jueves, diciembre 24, 2009

Las cosas de Barrio Las Flores IV

Primeras gotas
segundas gotas
luego incontables.



Corría y corría y corría y corría y corría y corría y corría y cor...



Las viejas
desde las ventanas
mano abierta en los cachetes
"¡las enfermedades!"

Los viejos
agua en las rodillas
las manos abiertas deteniendo el auto que se va, se iba, se quedó.

El río
improvisado
pero río
de la puerta de mi casa.

sábado, diciembre 19, 2009

Reuniones (2da y última parte)

No voy a extender ni propiciar ningún misterio así que hablaré brevemente sobre Matías Brex. Yo ingresé al colegio en cuarto año. Al llegar me sorprendió que nadie hiciera burla, que nadie molestase a Matías ya que, estaba más que claro, era bastante afeminado. Me sorprendía mucho porque el secundario puede ser muy cruel para algunos. Encima yo venía de un técnico, que era de guasos solos, donde el menor descuido te mandaba al muere. A lo mejor estornudabas en clase y a alguno se le ocurría empezar a joderte con eso hasta fin de año y la cosa se solucionaba buscando una superación de la joda insultante, o a las piñas, lisa y llanamente. Decía, entonces, que a Matías nadie le decía nada. Después me enteraría que en primer año lo hartaron tanto que las autoridades del colegio tuvieron que intervenir y cagar a pedos a todo el curso para terminar con la incómoda situación (para Matías).
Cuando llegué a la reunión saludé a todo el mundo y me senté. Como a los diez minutos de estar charlando o, mejor dicho, escuchando charlas, pregunté por Matías. El Pegoraro me miró con una cara desencajada (para hacerme entender que era un boludo) y me dijo, precisamente, "boludo, ahí está Matías". Lo miro y efectivamente, ahí estaba. No lo había reconocido. Lo saludé pensado que era el novio de Luciana Cabrera. El guaso estaba más flaco, con el pelo corto y con gel, bien pituco, toda una diva. Por lo que sé vive con un tipo, tiene una academia de baile y participó en uno de esos programas de mierda como Talento Argentino o algo así. (¡Por dios! Leo el nombre del programa, lo asocio con sus contenidos, y me cargo de bronca; pero bueno, eso podrá ser otro texto para otra ocasión).
La noche siguió su curso (6to A… (¿!)). Se armaron grupitos de charla, parejas para ir a fumar un pucho, secretitos, silla al lado de silla para ver un viejo álbum de fotos. En un momento, luego de habernos sacado una divertida foto grupal, el ahora gordo DiLucca, me decía:
- vení, vení, por favor, que quiero hablar con vos. A ver, contame. Vos me decís que estás trabajando en una fotocopiadora ¿verdad?
- Sí.
- Y que ganás ocho pesos la hora, o sea, un poco más de mil mangos al mes.
- Ajá.
- No lo puedo creer. O sea que no hacés planes para comprarte un auto, o una casa.
- Y no Lucas, la verdad que no.
- ¡No lo puedo creer! Te admiro loco.
La charla es irreproducible en forma de diálogo, pero sí puede ser contada más o menos de manera fiel. Dilucca, hoy dueño junto a sus hermanos de una empresa removedora de suelos, perforaciones, excavaciones, y demases, me mira asombrado ante mi "pobreza" económica (que tampoco es tal). No entiende, no entra dentro de sus parámetros, cómo puede vivir, alguien de mi edad, sin auto y casa propia. No me lo dice de mala manera, ni sobrando, ni nada, lo dice desde su lugar, desde lo que le tocó de chico, lo que fue y le fueron haciendo, desde el camino que él, casi con obligación, tenía que hacer en su vida.
- Qué se yo Lucas. Yo trato de ser feliz, con auto o sin auto.
Mi frase, más hippie que mi remera, era lo único que le podía decir al Lucas, a su empresa, su auto y su casa en el country.
Ya para las dos de la mañana, después de las pizzas y empanadas, el Paco y yo cargábamos con un buen estado. Yo le gritaba a mis compañeros "¡manga de putos, tomen fernét! ¿qué se hacen ahora los chetos? ¡Antes eran unos borrachos y ahora son unas mamitas!" Con una mano sosteniendo el vaso, la otra con el índice señalándolos y todo el resto del cuerpo apoyado en la pared, para que nada se derrumbara.
En total asistimos 16 ex compañeros. Faltaron muchos. Algunos, según los cálculos compartidos, viven fuera de Córdoba (Soledad Rodríguez, Soledad Salazar, Romina Lescano y Lucas Farías) de otros se perdió totalmente el rastro y un par confirmaron su presencia pero al final no fueron.
Se sabe que este tipo de reuniones pueden ser angustiantes para las almas con poca paz, para los que no pudieron o no quisieron seguir el "buen camino" del chango de clase media, del tipo que tiene 27 o 28 años y no tiene "su vida resuelta". Algunos se llenaron de guita, otros y otras se casaron y otros y otras tuvieron hijos. Esas tres categorías se alinean mágicamente en el mismo nivel para dar respuesta a la compleja pregunta "¿qué hiciste en estos diez años?" Para el sentido común argentino, para nuestra cultura, tener un hijo o casarse es hacer algo. Eso no es hacer "algo". Tuviste un hijo, te casaste, qué se yo, pero no hiciste nada. Llenarse de guita, en cambio, está más cerca de ese "algo". Yo, entonces, siguiendo esos lugares comunes, no hice nada. Fui a la facultad, conocí gente, me cagué de risa, salí en un libro (me faltó plantar un árbol), viajé a Buenos Aires amé, fui amado, ascendí a primera, volví a amar, descendía al nacional B, conocí más gente, tomé mucho pero mucho fernet, me fui a vivir con amigos, soy feliz, sigo en el nacional B y he vuelto a amar y ser amado. No tengo mucha plata, pero mi empresita funciona de maravillas.


Las chicas sacando fotos


Vanina Gardiol, Lucas Dilucca, Alejandra Herrera, el gran Paco, la Euge Magliano y la Laura Posse.

miércoles, diciembre 16, 2009

Reuniones (primera parte)

Hay un cuento de Cortazar, creo, que se llama así. Si no me equivoco (y lo más probable es que me equivoque) está en el libro Todos los fuegos el fuego. Seguramente alguno, al igual que yo, se quedó pensando y seguro, alguno al igual que yo, va a ir en busca de ese libro para ver la verdad de las cosas (fijarse en Internet sería lo más fácil, pero la búsqueda de fuentes directas sigue teniendo un atractivo único)
(48 segundos después)
Mi verdad a medias: el cuento se llama Reunión y no Reuniones y está (en eso sí le acerté) en el libro recién mencionado. Ese conocidísimo cuento habla del encuentro entre el Che Guevara y Fidel Castro en medio de la montaña durante la revolución cubana. Creo que es en la montaña. Lo leí hace mucho. Algún cortazariano podrá replicar los falsos arranques de mi memoria. No sé cómo termina (seguramente se encuentran, sino, no se llamaría como se llama) pero sé cómo empieza: "Nada podía andar peor, pero al menos ya no estábamos en la maldita lancha, entre vómitos y golpes de mar y pedazos de galleta mojada, entre ametralladoras y babas, hechos un asco, consolándonos cuando podíamos con un poco de tabaco que se conservaba seco…". La primera oración es larguísima, mejor cortarla ahí. Pienso, mientras ojeo mi librito azul (esos que venden en los saldos, los de la colección del diario La Nación) que el histérico cortazariano levantará su dedito francés para decirme "¡no, señor, ese cuento arranca con una cita del Che; y las citas son parte del cuento porque si bien son introductorias, éstas, se colocan por debajo del título, con lo cual ya integran el corpus del cuento!". El histérico tendría razón, pero a los histéricos mejor dejarlos hablando solos.
Tremenda introducción para hablar de una reunión muy alejada de una montaña (o de una sierra, más precisamente). Y ahora pienso que todo esto debería llamarse Reunión y no Reuniones… pero ya me encariñé con la introducción, así que todo quedará como está.
Mi reunión, luego de diez años de espera, empezó con un grito desaforado: ¡Jesús!, gritó desde el fondo de la mesa un ahora gordísimo Lucas Dilucca. Ahí estaba yo, nuevamente, enfrentándome a mi pasado. Dije que habían pasado diez años, una década, y la palabra década suena pesadísima, como si fuera un período histórico analizable: eso duró la fiesta menemista, los años felices de Perón, el noviazgo de mis abuelos antes de casarse, la diferencia de edad entre mis primos y el tiempo que pasé sin ver a mis compañeros de secundario desde que me egresé, en aquel lejano diciembre de 1999.
Dilucca me grita Jesús al verme entrar con barba, el pelo un poco largo, la misma flacura, un pantalón ombú y una remera, debo admitirlo, un poco hippie. Yo sonrío a todo el mundo y voy saludando uno por uno con algo de miedo, incertidumbre, rara emoción y desconcierto. ¿Quiénes son todas estas personas? Son (somos) los mismos pero más gordos, pelados, con hijos, con tetas hechas, casados.
Nervioso, me siento y me apresuro en llenarme un vaso con cerveza. Paco hace exactamente lo mismo. Sin decirlo, ambos sabemos que la noche puede resultar larga y que lo mejor es empezar a estar borrachos. La primera hora de reunión fue desastrosa: el negro Ávila haciendo chistes malísimos, risas estruendosas cargadas de nervios, todos gritando al mismo tiempo, todos hablando para no tentar al silencio incómodo. Yo hablaba poco, respondía las típicas preguntas "¿en qué andás?" o "¿te casaste?" o "¿en qué laburás?". Lentamente fuimos ganando confianza, creciendo en charla, perdiendo en ruido, recuperando recuerdos. Como siempre sucede casi por una ley natural, las gentes se van agrupando por género, así que teníamos, por un lado el polo masculino con Damián Cabrera, Pablo "el negro" Ávila, Lucas Dilucca, Andrés "cocó" Orellano, Paco, el Pegoraro, y yo. Del otro lado del meridiano de la mesa estaban Sabrina Rodríguez, Daniela Quinteros (tetas hechas), Matías Brex (ya hablaré sobre él), Luciana Cabrera (tetas hechas), Cintia Gutiérrez (quien cumpliera años recientemente) Laura Posse, Eugenia Magliano, Betiana Moreno (tetas hechas), Vanina Gardiol (tetas hechas) y Alejandra Herrera.


