martes, diciembre 28, 2010

Adelanto...

Este es un capítulo que me gusta de un cuento que estoy escribiendo... que no sé si me gusta tanto, pero bueno........
Ahí va.
Abrazo!

Ese miércoles había partido por Copa Libertadores. Vélez contra el Once Caldas, en Colombia. Una mierda. Pero cualquier partido superaba la incertidumbre de estar viendo una película mala y darse cuenta demasiado tarde. El fútbol era otra cosa, más inexplicable, más sincera.
Santiago tomaba cerveza y se mandaba unos maníes a la boca.
Mensaje de texto:
Tas viendo el partido? Tomamo birra? Dale. Puto.
Era su amigo, su gran amigo, el Perro.
Lee el mensaje dos veces.
Piensa.
Con la lengua y el dedo índice se saca un obstinado pedazo de maní de entre las muelas y escribe: estoy en el bar. Caete. Primer tiempo 0 a 0. Partido feo.
Cuando el árbitro pitó el final de la primera parte el Perro entró al bar cabeceando, buscando la cabellera de Santiago. Lo divisó perdido entre publicidades malas y una promesa de repetición de las mejores jugadas de los primeros cuarenta y cinco minutos, que habían sido pocas y malas.
- Perdón señor ¿Está ocupada esta silla? –el Perro siempre tenía algún chiste, malo o bueno, para saludar.
- No, señor, lleve nomás. Estoy esperando a un amigo, pero el muy puto parece que no va a venir.
Santiago se levantó y se dieron un abrazo. Hacía varios días que no se veían.
El Perro levantó la mano varias veces hasta que la moza lo vio. Pidió dos Branca. A los dos les encantaba ese bar porque te daban el fernet como dios y la tradición mandaban: un vaso de vidrio lleno de líquido negro amargo, una hielera y una coca en botella para que cada uno mezclara la medida como se le antojara. Las jarras de fernet preparado son para los giles, decía el Perro.
El partido fue una excusa para ponerse al día desde la sinceridad directa de la noche. Al final ganó el Once Caldas uno a cero, con gol de cabeza de un negro de apellido colombiano y nombre sajón, como Wilson o Edwin.
Pisaron la calle con las manos en los bolsillos.
Se había levantado una brisa fresca que obligaba a los cuerpos al resguardo de las paredes. Caminaron dos cuadras hasta que sus rutas se bifurcaron. Se saludaron con otro abrazo y la promesa de verse pronto.
- No te cortés, puto. –lo retó el Perro. Siempre lo retaba.
- No, hermano. Te prometo que la próxima te aviso yo.
Santiago caminó, sacó su celular, tiró un mensaje de texto al mar, y antes de recibir respuestas pasó por el kiosco de siempre y compró preservativos.

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