sábado, noviembre 27, 2010

Las cosas de Barrio Las Flores VII: Lluvia

Hay una constante en esta serie (por ahora corta) de relatos: la lluvia. Recién hoy caigo en que mis ganas de escribir surgen, a veces, en momentos identificables y reconocibles con los del pasado. Para ahorrar renglones de metáforas bellas que no sabría escribir, lo digo a secas: es hermoso ver la lluvia desde esta ventana.

Hoy es sábado. El día arrancó tardísimo, mejor dicho mi día arrancó tardísimo. El cielo ya venía prometiendo joda desde la madrugada. Puse pava y me senté a esperar, que es una de las actividades más sinceras y repetitivas de la vida.

Tomé medio litro de agua verde caliente hasta que el cielo dejó de histeriquear y largó sus pesadas gotas.

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El espacio entre palabra y palabra está compuesto por todo eso que nos sucede y que rotulamos como “no existen palabras para describirlo”.

Lo que sí se puede decir es que la ventana es bien amplia, que el viento empieza a mover el aire caliente de noviembre, que se genera un micro clima que abraza.

Este texto nace varias horas después. Ya no llueve, ya no sopla viento.

Me levanto de la computadora a buscar algo en la pieza. La Negra Poli y Castelli me siguen. Los miro, les pregunto/los reto ¡qué hacen acá!. Los boludos mueven la cola, ponen cara de hambre; son los perros más culiados y más hermosos del mundo. Te piden comida como el rollinga el peso para la birra. Si pasa, pasa.

Los ayudo a irse de mi pieza con una patada bien colocada en el culo del más chiquito. La Negra (más vieja) la tiene clara y se toma el palo antes. Me siento de vuelta en la computadora y los perros vuelven a echarse. Y ahí viene el momento.

Sale de la nada, como sensación impredecible. Suspendo la lectura, le subo el volumen a Gardel y le doy una mirada al paisaje gris azulado. Hablo en voz alta como loco contento ¡cómo me gusta la lluvia en este barrio!

Tan gigante como eso.

domingo, noviembre 21, 2010

La verdad de la milanesa

Fantástico documental/entrevista al Bichi. También pueden encontrar este video en el blog buenísimo de Barnes ("El bichi explica cómo es la cosa en Córdoba").
Vean por favor.


miércoles, noviembre 17, 2010

Educación

Texto escrito para el programa de radio "Y viceversa". Aquí está minímamente "literalizado", por así decirlo. ¡Abrazo!



¿Qué es la educación?
¿Es lo mismo que aprender?
¿Es lo mismo que conocer?
¿Es lo mismo que saber?
¿Cómo es ser educado?
¿Cómo es ser maleducado?
Muchas preguntas. Muchas preguntas que quieren hurgar, buscar, encontrar, molestar a las afirmaciones dadas.
El tema de hoy es la (y abro comillas) la Educación. La educación oficial, institucional, el sistema educativo, las formas en las que el Estado va a permitir (prohibir) los contenidos, los “si” y los “no” y de toda la cuestión.
Entonces el quilombo.
Pero como esos son temas de mis compañeros periodistas, yo prefiero hablar de lo mismo, pero de otra cosa. Prefiero armar una cadena de momentos. Prefiero seguir con este hilo repetitivo, con esta forma que tengo de decir una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez………

La escolaridad es la bisagra fija de los primeros recuerdos. Desde que podemos recordar hasta la finalización, si es que eso sucede, de los estudios. Las experiencias se pegan con plasticola. Uno puede olvidar la edad se ciertas anécdotas, pero ahí viene el colegio, el secundario o la universidad a salvar a las papas, a ayudar a decir “di mi primer beso cuando iba a sexto grado”;
“casi me pisa un auto en segundo año”;
“Entre primero y tercer año de la facu me la pasé de joda”.

Y así…

Mi primera señorita se llamaba Mercedes, una vieja excepcional.
Mis amigos de primaria siguen formando parte de mi vida.
En quinto grado me saqué un par de malas notas.
Firmé el libro de disciplina alguna que otra vez.
Nunca fui candidato a ser abanderado.
Siempre tenía mi guardapolvo sucio y con algún botón salido.
En primero me gustaba Eliana Carrillo. De tercero a quinto Julia Pereyro, hasta que se cambió de turno y no la pude seguir viendo. En sexto y en séptimo todas y ninguna.

Vamo, dale que ahí arrancamos:

Las americanas, los chicos la bebida, las chicas la comida.
Las chupinas, las peleas, el “te agarro a la salida”.
El moquero, el gordo, la linda, la fea, el burro, el negro, el que jugaba bien a la pelota, el que no hablaba, el chupamedias, los putos del “b”, el gritón, el copión, el preferido, las ñoñas, los que repetían, los que nunca iban a los viajes, los que tenían todos los juguetes, el que llevaba cantimplora y no convidaba porque mi mamá no me deja, el mentiroso, el falso, el amigazo, el violento, la que nunca hablaba, Adrián Bazán, el gordo Cedano, Luisito Rodríguez, Daniela Arroyo, Pablo Paiva, la García, Betiana Moreno, la gangosa Cecilia, Juanca Teresín, … todos esos nenes de la foto… todos nosotros…

Todo está atado.