...continuará ... en unos días...

miércoles, diciembre 02, 2009

Puto/a(s)

Hotmail puto.
Jakers putos.
Publicitas putos.
Nerds putos.
Putos putos.

Resulta que abro mi casilla de jotmeil y me encuentro con 42 mensajes nuevos. Pienso "uh, qué bueno, seguro que es toda esa gente que me quiere" y también se me da por pensar "¿serán todos comentarios de mi último post del blog". No, ni bosta, ni siquiera. Toda porquería, basura cibernética de mails.
Hablo con Muñeco. Pesimista, pero sabe algo de estas cosas: "te jakearon la cuenta; a mi me pasó lo mismo; vas a tener que cambiar la contraseña".
La concha de la lora. Tenía razón. Después de varios días descubrí, en efecto, que alguien (o algo) accedió a mi cuenta para boludear, por negocios, porque sí, por putos, no sé.
Así que, con tremenda tristeza, abandoné mi histórica contraseña, mi hermosa contraseña.
De ahora en más dejo la tradicional: xxxxxxxx y paso a usar una nueva, esta: xxxxxxxxxx; que según los muchachos/as de hotmail es considerablemente más segura que la anterior.
¿De qué seguridad me vienen a hablar estos cretinos?

domingo, noviembre 29, 2009

Lo lindo de ser feliz en casa


El histórico y siempre disponible "Boquita" Guyón se hizo cargo de Belgrano hasta...


Para hablar siempre de lo mismo mejor callar. Mejor llamarse al silencio hasta que algo sacuda lo conocido. Y que Belgrano gane y que encima haya jugado bien no es cosa de todos los días; entonces me autoconvoco a las palabras y vuelvo a las crónicas de días celestes y soleados.
Este es el partido que yo vi/viví. De esta manera abro la(s) puerta(s) de todas las opiniones, de todos los ojos que estuvieron en el estadio, de todas las patas que saltaron, las gargantas que se agitaron, y que venga el viento y que lleve y traiga lo que quiera, lo que le plazca. Alguno manoteará algo, como hojas de otoño y las guardará como verdad.
El primer mensajito de texto sonó temprano, a eso de las once de la mañana: "Donde comemo el asado?" El Gringo Fede estaba seguro que al levantarse tendría, por lo menos, cuatro llamadas perdidas y nueves mensajes violentos, con severos insultos, con interrogantes similares a los que él planteó a las once de la mañana, cuando se levantó y vio su casilla vacía. Le respondí que mi casa estaba siempre dispuesta, pero que esta vez yo no iba a mover un dedo para comprar la carne, carbón, pan, verdura, Fernet(*), coca, etc. Al final, como buenos compañeros, dividimos tareas y todos contentos.
Hubo asado, hubo Fernet(*), hubo cantos previos y hubo un nuevo hincha. Sí, porque convencimos a un santafecino amigo para que se calzara la celeste y nos acompañara (por primera vez en su vida) a una cancha de fútbol. Creemos que fue una de las cábalas y le prometimos que le pagaríamos una parte del pasaje para el último partido de local contra los putos de Quilmes.
Entramos rápido porque había poca gente. Los que también entraron rápido en el partido fueron los de Merlo, porque nos clavaron un gol apenas empezado el juego. Un lateral de mierda, la defensa que duerme, el delantero que pone el botín con los ojos cerrados y gol. Un puñado de jugadores abrazándose y de vuelta esa sensación de mierda de ser humillados en nuestra propia casa. Hago un breve paréntesis: la imagen de los jugadores visitantes festejando es de lo más triste en el fútbol de estos días, en el fútbol de las categorías de abajo (no tan abajo, como el Argentino A). Si uno está distraído, borracho, cantando, charlando, comprando una gaseosa, meando en el baño, mandando un mensaje de texto o chamuyando a alguna mina, puede suceder que jamás se entere de que el rival marcó un gol. La red visitante se infla y no hay sonido que te haga dar cuenta del gol, o sí, el no-sonido, el silencio frío y duro, el peor de los silencios: el nuestro.
Así, sin merecerlo, Merlo se puso uno a cero. Digo sin merecerlo porque a mi parecer Belgrano no estaba jugando tan mal e incluso no dejó de hacerlo después del gol en contra. Y el premio llegó a los 23 minutos: después de una serie de amagues que dejaron a dos defensores en ridículo, desbordó el "Picante" Pereyra, metió el centro atrás y Mariano Aldecoa la tocó solo frente al arquero para marcar el empate. Ambos jugadores, de a poco, y con buen juego, me van callando la boca con los apodos: Pereyra parece ser ese "Picante" de Unión de Santa Fe y Aldecoa deja de ser "Flancito" para ser sólo Aldecoa.
Belgrano jugó, tocó, salió desde abajo siempre que pudo y casi nunca lo atacaron con seriedad durante todo el partido. En el segundo tiempo, cuando todo empezaba a terminarse, y después de una linda jugada, Vázquez metió un buen cabezazo para dar vuelta un partido complicado. Fue un 2 a 1 con alta sensación de justicia.
Después vino lo de siempre, los quince minutos "de Belgrano" (iba poner "a lo Belgrano" pero sería una falta de respeto usar esa bella frase que le da nombre a un muy buen blog que salió a luz hace poco y que recomiendo su visita). Nos metimos atrás, muy atrás, demasiado atrás. La mejor chance del Deportivo Merlo para llegar al empate vino luego de, algo así, como doce errores seguidos de la defensa de Belgrano. Al final Turús la terminó sacando en la línea. Los últimos minutos (los del "tiempo recuperado") se desarrollaron en el campo visitante, con el equipo local dominando la pelota (fueron tres minutos, no más).
Belgrano ganó y no jugó mal. Todavía no me animo a armar la frase de la manera más linda: Belgrano ganó y jugó bien. Habría que repetir partidos como este, con resultados similares, para ilusionar, de una vez por todas, a toda esa gente que está siempre: en las buenas y en las malas.


(*) El Word te cambia una de las palabras más cordobesas, Fernet, por "Bernet". ¿Alguien tiene el teléfono de Bill Gates para explicarle un par de cositas?

sábado, noviembre 28, 2009

Palabras




Cuando sus faenas terminan, al caer de la tarde o a la noche, estos hombres apasionados que no tienen pasiones, se reúnen en pequeñas tertulias, con uno o dos amigos. El Hombre de Corrientes y Esmeralda es un misántropo que odia la soledad personal. No puede estar solo. La soledad lo contraría y atrista. Las tertulias se instalan en el interior de una casa o café. El estado de ánimo no se modifica. El café rebosa. En torno a cada mesa hay un grupito de hombres solos. Los hombres de una mesa evitan mirar a los vecinos… Las mujeres están excluidas de esa grey. Son hombres que hablan poco y en voz baja, como si bisbisiearan un rezongo. Es muy raro que discutan o promulguen ideas o sentimientos. Su conversación es casi siempre una conversación desquiciada, con más pausas que palabras, una conversación que no quiere predominar. "Hoy el jefe me dijo que las planillas ya no estaban como ayer. El jefe está medio loco". Alguno se copla sin entusiasmo: "Tu jefe, si sigue así, no va a durar mucho". Suena un tango, la densidad del silencio se intensifica. Cesan los rumores y los ruidos. Todos callan. El café es un templo de atrición. Los hombres encorvan ligeramente sus testas y distraen sus ojos en el borde de la taza en que desprenden la ceniza de los cigarrillos. Meditan. Están ensimismados. Hurgan sus días irreconciliablemente distanciados de la realidad. Divagan. En su fantasía moldean sus vidas como una miga de pan. La desunen, la reconstruyen, la llenan de perspectivas. Son artistas sin otras materias plásticas que sus propias existencias. Sueñan. Es una decepción más que se infiltra en sus ánimos. Cuando el tango termina, los ojos cansados tienen rastros de un desgano que conoció la aventura. Alguien comenta: "Este pasquín tiene pocas noticias de fútbol". Y siguen esperando otro tango.

Raúl Scalabrini Ortiz. "El hombre que está solo y espera".

jueves, noviembre 19, 2009

Feliz cumpleaños: 15 de noviembre

Como los márgenes me quedan chicos
te dedico
hermana
un lugar central.

Acá van algunas fotos/recuerdos digitales,
no tan viejos, obvio.

Van en el MISMO tono familiar con el que nos hemos tratado TODA la vida.
JA
JA
JA

En Francia, creo:




Llorando como nenita cuando te ibas para España:



Tus 90/60/90:



Con el otro traidor de Ramiro (los dos de rosa... putazo):





Bueno, no tengo muchas más.
Capaz que te traen un lindo recuerdo.
Feliz cumpleaños
Te quiero, che.

Un abrazo!

jueves, noviembre 12, 2009

Agua

Esta fue la columna del programa de radio del miércoles pasado.
Ahora, sin música, sin cortinas, sin voces en el dial
con palabras, con tiempo, con imágenes, con voces... las que cada uno imagine.



