jueves, diciembre 24, 2009

Las cosas de Barrio Las Flores IV

Primeras gotas
segundas gotas
luego incontables.



Corría y corría y corría y corría y corría y corría y corría y cor...



Las viejas
desde las ventanas
mano abierta en los cachetes
"¡las enfermedades!"

Los viejos
agua en las rodillas
las manos abiertas deteniendo el auto que se va, se iba, se quedó.

El río
improvisado
pero río
de la puerta de mi casa.

sábado, diciembre 19, 2009

Reuniones (2da y última parte)

No voy a extender ni propiciar ningún misterio así que hablaré brevemente sobre Matías Brex. Yo ingresé al colegio en cuarto año. Al llegar me sorprendió que nadie hiciera burla, que nadie molestase a Matías ya que, estaba más que claro, era bastante afeminado. Me sorprendía mucho porque el secundario puede ser muy cruel para algunos. Encima yo venía de un técnico, que era de guasos solos, donde el menor descuido te mandaba al muere. A lo mejor estornudabas en clase y a alguno se le ocurría empezar a joderte con eso hasta fin de año y la cosa se solucionaba buscando una superación de la joda insultante, o a las piñas, lisa y llanamente. Decía, entonces, que a Matías nadie le decía nada. Después me enteraría que en primer año lo hartaron tanto que las autoridades del colegio tuvieron que intervenir y cagar a pedos a todo el curso para terminar con la incómoda situación (para Matías).
Cuando llegué a la reunión saludé a todo el mundo y me senté. Como a los diez minutos de estar charlando o, mejor dicho, escuchando charlas, pregunté por Matías. El Pegoraro me miró con una cara desencajada (para hacerme entender que era un boludo) y me dijo, precisamente, "boludo, ahí está Matías". Lo miro y efectivamente, ahí estaba. No lo había reconocido. Lo saludé pensado que era el novio de Luciana Cabrera. El guaso estaba más flaco, con el pelo corto y con gel, bien pituco, toda una diva. Por lo que sé vive con un tipo, tiene una academia de baile y participó en uno de esos programas de mierda como Talento Argentino o algo así. (¡Por dios! Leo el nombre del programa, lo asocio con sus contenidos, y me cargo de bronca; pero bueno, eso podrá ser otro texto para otra ocasión).
La noche siguió su curso (6to A… (¿!)). Se armaron grupitos de charla, parejas para ir a fumar un pucho, secretitos, silla al lado de silla para ver un viejo álbum de fotos. En un momento, luego de habernos sacado una divertida foto grupal, el ahora gordo DiLucca, me decía:
- vení, vení, por favor, que quiero hablar con vos. A ver, contame. Vos me decís que estás trabajando en una fotocopiadora ¿verdad?
- Sí.
- Y que ganás ocho pesos la hora, o sea, un poco más de mil mangos al mes.
- Ajá.
- No lo puedo creer. O sea que no hacés planes para comprarte un auto, o una casa.
- Y no Lucas, la verdad que no.
- ¡No lo puedo creer! Te admiro loco.
La charla es irreproducible en forma de diálogo, pero sí puede ser contada más o menos de manera fiel. Dilucca, hoy dueño junto a sus hermanos de una empresa removedora de suelos, perforaciones, excavaciones, y demases, me mira asombrado ante mi "pobreza" económica (que tampoco es tal). No entiende, no entra dentro de sus parámetros, cómo puede vivir, alguien de mi edad, sin auto y casa propia. No me lo dice de mala manera, ni sobrando, ni nada, lo dice desde su lugar, desde lo que le tocó de chico, lo que fue y le fueron haciendo, desde el camino que él, casi con obligación, tenía que hacer en su vida.
- Qué se yo Lucas. Yo trato de ser feliz, con auto o sin auto.
Mi frase, más hippie que mi remera, era lo único que le podía decir al Lucas, a su empresa, su auto y su casa en el country.
Ya para las dos de la mañana, después de las pizzas y empanadas, el Paco y yo cargábamos con un buen estado. Yo le gritaba a mis compañeros "¡manga de putos, tomen fernét! ¿qué se hacen ahora los chetos? ¡Antes eran unos borrachos y ahora son unas mamitas!" Con una mano sosteniendo el vaso, la otra con el índice señalándolos y todo el resto del cuerpo apoyado en la pared, para que nada se derrumbara.
En total asistimos 16 ex compañeros. Faltaron muchos. Algunos, según los cálculos compartidos, viven fuera de Córdoba (Soledad Rodríguez, Soledad Salazar, Romina Lescano y Lucas Farías) de otros se perdió totalmente el rastro y un par confirmaron su presencia pero al final no fueron.
Se sabe que este tipo de reuniones pueden ser angustiantes para las almas con poca paz, para los que no pudieron o no quisieron seguir el "buen camino" del chango de clase media, del tipo que tiene 27 o 28 años y no tiene "su vida resuelta". Algunos se llenaron de guita, otros y otras se casaron y otros y otras tuvieron hijos. Esas tres categorías se alinean mágicamente en el mismo nivel para dar respuesta a la compleja pregunta "¿qué hiciste en estos diez años?" Para el sentido común argentino, para nuestra cultura, tener un hijo o casarse es hacer algo. Eso no es hacer "algo". Tuviste un hijo, te casaste, qué se yo, pero no hiciste nada. Llenarse de guita, en cambio, está más cerca de ese "algo". Yo, entonces, siguiendo esos lugares comunes, no hice nada. Fui a la facultad, conocí gente, me cagué de risa, salí en un libro (me faltó plantar un árbol), viajé a Buenos Aires amé, fui amado, ascendí a primera, volví a amar, descendía al nacional B, conocí más gente, tomé mucho pero mucho fernet, me fui a vivir con amigos, soy feliz, sigo en el nacional B y he vuelto a amar y ser amado. No tengo mucha plata, pero mi empresita funciona de maravillas.


