otra persona. Me encantaba escuchar tu voz y mi silencio. Y así fuimos acumulando horas y horas de luz artificial y mucho alcohol.
Una noche como tantas nos encontramos. Creo que era jueves. A eso de las dos de la mañana nos saludamos y entramos a un conocido lugar de la ciudad. Hicimos lo de siempre: tomar. La diferencia es que teníamos que hablar más fuerte y más cerca del oído porque la música estaba bien alta.
Bailamos.
Tomamos.
Bailamos.
Tomamos.
Cerré los ojos. Te besé.
Me besaste. ¿Estaba realmente pasando? ¿Te estaba besando?
En un momento nos dimos cuenta que ya no había más música y que casi no quedaba gente en el lugar. No quedó otra que salir.
Salimos. “Tengo ganas de ir a tu casa…, pero no sé”, dijiste. Hacía frío. Nos abrazamos y seguimos la charla con besos y sin palabras. No tenía ninguna para decir, todas me parecían inútiles, vacías, destructoras del momento. Paré un taxi y fuimos a casa.
Nos vimos muchas veces más. Algunas como amigos, otras como… y ni vos ni yo sabíamos qué decir. ¿Hubiera funcionado? A vos te pregunto: ¿hubiera funcionado? Yo digo que no sé y seguro que vos también. Nos gustábamos sinceramente y con mucho miedo. Alguna vez nos besamos en público. Pero nadie sabía de lo nuestro y nadie nunca supo de todas las veces que nos encontramos.
Alguna vez, entre abrazos, intenté sacarte alguna palabra que me ayudara a descifrarte. Pero las palabras no son lo tuyo. Igual me guardo pedazos de tu voz que me enternecen hasta el día de hoy. “¿No me das otro beso?”, me dijiste una vez en la puerta de tu casa, con una sonrisa hermosa. Y al invocar aquella noche me tiemblan las manos en el teclado. Esa boludéz era (y es) suficiente para conmoverme.
En un bar del abasto me dijiste que yo era muy dulce y te brillaban los ojos. Nos besamos mucho aquella vez. En otra ocasión me tiraste toda tu honestidad: “cambiaste mucho, che. Antes eras medio pelotudo”. Me cagué de risa y te putié. Pero está bien, tenías razón. En una época iba camino a ser un gran pelotudo. Pude meter un volantazo a tiempo, creo.
Te quería escribir para no olvidarme de las cosas que pasaron, para no olvidarme de vos. Para no sentirme un poquito triste cuando te veo, charlamos, te saludo y después te vas. Porque inevitablemente te me estás yendo. Como amiga, como amistad de besos dulces, como carta manuscrita, como foto en la pared, como el mensaje de texto que me llega en el momento menos esperado.
Cuando tu imagen se me vino a la cabeza pensé muchísimo. No sé si esto es una crónica pero siempre termino creyendo que sí y trato de patear los límites de eso que algunos llaman género literario.
Creo que estoy feliz por vos. Y dejo la duda (y la certeza) escrita porque me conozco demasiado. Sé que a veces me arrepiento de lo que digo, lo que hago o de las historias de amor que invento. Casi nunca de lo que escribo.
Amiga.
Te quiero, como sea.
Como sea, te quiero.

4 comentarios:

fulano/martínvillarroel dijo...

está muy bueno gringo, las rachas también cuentan en los escritos...

Barnes dijo...

Ya sabés que te dije todo lo que pensaba de este escrito, tengo que leer el anterior. Nos vemos el miércoles,con toda.

Anónimo dijo...

Uno: Hermoso texto. Dos: ¡Che culiadassa! no me lo hagái sufrí así!!

Anónimo dijo...

Guau , que bueno. A la distancia me hace acordar una historia que paso a mi la frase “¿No me das otro beso?”

José