Agua



Si es verdad que somos de todos lados y de ninguna parte
o la y viceversa de todas las frases.

Si es así que somos sin serlo
las patrias nuestras y ajenas, las tierras y los lugares de la cadena de ancestros.

Si es así ¿Qué queda como nudo, como corazón que ata y no suelta?
¿Qué somos?



Soy el agua que me dio vida, que me vio crecer.
Soy la manifestación acuosa de los sentimientos.
Soy el llanto de mi madre (sus felicidades, sus penurias)
Soy el sudor de mi viejo y del suyo; la transpiración de lo que supo ser una relación de palabras inseparables:
Dignidad y trabajo.

Soy las lluvias de ayer, las que hoy se ruegan, los llantos sufridos del cielo.
Soy la crecida del canal, el desborde del río,
la primera vez que vi el mar, la vez que casi me ahogué,
las camas mojadas de niño, los mates amargos,
las gotas de amor con vos, amor, la humedad de las sábanas,
las bombuchas del carnaval cordobés,
la cancha embarrada, el barro, la piel de barro, la sangre, el vino,
la ventana de lluvia, los vidrios empañados, los que limpian vidrios y los que miran sin animarse a mirar los rostros mojados.

Soy el gusto de mi agua: la más pura de las verdades, la respuesta única a las preguntas, el alivio que encuentro cuando me pierdo y me olvido de lo que soy.
El alivio de saber qué responder
cuando alguien me pregunta
de dónde soy.

Tan hermoso
Como eso.

lunes, noviembre 09, 2009

El concepto Platense-Ferro




Por fin, después de tiempo vuelvo aquí, a las palabras. Harto de escribir crónicas derrotadas y asumiendo un poco de espíritu exitista, me siento en esta silla a contar de la manera que se me cante lo que pasó y no pasó ayer en Alberdi.
"¿Qué carajo tiene que ver ese título?", preguntará alguno. Paciencia, hacia allá voy. Jugando un poco con la literatura y razonando los sentimientos futboleros (o sea alejándome del sentido más o menos acabado que se tiene acerca del fulbo) voy a tratar de explicar las cuatro palabras titulantes de esta crónica.
Cuando uno habla de partidos malos, de encuentros que a priori no generan la más mínima expectativa de buen fútbol, de equipos tan intrascendentes, tan malos, tan asociados con el gris, con la nada, con el fu ni fa, con las tribunas semidesiertas, con transmisiones televisivas que se asemejan en emoción a un partido discreto de golf, uno está en presencia de un concepto llamado: Platense-Ferro (o Ferro-Plantese, como el lector guste). Quizás porque recuerdo mucho aquellos "partidos de los lunes" que solía transmitir TyC, en los que se enfrentaban los equipos de mierda del torneo de primera división: o sea una oportunidad para verlo a mi Belgrano en aquellos años en que jugábamos en la máxima categoría.
Uno prendía la tele e iba directamente al (ex)"canal número uno en deportes" y podía disfrutar o vomitar un vibrante Mandiyú-Deportivo Español o un seguramente inolvidable Argentinos Juniors-Banfield. Los partidos se jugaban de noche (generalmente a las 21hs) y casi siempre la cancha estaba embarrada; no me pregunten porqué, pero así colecciono mis recuerdos.
¿Adónde quiere ir el cronista? Es simple: quiero jugar un rato con las palabras, con los recuerdos, con el presente y con el fútbol. Quiero demostrar que las cosas se pueden decir y sentir de otra manera. Quiero desbordarle y cagarlo a goles al patético periodismo deportivo, que se limita a copiarse a sí mismo y a cambiar las fechas, los goleadores y algunos nombres, manejando siempre el mismo vacío esquema de análisis.
Belgrano viene mal. Sería un completo idiota si conjugo el verbo en pasado (el verbo "ir"). La victoria de ayer ante Platense no invita a pensar en una mágica y, porqué no, milagrosa remontada. Ganamos, y punto. Y a esta última frase la podemos atar con el concepto Platense-Ferro. La victoria de ayer no podía ser de otra manera, no. Jugamos contra Platense. El partido fue terrible: por momentos aburrido, por momentos malo o muy malo. La gente no alentaba, no puteaba, no nada. Eso: la nada. Los goles de Belgrano los metieron los peores jugadores del equipo: Mariano "flancito" Aldecoa (un golazo encima) y Luciano "juego con los botines cambiados" Lollo. Después nos expulsaron a uno y al ratito nos metieron el descuento de pelota parada (no podía ser de otra manera). Platense tiró 35 pelotazos en el área y sus delanteros ganaron por lo menos 32 de ellos, solamente que ninguno se llama Palermo, Henry o Drogba, con lo cual no tuvieron remates directos al arco.

Primer milagro: el viernes por la noche cayeron un par de gotas, pero eso no alcanza para aliviar la sed de la tierra. Segundo milagro: Belgrano ganó de local… ¿hace falta completar la metáfora?

domingo, noviembre 01, 2009

Afuera Ramia por lesión

Viernes 30/10. 20.30hs
Transmisión radial. La previa de Belgrano-CAI, por la 12ª fecha de la B Nacional.


- Comentarista: En Belgrano se confirmó la ausencia de Ramia por una seria lesión sufrida ayer, Jueves, al bajarse de un colectivo.

- Relator: Bueno, aprovechamos desde aquí para mandar nuestro afectuoso saludo a Ramia, como así también a la familia. Seguramente Belgrano notará la ausencia de este baluarte para el partido de hoy. Volvemos a estudios centrales.


Viernes 30/10. 11.30hs.

Comunicación telefónica:

- ¡Vos sos un pelotudo! ¡Cómo te vas a tomar un colectivo! ¡Cómo vas a exponerte a semejante riesgo en la víspera de un partido tan importante! Hay que hablar con Pérez (Pérez: gerenciador de Belgrano) para que nos ponga unos taxis a disposición.
- Tenés razón, Fede, tenés razón.


Jueves 29/10. 16.45hs.

Mi vieja me contó que antes de salir de casa para el hospital el numerito ubicado en la esquina inferior derecha del televisor decía algo como 43.5°. Un calorón cordobés de aquellos. A eso de las cuatro y media de la tarde, con enorme coraje, me calcé la mochila y salí para la facultad a entregar un trabajo para la única materia que curso en este cuatrimestre. Miré el reloj. Calculé mi velocidad de caminata, la transpiración por minuto, las ganas y la potencia del sol. Decidí tomarme un colectivo. No vivo muy lejos de la ciudad universitaria (unas 15 o 20 cuadras, no más) pero el calor estaba matando y como tenía un cospel disponible…
Después de unos minutos de espera lo vi llegar, bien desde el fondo de la Belardinelli, al bólido Azul de la empresa de Transporte Ciudad de Córdoba. Era el A6 (el ex 56). Subo, pago mi carísimo boleto y me quedo parado. Total me bajaba en unos minutos. La sensación térmica en el colectivo rondaba los 63°. Mucha cara de orto, mucho aire hirviendo.
Cuando voy llegando a mi corto destino final me agarro del caño y toco el timbre. El bondi frena de golpe, como siempre, y me dispongo a bajar. Un guaso, que estaba al lado de la puerta, me mira y con un gesto de brazo me hace entender que baje primero. Así que ahí voy, a "mi corto destino final". Cuando muevo mi pie derecho para apoyarlo en el primero de los altísimo escalones de descenso, siento que me raspo un poco a la altura del tendón de Aquiles con el filo del escalón. No le doy bola y termino de bajar. Hago dos pasos, el colectivo arranca y se va. Hago otros dos pasos y me miro la pierna. Sangre. Sigo caminando. Más sangre. Pienso "pucha, parece que fue más que un raspón". Encaro para el edificio de la "Escuelita" para ir derecho al baño a limpiarme. Cada paso que doy es un chorro de sangre más que se me va metiendo adentro de la zapatilla. Definitivamente es algo más que un raspón.
Entro al edificio y lo veo a uno del centro de estudiantes (nota: ese día eran las votaciones para centro, consejo consultivo y consejo superior).

- Che, maestro, ¿no tienen un botiquín en el centro?
- ¿Para qué?
–pregunta el pelado, más atento a la charla con la minita que a mi requerimiento.

No le dije nada y le mostré el tobillo rojo.
¡Uh, loco, eso es para llamar a Ecco! ¡Vení, vení!
Mientras caminábamos de una punta a la otra de la Escuela el guaso no paraba de decir que "ni siquiera en la escuela hay botiquín / esto es un desastre / nosotros de pedo tenemos unas gasas y agua oxigenada / ahora mismo llamo a la ambulancia / por favor no dejes de votarnos".
Como Córdoba es chica y la ciudad universitaria más chica y la Escuela de Ciencias de la Información una familia loca, me lo crucé a Juan Cruz, uno de mis concubinos.
"Juan, dame una mano que creo que me corté".
Así que ahí fuimos, con la sangre derramada sobre las consignas electorales. Juan hizo los mejores primeros auxilios: primero me limpié la pata en un pico, después me tiraron toda el agua oxigenada posible, luego el "pervinox", unas vueltitas de gasa y a esperar la ambulancia.
"Sí, viejo, esto es para puntos sí o sí", sentenció el paramédico.
Después que los guasos de Ecco hicieran exactamente lo mismo que Juan Cruz (agua oxigenada, pervinox y gasas) tuve que esperar como media hora hasta que alguien les dijera, Nextel mediante, adónde iban a aceptar mi tendón sangrante con mi obra social.
- Como vos quieras pibe: te vas por tus propios medios o si querés te llevamos nosotros en la ambulancia. Pero mirá que si hoy hace 40 grados, atrás hace como 50.
Era verdad, adentro de la ambulancia estaba imposible.
Llegamos con el Juan al hospital y me depositaron directamente en una camilla.
El médico Andrés Acosta: sí, va a haber que hacer puntos internos y externos. Tenés el músculo y el tendón expuestos. Esperame un cachito acá que voy a buscar la anestesia y el resto de las cosas.
Después se iría el Juan y llegaría mi vieja. Después pasaría un médico y otro y otro y yo escucharía cosas como "Mariana, vení, vení; mirá: ¿ves? Tendón expuesto. ¿Ves? Mirá." Esas frialdades médicas que hacen que uno se sienta un objeto de estudio. Después me pincharían, me coserían, me reiría, me dolería, me levantaría y me iría a mi casa. Rengueando, obvio.