Las chicas sacando fotos


Vanina Gardiol, Lucas Dilucca, Alejandra Herrera, el gran Paco, la Euge Magliano y la Laura Posse.

miércoles, diciembre 16, 2009

Reuniones (primera parte)

Hay un cuento de Cortazar, creo, que se llama así. Si no me equivoco (y lo más probable es que me equivoque) está en el libro Todos los fuegos el fuego. Seguramente alguno, al igual que yo, se quedó pensando y seguro, alguno al igual que yo, va a ir en busca de ese libro para ver la verdad de las cosas (fijarse en Internet sería lo más fácil, pero la búsqueda de fuentes directas sigue teniendo un atractivo único)
(48 segundos después)
Mi verdad a medias: el cuento se llama Reunión y no Reuniones y está (en eso sí le acerté) en el libro recién mencionado. Ese conocidísimo cuento habla del encuentro entre el Che Guevara y Fidel Castro en medio de la montaña durante la revolución cubana. Creo que es en la montaña. Lo leí hace mucho. Algún cortazariano podrá replicar los falsos arranques de mi memoria. No sé cómo termina (seguramente se encuentran, sino, no se llamaría como se llama) pero sé cómo empieza: "Nada podía andar peor, pero al menos ya no estábamos en la maldita lancha, entre vómitos y golpes de mar y pedazos de galleta mojada, entre ametralladoras y babas, hechos un asco, consolándonos cuando podíamos con un poco de tabaco que se conservaba seco…". La primera oración es larguísima, mejor cortarla ahí. Pienso, mientras ojeo mi librito azul (esos que venden en los saldos, los de la colección del diario La Nación) que el histérico cortazariano levantará su dedito francés para decirme "¡no, señor, ese cuento arranca con una cita del Che; y las citas son parte del cuento porque si bien son introductorias, éstas, se colocan por debajo del título, con lo cual ya integran el corpus del cuento!". El histérico tendría razón, pero a los histéricos mejor dejarlos hablando solos.
Tremenda introducción para hablar de una reunión muy alejada de una montaña (o de una sierra, más precisamente). Y ahora pienso que todo esto debería llamarse Reunión y no Reuniones… pero ya me encariñé con la introducción, así que todo quedará como está.
Mi reunión, luego de diez años de espera, empezó con un grito desaforado: ¡Jesús!, gritó desde el fondo de la mesa un ahora gordísimo Lucas Dilucca. Ahí estaba yo, nuevamente, enfrentándome a mi pasado. Dije que habían pasado diez años, una década, y la palabra década suena pesadísima, como si fuera un período histórico analizable: eso duró la fiesta menemista, los años felices de Perón, el noviazgo de mis abuelos antes de casarse, la diferencia de edad entre mis primos y el tiempo que pasé sin ver a mis compañeros de secundario desde que me egresé, en aquel lejano diciembre de 1999.
