domingo, diciembre 11, 2016

El arquero poeta. Segunda parte. 15° entrega


La carne cruje en la parrilla. Los guasos hablan a los gritos, hay grupitos de dos, de tres, discuten jugadas del partido, se cagan de risa, hablan de minas, del laburo, el bullicio es uno. Yo estoy sentado sin hablar, pensando en el fútbol, en la vida, en el deporte y la poesía. No sé un carajo de poesía. 

- Qué jugadón te mandaste, eh. 

El arquerito aparece por detrás, ya cambiado, camisa del año de su padre, jeans gastadísimos, alpargatas. Parece un guaso de pueblo. No hay ironía en sus palabras. Me está felicitando sinceramente. Se sienta a mi lado, manotea un Toro, el sifón de soda y se hace un cincuenta y cincuenta. 

- Gracias, loco –digo con resignación. 

Quedamos un rato sin hablar, conociéndonos desde el silencio, como se conocen los hombres, sin necesidad de decir tanto. Miramos y escuchamos al resto de los guasos. La felicidad hecha grito. Todos se agarran para la cagada, todos se ríen. 

- ¿Así que sos amigo de Carrizo? –pregunto por preguntar. 
- Sí, de la facu. 

Bebemos en silencio. Falta media hora para el asado. Se demoró más de lo habitual porque no sé qué cosa con el carbón que es una mierda, que está mojado. El arquero golpea las palmas de sus manos contra las piernas, como tomando impulso para levantarse:

- ¿Fumamos una seca? –me pregunta. 

Y sí, obvio. Nos levantamos. Nadie nos sigue. Nadie se percata de nosotros. Nos vamos a la vueltita. Es increíble, somos dos treintañeros, escondiéndose para fumar una seca, como si fuéramos delincuentes. El arquerito saca un cigarro armado, el palito de la selva, muerde una punta, escupe el papel, muerde la otra, escupe, saca un Bic rojo y le da chispa, no prende, lo agita, vuelve a darle rosca, una llamita muy tímida sale del artefacto mágico, se apaga, encendedores de mierda, le hago campana con mis manos y finalmente prende. Delicioso aroma que baña el aire fresco de una noche fresca. Fuma dos secas y me lo pasa, antes tose, una vez y otra, está gargantero, eh, digo. Él asiente tomándose el estómago mientras tose con fuerza. Me río y fumo. Toso yo también. Me bajo la poquita cerveza que me queda en el vaso. Le convido al arquero, que se ha olvidado su sodeado  en la mesa. 

- Está bueno –digo alabando sus flores y le devuelvo el cigarro. 

A los dos minutos ya nos sentimos más amigos. El arquero poeta se llama Andrés, le dicen Finito, dice que ataja desde siempre, que trabaja en no sé qué pero que estampan remeras. Es la primera vez que voy a charlar con un poeta. No sé ni qué mierda preguntarle. 

- ¿Así que sos poeta? –soy chotaso, doble clik, acceso directo. 
Finito se ríe. 
- Sí, algo así. Escribo poesía. Laburo como cualquier otro, pago las cuentas, voy a la cancha, juego al fútbol y escribo poesía –responde, como quitándole importancia a las etiquetas. 
- ¿De qué sos? –no puedo mantener una conversación seria con nadie. 
- De La Gloria. 
- Ah.
- ¿Vos?
- De Las Flores. 
- ¿Vienen más o menos, no?
- Y, mitad de tabla. No somos un desastre pero estamos lejos de ser protagonistas. 
- Vi el partido contra Boca; jugaron flojo –comenta el guardavallas.  
- Sí, perdimos bien, pero el árbitro no nos cobra el penal ese antes que termine el primer tiempo. Capaz que si descontábamos la historia hubiera sido otra, pero bueno, nos terminamos comiendo tres. Este torneo ya está perdido. Tenemos que tratar de ganar por lo menos dos partidos para no terminar tan abajo. ¿Y ustedes? 
- Y, viste cómo es Instituto. Los dirigentes se chorean todo todo el tiempo. 

