Esto será algo más similar a esos diarios íntimos que tanto polulan en los blogs. Eso que tanto aborresco pero que ahora voy a acercarme porque sí.
Esto será algo raro por la hora y el día. Hoy, domingo, tuve la rara sensación de vivirlo desde las nueve de la mañana. Es que ayer fuimos a la cancha; y el asado previo; y los estimulantes previos; y lo previo; y la previa; y el durante, uff, el durante...; y el después (el post). Y a las nueve de la noche me morí, en el entretiempo de Huracán - Independiente.
Domingo. Mañana de sol.
Barrio Las Flores.
El problema de empezar a limpiar algo es que hay que terminarlo.
Me desperecé y meé y lavé dientes y miré al espejo y acomodé con las manos el poco pelo y salí del baño para volver al rato. Puse la pava, tomé mate, intenté escribir una buena historia con meses de abandono. No, no hubo caso. Seguí tomando mate y pasé ese rato que anticipé para visitar el baño y dejar el asado de ayer, el fernet y los mates.
Más liviano y más despierto puse algo de Trula para amenizar la mañana que ya empezaba a mirar con cariño al mediodía. Calenté más agua para seguir mateando. Vi la cocina (las hornallas y sus alrededores). Un asco. Hace mucho que no hago nada en la casa, pensé. Voy a limpiar la cocina (el artefacto, no el espacio). Empecé. Me cansé rápidamente. La espontánea acción me llenó de regocijo pero estaba agotado. Contemplo mi obra con orgullo. Los chicos van a estar chochos cuando lo vean, pienso. ¿Se darán cuenta que lo limpié?, vuelvo a pensar. Miro hacia la izquierda, al lado del artefacto llamado cocina. Ahí está, casi como un objeto decorativo, el microondas que me regaló mi vieja cuando nos fuimos a vivir con los muchachos. Un cuadrado gigante, de los viejos, de los que sólo le anda una función, pero todavía anda. Como los equipitos de música que van muriendo de a poco; primero el cd, después las caseteras, el volumen, un parlante, para quedar en terapia intensiva agonizando con una AM a todo lo que da, escuchando el partido de visitante.
Me fui para volver. El microondas vive al lado de la cocina. Se chupa todo el aceite, la salsa, todo tipo de salpicaduras. Le voy a pasar un trapo ahí arribita pa sacarle la tierra pegada, dije. Y lo hice. Y acá es donde viene el problema. Porque cuando abrí el coso para limpiar un poco mejor la superficie a la vista, metí la mirada en el interior y observé toda esa grasa pegada, toda la suciedad de color marrón claro, oscuro, mezclado. Y la puta madre que lo parió. Agarré el Cif (sí, el Cif) y me puse a sacarle toda la porquería al maldito microondas. Esponja, trapo, servilletas de papel, la otra, también, la de alambre. Todo el circo de la limpieza. Treinta minutos para limpiar una superficie de un metro en una casa gigante. ¡Más de media hora, más!
Pienso en las amas de casa. O en los histéricos de la limpieza. Pienso en esa gente que tiene un día al mes o a la semana para limpiar, ponele, las ventanas o el horno o la biblioteca o la heladera o ... (completen ustedes esta lista de limpiezas que NUNCA se realizan)
Este texto no tiene moraleja, creo. No tiene un remate que deje en claro alguna sensación fuerte. No. Pero voy a incluirlo en una serie de textos etiquetados bajo el nombre convivencias.
No sé.
¿Termina?
Sí.
¡Un abrazo!
2 comentarios:
Como dijo Henry Ford: "El trabajo pesado es trabajo liviano que no se hizo en su momento".
Limpiá más seguido o hacé menos bifes y más cosas al horno (en el horno la mugre no se nota, salvo cuando empieza a despedir olor, pero eso te dá unos meses de changüí. Tengo más consejos de este estilo, pero ya no son gratuitos).
ta guenisimo diria pezon..
un abrazo.
Publicar un comentario