Dilucca me grita Jesús al verme entrar con barba, el pelo un poco largo, la misma flacura, un pantalón ombú y una remera, debo admitirlo, un poco hippie. Yo sonrío a todo el mundo y voy saludando uno por uno con algo de miedo, incertidumbre, rara emoción y desconcierto. ¿Quiénes son todas estas personas? Son (somos) los mismos pero más gordos, pelados, con hijos, con tetas hechas, casados.
Nervioso, me siento y me apresuro en llenarme un vaso con cerveza. Paco hace exactamente lo mismo. Sin decirlo, ambos sabemos que la noche puede resultar larga y que lo mejor es empezar a estar borrachos. La primera hora de reunión fue desastrosa: el negro Ávila haciendo chistes malísimos, risas estruendosas cargadas de nervios, todos gritando al mismo tiempo, todos hablando para no tentar al silencio incómodo. Yo hablaba poco, respondía las típicas preguntas "¿en qué andás?" o "¿te casaste?" o "¿en qué laburás?". Lentamente fuimos ganando confianza, creciendo en charla, perdiendo en ruido, recuperando recuerdos. Como siempre sucede casi por una ley natural, las gentes se van agrupando por género, así que teníamos, por un lado el polo masculino con Damián Cabrera, Pablo "el negro" Ávila, Lucas Dilucca, Andrés "cocó" Orellano, Paco, el Pegoraro, y yo. Del otro lado del meridiano de la mesa estaban Sabrina Rodríguez, Daniela Quinteros (tetas hechas), Matías Brex (ya hablaré sobre él), Luciana Cabrera (tetas hechas), Cintia Gutiérrez (quien cumpliera años recientemente) Laura Posse, Eugenia Magliano, Betiana Moreno (tetas hechas), Vanina Gardiol (tetas hechas) y Alejandra Herrera.


...continuará ... en unos días...

miércoles, diciembre 02, 2009

Puto/a(s)

Hotmail puto.
Jakers putos.
Publicitas putos.
Nerds putos.
Putos putos.

Resulta que abro mi casilla de jotmeil y me encuentro con 42 mensajes nuevos. Pienso "uh, qué bueno, seguro que es toda esa gente que me quiere" y también se me da por pensar "¿serán todos comentarios de mi último post del blog". No, ni bosta, ni siquiera. Toda porquería, basura cibernética de mails.
Hablo con Muñeco. Pesimista, pero sabe algo de estas cosas: "te jakearon la cuenta; a mi me pasó lo mismo; vas a tener que cambiar la contraseña".
La concha de la lora. Tenía razón. Después de varios días descubrí, en efecto, que alguien (o algo) accedió a mi cuenta para boludear, por negocios, porque sí, por putos, no sé.
Así que, con tremenda tristeza, abandoné mi histórica contraseña, mi hermosa contraseña.
De ahora en más dejo la tradicional: xxxxxxxx y paso a usar una nueva, esta: xxxxxxxxxx; que según los muchachos/as de hotmail es considerablemente más segura que la anterior.
¿De qué seguridad me vienen a hablar estos cretinos?