viernes, febrero 11, 2011

Los años dorados

Dedicado al Drés.


Este país está hecho bosta. Si todo anduviera mejor, no te digo excelente, sólo un poco mejor, yo no tendría que hacer estas cosas que hago. No es que me disguste, no, no es eso; creo, inclusive, que ha sido un grato descubrimiento el de la escritura. Yo era un tipo común, un par de libros al año y ya. A veces una revista y el diario de los domingos. Pero cuando el negocio empezó a ir mal me encontré con mucho tiempo libre. Un amigo me recomendó un libro. Lo leí, me gustó y así empecé. Hasta encontré libros sobre mi rubro; muy interesantes la verdad. Y así fui leyendo hasta que un día me picó el bichito, me animé y me senté en la computadora a escribir. Cosas sencillas, cuentos, historias y esas cosas. Eso que odio las computadoras. No sé usarlas, no las entiendo y la Internet… la Internet es la culpable de tantas cosas. Las tecnologías nos cagaron la vida pibe. Por eso, a pesar de que me guste escribir, cambiaría todo por laburar como hace unos años. Las décadas de oro del cine. Arte puro, arte puro.
Toda esta zona estaba repleta de salas. Desde la Avenida Colón, hasta el río. Y desde General Paz hasta el Boulevard Perón, que en aquel entonces tenía otro nombre que ahora no recuerdo. Se había armado un grupo macanudo. Nos juntábamos los jueves a las siete, ocho de la tarde en el bar del Gallego, que quedaba acá a la vuelta. Ya no está más el bar. Una lástima. Cuando se murió el Gallego todo se fue a la mierda. Nos enteramos que no tenía hijos, y la mina con la que andaba, Sandra, se quedó en bolas. Convivieron unos diez años juntos, pero no había un solo papel firmado, nada. No había título de propiedad, recibos de sueldo, testamento ni hablar. Yo te estoy hablando de los ochentas. En aquel entonces las cosas eran distintas. Con los muchachos juntamos unos mangos, le conseguimos un abogado amigo para que la ayudara a pasar a su nombre el local del bar. Ahora se lo alquila a unos tipos que venden descartables, todo tipo de plásticos. Ella sigue viviendo en la piecita de arriba. Pobre. Después de eso la vimos muy poco a la Sandra.
Siento que la historia va toda pegada. Que las cosas empiezan a caerse todas juntas, como un dominó. Porque cuando se murió el Gallego nosotros estábamos bien, no te miento. El negocio funcionaba, habíamos pasado la etapa de los milicos, donde la mano se puso difícil, vivíamos una censura constante y gastábamos mucha guita pagando cometas. Algunos amigos se esfumaron, no se los vio más. Pero a pesar de eso pudimos seguir adelante. A mediados de los ochentas el negocio volvió a andar bien. Vino lo del Gallego, que nos pegó muy mal a toda la banda; lo lloramos, lo lamentamos, pero seguimos adelante. Cambiamos de bar y de día de juntada. Al poco tiempo, algunos dejaron de venir. No nos dimos cuenta, creeme, no nos dimos cuenta. Lo que fue una banda de más de quince personas terminó siendo cuatro o cinco. Uno piensa que somos todos amigos, pero con el tiempo te vas dando cuenta que solamente éramos compañeros de rubro, que no sabíamos casi nada de la vida del otro. Ojo, algunos de nosotros sí fuimos amigos. Al colorado Casas lo conozco hace una ponchada de años; conozco a la mujer y a los chicos, nos llamamos para los cumpleaños y esas cosas. Después están el Oso, el rulo Jiménez, el Polo. De ese grupo, esos se convirtieron en amigos. Me dieron una mano cuando la cosa se puso fea. Me prestaron guita y jamás, sentime, jamás me pidieron un centavo. Eso que en el ’89 la guita valía una cosa un día y al otro no era nada. No, si yo no te miento cuando te digo que este país no tiene remedio. Argentina es una mujer que te enamora, una mujer hermosa. A veces te abre la puerta, te la presta, te deja probar la miel y al año siguiente se esfuma, cambia de teléfono, de dirección y se te he visto no te conozco. Argentina es hija de puta. Pero la amo. Te darás cuenta que el uso de metáforas va siempre en una misma dirección. Y sí, son muchos años.
Uno de los primeros en abrir un cine, de animarse, fue el Gordo Salinas. Un hijo de españoles. Una leyenda en la ciudad y un manual en vida sobre cómo manejarse en el ambiente. Digamos que el Gordo Salinas inventó el ambiente en Córdoba. Abrir un cine condicionado en una ciudad tan católica, tan tradicional como es esta… Había que estar muy convencido y había que tener mucho coraje. No me acuerdo la verdad en qué año fue eso. Creo que… No, para qué te voy a mentir. Parece que el Gordo había visitado Estados Unidos y allá ya estaba muy de moda. Pero acá, nada. El cine porno, las películas, existen desde principio de siglo, eso lo saben todos. Y bueno, no conozco mucho los detalles, pero así fue como el Gordo Salinas abrió una puerta, corrió la cortinita, y empezó todo.
