Acá, cada vez que llueve, cada vez que el cielo escupe, llora o estornuda, las calles se convierten en ríos o brazos de ríos. “Pedro Inchauspe es un afluente de Bellardinelli”, me dice una vieja mientras barre la vereda rota y despareja. Y cuando el agua fluye mansa, cuando todo se tranquiliza, empiezan a pasar los colectivos y de vuelta las olas, las montañas de gotas que se estiran, se contraen y chocan contra las verjas, las altísimas verjas que tienen todas las casas. Escalones gigantes e innecesarios como el que tenemos en casa o el jardín elevado medio metro.
Este barrio es demasiado barrio.
El anterior no. Ese era un conglomerado de casas y calles con un nombre en común.
Acá, en un mes nos sentimos más vecinos/compañeros con el resto que en un año y medio allá.
Acá tiene sentido sentarse a tocar la guitarra en la vereda, tomar un mate, largar al perro para que huela los postes de luz, las botellas llenas en los jardines, el culo de otro perro (el jefe de la cuadra). No desentona ocupar la calle con presencia. Este es barrio de reposeras, de chismes de la década del ’50, de la famosa inundación del ’64, de muchos sabiendo sobre muchos, del viejo Quique que se asoma para nuestra ventana cada vez que pasa con la bici o del otro viejo que le regaló una flor a la Rocío seguido de algo como “una flor para otra flor”.
Acá estallan los negocios, estalla la vida de ocho a dos y de cinco a diez. Así, de memoria, con el recorrido de las calles que hago en mi cabeza, rápidamente: está el quiosco de la “Estrella” en la esquina, pero ese abre dos veces a la semana (parece que está muy enferma la madre de Estrella). Al frente está el mega almacén de “Los Lentos”, apodado así porque uno va por una tira de pan y se termina tomando una cerveza en la cola por la extrema lentitud en la atención. A la vuelta están “Los Chicos”, otro almacén con verdulería, el favorito de mis dos concubinos que nunca tienen nada, pero son piolas los pibes y recién empiezan. A una cuadra para el otro lado está “René” y sus milanesas de “ternera” a diez con cincuenta el kilo. René es radical, está abierto hasta las once y media masomenos y todo lo agarra con las manos, todo. Y a veinte metros, al frente de la plaza, está el glorioso “Walter”. Walter es una institución en el barrio porque está abierto siempre, SIEMPRE. Ese martes a la noche, cuando te colgaste y querés ir por esa última e innecesaria cerveza y de paso unas salchichas y una tira de pan, bueno, ahí estará Walter o su señora para abrirte la ventana a las tres de la mañana.
También, a tres cuadras descubrimos otro polo importante de negocios: verdulería, ferretería, panadería (nuestro déficit histórico), carnicería, pollería, farmacia, supermercado y una tintorería. Y si la situación lo amerita, a cuatro cuadras está la Avenida Vélez Sarsfield donde todo es igual pero más grande.
Acá tenemos capítulos aparte. Acá tenemos y teníamos una pizzería a la vuelta. Las empanadas más baratas, unas pizzas muy ricas y unos lomitos aceptables, encajaban perfecto con la muy buena onda de los dueños. Empezamos tomando un porrón para la espera del menú y terminé yendo cada vez que me aburría o cuando no quería comer solo. La tristeza de pasar el lunes por el frente y ver que habían levantado todo para “mudarse” a otro lado aún no la supero.
Acá tenemos un clásico: Las Flores vs San Lorenzo. Hace menos de un año que vivo acá pero me gusta el club que se llama igual que su barrio, así que YO SOY HINCHA DE LAS FLORES y a los putos de San Lorenzo le vamos a llenar la canasta el partido que viene. Las canchas están una al frente de la otra, como Racing e Independiente, pero sin primera división, copas libertadores y televisión.
Acá tenemos una banda pirata. Y eso es importante ya que este es un barrio que está bajo la órbita de Talleres. En la zona sur la influencia de los albiazules es grande por la cercanía de su cancha. Un día escuché bombos y canciones en la previa de un clásico. Reconocí las entonaciones y supe que eran celestes pero no me atreví a ir a ver. Con el tiempo conocí a un guaso viajando a Rosario para ver a Belgrano que vive a dos cuadras de casa y que es hincha de Las Flores y de Belgrano (¡como yo, maestro, como yo!). Se juntan en la placita, al lado del taller mecánico y se comen un asado debajo de la pared que reza “Belgrano Corazón”.
Acá me siento muy bien. Estoy enamorado del barrio donde vivo, de la gente, de las calles rotas, de los colectivos hijos de puta que pasan echando puta por el frente de mi casa, de las chancletas que tengo que usar para salir cuando todo se inunda, de los choros del barrio de al lado, del perro que me mea la puerta, de los vecinos del fondo (esos son otro capítulo aparte), del Maxi que vive al frente y de su hermana hermosa que tiene apenas dieciséis años, de Rubén que nos alquila la casa, de las pocas cuadras que nos separan de la ciudad universitaria y del centro, de los gitanos (y estos también serán otro capítulo aparte), de la cancha de paddle de la esquina a la que prometí ir a jugar y nunca cumplí, de las visitas de los que nos quieren, de los amigos con los que vivo.
Acá todavía hay mucho por conocer. ...
Las Cosas de Barrio Las Flores I y
Las Cosas de Barrio Las Flores II.
4 comentarios:
"...enamorado de los colectivos, de las chancletas, de los chorros, del perro que me mea la puerta, de la mirada de Kirchner..."
¿Qué le pasa, anda enamoradizo?
Lindo texto, cálido.
Y húmedo, con probabilidad de precipitaciones hacia la vereda de enfrente.
Un placer ud...como siempre!!!
Yo desde que naci soy de barrio San Martín y la verdad que a mis 23años no conozco otro barrio que tenga lo que tiene este. Todo cerca, la gente amable, por suerte no se inunda todo cuando llueve pero hay que esperar para cruzar la calle después de una lluvia intensa. Lo unico que le falta seria una plaza donde poder jugar a la pelota.
José
En las calles del oeste era fácil juntarse 5 o 6 pibes para jugar un "25". No se si tiene algo que ver, pero me hizo acordar a los malabares con las piernas metidas en las bocas de tormenta para sacar las pelotas.
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