Viernes 30/10.

Comunicación telefónica:

- Sebastián ¿te duele la pierna? ¿necesitás algo? ¿podés caminar bien? Si no te sentís bien no vayas a trabajar.
- No mami, no me duele casi nada; me molesta un poco pero nada más.

Mentira, me dolía como la concha de la lora. No podía caminar. Me costaba desplazarme, moverme para cualquier cosa. En mi casa no había nadie y todo me lo tuve que alcanzar yo solo y con tremendo dolor. Para bañarme tuve que cortar tres bolsas de supermercado y encintármelas alrededor de la venda. Así y todo fui a trabajar. Terrible idea: no podía estar parado. Decí que trabajo con "compañeros de trabajo" que te bancan todas. Estuve un rato largo sentado, cobrando, atendiendo poco, explicando a los que me preguntaban por mi renguera. Ayudó que se haya cortado la luz muchas veces. Cuando el calor y el dolor eran suficientes, cobré el día y me fui.
Durante toda la tarde no pararon de llegar mensajes de textos del tipo: "esta noche nos vemos en la cancha puto!", de mi tribunero amigo Martín Cardo. Otro del pelado Dubicki, que hace como un año que no pisa en el Gigante: "che, esta noche puedo ir a la cancha, nos vemos ahí?". Uno del fino: "nos comemo un asado en Bedoya esta noche?". No sólo que no podía hacer nada de todo esto sino que tampoco podía contestar ya que mi celular entró en una parálisis facial en la que los botones de la izquierda dejaron de andar: el 1, el 4 y el asterisco. Entonces no podía usar para mensajes de textos las letras h, i, j, ni tampoco los signos de puntuación. Un desastre por todos lados el viernes.
No hubo asados, no hubo tribuna, no hubo cerveza, no hubo "gracias Belgrano querido, gracias por las emociones (...)", no hubo victoria celeste, no hubo gritos, ni bailes. Hubo, sí, abrazos de consuelo que me ayudaron a cerrar un día difícil. Hubo, cuando la noche era bien noche, lindas sonrisas.

Sábado 31/10. 12.30hs.

El médico Andrés Acosta, luego de sacar la venda y examinar la herida ya cosida, asintió con conformidad y dijo "esto está excelente. Nada de deportes por 30 días y venite dentro de 15 días así sacamos los puntos ¿eh? Ahora esperá acá un ratito que ya viene la enfermera así te ponen la vacuna".
- Bajesé los pantalones por favor –me dijo la experimentada enfermera.
¡Pum! Una en cada cachete del culo. La antitetánica, por si acaso, me dejó dos marquitas en el trasero. Al salir, sobándome con ambas manos, le dije a la enfermera: "gracias por la gentileza, eh". Las enfermeras, que eran dos, se miraron y me dijeron "no seas tan mamita que no duele nada". Se me cagaron de risa. Yo también.



Domingo 01/11.

Ya puedo caminar. Me estoy preparando para llegar en óptimas condiciones al próximo partido. Belgrano me necesita y yo necesito de él.

p.d: Belgrano 1 - 3 CAI.

miércoles, octubre 28, 2009

Carlos Gardel

Extranjero del silencio
en el mundo arrasado; vertiente de la extrema melancolía
y del coraje y de la velocidad y del miedo.

Dueño de la ciudad, de su memoria blanda
y de la madrugada hambrienta y sin sentimientos
y de la suprema cordura de los vagos.

Cómplices de los encuentros,
de la grappa que nos hizo hablar,
loco de la noche, despreocupado amigo del alba, señor
de los tristes.










De Fransisco Urondo.

domingo, octubre 18, 2009

Viejos amores

(Pedazo de un capítulo de un cuento que no se termina...)

Claudio no paraba de escribir en la libretita. Era casi la una de la mañana. El televisor sin volumen, en el canal 12, pasando una película de bajísimo presupuesto. El velador prendido. La ventana abierta. El gordo que escribía y escribía y de tanto en tanto sacaba la calculadora del cajón de la mesita de luz y hacía números. Sumaba, restaba, sumaba, multiplicaba, dividía, sumaba, multiplicaba y de tanto en tanto le daba al igual. Y ahí saltaba el resultado, el número de varias cifras, el responsable de la sonrisa del Gordo. Cada vez que terminaba una cuenta se empezaba a cagar de risa. Y murmuraba y hablaba solo y también le hablaba a la Silvia, que intentaba dormir desde hacía unas horas.
- Apagá la luz, Gordo, dale, dejame dormir –rogaba la Silvia.
- Sí, sí, Gordita, sí, sí. Jajaja –trataba de reírse en voz baja.
- Por favor, Claudio, no doy más.
- Nos vamos a llenar de guita, Silvia, nos vamos….
Otra cuenta.
Otro número esperanzador.
El Gordo miró al techo. Pensó en el viejo Alberto.
Estuvo unos minutos en feliz silencio. Escuchando su alegría, el ventilador de techo, la respiración de Silvia.
Luego dejó el lápiz y la libreta en la mesa de luz, abrió el cajón, sacó los forros y se acomodó.
- Negra… ¿estás despierta?

martes, octubre 06, 2009

Situación

- Documentos, por favor –ordenaba el cana mientras lo pateaba.
- Docu… ¿qué? –respondió el borracho.
- Documentos. Su identificación.
- ¡Me llamo José! –exclamó con alegría.
- No me importa cómo se llama. Quiero ver sus papeles.
- ¿Papeles? Tengo un montón de papeles. Trato de escribir algo todos los días– respondió el borracho entre eructos sin ruido.
- ¿Me está cargando? –amenazó el represor.
- No podría señor policía, usted es mucho más grandote y más joven que yo.
- Deme su identificación antes que empiece a perder la paciencia.
- Ya le dije que me llamo José. Y si quiere leer lo que escribo con gusto se lo muestro. Déjeme nomás que busque acá entre todas estas cosas…
- ¡Borracho de mierda! ¡O me mostrás tus documentos o te llevo! –gritó el cana mientras se llevaba la mano derecha a la cintura.
- ¡Gracias oficial! La verdad que estoy llegando tardísimo a una cita –respondió sonriente el borracho mientras trataba de pararse agarrándose de un árbol.

El palo del policía que impactó en la cara del borracho lo devolvió a su posición habitual.

domingo, septiembre 27, 2009

Jugadas

Este texto representa una doble felicidad. Primero porque logré "editarlo". Así es. Ya hay varias decenas de papelitos, de fotocopias, de letras impresas, deambulando entre conocidos y desconocidos. Si lo pongo acá es pa compartirlo con los poquitos y poquitas que entran al blog y que no me conocen ni la cara ni el nombre. La segunda felicidad es por el texto mismo, por el tema, la forma, la producción y por la felicidad misma. Así, se completa el círculo.
Abrazos.


