lunes, octubre 22, 2007

TERCER DOMINGO DE OCTUBRE


¿Me querés? –pregunta la vieja.
¡Por Dios! Yo no sé si esas ridiculeces se le ocurren ahora, que los años se empiezan a notar en el espejo de sus hijos. Mi mamá tiene esas cosas. Con una pregunta directa, de obvia respuesta, trata de lograr una expresión en mí, un gesto que tape mis dos décadas y media de silencios, mutismos, esporádicos gestos. Stop. Corrijo. Suponiendo que aprendí a hablar a los…, no sé, ¿dos? ¿tres años? (¿cuándo fue, mamá? Vos seguro que sabés) Y que mis primeras palabras no deben haber sido demasiado razonadas. Bueno, cierro en una década y media. Prosigo.
¿Me querés? –pregunta la vieja.
Lo que pasa, mamá, es que yo no funciono así. Ni siquiera sé muy bien cómo carajo funciono. Sé que tu pregunta esconde el deseo que yo venga, de la nada, y te diga que te quiero mucho, y vos me vas a preguntar “¿hasta dónde?”, hasta el cielo, mamá; como cuando era chico ¿te acordás? Siempre me decías que era un chico muy cariñoso con la gente y que de un momento a otro dejé de serlo. ¿Por qué pasó eso, mami? Vos me conocés de arriba abajo, de izquierda a derecha. Y a veces nos separa un mar, o un arroyito que parece minúsculo pero imposible de cruzar. Vieja, te quiero hasta el cielo. “¿Hasta dónde?”, le preguntás a ese rubio flaquito que soy yo hace muchos años. Hasta el cielo. “¿Hasta el cielo nomás?” Bueno, hasta las estrellas. Y mucho más. Lo sabés. Pero querés que te lo diga.
¿Me querés? –pregunta mi mamá.
Me hacías la leche en el jarrito de loza azul, ese que era chiquitito y que alcanzaba para dos tazas nomás. ¿Te acordás? A mí me gustaba la taza amarilla, y a la Luciana también. Y vos nos arreglaste a los dos y conseguiste que cada uno tuviera una amarilla. Y fin del asunto. Ojalá. Después quería la verde. Y de vuelta a recuperar la verde. Me curaste las rodillas mil veces. Esa bici roja me acompañó hasta el final de mi infancia, y vos también, y mucho más. Los años pasan. Y no te das cuenta que de un día para el otro tus hijos, el fruto del amor, tienen que volar, hacer sus vidas. Y las cosas, vieja, no van a ser como vos querías, porque ahora decidimos nosotros ¿entendés? Pero creeme, mami, que ponemos todo para que vos estés orgullosa de nosotros. Porque nos pone feliz verte sonreír. Porque tu felicidad es nuestra vida. Y vos sos mi orgullo porque sos mi mamá, mi vieja.
¿Me querés? –pregunta la gorda.
Y todavía no entiendo, hoy que han pasado años de ese apodo, que te siga molestando tanto. ¿No ves que te lo decimos, en parte, por cariño, y en otra porque nos encanta hacerte enojar? ¡Es que es tan fácil! Y a vos gritar no te cuesta mucho. Pero no te preocupes porque para mí siempre vas a ser mamá, mami, o má. Y esas dos letras bastan nomás para que vos vengas corriendo a mi socorro cuando vuelo de fiebre y me caigo al piso porque deliraba con la temperatura ¿Te acordás, vieja? Maaaaaaaa, gritaba desde la pieza, quiero esto, aquello, y eso otro; y vos dejás todo para que yo tenga una sonrisa en mi cara, para que yo no me enoje, porque a vos te brillan los ojos cuando yo estoy feliz, lo sé, lo veo, lo siento. Y hoy, todavía, a pesar de que ya soy grandote de cuerpo, pero niño en tantas cosas, seguís detrás de mí, en silencio, tratando de no decirme lo que tenés ganas de decirme porque yo, al igual que antes, me enojo. Y a veces parece que mis momentos de felicidad se agotan y que no tengo nada para darte. Con una sonrisa vos estás hecha y yo tantas veces ni siquiera puedo dártela. Y a vos no te importa porque a pesar de todo, vos estás orgullosa de mí, de tus hijos. Y sé que quisieras que fuéramos el uno para el otro pero antes de eso tenemos que ser el uno para el uno y superar tantas cosas, tantos silencios. ¿Me querés? –pregunta la mami.
Me enseñaste a cruzar la calle, a sumar y a restar, a comer helado, a rezar, a atender el teléfono, a sonreír, a ser lo que soy, a andar en bicicleta, a no faltar el respeto, a comer con la boca cerrada, a no limpiarme la boca con el mantel, a no eructar en la mesa, a leer y escribir, a soñar y miles de cosas más que no me alcanzarían las palabras para nombrar. Muchas las lograste a pesar de que siga eructando y que vos me grites. Mami: me enseñaste a ser lo que soy. Sos mi vida. Con mis fallas, mis defectos, y las virtudes que tengo y que tantas veces niego, por miedo, por timidez, soy esto que ves. Mi corazón tiene mucho que ver con el tuyo. ¿Entendés? Y vos me preguntás si te quiero… y me doy cuenta que tendría que decirlo más seguido.
¿Me querés? –pregunta la mamá.
Y a esa pregunta desesperada que me tirás muchas veces las respondo con frialdad. Perdón. De vuelta, perdón. Mamá, por supuesto que te quiero. Hoy más que nunca. Hoy que ando a los tumbos por mis días. Hoy que ya no compartimos el mismo techo. Hoy que lloro, en parte por dolor, y en parte por felicidad, por saber que también puedo amar, que no soy una piedra, como en algún momento pensé. Estas lágrimas, las mías, y las tuyas, son el reflejo de todo lo que siento, lo que sentimos. Si vos no estuvieras yo no sé que haría. No quiero ni pensarlo. Te quiero tanto, tanto, tanto. Feliz día mamá. Hoy, y mañana, y pasado. Todos los días de tu vida, que es la mía.

