miércoles, julio 16, 2014

Día 33. Final de viaje, final de todo.

La tristeza va amainando. Todavía está, claro, y seguirá estando, seguramente, en la cajita de recuerdos. Al principio era un horizonte de tristeza en la llanura, en la pampa que tenemos en el interior de nuestras cabezas. No había nada más que ese final, allá a lo lejos, donde el sol se muere. Y empezamos a caminar, poquito a poco, cansados, arrastrando los pies, hablando nada, pensando todo, masticando la pena de la derrota. Y fue el camino, el mismo camino recorrido el que fue aplacando un poco el dolor, doblando los pliegues de la memoria, para empezar a mirar ese horizonte con esperanza. Volvemos a casa y eso nos pone felices. Es que se extraña mucho nuestra patria cordobesa.

La derrota pegó duro en todos. La horrible sensación de tristeza colectiva te envolvía el cuerpo. Recibíamos los mensajes desde Argentina: “la gente festeja: orgullo por el equipo”. Pero en ese momento, en Río de Janeiro, estábamos lejísimo de cualquier tipo de festejo. Ni siquiera pudimos detenernos a llorar porque a falta de un par de minutos empezaron las corridas, volaban reposeras, botellas, en una playa oscura donde se mezclaba la desesperación, la bronca y el dolor. La gente perdía su calzado, algunas pertenencias y se perdían entre ellos. Una mierda. Y pudo ser peor. 

Hoy es martes. Viajamos en el Leoncito por rutas sinuosas y empiezan a volver los recuerdos felices y empezamos a hablar entre nosotros. Sin dudas elijo quedarme con los tres días que pasamos en el Sambódromo, entre argentinos que estaban ahí, como nosotros, felices. Mucha camaradería, mucha buena leche y alegría. Los cinco guasos que venían de Buenos Aires en un Citroën de los buenos, los tres de Mar del Plata, la pareja de viejos porteños que se vinieron con la hija, el novio y una empleada de ellos que es santiagueña, los cuatro pibes de Córdoba, de Poeta Lugones, que se subieron a un autito y manejaron casi sin parar hasta Río, los negros de Morón, que se vinieron en un bondi de línea, un urbano, cargado de colchones, Caetano, un brasilero muy piola que había ido a sacar fotos al Sambódromo, y mil caras más de las que no recuerdo su nombre. Creo que fue el compartir desde el fútbol un ambiente de buena onda fue lo que hizo todo tan mágico.  Porque uno tiene sus espacios colectivos en cada club pero acá había, además de la argentina, miles de camisetas de clubes de todo el país, hombro a hombro, brindis a brindis. Sentir que podíamos llevarnos más que bien entre nosotros hacía que flotara en el ambiente una buena energía. 

Comimos asados de varias parrillas, chupamos escabio de mil vasos, nos abrazamos, cantamos, nos cagamos de risa, con toda esta gente que antes desconocida pero que portaba la misma camiseta y los mismos colores en el corazón. Es inexplicable la felicidad que sentí esos tres días. Con eso elijo quedarme, con esos días. Ahí estaban los miles de kilómetros recorridos, el sacrificio, el aguante de los que nos esperan en Córdoba. No trajimos la copa como habíamos prometido, no habrá autobombas por las calles ni un aplauso colectivo pero dimos todo, les juro que dimos todo, más de lo que pensábamos. 

Y ahora volvemos. Tenemos más de mil kilómetros hechos al momento de escribir esto  y seguramente haremos mil más al momento en que este intento de crónica llegue a la pantalla. Volvemos para el abrazo extrañado, para el beso, para la palmada en la espalda y para la ronda de fernet en ese ansiado asado, donde sentados en una reposera y con una sonrisa en la jeta y en los ojos empecemos a contar todo esto que vivimos, que de tan hermoso pareció un sueño. 
Nos vemos allá. Gracias por todo. 

P.D: ya estamos en Argentina, en tierras correntinas. A más de 1000km de Córdoba pero en nuestra casa grande. 

