domingo, enero 27, 2008

Pedacitos no más...

Un fragmento de algo que estoy escribiendo. No hay mucho para opinar, sí para compartir.


Marcos saboreaba, quizá, el último pucho de su vida. Las indicaciones del doctor habían sonado más a amenaza que a consejo. Quería seguir viviendo, por lo menos unos años más, por sus hijos, su mujer. Fumó hasta las últimas consecuencias, hasta el último gramo de tabaco. Apagó la colilla contra la pared y la tiró con un tincazo al basurero. Ahora empezaba lo jodido.


Las primeras horas de ese martes transcurrieron en tranquilidad. La nicotina todavía no ejercía su efecto adictivo sobre la mente y el cuerpo de Marcos. Trabajó seis horas, almorzó, bebió dos tazas de café, deambuló por las mismas calles y luego tomó el 54 para volver a casa. No hubo cigarrillo después de comer, ni durante el café, ni en las plazas, ni en la espera eterna del colectivo. Al llegar a su casa notó algo extraño...

jueves, enero 24, 2008

Volver (con la frente...)

Bueno... 2008. Creo que en los años pares nos va mejor..., o tal vez es una inyección de falso optimismo.
A ver....top 3 de años impares de mierda:
1-1955 (obvio)
2-2001 (mucho bardo)
3-2007 (personalmente una garcha)
................
Acabo de darme cuenta que los años pares tienen muchos hechos desagradables: los mundiales se juegan en años pares (últimamente ya sabemos cómo nos va); los golpes de estado fueron (generalmente) en años pares (1930, 1962, 1966, 1976) Malvinas: 1982. Los descensos de Belgrano (1996, 2002, 2006)
Bueno, espero que todo vaya mejor...
Ya postearé algo que valga la pena leer.