Hace calor. Todavía no es verano pero los disparates climáticos permiten que la temperatura se acerque a los 30 grados. Yo escribo en la computadora, intento terminar algo, cerrar una idea. No hay caso. Ese párrafo maldito no quiere terminar feliz y comer perdices. Le digo al monitor que es un hijo de puta. También lo señalo con el índice. Lo amenazo, le pego un tincazo fuerte y me duele un poco la uña. Me siento un poco estúpido, pero no le muestro mi dolor a ese cuadrado brillante. Saco las manos del teclado y puteo de vuelta. De repente me percato de la presencia de mi hijo. Lo miro. Me mira. Siento que lo está haciendo hace un rato largo y empiezo a sentir vergüenza por la mirada de ese niño de seis años que carga mi apellido, mis felicidades, mis dolores y mi patria. ¿Qué pasa pá?, me pregunta. Le respondo que nada. Él me sigue mirando. Tiene seis años y me devora con su mirada. Miro de vuelta al monitor, a las palabras que están escritas, al párrafo hijo de puta que no puedo terminar. Giro mi cabeza hacia mi hijo con la esperanza de que no me siga mirando. Pero no, ahí está, con los juguetes en la mano, sentado en el piso, con sus ojos, los ojos de su madre, esperando una respuesta honesta de su padre. Le digo algo como que a papá le está costando terminar el trabajo. Me pregunta si estoy enojado. Le digo que no. De vuelta esa mirada. Le digo que sí, que estoy un poco enojado, pero no con él, que no se preocupe. No me preocupo, dice, y vuelve a jugar con el autito Duravit que el negro Baltazar le regaló para el 6 de enero.
Lo contemplo mientras juega. Suspiro por no tener que responder más a esos ojos, a esa mirada penetrante. A veces siento que voy a estar totalmente perdido cuando crezca, que a los seis años me gana por todos lados, que me desborda como el mejor Housemann, que echa el centro y me caga a goles. Por ahora no se da cuenta pero su futuro me aterra, me llena la canasta. En este panorama soy un defensor en blanco y negro de los años cuarenta, lento, matungo, rústico, que todavía conserva algo de calidad pero la pierde a cuentagotas. Soy un caudillo al que se le pasan los años y se resiste a aceptarlo. Salgo a la cancha y los pibes me amagan para un lado y me salen para el otro. Y yo corro, patético, con el orgullo herido, tratando de alcanzarlos, camiseteándolos, esperando que el referee me la perdone, por viejo, por piedad.
Vuelvo a mirar la pantalla. No hay caso, el párrafo no se completó solo. No consigo encontrar un punto, un aparte, un seguido. Me levanto y busco algo para tomar. Abro la heladera y saco una botella de coca cola. Busco un vaso grande y pongo tres hielos. Vuelvo al living y saco del mueble la botella de fernet. Mi hijo sigue jugando, estrellando autos con camiones. Calculo la medida y levanto la botella mientras sirvo el fernet para hacerme el barman. Echo la coca con lentitud para que no levante espuma. Después el toque final, el chorrito de líquido negro que baja el colchón beige. Siento que ese es uno de los placeres más grandes de la vida y que me reconfortan las felicidades minúsculas.
Tomo un trago. Suspiro, casi por costumbre. Pienso que en este preciso momento la mitad de los cordobeses deben estar haciendo lo mismo y que la otra mitad debe estar camino al quiosco. Apoyado en el marco de la puerta, miro a mi hijo con ternura. Se rasca la cabeza y con su dedo se hace un rulito en el pelo. Yo hacía lo mismo. ¿Cómo funciona la herencia? ¿Por qué mi hijo repite las conductas que nunca me vio hacer? ¿En qué cosas me pareceré a mi viejo? ¿Me habrá visto él, desde la entrada del living de mi infancia, jugar, hacerme un rulito con el pelo? Automáticamente pienso en mi niñez, en mis juguetes, en los amigos, en los mejores amigos y en las niñas, hoy mujeres, quizás madres o esposas, que amé en silencio. Una noche elaboré una lista, una extensa lista, de todas las mujeres que me habían gustado y que, por supuesto, nunca lo supieron; por lo menos no de boca mía.
En esa noche calurosa sólo se escucha el rechinar del ventilador de techo. Me doy cuenta que mi hijo ya no juega y que me mira nuevamente. ¿Qué tomás?, me pregunta. Me pongo nervioso, le respondo que tomo coca cola. Pide que le convide. Le respondo que no, que en realidad no estoy tomando gaseosa sino alcohol y que el alcohol no es para los chicos. También le pido que no le diga a su madre, que lo mantengamos en secreto. Levanta los hombros y vuelve a los autitos. Yo aprovecho para sentarme nuevamente al frente de ese párrafo. La última vez que lo dejé era un hijo de puta, ahora ya no sé.
Me muerdo la uña y vuelvo a pensar en mi viejo. Se me viene al presente la primera vez que fuimos a la cancha. El viaje en colectivo hasta el estadio, los olores, los colores, los gritos. Aquella noche me compró un gorro, un choripán y una gaseosa. Le ganamos tres a cero a Boca y conté e inventé durante una semana miles de anécdotas en el colegio. En los años felices inventar historias era lo más fácil del mundo. Ahora me siento un viejo lento, al frente de un párrafo que se me caga de risa y un niño de seis años me pasa la pelota entre las piernas, tira el centro y me clava un gol.
Detrás de mí llegan los susurros de mi hijo, las historias que se imagina con un autito y un camión. ¿Y? ¿Quién va ganando?, le pregunto. Me mira, deja de mover los coches y me contesta que nadie va ganando, que no está jugando carreritas. Esta vez me desbordó con una bicicleta y al centro lo tiró de rabona. ¿A qué jugás entonces?, me le planto con los ojos fijos en la pelota. Estoy jugando a la ciudad, me responde. Pero eso no es ningún juego: caigo bajísimo, siento que le estoy pegando una patada de atrás al pibe que me pasó con una gambeta fácil. No me contesta y sigue con lo suyo. A esta altura estoy perdiendo por goleada. Me refugio en el monitor. ¿Habré sido un goleador implacable como lo es mi hijo? Me pregunto cuántas veces le desbordé a mi viejo, cuántas veces le falté el respeto, le gambeteé en la cara, cuántas veces lo dejé parado, con la mano levantada pidiendo un inexistente offside.
Se escucha un ruido de bisagras. Escondo el fernet detrás del parlante. Lo miro a mi hijo, me mira. ¿Qué hacen?, pregunta la mujer que nos ama. Yo titubeo y señalo la pantalla. Empiezo a sentirme acorralado. Ella me mira y yo siento que voy a empezar a transpirar de puro boludo. De repente se escucha: Papá trabaja y yo juego a las carreritas. Miro a mi hijo. Las tribunas se vienen abajo. Hacía años que no veía una jugada así.

viernes, septiembre 25, 2009

Córdoba ta buenaza.



Espacio Literario Nitrato Ferroso.
Miércoles 23 de septiembre.
Piso 18.















volamos alto...............

sábado, septiembre 19, 2009

Belgrano provoca ira

Belgrano provoca ira.
Hay algo difícil de explicar con palabras y por ende, muchas veces, se manifiesta en gestos. No es una casualidad que seamos siempre los más violentos en Córdoba. “No se aguantan perder”, dicen. Más vale que no nos aguantamos perder y espero que eso nunca suceda.
Belgrano provoca ira.
Todavía no terminó el partido. Ya apagué la radio. Nunca lo hago. Hoy sí. Perder 3 a 0 contra un equipo de mierda como Sportivo Italiano me provoca violencia. Si tan sólo fuese por este único partido. No. Esto viene hace cinco años. Prender la radio, apoyar la oreja al parlante y esperar… los goles del local, los comentarios de mierda de los relatores, ese gritito que llega, que se escucha de fondo, ese grito de gol de los cien pelotudos que van a ver a esos equipos de mierda, esas populares semivacías con cien pelotudos que se nos cagan de risa, cien pelotudos hinchas de equipos de mierda. La re mil puta madre que los parió.
Belgrano provoca ira.
Cada día me molesta más escuchar los partidos de mi equipo por la radio. Cada día odio más. Cada día, cada fecha, descreo de las palabras que me llegan, aunque estas se acerquen a la realidad. No importa. No les creo. Yo quiero ser el testigo de mis enojos. Ya no quiero la traducción periodística de los sucesivos fracasos de Belgrano. La re mil puta madre que los parió.
Belgrano provoca ira.
Mejor no sigo.
Prendo la radio.
De vuelta.
Al parecer en el momento justo.
Terminó el partido. Confirmo el patético tres a cero.
Mejor no sigo.
Belgrano provoca ira.

lunes, septiembre 14, 2009

Mujeres que me conmueven I

A la chica del Bar de Mario


Hace un montón de años que estás acá.
Sí.

Ella es una parte de Córdoba. Como cualquiera, como todos, pero más, un poco más.
Ella sonríe y levanta los hombros.
Le digo eso, vos ya sos una parte de Córdoba.
Ella sonríe y levanta los hombros.
Junta los labios, baja las comisuras y sube los hombros. Como cuando uno quiere dar a entender un no sé. O un qué se yo.
Yo le hablo mucho, como si la conociera.
Le digo eso, yo vengo acá y siento que sabés quién soy, que nos conocemos.
Ella asiente y me dice que se acuerda de mi cara.
Me reconforta su respuesta. De las cuatrocientas quince mil doscientas ocho caras que pasaron por sus ojos, ella dice retuvo mínimamente la mía. En esa perspectiva me sentí algo.
Empiezo a preguntarle cualquier cosa. Me fascina su lugar en el mundo. A cada respuesta suya surge una pregunta mía. Sus respuestas son interesantísimas: sus palabras son sus hombros levantados.
No sé.
Qué se yo.
Bueno.
Y sí.
Le cuento una anécdota. Una vez vine y me hice el pistola, te señalé el cartel (“esto es un bar. Acá no se pide música”) y te dije si te podía pedir un tema, con una amplia sonrisa, y vos me despachaste antes del primer chiste. Me sacaste cagando.
Ella parece avergonzarse un poco, casi nada y me dice que la próxima vez, cuando haya poca gente, puedo pedirle algún tema.
Me interesa muchísimo saber qué carajo hace una persona que tiene los horarios cambiados, que vive cuando el resto duerme, que duerme cuando el resto…
Le pregunto eso, qué hacés todo el día, estudiás.
Los hombros levantados. Me dice que no hace nada.
¿Nada?
Nada.

Sonríe.
Me resisto a creer su nada absoluta.
¿Leés?
No.
¿Escuchás música?
No, escucho todas las noches música. Cuando llego a mi casa quiero silencio.

¿Qué hace entonces?
¿Qué hacés entonces?
Duermo.

No acepté su respuesta y contraataqué con todo. Te gustaría viajar, ¿verdad?
Sí.
Y ahí estaba. El recorte de imaginación que la conmovía. A eso no le levantaba los hombros. A eso le sonreía, sí, pero no creo que lo anduviera mostrando mucho.

Miro para atrás y me doy cuenta que se está calentando la cerveza que me mandaron a comprar hace diez minutos.
La dejo de molestar.
Le digo eso, te dejo de molestar.
Todo bien.