La charla futbolera se suspende cuando escuchamos que nos llaman desde el quincho. Finito apaga la brasa con un poquito de saliva y vamos. Tic, una gota en el índice. Entramos al quincho como campeones, con euforia. We are the champions, my friend. 

- ¡¿Ya estamos listos?! –pregunto aplaudiendo. 
- No, falta un ratito, vamos a sacar una foto –dice Maxi. 

Siempre hay un boludo que quiere filmar todo, sacarle fotos a todo para después subir a Facebook y contarle a todo el mundo su vida, minuto a minuto. Me embola. Todos posamos. Yo le hago cuernitos a Maxi: tomáporpelotudo. Los cuernitos no pasan de moda, siempre va a haber algún imbécil, como yo, que va a arruinar la foto. Antes tenía más sentido: sacabas una foto, una sola foto que tenía que perdurar para toda la eternidad; muchos meses después terminabas el rollo, de 24 o de 36, yo siempre compraba de 36, llevabas a revelar, pagabas una fortuna y recibías 24 fotos, o 36, o menos, porque a veces salían menos por lo que fuere; y ahí está el boludo, con los dos deditos levantados detrás de alguien que sonríe ingenuamente, inocentemente, sin saber que tiene a un guaso atrás cagándose de risa, agarrándolo para la cagada. Estoy en todos esos álbumes de kodak, de Fuji, de Agfa, siendo el mismo desconsiderado. Estoy orgulloso de mí. Click, dos o tres flashes del celular gigante de Maxi. Ve la foto, me ubica instantáneamente, es lo primero que hace cada vez que estoy en una foto: 

- ¡Dale, pelotudo, siempre hacés lo mismo, culiado! –grita ofuscado. Yo sonrío y sacamos otra. En esta me porto bien. 

Devoramos el asado, comemos como animales que somos. Nos emborrachamos un poco. La felicidad es algo más o menos parecido a esto. 

jueves, julio 07, 2016

"Fútbol". El hombre que quería escribir 14° entrega.


Fútbol

Podés saltar de un trampolín, batir un record en patín, 
podés hacer un gol y podés llevar tu nombre al cielo, 
o puedes ser un gran campeón, jugar en la selección…

Hay momentos en la vida de un hombre en el que las cosas suceden de una manera única, casi diríamos, mágica. Cuántas tardes soñando con un partido perfecto, con una gambeta endiablada, con un movimiento veloz de mis piernas. Todas esas jugadas han sido imaginadas una y otra vez, una y otra vez; engancho, lo hago pasar de largo al defensor, se la pico al arquero, o si no le pego con el empeine derecho y la clavo al ángulo, probablemente en el último minuto de un partido clave, para ganar el campeonato o para salvarnos del descenso; el árbitro nos estuvo bombeando todo el tiempo, hemos perdido dos o tres hombres por expulsión, el equipo confía en mí, cualquiera que la agarra se da vuelta y me busca a mí, al capitán, al referente, tomá gordo, salvanos las papas, sos el único que puede ponerse el equipo al hombro; me han cagado a patadas pero siempre me he levantado, tengo sangre en las rodillas y en la cara también, producto de un codazo, vamos 1 a 1 o mejor aún: 2 a 2, no queda nada, hay tribuna, sí, y está repleta, claro, la gente confía en su equipo y en su capitán; están las banderas con mi nombre, con mi rostro, con una letra de Los Redondos, esa grande, la que más me gusta: fue mi único héroe en este lío; el equipo está en un lío, definitivamente estamos peleando abajo, hundidos en el barro, falta casi nada para mi gol, para el estallido, para que corra hacia el alambrado a fundirme en un abrazo con la hinchada, con la querida hinchada que siempre me bancó, en las buenas y en las malas, se escucha el griterío, los cantos que se confunden, apilados unos arriba de otros, gritos, puteadas, festejos, más gritos, insultos, ¡dale, pelotudo! ¡Largala ya! ¡Gordo, gordo! Las voces suenan conocidas, las palabras también: ¡Gordo! 