martes, enero 01, 2008

Me voy de la ciudad. Acá van las últimas 3

9
Los dos equipos se pararon en la cancha. Les tenía mucha fe a mis dirigidos. Pero igual estaba muy nervioso. Éste no era un partido cualquiera. Me enfrentaba a Arsenal. A la causa de mis mayores pesares. Al antifútbol. A Burruchaga, a Grondona, a la historia misma del fútbol mundial. Sabía bien que aquellos eran simples estudiantes de secundario y que los pibes de mi equipo eran simples trabajadores tratando de ganarse la vida. De todos modos, uno de esos equipos, tenía esa horrenda camiseta. Y era mi deber, como guardián del romanticismo en el fútbol, derrotar a esos colores.
El árbitro-juez pegó un silbido y arrancó el juego. Los primeros instantes se dieron como yo lo predije. Nosotros atacando y teniendo posesión del balón y de la cancha, y Arsenal metido en el arco, colgado del travesaño (porque a esa altura, ya habían dejado de ser “los de camisa blanca” o “los del Monse”. Ahora eran Arsenal) Conseguimos el uno a cero rápidamente, luego de que el de la cubana rematara violentamente al arco, y bajara de un solo saque a dos que se habían colgado del travesaño. El rebote le quedó al de alpargatas y la mandó adentro. Yo me comía las uñas que no tenía y, de tanto en tanto, lo miraba a Burruchaga para ver los gestos. Y el tipo nada. Tranquilo como un rey. Como si fuera un técnico campeón del mundo. Como si hubiera ganado la Copa Intercontinental hacía dos años. Pensar en todo eso me dio tanta bronca, que me mordí los labios muy fuerte y me empezaron a sangrar.
La cosa se puso peor cuando nos empataron. Y ahí nomás nos metieron otro. Ambos de pelota parada. Yo estaba al lado de la línea y los arengaba constantemente. Me di vuelta y le pregunté a los que estaban atrás mío si alguno tenía hora, pero nadie me respondió. Pies descalzos metió el dos a dos de cabeza y el tres a dos lo convirtió con un certero remate con su rodilla izquierda.
El sol empezó a esconderse. El partido iba seis a seis y no nos daba respiro. El árbitro-juez silbó y dijo que era momento del entretiempo. El gordo sudaba bulucas y parecía que se iba a desmayar. Sacó el celular y le ordenó a su secretaria que le trajera una gaseosa y otro choripan.
De la Sota y Juez, entre tanto, no paraban de hacer campaña. Ambos querían asegurarse de quedar bien con el que ganara el partido. El Gobernador se acercó a los de Arsenal y les prometió que iba a mover cielo y tierra para rebajar las tarifas de los celulares y que iba a contratar más policías para erradicar la inseguridad en Córdoba. También habló de arancelar la Universidad y de privatizar EPEC y agregó que iba a hacer lo posible por legalizar las prácticas sectarias del G.A.R.C.A. (Grupo Aristocrático Racista Cristiano Argentino). Juez se acercó hacia donde estábamos nosotros y nos dijo que les rompiéramos el orto a estos chetos culeados y que iba a lograr la autorización para realizar bailes de cuarteto los días miércoles y jueves. Luego se acercó De la Sota y prometió más planes trabajar y más viviendas. Juez, en tanto, fue a hablar con los de Arsenal y les dijo que los del otro equipo eran todos bolivianos e hinchas de Belgrano. Prometió, a cambio de votos, colectivos con aire acondicionado y la segunda bandeja en el Chateau Carreras.
El Presidente Kirchner tampoco se perdió la oportunidad de hacer cartel. Desde una pantalla gigante colocada detrás de uno de los arcos, felicitó a los dos equipos. Habló de las verdades del Justicialismo, de la patria, de que Perón estaría orgulloso y de que si Evita viviera sería como Cristina. Dijo que el Fondo Monetario Internacional no lo intimidaba y que necesitaba el apoyo de todos los argentinos y argentinas para derrotar al imperialismo que no se qué y que no le iban a ganar y otras cosas más. La gente le dejó de prestar atención a la pantalla y se metió de vuelta en el partido. El gordo, ahora más descansado, volvió a silbar y la pelota se puso en movimiento. Los cagábamos a pelotazos pero no podíamos romper la barrera de seis hombres que Burruchaga había parado en la línea del arco. Kirchner seguía hablando pero nadie le daba pelota y alguien agarró el control remoto y le bajó el volumen a la pantalla. Mejor así.
El partido estaba nueve a ocho a favor nuestro. El sol ya casi no iluminaba y se instalaron dos torres de iluminación para continuar el partido. Esto era más que un partido. Yo caminaba nervioso y me fumaba el penúltimo pucho de la etiqueta que me había comprado el pocho, hace no se cuantas horas atrás. Parecía que lo ganábamos, pero alguno de los fallos del árbitro no me dejaban tranquilos. El gordo venía bien, pero sospeché algo raro cuando el cuatro de Arsenal le pegó una patada voladora a uno de mis jugadores y el obeso solo se limitó a decir “siga, siga.” Después nos cobró un penal en contra cuando le pegaron un pelotazo en la cabeza al del tatuaje de La mona. El pibe se desmayó y cuando estaba cayendo al piso, la pelota le rozó la mano. El gordo silbó fuerte y decretó la pena máxima. Yo salí corriendo a increparlo y la policía se metió a la cancha para proteger al árbitro-juez. Los familiares también invadieron y por unos instantes todo fue un caos. Los canas aprovecharon para llevarse presos a muchos de nuestra hinchada. A mi me pegaron un palo en la cabeza y me mandaron de vuelta a mi lugar. Pocho (que era mi ayudante de campo) me dio una botella de agua y me consoló diciendo que las injusticias se repetían a toda escala. Como era de esperarse, el penal fue ejecutado brillantemente. A lo Burruchaga. A lo Arsenal de Sarandí. El partido estaba nueve a nueve.
Pusimos la pelota en el medio y volvimos a intentarlo. Dos tiros en los palos nos ahogaron el grito de victoria. Ellos también tuvieron las suyas con dos tiros libres que inventó el gordo y que pasaron muy cerca. Ya se estaba haciendo de noche y la gente empezó a perder interés en el partido. Los pibes seguían jugando, pero la pelota no quería entrar. La gente de T y C se acercó a hablar con el juez. Estuvieron algunos segundos o minutos, no lo sé, deliberando. El gordo dijo que, ante la falta del décimo gol, el equipo que pegue dos tiros en los palos, sería el ganador. Los del canal porteño perdían rating y eso les preocupaba.
El juego siguió pero ya casi no había llegadas a los arcos. Las piernas no daban más. Encima se me habían agotado los cambios. La luna se hizo presente. Los que ya se habían ido eran el Gobernador de la Sota y el Intendente Luis Juez. Yo no los vi, pero algunos dicen que se fueron los dos juntos y que entraron a un bar a tomar Fernet con Coca. La presión de T y C era enrome y esto obligó al gordo a determinar que el partido se resolvería con tiros desde el punto del penal. Eso fue un alivio porque mi equipo estaba demasiado cansado.
Se acercaron todos con caras transpiradas y con piernas lastimadas. Yo pregunté quiénes se tenían confianza para patear y fui anotando en un papel a todos los que levantaban las manos.