Sonríe.
Me voy.
Me vuelvo.
Algún día voy a escribir algo sobre vos.
Levanta los hombros, sonríe.
Sé que no me cree.

sábado, septiembre 05, 2009

La (i)lógica de las cosas (o lo (i)lógico de las cosas)




Pasan cosas raras. Al principio uno las ignora, las deja con las sensaciones sin importancia. Después, cuando las repeticiones y secuencias se confirman llegan los miedos. Y empezamos con el otro lado de las explicaciones: "han de ser fantasmas, entonces".
Un día se me rompió la persiana. La pieza en penumbras, en oscuridad constante, en noche de día, todos los días.
Así.
Y así.
Durante casi dos meses.
Después (espontaneidades de la vida) arreglo la presiana.
De vuelta los colores, el aire circulando, la luz ¡por Dios la luz!
Creo que lo puedo decir: felicidad.
Al día siguiente
se quema la lamparita.
Todas las noches apretando en falso la llave que no da luz
el interruptor flaso
todo falso.
Así.
Y así.
Durante más de un mes.

Ayer se me rompió la persiana.
Hoy cambié las lamparitas.

Sí...
son fantasmas.

viernes, agosto 28, 2009

Los vecinos de la Martín García

Dicen que los vecinos de la Martín García tienen problemas para conciliar el sueño. Tienen miedo de tener la misma pesadilla noche tras noche. Entonces aguardan y aguardan hasta que caen al profundo sueño. Dicen que la imagen es la misma: sueñan que vuelan, flotan, se estabilizan en el aire; pero después caen y caen y caen pero jamás chocan el piso, con lo cual la histeria es constante.
Dicen que los vecinos de la Martín García tienen las mejores piernas. Suben y bajan sin parar. Entonces a veces “hola Ramón ¿cómo le va?” y “cuesta arriba, che, cuesta arriba”. Y otras veces “me gusta mucho Patricia…y cuando camino siento que corro y cuando corro siento que vuelo”. La calle es el subibaja de sus vidas.
Dicen que los vecinos de la Martín García se pelean mucho cuando juegan al fútbol. Siempre sienten que les inclinan la cancha. Pero después, en el segundo tiempo, las cosas cambian para los equipos y terminan empatados. Algunos valores intentaron llegar a primera. Algunos fracasaron: se caían, se tropezaban, servían sólo para un tiempo (el primero o el segundo, dependiendo del estado de ánimo). Algunos llegaron y se destacaron fuera del país: Quito, La Paz, Oruro y Cuzco. Algunos juegan como sueñan y sueñan como juegan.
Dicen que los vecinos de la Martín García son testarudos, ciclotímicos, que se les sube la sangre a la cabeza, que se les enfrían los pies, que se les duermen algunos músculos, que pierden el equilibrio fuera de su calle. Y es al día de hoy que se dice que hubo gentes que jamás salieron de la cuadra o que pocas veces pisaron fuera del barrio: Santina, Franco, la Doña de los gatos, Zulema del almacén, Elías y toda la familia Gómez.
Dicen que los vecinos de la Martín García se agarran la cabeza cada vez que se anuncia una lluvia porque el agua corre, corre, corre, corre, corre y corre y nunca se detiene. Los grandes preparan barricadas y los niños arman barquitos de papel. Los dibujan, los pintan, los decoran y los saludan al borde del cordón, “suerte barquito, suerte”. A veces lloran porque nunca más los volverán a ver.
Dicen que los vecinos de la Martín García se juntan a eso de las siete de la tarde, cuando el sol se empieza a ir, y contemplan el atardecer y el oscurecer. Desde donde están conocen la ciudad entera sin necesidad de ir por abajo. Susurran, de generación en generación, de atardecer a atardecer, la historia de la Córdoba de las barrancas y los pozos. Los más viejos a los viejos, los viejos a los adultos, los adultos a los adolescentes, los adolescentes a los niños y los niños aprenden e imaginan las historias para los que están por venir.
Cuando todos duermen desplegamos las alas y salimos a volar.
Pocos saben eso.

lunes, agosto 17, 2009

Las cosas de Barrio Las Flores III

Acá, cada vez que llueve, cada vez que el cielo escupe, llora o estornuda, las calles se convierten en ríos o brazos de ríos. “Pedro Inchauspe es un afluente de Bellardinelli”, me dice una vieja mientras barre la vereda rota y despareja. Y cuando el agua fluye mansa, cuando todo se tranquiliza, empiezan a pasar los colectivos y de vuelta las olas, las montañas de gotas que se estiran, se contraen y chocan contra las verjas, las altísimas verjas que tienen todas las casas. Escalones gigantes e innecesarios como el que tenemos en casa o el jardín elevado medio metro.
Este barrio es demasiado barrio.
El anterior no. Ese era un conglomerado de casas y calles con un nombre en común.
Acá, en un mes nos sentimos más vecinos/compañeros con el resto que en un año y medio allá.
Acá tiene sentido sentarse a tocar la guitarra en la vereda, tomar un mate, largar al perro para que huela los postes de luz, las botellas llenas en los jardines, el culo de otro perro (el jefe de la cuadra). No desentona ocupar la calle con presencia. Este es barrio de reposeras, de chismes de la década del ’50, de la famosa inundación del ’64, de muchos sabiendo sobre muchos, del viejo Quique que se asoma para nuestra ventana cada vez que pasa con la bici o del otro viejo que le regaló una flor a la Rocío seguido de algo como “una flor para otra flor”.
Acá estallan los negocios, estalla la vida de ocho a dos y de cinco a diez. Así, de memoria, con el recorrido de las calles que hago en mi cabeza, rápidamente: está el quiosco de la “Estrella” en la esquina, pero ese abre dos veces a la semana (parece que está muy enferma la madre de Estrella). Al frente está el mega almacén de “Los Lentos”, apodado así porque uno va por una tira de pan y se termina tomando una cerveza en la cola por la extrema lentitud en la atención. A la vuelta están “Los Chicos”, otro almacén con verdulería, el favorito de mis dos concubinos que nunca tienen nada, pero son piolas los pibes y recién empiezan. A una cuadra para el otro lado está “René” y sus milanesas de “ternera” a diez con cincuenta el kilo. René es radical, está abierto hasta las once y media masomenos y todo lo agarra con las manos, todo. Y a veinte metros, al frente de la plaza, está el glorioso “Walter”. Walter es una institución en el barrio porque está abierto siempre, SIEMPRE. Ese martes a la noche, cuando te colgaste y querés ir por esa última e innecesaria cerveza y de paso unas salchichas y una tira de pan, bueno, ahí estará Walter o su señora para abrirte la ventana a las tres de la mañana.
También, a tres cuadras descubrimos otro polo importante de negocios: verdulería, ferretería, panadería (nuestro déficit histórico), carnicería, pollería, farmacia, supermercado y una tintorería. Y si la situación lo amerita, a cuatro cuadras está la Avenida Vélez Sarsfield donde todo es igual pero más grande.
Acá tenemos capítulos aparte. Acá tenemos y teníamos una pizzería a la vuelta. Las empanadas más baratas, unas pizzas muy ricas y unos lomitos aceptables, encajaban perfecto con la muy buena onda de los dueños. Empezamos tomando un porrón para la espera del menú y terminé yendo cada vez que me aburría o cuando no quería comer solo. La tristeza de pasar el lunes por el frente y ver que habían levantado todo para “mudarse” a otro lado aún no la supero.
Acá tenemos un clásico: Las Flores vs San Lorenzo. Hace menos de un año que vivo acá pero me gusta el club que se llama igual que su barrio, así que YO SOY HINCHA DE LAS FLORES y a los putos de San Lorenzo le vamos a llenar la canasta el partido que viene. Las canchas están una al frente de la otra, como Racing e Independiente, pero sin primera división, copas libertadores y televisión.
Acá tenemos una banda pirata. Y eso es importante ya que este es un barrio que está bajo la órbita de Talleres. En la zona sur la influencia de los albiazules es grande por la cercanía de su cancha. Un día escuché bombos y canciones en la previa de un clásico. Reconocí las entonaciones y supe que eran celestes pero no me atreví a ir a ver. Con el tiempo conocí a un guaso viajando a Rosario para ver a Belgrano que vive a dos cuadras de casa y que es hincha de Las Flores y de Belgrano (¡como yo, maestro, como yo!). Se juntan en la placita, al lado del taller mecánico y se comen un asado debajo de la pared que reza “Belgrano Corazón”.
Acá me siento muy bien. Estoy enamorado del barrio donde vivo, de la gente, de las calles rotas, de los colectivos hijos de puta que pasan echando puta por el frente de mi casa, de las chancletas que tengo que usar para salir cuando todo se inunda, de los choros del barrio de al lado, del perro que me mea la puerta, de los vecinos del fondo (esos son otro capítulo aparte), del Maxi que vive al frente y de su hermana hermosa que tiene apenas dieciséis años, de Rubén que nos alquila la casa, de las pocas cuadras que nos separan de la ciudad universitaria y del centro, de los gitanos (y estos también serán otro capítulo aparte), de la cancha de paddle de la esquina a la que prometí ir a jugar y nunca cumplí, de las visitas de los que nos quieren, de los amigos con los que vivo.
Acá todavía hay mucho por conocer. ...

Las Cosas de Barrio Las Flores I y
Las Cosas de Barrio Las Flores II.

jueves, agosto 13, 2009

Esquirlas

Me cago en la poesía.
Me cago en la poesía
que me pide que escriba
así
de arriba para abajo
o de abajo para arriba
da lo mismo.
Te lo pide
no sé si el género
(a veces los gritos
a los gritos
el género)
o la tradición
o el nacimiento nomás
o la lectura.
“La poesía se escribe verticalmente”
y no me preguntes porqué
“Por qué”
No sé, nunca me enteré.