En el secundario los rótulos se hacen más fuertes y más violentos. Es una etapa dura para algunos y hermosa e insuperable para otros.
Los primeros granitos, los primeros pelos en la cara, la paja, las 12, 13, 14 y hasta 15 materias.
La corbata, la camisa y el pantalón.
Las amistades, el cambio de voz, los primeros amores, los segundos desamores. Matemática, Educación Cívica, contabilidad, gimnasia, el Técnico primero y el de barrio después.
Mis viejos, mi familia, las creencias, la religión, la rebelión, las dudas, las búsquedas, las rupturas, la inocencia, la inmadurez, las pendejadas.
Las historias, las cartitas, los machetes, las piñas, las amonestaciones, el fútbol, el himno, alta en el cielo un águila guerrera, la bandera, las lapiceras, el rock y el cuarteto.
Las minas, por dios las minas, las tetas de la Rodríguez, el culo de la Laura Posse, la profe de Química, la vieja culiada de Castellano.
Música, plástica, hora libre.
El escavio, la noche, las vacaciones, los repitentes, los putos del “b”, las minas del “b”, la reincorporación, Paco, las chicas, Ávila, Barrera y Pegoraro, los diplomas, fin de año, el viaje de estudios, una página que se termina y otra que empieza a escribirse.

La facu.
La joda, las experiencias, las rupturas con argumentos, la política, las mujeres, por todos lados mujeres, el fútbol, la cancha, el alcohol, las certezas y las dudas.
Los amigos, los compañeros, las noches, el mate amargo, el estudio, las fichas que caen una tras otra, la sensibilidad, la injusticia, las marchas.
Las notas, los bochazos, los finales, parciales y recuperatorios.
El sexo, el rock, las jodas, la mejor etapa de mi vida.
Los crónicos, los troscos, los reformistas, los chinos, las agrupaciones, los partidos, los independientes y los autoconvocados.
Los chamuyeros, los fachos, los copados, los hijos de puta.
Las miraditas, el filo, el sexo. Las novias, los huesos, el amor imposible, el chamuyo eterno, el éxito y el fracaso.
Las inscripciones, los expedientes, los trámites, secretaría de alumnos, centro de estudiantes, académica, extensión y secretaría de apuntes, regularización de analítico, timbrado y comprobante de pago.
La gente, toda la gente.
Los martes de vino tinto. Los sábados de fernet.
El tiempo que va rápido, despacio, monótono, fugaz o justo.
Los primeros en abandonar, los primeros en recibirse, los huevos la harina y la pintura. Las presiones, la militancia, la vida, la adolescencia, la despreocupación.
La transición, los años en la espalda, la barba, el trabajo, la adultez, las dudas, el sistema, los burgueses, los comprometidos, los progres, los caretas, los sinceros, los hijos de mamá, la empresa de papá, los rascas, los humildes y los tacaños.
El peronismo, las certezas, el fútbol, el título, la meta lejos, cerca, imposible, alcanzable, deseada o soñada.

Y el final, ese que parece imposible, pero llega, creeme que llega.
Con la lengua afuera, o con los pulmones llenos de aire, casi todos llegan a algún lado. Se multiplican los verbos, conocemos una cantidad increíble de sujetos y aceptamos con orgullo que no somos ni perfectos ni pluscuamperfectos.
Seremos lo que fuimos y las cosas que hicimos.

martes, noviembre 09, 2010

Hasta que la muerte

Funes se levanta, mira a la ventana.
Su compañero ceba un mate, se lo alcanza en silencio.
Toman. De a uno por vez.
Juntos.
El miedo era evidente, el salto parecía gigante y el precipicio los asustaba.
Funes devuelve el porongo y apenas cruza sus ojos con los de Fernández. El flaco lo recibe, hace una mueca de angustia y vuelve a cebar para él. Recuerda, con un sorbo corto, con una mirada perdida, los nerviosismos de las rupturas, de la ubicación por fuera de los lugares comunes:
- Cuando se enteren mis viejos –dice con desesperación Fernández.
- Tenés que decirles. Sos su hijo, si te quieren te van a entender –lo consolaba Funes.
No entendieron. Ni ellos ni tantos.
Apostaron juntos, hace muchos años, a una jugada difícil y poco ganadora en un tablero hostil. Vivieron el frenesí, la locura del amor, la real y única locura del amor. La ruleta giró sin parar para ellos.
- Hablame –suplica el Flaco a su compañero.
Funes no dice nada. Deja por un rato la falsa contemplación del paisaje de la ventana y lo mira. Sigue en su silencio y vuelve a la nada de la ventana.
Los minutos lastiman, la falta de palabras, la dificultad de tantos años, de todo lo dicho, lastima. El amor, a veces lastima.
- Dame otro –pide Funes.
- Tomá.
Fernández apoya su espalda en el sillón, resignado al silencio. Sabe que está a punto de llorar, pero no lo va a hacer; se está jurando, en sucesivos diálogos en su cabeza, que no va a derramar lágrima alguna, que esta vez no.
- ¿Para qué, decime vos, para qué querés…? –pregunta Funes en un arranque sorpresivo, como soltando un globo al aire.
El Flaco lo quema con su mirada y se levanta con violencia y lo agarra con ambas manos de los brazos:
- ¡Es ahora, Carlos, es ahora! ¡¿Cuántas veces hablamos esto, cuántas veces soñamos esto?!
Fernández lo sacudió con las palabras. Y siguió:
- No te digo que seamos los primeros, ni los segundos, pero esto es nuestro, Funes, es nuestro, somos vos y yo, vos y yo.
Funes empieza a quebrarse:
- Ya sé, ya sé –dice sollozando- Yo también quiero, Flaco, yo también… pero.
Fernández no deja que los miedos avancen y besa a su compañero.
Lloran.
Juntos.
Hasta que la muerte los separe.

