miércoles, agosto 27, 2014

Replegarse y salir de contra

Este texto se llama "Replegarse y salir de contra" y forma parte de una serie de relatos del Viejo Víctor Hugo. No es el comienzo, no es el final; es una parte, una de tantas otras.

Para el Líder. 


El colorado Casas. Cuarenta años, trabajador rural, enamorado. Van cuatro cervezas. Están en la mesa del viejo.
- No sé cómo encarar… -suspira el Colorado.
- Mirá –el viejo se toma unos segundos para analizar el panorama- por lo que vos me comentás el partido está jodido… Vos estás haciendo bien las cosas: atacás por la izquierda, atacás por la derecha, hacés cambio de frente, probás con enganche ¡hasta mandás a los defensores al ataque!
- ¡He hecho todo, Víctor Hugo! –tira con desesperación el Colorado.
- Tranquilo, Casas –frena, toma un trago y sigue- Mirá, hay partidos en los que uno ataca y ataca y no podés entrar. Buscás la llegada, al principio con orden, sin desesperación, pero los minutos pasan y no podés, simplemente no podes. Y entonces qué pasa. Lo de siempre: empezás a hacer cualquier cosa, a ir para adelante sin pensar, ciego. Tirás desde afuera, desde posiciones en las que en la puta vida vas a meter un gol. Y te vas cansando, fastidiando…
- No doy más –confiesa, cansado, el Colorado Casas.
- … y después está lo peor –tira el Viejo, y se manda otro trago.
- ¿¡Qué?! –pregunta desesperado.
- La tribuna. Empezás a sentir ese murmullo… -otra pausa- Mirá, Casas, te digo, yo que la viví –se lleva la mano al pecho y sigue- : el murmullo es peor que el insulto. Por lo menos el insulto se las juega y a veces, capaz, que te agranda. En cambio la indiferencia, la desazón… eso sí que es difícil de revertir.
- ¿Y qué hago, Víctor Hugo?
- Qué hacer, Casas, qué hacer…
Un jugador empieza una buena en la televisión que cuelga de la esquina. Pasa a uno, corre por la banda y termina tirando un centro a cualquier parte. Todas las cabezas del bar vuelven a lo suyo. El Colorado Casas prosigue:
- La he invitado al cine, al baile del club, a pasear en bici y nada.
- ¿Tiene hermanos la señorita?
- Sí, dos, más grandes.
- ¿Cómo te llevás con ellos?
- Bárbaro. Son compañeros de trabajo.
- Eso sirve, vas inclinando la cancha. ¿Ya los hablaste?
- ¡No! No podría, no me animaría. Tengo miedo de que se ofendan. Con todo respeto, pero ¿usted vió lo que es Silvia?
- Es una buena muchacha, una gran señorita.
- Ve lo que le digo Víctor Hugo… -dijo desahuciado el colorado. Se agarró la frente, sirvió cerveza en ambos vasos, levantó el suyo en gesto de brindis y lo limpió.
Ambos permanecieron en silencio un rato, dejando las palabras flotar en el aire de la cancha. Pasó una botella más y el viejo sintió que era momento de arrancar el segundo tiempo:
- Tenés que replegarte un poco, entregarle la cancha, entregarle la pelota si querés.
- ¿Cómo sería eso?
- Cuando tenés todo el tiempo la pelota, el equipo contrario se repliega bien atrás y no le metés un gol ni jugando con tres pelotas. Entonces qué hacés: te replegás vos, le regalás la pelota para que salgan ellos un poco, para dejarlos entrar en confianza y ahí vos tenés que pararte bien, posicionarte y hacer una jugada rápida para atacar de contragolpe.
- Dejar de buscarla un tiempo, hacerle entender que no voy a estar atrás de ella aunque esté ciegamente enamorado –afirmó, camino a convencerse el Colorado.
- Ahí vas entendiendo –sonrió el Viejo.
Y volvieron a quedar en silencio para disfrutar de otra botella de cerveza más.