¿Me querés?
Sí, mami, hasta el cielo. Y si me olvido de decirlo nunca dejes de preguntarme.

Feliz Día de la Madre.

lunes, octubre 15, 2007

Magdalena, o a quien corresponda.

Magdalena, piensa. Levanta la cabeza, la baja, y, Magdalena, vuelve a pensar. Su nombre, sólo eso, las letras que lo componen: la M mayúscula, un par de a, y otras consonantes más. Y de vuelta. El nombre que pasa volando una y otra vez hasta que se detiene. Con él vienen atadas un montón de imágenes. Javier vuelve a intentar lo que sabe que no va a conseguir: dormir. Cierra sus ojos, fuerte, muy fuerte, poniéndole esfuerzo a algo que no funciona de esa forma. La idea es descansar, relajarse, y el dormir cae solo, y quizá los sueños. Pero de lejos siente. De vuelta. Una imagen chiquita, menos chiquita, cercana, a punto de rozar, y de vuelta. La M mayúscula (o minúscula) y las letras que le siguen. Y todos esos recuerdos.
Javier se da vuelta y respira la pared. Si hubiera sido todo más simple, piensa, y dice en voz alta, pero en su cabeza. No dice. Se acostumbra a no decir. Una caminata agarrados de la mano; una caricia en el momento justo; una caída graciosa corriendo el colectivo; un grito; una mirada; el río que nos observa y nada más; una mirada; y otra; y otra; y tus ojos que me miran y me aman, y quiero sentir eso, piensa, Javier. Piensa y desea. Mejor pienso en otra cosa, se dice así mismo; sí, mejor eso, se contesta. Y así no va más, no, no va más. Quiere dormir, Javier. Necesita dormir y todo el resto: descansar, relajarse, y soñar. Quiero soñar, piensa, intenta convencerse, obligarse. Y cuando está por pensar en otra cosa, producto de esa cadena veloz de imágenes, fotos en movimiento, frases, sonidos, viene otro y ¡tuc! Como un tincazo en la frente viene esa caminata, que puede ser la misma de recién, pero no. No, no es la misma, pero todo parece parecido. Un abrazo que se siente a través de las sábanas. Los brazos que me agarran, que no me dejan caer, que te quiero, que nunca pensé que volvería a sentirme así, recuerda Javier, escucha la voz de Magdalena. No llores, che; lloro de alegría. Javier transpira. Se da vuelta para el otro lado; ya no respira la pared, respira un aire que no le gusta, que no lo llena, que entra en todo ese vacío que siente, que duele en la garganta, en el pecho. ¡Tuc! Otro recuerdo más. Los olores de aquel verano. Javier suda y hace fuerza para cerrar los ojos. Duele. Me duele, dice Javier. Piensa. Ambos coincidimos, piensa, que con el amor no bastaba, que no era suficiente, ¿por qué? No entiendo. ¿Por qué? Grita pensando, Javier. Y sigue: ahora a la distancia (una distancia de miles de kilómetros a pocas cuadras) ¡tuc! ¿por qué no bastaba con el amor? ¿cómo, en el nombre de Dios, o lo que fuere, pudimos llegar a decir eso, Magda? Una lágrima, una sola, chiquita, salada, que