Cuando era chico el universo empezaba y terminaba en el barrio. No había mucha televisión por aquellos tiempos y las novedades circulaban en la cola del almacén o en la parada del colectivo.
Jugábamos a la pelota todo el día y en aquel entonces el mejor jugador de nuestro mundo era el Negro Franco.
Maradona, además de ser mejor que Pelé por frase aprendida, era una leyenda. Un jugador en la boca de los viejos. Una foto en el álbum de figuritas o el relato de un gol grandioso. Pero al Diego no lo podíamos ver nunca. En cambio el negro… el negro regaba las canchas con gambetas imposibles y goles mágicos. Las hacía todas: tiraba el centro y metía el gol de cabeza.
Aparecía de la nada, saltaba una tapia, caía en la cancha y se ponía a jugar con nosotros. Nos trataba a todos por el nombre y a los más chicos nos enseñaba a jugar. Íbamos todos detrás de él, esperando que nos salpicara con algo de su magia.
El negro jugaba en las inferiores de Racing de Nueva Italia y era nuestro ídolo. La esperanza asegurada para los que lo conocíamos.
Imaginábamos un futuro de gloria para él, una trayectoria intachable. Lo creímos en la selección, tirando paredes con los grandes, haciendo los mismos goles que en el potrero de la esquina. Si el negro llegaba, llegábamos todos. Toda la cuadra.
Sin que nos diéramos cuenta, el negro, de a poco, dejó de aparecer por detrás de la tapia. Un día lo vi sentado en una esquina con sus amigos. Estaba desparramado en una verja, riéndose bien fuerte, con un cartón de vino tinto en la mano.
No lo podía creer: un jugador de la selección argentina no podía tomar vino. En la selección en la que él era la estrella.
Qué temprano que se hace tarde a veces…
El negro franco es la patria de mi país. Y el mejor jugador del mundo, del barrio universo de casi todos los tiempos.
Es que de chico, uno va por ahí, por allá y por acá. Nombrando las cosas, bautizando las esquinas, fundando cada centímetro de calle. Todo es nuevo o a punto de conocer. De a poco vas guardando anécdotas y experiencias en los bolsillos junto con el paquete de figuritas, un billete de un austral, un chicle ya sin gusto y un tornillo encontrado en el suelo (Viejo consejo del abuelo).
Al medio, medio que nos olvidamos y dejamos al barrio en banda. Corremos una pelota incierta, un pase en profundidad que difícilmente podremos alcanzar. Pagamos, quizás, la experiencia de un futuro con más claridad.
Finalmente, de viejo, el barrio se vuelve la frontera de espacio y tiempo. Y de vuelta el universo. Metiendo las manos en los mismos bolsillos, buscando encontrar las casas, los almacenes, los baldíos y la cancha de fútbol que ya no está.
Ahora, cierro los ojos, trato de escuchar los sonidos. El griterío de los chicos que fuimos.
A veces, por las noches, se escucha el pique de una pelota.
Tranquilo, es el negro franco haciendo jueguitos.
2 comentarios:
Medias sonrisas....
Es tan cierto como que a "las estrellas" se las ve de noche y en el cielo... a lo lejos y en lo oscuro!
Me sumo a la construcción de mi universo: la línea de cal no me es impedimento, la muevo a mi antojo a medida que voy corriendo.
Si hay algo que vale la pena es saber que aunque las reglas no se hicieron para romperse, si uno no las rompe, termina roto...
(y entonces hay que romper la regla para superarnos, eso me hace pirata de hecho y de derecho)
estamos en contacto, date una vuelta!
abrazo de gol...
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