Siempre que quiero contar algo, cuento una historia.
Aprendizaje inconsciente, quizás, de tanto chiste cordobés, de nudo larguísimo, de momentos altos en el medio y remate sin importancia. Porque el humor de Córdoba late en las pequeñas cosas, en la descripción de un apodo, en el ruido de un caño de escape, en el olor de un pedo, en los griteríos de un borracho (porque para nosotros, nosotros estamos siempre borrachos). Así nos vamos por las ramas, regamos todo y se forma un gran follaje y ya nadie necesita recordar el momento en que plantamos la semilla de la anécdota o del chiste. Y con tanto verde, con tanto hermoso árbol, el resto es decorado. Si podemos rematarlo, mejor, sino…
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