se escapa de la presión de esos ojos secos y tristes, recorre el pómulo derecho de Javier, para pasar luego muy cerca de su nariz, y llegar hasta sus labios, para luego secarse en su barba. ¿Dónde estará?, dice Javier, en su cabeza. ¿Qué estarás haciendo? ¡Tuc! Y la ve. Jura que la ve. La imagina durmiendo. Tranquila, como casi siempre que tenía que dormir. No entiendo porqué te cuesta tanto dormir, dice Magdalena, recuerda Javier. Y está dormida, soñando quizá, balbuceando algo inentendible, y moviéndose un poquito, como si fuera un escalofrío, y ¡Tuc! Con vos siempre dormí bien, piensa. A vos te encantaba dormir, Magda, y a mí me encantaba mirarte. Y Javier mira a Magdalena durmiendo, y sonríe, y la vuelve a mirar, y la ama, la ama en silencio, le acaricia la frente, y le susurra muy despacito una canción, y ¡tuc! Todas las veces que lloré de pura emoción, piensa. Y la canción viene. De a poco, va llegando. Javier se mueve y queda boca arriba y no quiere abrir los ojos. No. No los va a abrir. Si los abre se va a encontrar con una oscuridad negra, muy negra, solitaria, silenciosa. ¡Tuc! Y los dos abrazados soñando que están soñando. Y la canción que ya tiene melodía. Mi mamá me cantaba esto cuando era chiquita, dice Magdalena, ¡tuc! recuerda, Javier. Te extraño tanto. Duerme, duerme…, Javier, ahora, llora. No son más de una docena de lágrimas, nunca fueron más que esas, o sí, pero ya ni se acuerda. Ya no se acuerda cómo hacerlo. ¡Tuc! Otro tincazo. Otro recuerdo. ¡Tuc! A Javier le sudan las manos, el cuerpo; se destapa. Quiere gritar. Grita, pero no. Sin voz. Y Javier se acerca a Magdalena, que duerme en paz, duerme en belleza, y está más hermosa que nunca, desnuda, tapada sólo por una sábana porque es verano, y las siestas son eternas y quedan en el recuerdo; y los recuerdos son un tormento por las noches. Javier sufre con esos recuerdos. Y Magdalena duerme, respira bajito. Y se acerca Javier, y le dice te, y tres letras más, dos vocales y una consonante al medio. Y la canción. Viene la canción. Y con ella un par de lágrimas más, con lo que superamos la docena acostumbrada. La melodía. Duerme, duerme negrita, que tu, y tu mamá te cantaba eso, lo que yo te canto hoy, en mi cabeza, en mis deseos, duerme, duerme negrita, que tu mamá está en el campo, negrita.
Dormí, petisa, por favor. No sin antes ¡tuc! y yo también…
Javier se duerme, o simula dormir. La fatiga de un día largo lo vence. Y todavía faltan muchos más. Días. Noches.

sábado, octubre 13, 2007

Arg-Chile

No sé, pero yo tengo unas ganitas de que a Bielsa le vaya bien en el Monumental.

Total, la selección no es de todos. La selección es de los porteños que la pueden ver.
Ah, y de Grondona.
Ah, y de los que ponen la mosca.

Suerte.

O no.

Que gane el mejor.

p.d: sería bueno tapar un par de jetas a la gilada.