Con esto elegimos quedarnos:



jueves, julio 10, 2014

Día 29. Semifinales

Fue perfecto. Todo fue perfecto.
Eran las 2 de la mañana, aun con las pupilas dilatadas y el cuerpo cansadísimo, seguíamos repitiendo “fue perfecto”.

Todos duermen en la combi, todos menos Finito y yo, Lisandro y el copiloto. Somos ocho ahí arriba, atravesando un camino sinuoso que nos lleve de vuelta a Paraty. Hay mucho silencio durante el viaje y cada tanto Finito me mira, luego de muchos minutos de estar pensando y me dice “lo de Mascherano hoy fue increíble”. Charlamos sobre eso, apilamos recuerdos del partido y volvemos al silencio, a mirar por la ventanilla, a seguir recordando algo de todo, del partido, del viaje, de los argentinos, de los brasileros. Y así. Cada tanto algo del equipo, de los penales, del bar, de todo lo consumido.

El partido no termina nunca pero tiene comienzo.

El martes Lisandro nos confirmó: “vamos en la combi. Somos ocho. Los busco a las 7 en punto”. Los despertadores sonaron a las 6.30. Mate, mochilita y lo de siempre. Venimos viajando cada 4 días y el procedimiento se va aceitando.
A las 8.20 tenemos registrado el primer fernet. Mierda. Si así empezamos… El viaje fue perfecto. Ondeando banderas celeste y blanca en esa patria que un día antes había recibido la humillación más grande de su historia. El número 7 ha adquirido un nuevo sentido para siempre.
La combi, una de esas hermosas Volkswagen terroristas, la de los Libios en Volver al Futuro, la de los hippies yanquis, la “Gloria”, de Silvina y Santiago que recorre Latinoamérica, se bancó de manera impecable el viaje.
La combi y la banda

Entramos a San Pablo. Estacionamos y empezamos a ambientar. El resto de los viajantes, ansiosos o con otras ganas, decidieron entrar al Fan Fest a las dos y pico de la tarde. Y la banda de Kero-Fino-Gringo se quedó haciendo la previa afuera. Fue nuestra mejor decisión. Tomamos fernet cerca de uno de los ingresos, nos encontramos con gente conocida, charlamos, nos cagamos de risa y fuimos contemplando cómo una ciudad comenzaba a ser tomada por miles y miles de guasos con camiseta celeste y blanca. Hermoso.
A las 4 intentamos entrar al Fan Fest. Ingreso cerrado. Está hasta las manos. No importa, nos vamos a un bar: la segunda buena decisión. Nos sentamos a dos metros de un televisor, con cerveza helada. A los pocos minutos eran miles de argentinos buscando desesperadamente un bar ante el cierre de las puertas del Fan Fest. Las calles estaban inundadas.
El televisor tenía una calidad de imagen rara. Sentí que tenía las mismas características de la imagen de un cine y era como si estuviera viendo “Héroes II”, el del Mundial 90. Para confirmar que no estaba loco le pregunté a Fino y él vio exactamente lo mismo que yo. Era una señal...
Durante 120 minutos estuve con el cuello hacia arriba mirando esa pantalla. Dentro del bar se vivió un ambiente imposible de reproducir. Las sensaciones vienen como olas, te bañan, se van y vienen otras y otras. Gente que lloraba. Gente que gritaba. Gente ebria.
Cuando Maxi Rodríguez metió su penal el bar estalló. Abrazos y más abrazos, con Kero, con Finito, con Ernesto, con cuatro porteños que acababan de llegar a San Pablo y con ustedes, les juro que con ustedes. Esas explosiones de emoción no pasan casi nunca en la vida de uno. Abrazando a tipos que no conocía, diciéndole “¡hace un mes que estoy acá, hace un mes, loco!”. Y llorando. Porque no podíamos parar la emoción, porque es cierto, hace un mes que estamos acá y ese penal tocando la red tiró a la mierda todos los diques que a veces te contienen una bola de cosas en el pecho. Y lloro mientras escribo esto porque es uno de los momentos más felices de mi vida, porque todavía recuerdo esa plaza, ese bar, los mensajes de texto de mi hermana, el aguante de la Alichu, el mes de convivencia con Finito y el Kero, el cansancio, el gasto de dinero y la esperanza que tuvimos cuando decidimos hacer este viaje.  

