Hay un cuento de Cortazar, creo, que se llama así. Si no me equivoco (y lo más probable es que me equivoque) está en el libro Todos los fuegos el fuego. Seguramente alguno, al igual que yo, se quedó pensando y seguro, alguno al igual que yo, va a ir en busca de ese libro para ver la verdad de las cosas (fijarse en Internet sería lo más fácil, pero la búsqueda de fuentes directas sigue teniendo un atractivo único)
(48 segundos después)
Mi verdad a medias: el cuento se llama Reunión y no Reuniones y está (en eso sí le acerté) en el libro recién mencionado. Ese conocidísimo cuento habla del encuentro entre el Che Guevara y Fidel Castro en medio de la montaña durante la revolución cubana. Creo que es en la montaña. Lo leí hace mucho. Algún cortazariano podrá replicar los falsos arranques de mi memoria. No sé cómo termina (seguramente se encuentran, sino, no se llamaría como se llama) pero sé cómo empieza: "Nada podía andar peor, pero al menos ya no estábamos en la maldita lancha, entre vómitos y golpes de mar y pedazos de galleta mojada, entre ametralladoras y babas, hechos un asco, consolándonos cuando podíamos con un poco de tabaco que se conservaba seco…". La primera oración es larguísima, mejor cortarla ahí. Pienso, mientras ojeo mi librito azul (esos que venden en los saldos, los de la colección del diario La Nación) que el histérico cortazariano levantará su dedito francés para decirme "¡no, señor, ese cuento arranca con una cita del Che; y las citas son parte del cuento porque si bien son introductorias, éstas, se colocan por debajo del título, con lo cual ya integran el corpus del cuento!". El histérico tendría razón, pero a los histéricos mejor dejarlos hablando solos.
Tremenda introducción para hablar de una reunión muy alejada de una montaña (o de una sierra, más precisamente). Y ahora pienso que todo esto debería llamarse Reunión y no Reuniones… pero ya me encariñé con la introducción, así que todo quedará como está.
Mi reunión, luego de diez años de espera, empezó con un grito desaforado: ¡Jesús!, gritó desde el fondo de la mesa un ahora gordísimo Lucas Dilucca. Ahí estaba yo, nuevamente, enfrentándome a mi pasado. Dije que habían pasado diez años, una década, y la palabra década suena pesadísima, como si fuera un período histórico analizable: eso duró la fiesta menemista, los años felices de Perón, el noviazgo de mis abuelos antes de casarse, la diferencia de edad entre mis primos y el tiempo que pasé sin ver a mis compañeros de secundario desde que me egresé, en aquel lejano diciembre de 1999.
Dilucca me grita Jesús al verme entrar con barba, el pelo un poco largo, la misma flacura, un pantalón ombú y una remera, debo admitirlo, un poco hippie. Yo sonrío a todo el mundo y voy saludando uno por uno con algo de miedo, incertidumbre, rara emoción y desconcierto. ¿Quiénes son todas estas personas? Son (somos) los mismos pero más gordos, pelados, con hijos, con tetas hechas, casados.
Nervioso, me siento y me apresuro en llenarme un vaso con cerveza. Paco hace exactamente lo mismo. Sin decirlo, ambos sabemos que la noche puede resultar larga y que lo mejor es empezar a estar borrachos. La primera hora de reunión fue desastrosa: el negro Ávila haciendo chistes malísimos, risas estruendosas cargadas de nervios, todos gritando al mismo tiempo, todos hablando para no tentar al silencio incómodo. Yo hablaba poco, respondía las típicas preguntas "¿en qué andás?" o "¿te casaste?" o "¿en qué laburás?". Lentamente fuimos ganando confianza, creciendo en charla, perdiendo en ruido, recuperando recuerdos. Como siempre sucede casi por una ley natural, las gentes se van agrupando por género, así que teníamos, por un lado el polo masculino con Damián Cabrera, Pablo "el negro" Ávila, Lucas Dilucca, Andrés "cocó" Orellano, Paco, el Pegoraro, y yo. Del otro lado del meridiano de la mesa estaban Sabrina Rodríguez, Daniela Quinteros (tetas hechas), Matías Brex (ya hablaré sobre él), Luciana Cabrera (tetas hechas), Cintia Gutiérrez (quien cumpliera años recientemente) Laura Posse, Eugenia Magliano, Betiana Moreno (tetas hechas), Vanina Gardiol (tetas hechas) y Alejandra Herrera.
...continuará ... en unos días...
3 comentarios:
¿Pero hechas bien o así nomás?
Para la pregunta anterior, algunas estaban medio mal hechas, otras zafaban y otras, debo reconocerlo, parecían muy naturales aunque un tanto grandecitas.
Angelito: Si vas a hablar de todo, tené en cuenta que también vas a tener que hablar de vos.
La verdad que me falta mucha pericia en eso de reconocer las tetas "bien hechas". Yo al paco le dije al instante "eu, esas no son naturales", pero de ahí a analizar su calidad..... Grandes, por lo menos, estaban... qué se yo.
Ahora va la segunda parte. Creo que no voy a hablar demasiado de mí; no es la idea.
Abrazo amiga!
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