Pero yo no loco yo no. A mí me gusta escribir en forma de chorizo horizontalmente con hilos Eso con hilos por todos lados y agujas Y coser las frases y la historia Y que todoseaunalíneademilesdepuntos hasta que los márgenes me obliguen a bajar (o a subir cómo dije) Yo quiero líneas líneas así ------------------- No quiero esas líneas de colectivo que hay que correr constantemente por atrás Quiero esas líneas de incoherencia que no tengan nada que ver con nada Pero igual las uno los uno las tejo Es que yo soy de los que constantemente cuentan cuentos “Eh vos contate uno de cordobeses” Ese ya lo escribí En serio che Habla de una plaza y de un montonazo de gente Y ahí aparezco yo Pero más chiquitito obvio Boludeo por los renglones esquivando signos de puntuación y saltando haciendo como carreras con vallas saltando letras y palabras (las t y las f son las difíciles) Algo así como el Circus que jugábamos cuando éramos chicos en el Family Game de los vecinos de la cuadra Yo nunca tuve de esos De repente nos vemos Yo con yo El de arriba el que está con el teclado o la lapicera se ríe de ese yo que no para de boludear en el cuento El yo chiquito hace lo que el otro nunca se animó Las hace todas ¡Ese guaso es un maestro! ¡Soy un maestro! “Eu yo” “¿Qué pasa maestro?” Contate otro que te salen bien.
Uno bien de cordobeses

domingo, agosto 09, 2009

Palabras urgentes









Sin editar, sin revisar, con la urgencia de lo que duele o alegra.
Prendo la tele y veo en TyC Sports una entrevista al presidente de Torneos y Competencias (que no es lo mismo...) Marcelo Bombau. Subtítulo de la entrevista: "hay un acuerdo entre Grondona y Kirchner para estatizar el fútbol".
A ver, vamos a tratar de separar y/o analizar los tantos.
Primero: es ya realmente absurdo que el presidente de una compañía se haga hacer una entrevista por un empleado (empleada, en este caso) de su propio medio. Los tipos ya no tienen cara. Son demasiado evidentes. Es igual de burdo que aquella vez en que TN titulaba "están interfiriendo TN". Pero, como sabemos, uno ve lo que tiene ganas de ver. Yo, vos y aquel otro.
La minita le tiraba preguntas o consignas del tipo:
- "Entonces usted considera que es ilegal que se rompa un contrato que tenía vencimiento recién en 2014".
- "¿Cree que una de las soluciones para afrontar esta crisis económica podría ser el aumento de las entradas a los partidos?"
- "¿Ustedes estarían dispuestos a dialogar para tratar de lograr un acuerdo en el supuesto caso de que esta medida se intente llevar a cabo?" (Rta: ¡Por supuesto!) (entre líneas imagino un: "claro, querida, si los que tenemos el sartén por el mango siempre estamos dispuestos a charlar lo que sea")
Segundo: cambié de canal y en TN (Periodismo Independiente) ya estaban tratando con toda seriedad la noticia (como siempre). Decían: "Acuerdo entre Grondona y Kirchner" (Nestor, obvio) No decían "acuerdo entre la AFA y el Gobierno". No, sino entre dos personas (ahora) muy odiadas. ¿Por qué harían un acuerdo Grondona (entendible, el presidente crónico de la AFA) con Kirchner? Digo, sabemos (o intuimos) cómo se manejan los hilos de poder, pero, oficialmente, ¿qué puede hacer Nestor Kirchner? ¿Por qué insisten en este acuerdo o enroque de intereses entre estas dos personas? Además, con el trato super profundo y serio que le dieron al tema, no dijeron NADA de NADA. O sea, puras especulaciones y tratamiento noticioso (o con palabras de casete) del sentido común.
Lo de Grondona no sorprende. El hijo de puta es más hábil que Perón para mantener a todos bien calmados (o hirviendo, pero bien controlados) Julio Grondona es un termendo hijo de puta, que quede claro. Pero lo que también queda en claro que el periodismo NUNCA puso la poronga en la mesa de redacción para investigar y publicar algo contra un tipo que está hace casi tres décadas en el sillón de la AFA.
Daniel Hendler, periodista deportivo de TN, decía cosas como: "es raro lo que sucede. Esta maniobra sorprende porque hace 30 años que los gobiernos han intentado meterse en el fútbol y nunca han podido. Pasaron gobiernos democráticos y dictaduras, pero nadie pudo meterse con (en) el fútbol. La FIFA incluso toma medidas severísimas cuando los estados se inmiscuyen en los asuntos de la pelota. Se suspende o desafilian instituciones y asociaciones nacionales". STOP. A ver, Daniel Hendler, primero: ¿cómo es eso que el estado no se mete? ¿Qué carajo te pensás? ¿En qué país estás? EL ESTADO ESTÁ EN TODOS LADOS. El presidente de la AFA durante varios años fue Cantilo. Un milico que manejó el EAM 78 y que le costó al país unos cuantos millones de dólares. Ese tipo llegó bien alto en la FIFA (al igual que Grondona) Y no vale la pena ponerse a hablar del Mundial 78 porque ya es demasiado. Segundo: Presentan la cuestión como "la intervención del Estado en el fútbol" o sea "estatizar el fútbol". ¿Ah? ¿Cómo sería eso? "Estatizar el fútbol". No, culiado, lo que se está discutiendo es la TELEVISACIÓN DEL FÚTBOL. La ecuación a poner en duda es: ¿tele=fútbol? En estos tiempos, ponele que sí. Pero la tele no es el fútbol ni el fútbol es la tele.
Tercero: como son tan serios para tratar las cuestiones de vital importancia, la gente de TN fue a buscar entrevistas, palabras de gente que sabe y que, vaya casualidad, todos opinan lo mismo. Entonces le pusieron el micrófono a un zoquete del PRO que metió, de paso, el tema de las retenciones y después otro micro a alguien del Acuerdo Cívico y después a Gámez, que si bien ha sido un opositor eterno a Grondona, en este caso opinaba con algunos tibios argumentos, su oposición a misterioso y muy comentado plan de "estatización del fútbol".
TN, Periodismo Independiente..... ¿Cómo decirlo con palabras bonitas?: HIJOS DE PUTA.
Hay que ver bien en qué consiste (si es que existe) esta supuesta intervención del Estado en la transmisión de los partidos de fútbol. ¿Sería gratis para todos? ¿Iría por aire? ¿Cómo haría el Estado para lograr esto? ¿Se pueden jugar los partidos sin televisión? ¿Por qué haría esto Grondona? El mismo viejo culiado que se llenó de guita con la tele y que es, seguramente, socio de Torneos y Competencias. ¿Por qué hablan de Nestor Kirchner y no del Gobierno?
Pero que cada uno saque sus propias conclusiones. En TN y su página de internet están los videos. También hay una entrevista en Clarín a Bombau. El tipo está preocupadísimo porque prefiere que ese dinero se invierta en escuelas.

Bueno, espero opiniones que, a esta altura, es lo único que podemos hacer ya que nadie sabe qué carajo se discute en esas mesas.
Abrazo!

domingo, agosto 02, 2009

Crónica de lo que fue



Volemos ¿querés?