- ¡Gordo! ¡La concha de tu madre! –grita el Máquina. 

Estoy en el medio de la cancha por sacar. Creo que vamos 1 a 1. Van diez minutos del partido. El gol de ellos fue por moco mío. Clásico: quise salir jugando, quise acercar mis sueños a la realidad, y esas fotografías nunca suelen coincidir. 

Toqué cortito con el Máquina, un cuarentón que parece haber sido bastante mejor jugador de lo que es ahora, pasa que el escabio, las lesiones en la rodilla y la vida… 

El partido fue desarrollándose bastante parejo; nos cagamos a goles un rato largo pero sin sacarnos ventajas. Yo seguía atrás, condenado a destruir el juego antes que a crearlo. ¿Fui alguna vez mejor que esto? Cuando podía correr más rápido zafaba, ahora me la patean para adelante y me pasan. La concha de su madre. Cualquier muerto me pasa. Estoy podrido de estar siempre acá abajo, aburrido, sin tocar la pelota, reventándola a cualquier parte por miedo a que me la roben. Yo tendría que jugar como el Negro Jefe, que juega abajo o de cinco, pero que siempre pasa al ataque. Qué huevos que tiene el Negro. Ahí va el máquina, toca para Ernesto, hacen la pared, devolución para el Máquina, remata al arco, sale un tirito y la pelota se le escurre por entre las piernas al arquero poeta. Gol. Cierto que ataja el flaco este. Cuando haya un tiro libre lo voy a patear yo. 

Sacan ellos. Carrizo patea al arco desde mitad de cancha para tratar de sorprender. La pelota pasa cerca. Pablo me la da a mí. Cada vez que recibo la pelota todos se ponen un poco nerviosos. Nacho, que juega para el otro equipo, se me viene al humo. No sé muy bien qué pasa en ese momento porque apoyo mi suela derecha en la pelota, la acaricio para mi izquierda y lo hago pasar de largo. En ese momento en vez de escuchar palabras de aliento sólo escucho un ¡largala! No pienso largarla manga de culiados. La gloria es mía. Corro hacia la mitad de la cancha. Carrizo me cubre el pase porque yo siempre intento despojarme de la pelota. Todo mi cuerpo siente la energía de los mejores: del Diego, del Bocha, hasta del Charro Moreno. Amago largarla hacia la izquierda y paso por la derecha, y arranca el Gordo, genio del fútbol mundial y va tocar para Burruchaga, pero no, en vez de eso, vuelvo a patearla para adelante para pasar al muerto del Primo, la pelota va dando saltitos, estoy cerca del área, del arco, del arquero, me queda para mi pierna derecha, preparo el cañonazo, que salga adonde salga, que explote y que mueran los que tengan que morir, he salido desde mi área hacia el otro continente, he demostrado que la tierra es redonda, que hay vida más allá del horizonte, que la cancha no es cuadrada y que no está sostenida por cuatro elefantes, hundo mi pierna y le pego con toda, la pelota sale a toda velocidad, el arquero pone las manos casi como cubriéndose, pero la pelota viene con tanta fuerza que lo tira al piso, así y todo la saca, y queda boyando ahí cerca, viene el Negro Jefe corriendo y la empuja a la red. 

Gol.

Gol del Negro Jefe. 

Se escuchan dos o tres puteadas: bajen, culiados / no estamos marcando nada / callate si vos te erraste dos goles solos. Y así. 

Nunca puedo concretar nada. El arquero poeta, se levanta sacudiéndose la tierra, me mira, lo miro y me asiente  con la cabeza en un lenguaje universal: buena, loco, jugadón. Le devuelvo la mirada: gracias, buena atajada la tuya. Vuelvo al trotecito a mi lado del campo pensando que los sueños me convienen mucho más. 