10

Kirchner seguía hablando. En la plaza quedaban algo así como cien personas. Una docena de policías se juntaron alrededor del carrito de choripanes y aumentaron su gordura. De los canales de aire, sólo quedaban los de Canal 10 que todavía estaban esperando que les trajeran un casete virgen y una batería nueva. Los del “canal número uno de deportes en la Argentina” se resistían a irse. Querían aprovechar al máximo las horas de transmisión en vivo.
Empezamos tirando nosotros. El de alpargatas le pegó fuerte y la clavó al ángulo. El siete de ellos, toque y a la red. El de cubana, puntín al medio y gol. El diez de arsenal, amague para un lado, arquero para el otro y dos a dos. Así se sucedieron. Pateamos no se cuántos penales y ninguno de los dos equipos podía sacar ventaja. Metía el gol uno y el otro también. Atajaba nuestro arquero uno y después pies descalzos la mandaba a la mierda. Pateamos y pateamos.
Burruchaga alegó que su contrato terminaba cuando saliera la luna y se las tomó. Yo le grité que era un cagón y sentí que había ganado una pequeña disputa personal. El gordo también se fue y nos dejó librado a la suerte. Cómo no podíamos definir el partido, empezamos a patear los que estábamos afuera. Los padres, los vecinos, pocho, yo, todos. Así y todo, no había caso. Parecía como si el destino quisiera un empate.
Las nubes cubrían el cielo de la ciudad de Córdoba. Se habían llevado la pantalla gigante, pero algunos aseguran de que Kirchner seguía hablando. Las torres de iluminación se apagaron y sólo la luna alumbraba la cancha. Cuando me di cuenta, me encontré pateándole un penal a pocho. A media carrera me frené y miré para los costados. “Che, pero acá no queda nadie”, le dije. Pocho se encogió de hombros y me preguntó si iba a patear o qué. Volví a tomar carrera y se la puse abajo, en la ratonera, donde los arqueros nunca pueden llegar. “En mi barrio jugaba de cinco”, le conté. El me dijo que no jugaba mucho al fútbol por un problema de asma, pero que nunca se perdía de ir a ver un partido en al villa. Nos quedamos charlando un largo rato.
En la plaza no quedaba un alma y la ciudad parecía que había vuelto a su ritmo normal. Pocho se despidió y me dijo que nos veríamos pronto. Que Córdoba es un pueblo grande, que uno siempre se vuelve a cruzar por las calles de la docta. Lo saludé y le di mi último cigarrillo. Se lo puso en la oreja y se fue caminando, lentamente, hasta que lo perdí de vista en la noche cerrada.
Me sentí solo y no entendía muy bien todo lo que había ocurrido. Necesitaba descansar y pensar en todo esto. Divisé un banco de la plaza. Me desabroché la camisa y quedé en cuero. Me saqué los zapatos, las medias y me arremangué los pantalones. Cerré los ojos y creo que me dormí.

11

El sol me despertó. Abrí los ojos y vi a unos pibes que estaban organizando un partido de fútbol en la plaza. Miré la hora: dos de la tarde. Me levanté y prendí un pucho. “Esto yo ya lo vi”, dije en voz baja. Y me fui caminando a casa, con la tranquilidad de haber tenido un día normal.