Escribo esto en el Leoncito, mientras atravesamos una ruta lluviosa, rumbo a Río de Janeiro, donde nos espera una final, una después de tantos años. Se espera una invasión argentina. Vengan, nosotros vamos haciendo el fuego, manteniendo esa llama que prendimos hace un mes y todavía no se apaga.


Finito mira por la ventanilla. Luego me mira: “fue perfecto, todo fue perfecto”. 

Dos guasos y nosotros

martes, julio 08, 2014

Día fuera de serie

Qué difícil.
Partido histórico.
Cada gol fue cambiando ese texto que fui escribiendo en mi cabeza. Iba imaginando las frases que ya estarían inundando el facebook. Y cada gol fue modificando el ingenio burlista.

Es mucho, demasiado.
Vimos el partido en le camping, con Ronaldo. El primer gol tempranero nos trajo a la memoria la paliza que nos comimos en el 2010. Pero la ráfaga de seis minutos no tiene antecedente en mi memoria. Y en semifinales. Y a Brasil. Y jugando en Brasil.
La gente se empezó a ir de la cancha. Pero la mayoría se quedó. Igual, muchas veces el público que va a los partidos de la selección es una mierda. Pensemos en la gente que va al Monumental cuando juega Argentina. Ante cada gol alemán se tiraron petardos. Es difícil interpretar eso. Por un lado a los brasileros les encanta tirar cuetes pero ¿era irónico? ¿es de borrachos? ¿es que no les importa realmente una mierda y se están cagando de risa mientras prenden la mecha de un estruendo? ¿Será que dijeron "y ahora qué mierda hacemos con todo esto"?
La marca les quedará
para siempre
y seguramente se la haremos recordar siempre.
Con la goleada consumada le pregunté a Ronaldo:
- Si le ganamos a Holanda y llegamos a la final ¿quién preferís que gane, Argentina o Alemania?
- Alemania, es lo mismo que te va a decir cualquier brasilero.

Me quedo pensando en su respuesta.
Mientras, la tele sigue pasando la típica imagen de la minita brasilera llorando en la tribuna.
Esto no es real. Esto es una telenovela.
Y recién empieza.

 "¡Noooooooooooooooo, estamos en la B, estamos en la B!"