No he salvado a nadie del descenso. Es de noche y nadie mira nuestro partido. 

jueves, mayo 19, 2016

El hombre que quería escribir. "Arquero poeta" 13° entrega.


La mano, la salvación, vino, como tantas otras veces, del fútbol. Nacho, es un compañero de facultad de Sergio. Una vez al mes aparece por el fútbol de los miércoles. Juega en cualquier lugar de la cancha y lo hace bastante mal en todos lados. Pero es un chango pasado de piola y siempre es recibido con una sonrisa, se queda a los asados, nunca hace problemas cuando algún desubicado se va de mano con las compras y hay que poner dos Roca o Evita sobre la mesa, mira fútbol, algunos partidos de primera, con lo cual sus opiniones tienen, al menos, un  mínimo fundamento, un respaldo: a ese partido lo vi en casa y ese Mancuello es horrible, por ejemplo. No como el mentiroso de Maxi que opina sobre todo y no ve nada, simplemente le pone su sello personal a cualquier tema que se esté hablando, sea de fútbol, política, mujeres, autos, asado o drogas. Juega mal al fútbol, no sabe nada de política, sus novias son unas idiotas, tiene un auto caro al que no sabe cómo cambiarle una cubierta, hace feos asados y no se droga. Pero es del grupo y lo seguirá siendo. Nacho no es el del grupo pero le pasa el trapo al otro salame. 

- ¿Viste el flaquito aquel que está estirando? –me dijo Nacho mientras nos hacíamos los que sabíamos elongar en el medio de la cancha. 
- ¿Cuál, aquel? –señalé con el mentón a un petisito escuálido que estaba jugando en la cancha de al lado. 
- No, boludo, al nuestro, el arquerito.
- ¿Y ese quién es? –pregunté. 
- Creo que es un amigo de Carrizo. Como hoy faltan varios él se encargó de invitar a algunas caras para tratar de ser por lo menos seis contra seis. 
- Vos lo conocés entonces –siempre pongo reparos con traer gente nueva, que nadie conoce, que te puede arruinar los miércoles ancestrales por calentón o canchero o llorón o muertazo. 
- Lo vi un par de veces, sé quién es, nos tenemos de vista. 
- Pará, pará, pará: ¿lo que me estás queriendo decir es que te gusta el arquerito? –dije imitando la voz de Fantino. 
- No, boludo –dijo Nacho riéndose e iniciando la segunda etapa de nuestro frío precalentamiento. 

Comenzamos a trotar como dos pendejas ojotas de 15 años a las que las obligaban a hacer gimnasia en el secundario y no tenían ni siquiera la mínima destreza física para correr. Así corremos hoy. Así corren los que pasaron los 30 y tienen un cuerpo como el mío. Ahora bien, cuando la jugada pide ataque, tenemos la gracilidad de un animal de presa, somos veloces, intrépidos y temerarios. Si alguien frenara todo en ese instante tendríamos la delicadeza de una estatua de un dios griego. O por lo menos eso creo y por eso sigo yendo al ataque cuando la jugada no lo pide, dejando el fondo de mi defensa desprotegido, sabiendo que tengo casi todos los números comprados para que me la roben y nos calven un gol. 

- Ese arquerito, así como lo ves, es poeta –dijo Nacho tratando de cambiar el aire. 
- ¿Poeta? 
- Así es. 
- Es la primera vez que me cruzo con un escritor que juegue al fútbol. Pensé que era el único –dije mirando hacia el arquerito. 
- ¿Vos, escritor? ¡Déjate de hinchar los huevos, gordo!
- Eh, en serio, posta, estoy empezando a escribir. 
- ¡¿Qué has escrito che gordo caradura?! –dijo haciendo montoncito con la mano. 
- Todavía nada. Pero me estoy moviendo, recolectando información, escuchando historias de la gente. 
- ¿Y por qué no charlás después en el asado con el arquero? Capaz que tenga algo para decirte –aventuró. 
- ¿Qué va a tener para decir aquel otro? Es arquero, nacho, ar-que-ro. 
- Sí, pero un arquero poeta –dijo y metió un pique corto que a mí me dejó fuera de carrera.