sábado, noviembre 06, 2010

Perdón flaco

Excelente texto de Llonto; extraido del blog del Fer.


Por Pablo Llonto

Lo que te puteamos Flaco. Las cosas que dijimos de vos cuando en la imbécil tentación del engreído revolucionario decíamos de vos, el monigote de Duhalde. Las marchas que te hicimos. Queríamos decirles a los argentinos que estabas dilapidando nuestra plata dándosela en bandeja al FMI.
Cuántas palabras envueltas en desprecio y sorna. Instruidos en las sabias esgrimas marxistas, enumerábamos los siniestros enemigos de los que te rodeabas. Casi, casi, te ordenábamos que fueses puro. Como nosotros.
En los rudos textos, en las vehementes intervenciones radiales, despedazamos tus confusas relaciones con el poder. Claro que sí, qué otra cosa era un hombre saludando a Bush con una sonrisa. No prestabas atención a nuestra pedagógica manera de llevar adelante el protocolo.
El propósito era que nos escuchases. Que leyeras nuestros volantes, nuestros afiches, nuestras banderas. Tenías que hacerte, de un día para otro, justiciero expropiador de todos los sinvergüenzas.
Tenías que rendirte ante nuestras luchas.
Queríamos ser testigos de un milagro que honrara a nuestros santos leninistas: la conversión acelerada de un político burgués a tigre trotskista, como aquel que posa en nuestros posters. Queríamos verte echando a todo tu staff, tus ministros, tus amigos, tu familia, desprendiéndote de cuentas bancarias, bienes, alquileres. Si era posible Flaco, tenías que tirar los mocasines y la birome Bic. Y desafiliarte del PJ.
Un día, Flaco, nos enteramos que hablabas en la ESMA. Que entrabas allí con las viejas y con los hijos. Pedazo de oportunista, dijimos. Luego, procuramos escuchar bien aquello que decías. "Como presidente de Argentina, vengo a pedir perdón en nombre del Estado nacional por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia tantas atrocidades".
Carajo. Exasperabas nuestra incredulidad eterna. De pronto, un presidente argentino, de la Casa Rosada, les pedía perdón a las Madres; a las mismas Madres que un tiempo atrás (diciembre 2001) habían sido gaseadas, mojadas, arrojadas a caballos por los infames de la Casa Rosada.
Ebrios de indiferencia, pensamos que debíamos aplaudir ese gesto, no más de 24 horas. No podíamos ser aventurados en el elogio. No tolerábamos que no cumplieras, una a una, todas nuestras utopías.
Ni cuando aprobaste la jubilación para los que no tenían aportes. Incluida nuestra vieja, y nuestra suegra.
Ni cuando le brindaste a Chávez, y a otros, el escenario adecuado para mandar a la misma mierda, el asesino ALCA. Ni cuando le sacaste el fútbol de las manos al pulpo eterno. Ni cuando quisiste poner un poco de justicia con la 125 cumpliendo tu máxima peronista de llegar al fifty fifty. Ni cuando desafiaste a Clarín y sus tentáculos. Ni cuando ideaste el final del monopolio de Papel Prensa.
Ni cuando impulsaste el matrimonio igualitario. Ni cuando te enojaste con las claudicaciones de la ex intachable Corte. Ni cuando apagaste las privatizaciones de Aerolíneas, el saqueo de las AFJP, el choreo macrista del Correo.
Ni cuando te extenuaron los impostores, los Alberto Fernández, los Lavagna, los Solá, los Cobos, los Pedraza.
Ni cuando apoyabas una ley que resolviera un cacho de participación en las ganancias. Ni siquiera cuando tu última opinión sobre los burócratas sindicales contenía una frase premeditada: “hay que dar con el último de los autores intelectuales del crimen de Ferreyra”. Ahora que estás en Santa Cruz, rodeado de los combativos mineros de Río Turbio que adorábamos en los 90, ahora es como un poco tarde, Flaco.
Queríamos decirte simplemente que los anarquistas somos, a veces, muy de vez en cuando, un laberinto de contradicciones. Y que pensábamos votarte. Era nuestra mínima y secreta manera de pedirte perdón.