domingo, julio 06, 2014

Día 25: Argentina vs Bélgica


Anoche me abrazaba la cabeza y las imágenes, las posibles imágenes, se me venían todas juntas. Estoy seguro que a mis dos compañeros les pasó lo mismo. 
Que vamos a Río, que vamos a Brasilia (“vos estás en pedo”), que vamos a una playa, que vamos a una isla, que nos quedemos en lo de Ronaldo. Nos quedamos en lo de Ronaldo, pero hagámosla bien; es cuestión de redireccionar el gasto. Pensemos: venimos gastando toda la guita en traslados, peajes y en alojamiento. No comemos nada, no nos compramos ni un agua, puro fernet. Nos merecemos el goce del consumo de comida y bebida. 
Sí, nos quedemos en el camping entonces. 
Concentramos la noche anterior. A dormir temprano. Un buen desayuno era indispensable. Mate, pan con dulce de leche. Gracias, Alichu. Una picada y encontrar lo más parecido a un asado en este país que no sabe nada de asados. Será cerdo, una traición, como pedir milanesa de pollo, pero quedó comprobado que acá a la vaca acá la alimentan con hoja de palmera o no sé qué porque tiene un gusto espantoso. 
Picada, previa y luego partidazo. Gran juego de Argentina, hasta en los momentos en los que se replegó. Los belgas no generaron casi nada y nosotros podríamos haber metido uno más, aunque el 1 a 0 no viene mal. Vamos de menor a mayor. 
Y hoy el número está en todas las redes sociales en todos los noticieros, en todos los discursos, en todos los que hablan y no sabían el número exacto hasta que lo repitieron hasta el hartazgo: 24. Sí, 24 años sin pisar el hermoso suelo de las semifinales. Desde el 90, ese que Brasil está llorando hasta hoy (?) Costó mucho el final de la carrera del Diego. Y vino el 94 con un dolor que no cicatriza nunca. El 98, 2002, 2006 y el 2010. Cuando uno lee los números se le vienen  la cabeza todas las eliminaciones, la forma en la que fuimos eliminados, cómo llegábamos, qué mundial veníamos jugando, y cómo nos sentimos el puto día en que nuevamente quedábamos afuera. 
Y acá estamos, de vuelta por jugar 7 partidos del Mundial. 
El partido había terminado con victoria pero nosotros decidimos jugar unos 400 minutos suplementarios por si acaso, para sellar el resultado. Empezamos a hacer el asado cuando terminó el partido. Comimos, pusimos La Mona, y nos sentimos como si estuviéramos en la casa del Finito, comiendo un asado, tomando fernet y, lo dicho, escuchando a La Mona. El festejo se fue extendiendo y Costa Rica y Holanda pisaron la cancha y vivimos el partido como locos, alentando por los Ticos, obvio. El pase de los naranjas se dio en el mejor escenario posible: 120 minutos de juego y penales. Eso empieza a sumar en el físico de los jugadores. 
Ya era de noche. Van a venir Guada y Lisandro con los dos hermosos hijos: la Male y Tomás, a comer un pollo al disco. Compras, cocinar, comer nuevamente como Ásterix y Obelix. 
Y en algún momento la noche más silenciosa y la ducha y empezar a intentar dormir. 
¿Cómo hacer para dormir ahora? 
Con todo lo que he soñado despierto tengo miedo de cerrar los ojos 
y conformarme sólo con descansar
 este cuerpo cansado. 


Con el tele, nuestro gran compañero de emociones

                                              Con Lisandro, Guada, Tomás y Malena. 