Ya estaban casi todos en la cancha. Dos rezagados hijos de puta se cambiaban con lentitud al costado de la cancha. No les importa nada. Ni la hora, ni el resto de los boludos que estamos corriendo hace media hora para no acalambrarnos en la primera jugada, ni nada. Ellos se cagan de risa, se ponen los botines, se fuman un pucho. El arquerito pelotea con Maxi. Casi todas van afuera; las que no, al medio. Se suma el Negro Jefe, agarra una de aire y le mete un balinazo que le da vuelta las manos, pero alcanza a sacarle el tiro, se va por arriba. El diminuto arquero se levanta lleno de tierra, trota hasta el alambre, busca la pelota y la lanza desde atrás del arco hacia mi lugar; pica defectuosamente; me lleva tres movimientos pararla y acomodarme; la adelanto un poco, estoy lejos, le doy otro toquecito más y estoy unos metros afuera del área grande, por el costado derecho; le pego con toda, e inexplicablemente va hacia al arco, hacia el ángulo, hacia esa red hecha mierda que no contiene nada. Golazo. No vale nada pero empecé ganando. Sonrío. Señalo hacia arriba, imito festejo. 
Lo voy a entrevistar, sólo que él todavía no lo sabe y voy uno a cero desde el vestuario. Vuelvo a sonreír con mis manos en jarra sobre mi camiseta de Las Flores ajustada sobre los rollos. 

- ¡Bien, boludo! –grita el arquerito y todos se ríen. 

Este recién llega y ya me agarra para la cagada.  
Uno a uno. Soy horrible. No aguanto ningún resultado. La concha de su madre. 

viernes, abril 22, 2016

Los Lanzallamas. 12° entrega


Para el guaso que me lo pidió en un asado memorable en Belgrano. 

Los lanzallamas

La frase me había quedado rebotando en la cabeza. Llegué al call y lo segundo que hice fue poner la frase en google. Lo primero: el mate. Hace como 8 años que trabajo en la misma multinacional de mierda y soy una especie de inimputable. No es que hago lo que se me da la gana pero casi. Se puede tomar café, gaseosas, energizantes y, como tantos, merca en el baño, pero mate: ah, eso sí que no. El mate está asociado a la vagancia. Por culpa de un par de gordas que a las diez de la mañana deciden hacer su descansito en su siempre estatal trabajo la liga el mate, y de paso los criollitos. Nadie puede tomar mate en el call, salvo yo.
  • -          ¡Por prepotencia de trabajo! –exclamé mientras cargaba agua caliente del dispenser.


