La carne cruje en la parrilla. Los guasos hablan a los gritos, hay grupitos de dos, de tres, discuten jugadas del partido, se cagan de risa, hablan de minas, del laburo, el bullicio es uno. Yo estoy sentado sin hablar, pensando en el fútbol, en la vida, en el deporte y la poesía. No sé un carajo de poesía.
- Qué jugadón te mandaste, eh.
El arquerito aparece por detrás, ya cambiado, camisa del año de su padre, jeans gastadísimos, alpargatas. Parece un guaso de pueblo. No hay ironía en sus palabras. Me está felicitando sinceramente. Se sienta a mi lado, manotea un Toro, el sifón de soda y se hace un cincuenta y cincuenta.
- Gracias, loco –digo con resignación.
Quedamos un rato sin hablar, conociéndonos desde el silencio, como se conocen los hombres, sin necesidad de decir tanto. Miramos y escuchamos al resto de los guasos. La felicidad hecha grito. Todos se agarran para la cagada, todos se ríen.
- ¿Así que sos amigo de Carrizo? –pregunto por preguntar.
- Sí, de la facu.
Bebemos en silencio. Falta media hora para el asado. Se demoró más de lo habitual porque no sé qué cosa con el carbón que es una mierda, que está mojado. El arquero golpea las palmas de sus manos contra las piernas, como tomando impulso para levantarse:
- ¿Fumamos una seca? –me pregunta.
Y sí, obvio. Nos levantamos. Nadie nos sigue. Nadie se percata de nosotros. Nos vamos a la vueltita. Es increíble, somos dos treintañeros, escondiéndose para fumar una seca, como si fuéramos delincuentes. El arquerito saca un cigarro armado, el palito de la selva, muerde una punta, escupe el papel, muerde la otra, escupe, saca un Bic rojo y le da chispa, no prende, lo agita, vuelve a darle rosca, una llamita muy tímida sale del artefacto mágico, se apaga, encendedores de mierda, le hago campana con mis manos y finalmente prende. Delicioso aroma que baña el aire fresco de una noche fresca. Fuma dos secas y me lo pasa, antes tose, una vez y otra, está gargantero, eh, digo. Él asiente tomándose el estómago mientras tose con fuerza. Me río y fumo. Toso yo también. Me bajo la poquita cerveza que me queda en el vaso. Le convido al arquero, que se ha olvidado su sodeado en la mesa.
- Está bueno –digo alabando sus flores y le devuelvo el cigarro.
A los dos minutos ya nos sentimos más amigos. El arquero poeta se llama Andrés, le dicen Finito, dice que ataja desde siempre, que trabaja en no sé qué pero que estampan remeras. Es la primera vez que voy a charlar con un poeta. No sé ni qué mierda preguntarle.
- ¿Así que sos poeta? –soy chotaso, doble clik, acceso directo.
Finito se ríe.
- Sí, algo así. Escribo poesía. Laburo como cualquier otro, pago las cuentas, voy a la cancha, juego al fútbol y escribo poesía –responde, como quitándole importancia a las etiquetas.
- ¿De qué sos? –no puedo mantener una conversación seria con nadie.
- De La Gloria.
- Ah.
- ¿Vos?
- De Las Flores.
- ¿Vienen más o menos, no?
- Y, mitad de tabla. No somos un desastre pero estamos lejos de ser protagonistas.
- Vi el partido contra Boca; jugaron flojo –comenta el guardavallas.
- Sí, perdimos bien, pero el árbitro no nos cobra el penal ese antes que termine el primer tiempo. Capaz que si descontábamos la historia hubiera sido otra, pero bueno, nos terminamos comiendo tres. Este torneo ya está perdido. Tenemos que tratar de ganar por lo menos dos partidos para no terminar tan abajo. ¿Y ustedes?
- Y, viste cómo es Instituto. Los dirigentes se chorean todo todo el tiempo.
La charla futbolera se suspende cuando escuchamos que nos llaman desde el quincho. Finito apaga la brasa con un poquito de saliva y vamos. Tic, una gota en el índice. Entramos al quincho como campeones, con euforia. We are the champions, my friend.
- ¡¿Ya estamos listos?! –pregunto aplaudiendo.
- No, falta un ratito, vamos a sacar una foto –dice Maxi.
Siempre hay un boludo que quiere filmar todo, sacarle fotos a todo para después subir a Facebook y contarle a todo el mundo su vida, minuto a minuto. Me embola. Todos posamos. Yo le hago cuernitos a Maxi: tomáporpelotudo. Los cuernitos no pasan de moda, siempre va a haber algún imbécil, como yo, que va a arruinar la foto. Antes tenía más sentido: sacabas una foto, una sola foto que tenía que perdurar para toda la eternidad; muchos meses después terminabas el rollo, de 24 o de 36, yo siempre compraba de 36, llevabas a revelar, pagabas una fortuna y recibías 24 fotos, o 36, o menos, porque a veces salían menos por lo que fuere; y ahí está el boludo, con los dos deditos levantados detrás de alguien que sonríe ingenuamente, inocentemente, sin saber que tiene a un guaso atrás cagándose de risa, agarrándolo para la cagada. Estoy en todos esos álbumes de kodak, de Fuji, de Agfa, siendo el mismo desconsiderado. Estoy orgulloso de mí. Click, dos o tres flashes del celular gigante de Maxi. Ve la foto, me ubica instantáneamente, es lo primero que hace cada vez que estoy en una foto:
- ¡Dale, pelotudo, siempre hacés lo mismo, culiado! –grita ofuscado. Yo sonrío y sacamos otra. En esta me porto bien.
Devoramos el asado, comemos como animales que somos. Nos emborrachamos un poco. La felicidad es algo más o menos parecido a esto.
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