jueves, julio 03, 2014

Dia del partido. San Pablo. Nos sobran huevos

Escribo estas líneas desde el auto, con una sensación novedosa de placer. Cómo ponerlo en palabras. El auto es un gran lugar para cronicar. No por el auto en sí sino por la sensación de los dedos moviéndose mientras viajamos, mientras avanzamos hacia algo, mientras recorremos la distancia. La música, la charla de los que van adelante, que llega como olitas, como olitas de mar. A la izquierda selva. A la derecha océano Atlántico.
El despertador sonó a las 5 de la mañana. Seis horas de viaje, mínimo, eso nos dijeron. Estaba durmiendo como nunca. Los perros no habían ladrado, la naturaleza estuvo tranquila por la noche. Pero el despertador sonó. La puta madre, más le vale a Zabaleta que juegue bien. Tiramos un montón de cosas que no usamos nunca en el baúl, agua caliente, mate, unas galletas. Esas galletas donadas por la Alichu serían nuestro  único alimento desde las 6 de la mañana a las 5 de la tarde.
El camino, como todos los caminos que venimos recorriendo es impresionante. Muy sinuoso, como todos los caminos, o más. Caímos en los tentáculos de un embotellamiento pero salimos. Primera batalla ganada. Tenemos GPS y  mapa pero parece que estamos destinados a perdernos en todos lados, San Pablo no fue la excepción. Ciudad gigante, ciudad de mierda.
Perderse pone a prueba el temple del grupo. Yo generalmente viajo atrás y mi energía y paciencia son limitadas. Ante eso entro en silencio, que es lo que mejor puedo hacer. Para qué explicar lo que es estar manejando como pelotudos adentro de una ciudad en la que no te entienden una mierda, y cuando te entienden se invierte la situación y es uno el que no entiende nada. Generalmente somos nosotros los que no entendemos nada. La ciudad busca vencernos, con sus carteles en idiomas extraño, con sus callecitas siempre sinuosas pero no lo logra, finalmente, después de preguntar ciento cincuenta veces, llegamos.
Llegamos al Fan Fest, la fiesta de los fanáticos, lugar al que siempre escribí como Fun Fest, que vendría a ser una fiesta divertida. Podrían ser sinónimos, pero a quién le importa eso ahora. Sigo. Miles de argentinos y miles de policías, militares, guardias de seguridad y brasileros. Brasileros de mierda, no pueden parar de venir a los partidos de Argentina a alentar por el rival. Dan ganas de cagarse a trompadas. Controles muy estrictos. Maldita sea. Paso yo con la mochila, adentro un fernet, una  coca y una botella con hielo. La misión parece imposible, ningún hombre puede realizar tal tarea, sólo alguien con nervios de acero, con temple de hierro, con unas agallas tremendas, con una belleza inigulable (?)con una valentía de los grandes hombres como San Martín, Maradona, Chuck Norris o Jim Phelps, de Misión Imposible. Ahí fui, mochilita adelante, metiendo el pecho con mi camiseta celeste y blanca. Las mujeres decían “no podrá, es imposible”. Los niños decían “¡es una obvni, es un ave, es un avión!”. El aire se cortaba con una gillete. Vestía pantalones de Belgrano, camiseta patria, lentes oscuros y una cara de pelotudo atroz. A la jugada la podrán pasar mil veces por la televisión, desde todas las tomas, con todas las tecnologías en la repetición pero nadie podrá entender cómo se pudo realizar una gambeta de esas características. Fernet adentro del Fan Fest, Argentina 3 – FIFA 1. Tres fernet ingresados en la cueva de los dragones. Tenemos el honor, porque somos caballeros, de darle como válido el gol del descuento al enemigo por ser descubiertos preparando uno en el baño del fan fest de Belo Horizonte, donde dos orangutanes con cara de malos nos hicieron abrir las mochilas. Amablemente nos invitaron a irnos, amablemente eh. Nos fuimos por nuestra propia voluntad.
Preparamos en la clandestindad el primer fernet patrio en tierras enemigas. Ya era hora, sonaban los himnos, nuestra canción tarareada. El silbatazo, comienza el partido y la  puta madre que los parió. Dos horas de sufrimiento. Qué difícil están los partidos. Me gustaría que el equipo intentara jugar un poco más. Mal o bien pero jugar. Otra victoria más sobre la hora, otra vez con un golazo y otra festejo alocado abrazando camisetas celestes y blancas, y otro grito a los putos esos que tienen más miedo que la mierda de quedarse afuera de su propio mundial. No vamos a dar nombres de países para no herir suceptibilidades. Del partido, para qué decir más. ¿Y ustedes?
Nos preguntamos cómo se estará viviendo allá, en casa. Los mundiales tienen esa fuerza de frenar todo, de poner un paréntesis al día, a la rutina y cada mundial es diferente, por las sedes, los horarios y los 4 años entre uno y otro. ¿Se estarán comiendo un asado los guasos de la cooperaria? ¿Habrá algún cliente rompe bolas que quiera su almuerzo en el Café del Alba en el minuto 110 del partido? ¿Cómo lo estarán viviendo nuestros amigos allá? Estar acá es un sueño pero siempre te queda un deseo de estar con tu gente. Estuve en el Monumental el día que ascendimos y la alegría de estar ahí era indescriptible pero la gente a la que quería abrazar estaba copando las calles, festejando con fernet, cuarteto y asado. Acá pasa algo parecido. Nos abrazamos fuerte para tratar de abrazarlos a todos. Igual, estamos haciendo todo bien. No se preocupen. Nosotros damos todo.

Finalmente comenzamos el lento regreso a casa. Manejamos hasta Bertioga, ciudad costera. Dormimos, despertamos y seguimos. Frenada estratégica en Caraguatatuba (posta, así se llama) Almuerzo, mar, vermut y sol. El día se oscurece, temprano, cuando en casa todavía es hora de merienda. La ruta, siempre sinuosa, se va poniendo negra. Volvemos, llegamos, con la convicción de haber hecho bien los deberes. Estamos en cuartos, nuestra bisagra histórica. Nos sobra esperanza.