Yo entré al rubro de casualidad, como tantos otros. Había venido a la Córdoba a estudiar Medicina. En aquel entonces todos, o casi todos, los que venían a la Universidad tenían que trabajar, no es como ahora, ahora es más fácil. Entonces me puse a buscar laburo. Estuve unos meses en una zapatería, en el centro. Después probé repartiendo diarios: muy cansador y te pagaban muy poco. A finales de los sesentas, habrá sido en el ’69, sí, porque yo entré a laburar después del quilombo del cordobazo. Bueno, justo había dejado lo de los diarios y me salió una posibilidad de entrar a una de las automotrices que se estaban instalando en Córdoba. Hice la prueba y todo pero no me llamaban. Pasaban los días y nada. Y yo no tenía un mango. Deambulaba en lo de algunos conocidos de mi pueblo. Me daban de comer y nada más porque ninguno era millonario, todos laburantes. Un día caigo a la casa de Enrique, un chango que vivía a unas cuadras de la casa de mis viejos, que también había venido a estudiar a Córdoba. Me cuenta que había visto un cartel en un cine, necesitaban boletero para el turno de la noche. Yo pensé “bueno, agarro esto y cuando me salga lo de la fábrica lo dejo”. Resulta que era para un cine condicionado. No pagaban mal y el horario me venía bien para seguir estudiando. Acepté. De la fábrica nunca me llamaron, terminé dejando la carrera en tercer año y acá estoy.
Hice muchos conocidos, gente bien. Conocí muchas mujeres. En los ochentas, como te contaba, esto era increíble. Había más de 50 salas. Algunos tipos eran unos comerciantes; vieron la veta del negocio y se mandaron, y bueno, así terminaron. Se pensaban que esto era fácil, que vos ponías una película con un par de minas en bolas y ya estaba. Y no, esto es un arte, hermano. Nosotros, los que lo sentíamos así nos juntábamos siempre para darnos una mano, recomendarnos películas, pedir todos juntos las cintas así nos salía más barato; porque la mayoría de los rollos venían desde afuera, desde Estados Unidos. Entonces nos poníamos de acuerdo entre los muchachos y pedíamos una que nos interesara mucho y nos la íbamos prestando una semana cada uno. O sino, cuando se podía, se la dábamos a un tipo que nos hacía unas copias truchas. Eran de menor calidad pero cuando la mano se ponía fulera recurríamos a ese tipo de cosas.
Nunca me casé. Creo que mi estilo de vida no iba con el matrimonio. Al contrario de lo que muchos piensan la mayoría se calzó el anillo. En un mundo como este se habla mucho y se conoce poco. Se piensan que porque uno está en este rubro es un enfermo o un maniático del sexo. Dicen demasiadas cosas. Yo puedo poner las manos en el fuego por muchos de estos muchachos, toda gente de familia, gente bien. Lo que pasa es que acá son católicos los domingos a la mañana y los sábados a la noche tienen la cola más larga que el diablo. Y no hablo sólo de los hombres.
Estuve, eso sí, con muchas mujeres. Conviví con dos nomás. Norma, la primera, vivió conmigo los primeros años, a mediados de los setentas cuando pude juntar unos mangos y abrir mi propia sala. Estuvimos siete años y medio. Tuvimos un hijo, Manuel, y nos separamos. Ahora viven en Corrientes. Ella se casó un tipo de allá. A Manuel lo veo muy poco, las veces que viene a Córdoba de visita o cuando necesita plata, para eso sí. Un par de años después estuve con Alicia. Una piba que era más chica que yo. Empezó como secretaría, aunque hacía de todo, desde limpiar los baños hasta cobrar entradas. Anduvimos un tiempo juntos, me la llevé a vivir a mi departamento. Después la cosa se enfrió y nos separamos. No sé, creo que al final pesó mucho la diferencia de edad.
Cada vez que me siento a escribir termino hablando de tiempos pasados. No hay caso. Con Menem empezó la debacle. No fue el culpable directo, pero con eso del uno a uno empezaron a venir tipos de todos lados, con ideas nuevas y nos reventaron. Muchos se fundieron y se tuvieron que dedicar a otra cosa.
Y lo de la Internet fue el golpe de gracia. Por culpa de esa mierda perdimos muchísimos clientes. En Internet no hay arte, viejo. Acá nosotros te traemos lo mejor de lo mejor. Las mejores producciones de la industria. Gastamos un dineral. Cuando viene la gente y le cobrás quince pesos de entrada algunos te miran con cara de orto, otros pegan la vuelta y se van. Claro, pero para ver una película de Stallone pagan como veinticinco mangos en cualquiera de esos cines yanquis. Hoy por hoy cualquier pendejo se sienta en una máquina, aprende a usarla y a los quince minutos está bajando un video porno que subió otro pendejo en Noruega. ¡No hay control! Esa es una ventaja de los cines; hoy los pibes reciben influencias de todos lados y nadie lo puede controlar. No, si yo te digo, con este país…
Pero por suerte, a pesar de todo, sigo acá. La cartelera no será del mismo nivel que hace una década; ya no se pasan películas a sala llena y sólo abro desde las seis de la tarde hasta las cuatro de la mañana. Sin embargo no paso hambre, vivo bien e incluso me sobra un poquito de tiempo para escribir estas historias.
Creo que estoy en uno de esos años en los que Argentina me abre las piernas y me acepta como soy.