Armé mi pequeño guetto: mate, termo, bombilla, un paquete de Porteñitas. Inicié sesión, como todos los iguales días de mi vida. Mientras esperaba miraba mi pequeño mundo a los que los genios le llaman Box. Box es caja. Somos un montón de cajitas en una gran caja. Un par de recortes pegados, cronogramas de trabajo, números, internos, un escudo de Las Flores y una foto de un viaje a las sierras que hicimos con la banda hace ya muchos años.
Resulta que los Lanzallamas es una novela de un tal Roberto Arlt. Que apellido raro: Arlt. Ni siquiera se puede pronunciar: arrrlllllltttt. Resulta que la frase que da vueltas por mi cabeza corresponde al prólogo de los Lanzallamas. No sé si entiendo todo pero de algún modo me vuela la cabeza leer lo que dice.
Con Los lanzallamas finaliza la novela de Los siete locos.
Estoy contento de haber tenido la voluntad de trabajar, en condiciones bastante desfavorables, para dar fin a una obra que exigía soledad y recogimiento. Escribí siempre en redacciones estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana.
Digo esto para estimular a los principiantes en la vocación, a quienes siempre les interesa el procedimiento técnico del novelista. Cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier parte. Sobre una bobina de papel o en un cuarto infernal. Dios o el Diablo están junto a uno dictándole inefables palabras.
Este tipo me habla directamente a mí.  A mí que soy un principiante en la vocación, un joven escritor al que le está costando tanto escribir.
Pasando a otra cosa: se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia.
¿Cómo escribiré yo? Seguramente mal porque todavía no he escrito ni una hoja de literatura. ¿Le gustará a mi familia, a mis amigos las cosas que voy a escribir? Roberto parece haber sufrido las mismas cosas que yo. No lo conozco pero ya lo quiero.
El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un "cross" a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y "que los eunucos bufen".
El porvenir es triunfalmente nuestro.
Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes, frente a la "Underwood", que golpeamos con manos fatigadas, hora tras hora, hora tras hora. A veces se le caía a uno la cabeza de fatiga, pero…. Mientras escribo estas líneas pienso en mi próxima novela. Se titulará El Amor brujo y aparecerá en agosto del año 1932.
Y que el futuro diga.
Quedé tildado mirando la pantalla, el mate a mi lado, el murmullo del call center, el ruido de las máquinas, los pequeños universos en cada box. ¿Quién es este tipo? ¿Tendrá el Perro algún libro de él?
  • -        -   ¡No se puede tomar mate che! –sentí a mis espaldas.


El pelotudo de Reynoso. Me di vuelta, lo miré, no dije nada y volví a mirar la pantalla.
  • -          - ¿Vinimos de mala onda hoy? Es una broma, che –volvió a decir en tono bromista.


No entiendo, la verdad no entiendo. Jamás le he dado una señal a Reynoso como para que él crea que me cae bien. Jamás. Pero él insiste. Pobre estúpido. Igual, Reynoso es uno más. Sé que le molesta que tome mate por eso siempre trata de hacer notar mi indisciplina. Le molesta saber que ahí son todos iguales, todos robots con auriculares, y yo, el crónico del call, el mala onda que casi no habla con nadie pueda tomar mate.
  • Necesitás algo Reynoso? –dije sin sacar la mirada de la pantalla.
  • Son las ocho y media y no has hecho una sola llamada. Así no vamos a llegar al objetivo y no nos van a pagar el premio por productividad.


Detesto a la gente metida.
El premio por productividad. Esos son los inventos de los cráneos que visten camisa salmón, pantalón de vestir ajustado, zapatos con puntas ridículas, peinado cuidado, sin barba o con barba cuidada, reloj cuidado, celular grande, ego gigante, pito chico. A los genios les piden motivación para la tropa, una zanahoria en una caña de pescar y que todos los conejitos corramos tras ella, corramos hasta morir, hasta morir de hambre o de cansancio. Cada tanto sueltan la zanahoria para que nos matemos entre todos por algo de alimento. Hemos corrido tanto, tanto que la cabeza ya no piensa y acá ya nadie ve al de lado, al que está en el otro box; es un conejo, como vos, como yo. El premio por productividad. Qué tipo pelotudo que es Reynoso. Se ponen la camiseta de la manera más detestable.
  • -      Hacé como quieras, flaco –dice con un tono que intenta ser agresivo y se queda en eso, porque no tiene huevos ni para mandarme a la mierda, que es lo que merezco hace años. Y me dice flaco, a mí, que soy todo lo contrario a flaco. ¿Será irónico? La ironía es para los inteligentes.
  • -        ¡Fuerza, Reynoso, que este año lo ganamos! –digo, riendo.


