miércoles, enero 26, 2011

Convivencias





Camino
cuento las rayitas de las baldosas de casa
riego las plantas
apoyo los codos en la mesa
sostengo mi pera con ambas manos
alimento a los perros
miro por la ventana
veo la tele apagada
escribo
cuando tengo fuerzas me cocino
cuando no
me cocino
Es lo mismo que hago
cuando están ustedes
sólo que ahora
estoy solo.



domingo, enero 23, 2011

Poemita II

La vuelta de tuerca


Yo trabajo.

Transpiro, me canso.

Pero la inspiración

existe.

martes, enero 18, 2011

Poemita

Tuve una imagen de caballos sueltos
de ríos duros
de algunas libertades de viento.
Eran brazos abiertos al estallido de una red,
eran abrazos cerrados
eran corazones sueltos.

Tuve un sueño
y luego desperté.

sábado, enero 01, 2011

Comportamientos en lluvia


Al salir de casa me aferré al picaporte con fuerza, lo acaricié como lámpara mágica para que me diera respuestas. En la mano izquierda tenía el manojo de llaves. Lo hice girar un par de veces con mi dedo índice en una de las argollas. Dudé. Levanté los hombros, cerré y me fui.

Caminando por el barrio, auriculares en los oídos, las cuatro cuadras que me separan de la parada, el cielo celeste por un lado, más blanco por otro, más gris más allá. Córdoba arde y se podrían cocinar huevos fritos en el asfalto. En el colectivo hace unos 50 grados y se me pega la camisa al cuerpo.

Hay situaciones con las que (casi siempre) uno queda en off-side. Mal parado, por no saber cómo jugar, por no prestar atención, por simple boludo o vago. La misma sensación de elegir entre esta o la otra caja en el supermercado. Uno ya se la jugó y se va a aferrar a muerte. Parados, con cara de embole, vemos cómo, mágicamente, la cola de al lado empieza a avanzar y avanzar y avanzar y ese que tenía las cocas llegó después que yo y ya está pagando. Lo mismo con la decisión (generalmente económica) de optar por el colectivo y no por el taxi. Uno se sienta a ver el desfile de coches amarillos y de todas las otras líneas de bondis. Y yo a cinco metros de un paraguas, aferrado al picaporte, pensando en que no, qué va a llover justo hoy.

En el centro, con apenas la mitad de los trámites hechos, se larga la lluvia. Corro (no sé porqué, pero corro). Voy haciendo rayuela en las veredas rotísimas de la peatonal. Las viejas avanzan lentas con sus paraguas, esas potenciales armas punzantes que pegan a la altura de la cara. La gente pide bolsas y se las pone en la cabeza o haciendo pecheras, o guardan carteras, bolsos, el bulto importante que no se debe mojar. En los portales de los edificios se acodan como pueden, tratando de no pisarle la cola al perro, porque él llegó antes de la lluvia. Fuman, acurrucados. El clima les sirve para olvidarse de la ciudad por un rato y charlar entre desconocidos.

La ciudad llueve. El centro y la periferia, las mujeres y los hombres, los viejos y los niños, todos son regados por las mismas gotas. Todos iguales, todos mojados. Hay un par de nenes corren desesperados y sonrientes y una madre grita, grita y grita, que esperen, no se mojen, esperen o sino… Un caminador sereno resalta entre tanto trote. Ahí va el tipo, sin ninguna protección, caminando lentamente, dejando que la lluvia lo moje todo. Es la imagen de la libertad. Un pibe con uniforme de colegio abre su paraguas y le dice a la chica que le gusta vení, no te mojes, compartamos. La piba duda un segundo, alimenta el ruego y va. Antes que los pierda de vista alcanzo a ver que ella pasa su brazo por la espalda y lo abraza. No lo veo, pero seguro que ese pibe ya está sonriendo. Unas viejas tardan media hora en subirse a un remis. Les cuesta meterse sin mandar la pata al charco; el colectivo que viene atrás, siempre comprensivo, empieza a tocar bocinazos. Dele doña que se me moja el tapizado. Salen vendedores de paraguas por cualquier lado; juntan la moneda, paran la olla, quizás así el año nuevo les arranque mejor.

Córdoba y su gente bailan, como las gotas con el viento.

Corro el colectivo y me subo. Adentro es un sauna. Algunos vamos mojados otros secos. Empiezo a alejarme del centro y queda claro que Córdoba es una ciudad parejita: todo se inunda. Pero los barrios un poco más.

Me acerco al colectivero, me burlo del “prohibido hablar –distraer- al chofer”. El bólido atraviesa el río generando olas gigantes. El año pasado llegaba hasta acá, le digo al guaso y me señalo las rodillas. El tipo me contesta algo de la falta de desagües.

Me bajo del colectivo, cruzo el río con el agua arriba de los tobillos. Finalmente llego a casa, a salvo.

La imagen se completa conmigo fumando un cigarro, calentando la garganta con el humo del tabaco, sentado en la ventana enorme, viendo el transcurrir del agua por las calles. Pero como no fumo mi ideal se queda en esa imagen de cine, con un actor que no soy yo. Me quedan, eso sí, las palabras y las lluvias que vendrán.