Arlt seguía ahí, esperando en mi pantalla. El mate se había puesto tibio y amargo. Di un primer sorbo que costó tragar. No hay nada más amargo que el mate muy amargo.
Hay una foto de Arlt. Tiene cara de culiado. Pero de los culiados que me agradan. ¿Le habrá gustado su trabajo a Roberto? ¿Escribir es un trabajo? ¿Se puede vivir de escribir? ¿A quién mierda le pagan por escribir? ¿Si empiezo a escribir alguien va a venir a darme plata, un sueldo y me va a decir “tomá, quiero una novela para noviembre, son tres meses, te doy tanto ahora y el resto cuando me la entregues”? No creo que haya nadie acá al que le pueda preguntar. Preguntarle al Perro será la cuestión.
Lo mejor era llamarlo y lo llamé. Sonó dos veces y atendió.
  • -          ¡Perritoooo!
  • -          Gordaaaaaa.
  • -          ¿Cómo andás?
  • -          Bien, acá ando. ¿Vos? ¿Haciendo de cuenta que laburás?
  • -          Para mayor seguridad su llamada puede estar siendo grabada.
  • -          Cierto, cierto. ¿Qué necesitás?
  • -          Cuchame, ¿conocés a un tal Roberto Arlt?
  • -          Sí, claro, jugó de 5 en Rosario Central en los noventas.
  • -          ¿En serio? Hay un escritor que se llama igual.
  • -          Sos muy idiota, Gordo. No hay ningún jugador con ese apellido, de hecho no hay nadie con ese apellido salvo él. 
  • -          Siempre tuviste una ilimitada capacidad para hacerme sentir un boludo.
  • -          Gracias.
  • -          De nada. ¿Entonces lo tenés al tipo?
  • -          Más vale que sé quién es. De hecho nos hicieron leer Los Siete locos en el secundario. Sólo que vos no  lo leíste y me copiaste el trabajo.
  • -          Ah. Qué lástima… Debería haber hecho mejor las cosas y hoy quizás sería un mejor escritor.
  • -          Y sí, macho. Pero no es tarde todavía. Deberías leer algún libro. Empezá por las Aguasfuertes Porteñas. Son relatos cortos, periodísticos que el tipo escribió por los años treinta.
  • -          ¡Viejazos!
  • -          Sí, viejazos pero vigentes. Haceme caso.
  • -          Bueno, te dejo porque lo veo al pelotudo de Reynoso hablando con Conci. Y me está mirando. Y creo que vienen para acá.
  • -          Hacelo cagar al boludo ese  de Reyn…


Y corté cuando el Perro empezaba a ladrar. Abrí un par de planillas al azar, como para fingir trabajo. Conci lo palmeó en el hombro al botonazo y vino para acá.
  • -          Pibe –dijo a modo de saludo, Conci.
  • -          Eduardo, cómo va –Conci se llama Eduardo, y es como una especie de jefe.
  • -          Bien, che.
  • -          Perfecto –dije como por decir algo.
  • -          Acaba de venir Reynoso a botonearte. Dice que no has hecho una sola llamada desde que iniciaste sesión.
  • -          Eso no es cierto. Acabo de colgar con alguien.
  • -          Bueno. Tratá de que no te vean al pedo. Vos sabés que con vos está todo bien, que sos de los que más tiene antigüedad. A Reynoso no me lo banco pero es tan botón que puede llegar a generar quilombos en la tropa –dijo y estiró el brazo abarcando a todo el ejército de orejas con auriculares.


Conci me cae bien. Entramos casi en la misma época. Sólo que él hizo muy bien su tarea y comenzó a ascender hasta ser encargado de un grupito de personas y luego de un grupo ya más grande hasta ser el encargado de todo un batallón de soldados de la multinacional. Es de los pocos que siguió siendo una buena persona. El día que al pelotudo de Reynoso lo asciendan se me van a terminar los privilegios, estoy seguro. Va a ir por mí. Va a empezar la cacería de brujas, van a poner un cartelito: se busca, vivo o muerto. Van a proscribir mi nombre, mis ideas, mi rostro, el mate.
Por el momento yo sigo acá y Reynoso allá.
Voy a ser escritor. El porvenir es triunfalmente mío.  Y que el futuro diga.