Te pensé una tarde en casa.
Quiero hablar/te sin nombres propios. Quiero hacer de cuenta que esto es una generalidad, algo que pudo pasar o no. Quiero que las palabras floten en el aire y que el viento las empuje hacia el oeste. Que te lleguen como cuento, poema o crónica de lo que fue.
No es raro que el frío invoque al calor o al recuerdo de lo confortable. Este invierno se está tornando insoportable porque las temperaturas bajan hasta el cero y más allá, las cañerías se congelan y eventualmente estallan (ya perdimos dos) y, fundamentalmente, porque no tenemos calefacción de ningún tipo. La casa tiene corazón grande pero no puede contra el frío.
Traté de acordarme de vos, de aclarar las sensaciones de tu ausencia. Las últimas veces que nos vimos no hubo nada parecido a lo que supimos tener. Es lógico, entendible y real, pero no deja de producirme una cierta tristeza, o nostalgia por las miradas perdidas.
Con seguridad puedo admitir que ni vos ni yo podríamos definir lo que pasó. Nos conocimos hace mucho. Yo tenía pelo largo, la voz un poco más chillona y creo que no me importaba un carajo nada de nada. Vos estás físicamente igual. Habrán cambiado un poco los dolores y las felicidades pero siempre tuviste una sensibilidad distinta al resto. Eras una de esas amigas de salidas, recitales y de alguna juntada de mates. Después ni eso. La llamita se fue apagando y te convertiste en una amiga de cumpleaños y días del amigo y también en amiga de fotografías viejas. Te señalaba y trataba de contar algo de tu vida a la nueva gente que aparecía en mi vida. Y así se pasaron los días.
Hace dos años, un poco más o un poco menos, aparecí en tu casa para tu cumpleaños. Yo venía de pasarla mal y vos peor. Charlamos espontáneamente. No habrán sido más de 20 minutos. Hablé mucho, como casi siempre. Vos me escuchaste y también hiciste tu parte y hablaste poquito, como casi siempre. Se podría decir que hubo diálogo.
Desde ese momento empezamos a vernos más seguido. “Me hice amigo de una amiga”, decía. Nos juntábamos de tanto en tanto. A veces almorzábamos, otras tomábamos un montón de mates amargos y hasta me acompañaste a la cancha una vez. Te pusiste una musculosa celeste y ganamos uno a cero. Seguramente caminamos por Córdoba, de la misma manera que lo hubiéramos hecho en Viena, Asunción, San Francisco o Nueva Delhi. Las tardes nos encontraron, pero el momento que más compartimos fue sin dudas la noche.
Me gustaba sentir que éramos nada más que vos y yo. De madrugada, cuando los comunes duermen y los raros se desperezan y salen a la calle, nosotros nos sentábamos en un bar cualquiera a tomarnos la vida. De a poco aflojabas y me mostrabas todas tus tristezas contenidas. Te costaba sentirte vulnerable, abierta a la vida, a otra persona. Me encantaba escuchar tu voz y mi silencio. Y así fuimos acumulando horas y horas de luz artificial y mucho alcohol.
Una noche como tantas nos encontramos. Creo que era jueves. A eso de las dos de la mañana nos saludamos y entramos a un conocido lugar de la ciudad. Hicimos lo de siempre: tomar. La diferencia es que teníamos que hablar más fuerte y más cerca del oído porque la música estaba bien alta.
Bailamos.
Tomamos.
Bailamos.
Tomamos.
Cerré los ojos. Te besé.
Me besaste. ¿Estaba realmente pasando? ¿Te estaba besando?
En un momento nos dimos cuenta que ya no había más música y que casi no quedaba gente en el lugar. No quedó otra que salir.
Salimos. “Tengo ganas de ir a tu casa…, pero no sé”, dijiste. Hacía frío. Nos abrazamos y seguimos la charla con besos y sin palabras. No tenía ninguna para decir, todas me parecían inútiles, vacías, destructoras del momento. Paré un taxi y fuimos a casa.
Nos vimos muchas veces más. Algunas como amigos, otras como… y ni vos ni yo sabíamos qué decir. ¿Hubiera funcionado? A vos te pregunto: ¿hubiera funcionado? Yo digo que no sé y seguro que vos también. Nos gustábamos sinceramente y con mucho miedo. Alguna vez nos besamos en público. Pero nadie sabía de lo nuestro y nadie nunca supo de todas las veces que nos encontramos.
Alguna vez, entre abrazos, intenté sacarte alguna palabra que me ayudara a descifrarte. Pero las palabras no son lo tuyo. Igual me guardo pedazos de tu voz que me enternecen hasta el día de hoy. “¿No me das otro beso?”, me dijiste una vez en la puerta de tu casa, con una sonrisa hermosa. Y al invocar aquella noche me tiemblan las manos en el teclado. Esa boludéz era (y es) suficiente para conmoverme.
En un bar del abasto me dijiste que yo era muy dulce y te brillaban los ojos. Nos besamos mucho aquella vez. En otra ocasión me tiraste toda tu honestidad: “cambiaste mucho, che. Antes eras medio pelotudo”. Me cagué de risa y te putié. Pero está bien, tenías razón. En una época iba camino a ser un gran pelotudo. Pude meter un volantazo a tiempo, creo.
Te quería escribir para no olvidarme de las cosas que pasaron, para no olvidarme de vos. Para no sentirme un poquito triste cuando te veo, charlamos, te saludo y después te vas. Porque inevitablemente te me estás yendo. Como amiga, como amistad de besos dulces, como carta manuscrita, como foto en la pared, como el mensaje de texto que me llega en el momento menos esperado.
Cuando tu imagen se me vino a la cabeza pensé muchísimo. No sé si esto es una crónica pero siempre termino creyendo que sí y trato de patear los límites de eso que algunos llaman género literario.
Creo que estoy feliz por vos. Y dejo la duda (y la certeza) escrita porque me conozco demasiado. Sé que a veces me arrepiento de lo que digo, lo que hago o de las historias de amor que invento. Casi nunca de lo que escribo.
Amiga.
Te quiero, como sea.
Como sea, te quiero.

sábado, julio 25, 2009

Balance Campeonato 2008/09

Escribí este extenso texto para tener un documento fiel de mis días pasados. Espero, con todo corazón que alguno pueda respirar hondo, acomodar el culo en la silla e intentar leerlo. El texto tiene varios ítems separados por subtítulos. Lleva un orden cronológico pero se puede seleccionar cualquier "nudo" y leerlo sin ningún problema.
Un abrazo.


A Cardo, Fede y Andrés Pirata.


Introducción

Bueno, finalmente se terminó el año futbolístico. El viaje a Rosario, mejor dicho la vuelta de Rosario para Córdoba, puso cierre al eterno campeonato disputado. Fueron muchísimas las cosas que pasaron, demasiadas anécdotas, recuerdos, frustraciones y alegrías y difícilmente pueda dar cuenta de todas ellas en este balance pero trataré de plasmar aquí todas las posibles, en especial las del tramo final del torneo.
El primer partido del campeonato fue en agosto del 2008. Le ganamos a Unión 1 a 0 en Santa Fe con gol de Bustos. Ese partido lo vi en la casa del padre de una amiga y en aquel momento escribí esto. Y así comenzó toda esta historia.
En aquel entonces el equipo era dirigido por Dalcio Giovanolli, un tipo que nunca logró la aprobación de la gente por una simple razón: nunca pudo hacer jugar (más o menos) bien a Belgrano. Durante su conducción ganamos más partidos de visitantes que de local. Lo cual era casi insoportable porque la alegría en casa es la que vale. Ganar afuera es para sumar puntos, nada más, y todos sabemos que el fútbol es algo más que eso. Jugamos dos veces contra Instituto y Talleres. A la gloria le ganamos las dos veces 1 a 0 y con Talleres empatamos los dos (1-1 y 0-0 –este último ya con Labruna como DT). Al finalizar la primera rueda andábamos en los primeros puestos, a cinco puntos de Chacarita, el puntero, y todavía creíamos en el ascenso directo.

Nudos

Lo mejor vino al final del torneo. Una conjunción de situaciones me devolvió a la cancha luego de un par de faltazos por esa cosa de jugar a ser periodista. Además se armó un lindo grupito de tribuna con Martín y el gringo Fede. El último partido de Giovanolli fue contra Independiente de Mendoza: derrota por 3 a 0 y de local. Fue suficiente para que se fuera. Al toque vino Labruna y todo cambió para nosotros en el Gigante.
El primer partido en casa fue contra la CAI. Ganamos 1 a 0, con minutos de buen fútbol y no mucho más. Después perdimos en Tucumán contra el futuro campeón, ya que si volvíamos a ganar de local, ahora empezaríamos a perder de visitantes.

Cábalas

El 4 de abril jugamos contra Quilmes. Ese día hacía mucho calor y me puse unos pantalones marrones, zapatillas y una camisa a cuadros. Ganamos 2 a 0 jugando pésimo, pero la euforia de ganar de vuelta en el Gigante hizo olvidar el dolor de ojos. Desde aquel partido llevé esa misma indumentaria. Fueron casi cuatro meses con la misma camisa, pantalón y zapatillas. Nunca las lavé y siempre dejaba la ropa guardada en el mismo lugar. En Alberdi, con mi cábala, ganamos cinco partidos seguidos (Quilmes, Aldosivi, Olimpo, San Martín SJ, Atlético Rafaela) y empatamos el último (Defensa y Justicia).
La camisa, de a poco, se convirtió en un ícono entre nosotros. Cambió la estación, vino el frío y ella siguió estando. Después fuimos agregando otras cábalas accesorias para determinar su grado de importancia. Una de ellas fue el asado previo a la cancha en el que no podían faltar las achuras (mollejas o riñones). También comimos choripanes a la salida del estadio y a veces unas cervezas en un barcito del centro. Otra cábala era la del gringo Fede. Generalmente él llegaba siempre tarde entonces nos veíamos desde lejos en la tribuna, nos saludábamos y esperábamos al comienzo del segundo tiempo, cuando todo el mundo se para de vuelta, para juntarnos y ver el partido los tres juntos. Todo funcionaba perfectamente: los primeros tiempos de Belgrano eran horribles y terminaban cero a cero, pero en el segundo (cuando nos juntábamos) ganábamos los partidos. Todo estaba cabalísticamente controlado. Incluso las veces que íbamos juntos a la cancha, el Fede entraba y se perdía para ver el partido solo en algún lugar y juntarse en la segunda etapa. La verdad que le poníamos mucha dedicación a la cuestión. Estábamos agrandadísimos. Igual, no fue la primera vez que tuve cábalas.



Celulares

Otra que pasó fue cuando perdí el celular. Creo que fue contra Aldosivi. El árbitro pitó el final del primer tiempo y todos se apuraron a sentarse. La situación estaba bajo control, el partido era horrible, ya habíamos divisado al gringo Fede y sólo había que esperar el encuentro. En eso siento que me vibra el celular en el bolsillo. Estábamos todos apretados y quise sacarlo para ver el mensaje de texto; metí la mano, lo agarré apenas y se me resbaló de la mano. Miré para abajo y no estaba más. Volví a mirar y me di cuenta que el condenado aparato se me había caído debajo de la tribuna. El hijo de puta pasó por entre medio de las estructuras de cemento y cayó como siete metros para abajo donde se veía un basural importante. Lo di casi por perdido, pero igual iba intentar recuperarlo.
El partido había sido un domingo a la tarde y yo recién me llegué al estadio el martes. Mi razonamiento era el siguiente: seguramente hacía años que nadie entraba a ese basural debajo de la gigantesca tribuna pirata. Incluso dudaba si alguien tenía las llaves de los candados de esas puertas gigantes (recordemos que el Gigante de Alberdi tiene capacidad similar al Maracaná: 200.000 negros entramos… aproximadamente).
Con las manos en los bolsillos entré a la cancha y hablé con el Intendente del estadio (algo así como el ordenanza o amo de llaves). Le expliqué la situación, me dijo que hice mal, que tendría que haber hablado con él apenas finalizado el partido, pero me acompañó a buscar mi aparato. El tipo abrió unas puertas y pasamos caminando por el césped de la cancha, por la mismísima cancha donde un par de guasos patean una pelota, cumplen el sueño de millones y encima les pagan bien.
Íbamos en silencio. Sólo se escuchaba el ruido de las 700 llaves que colgaban de una argolla gigante agarradas al cinto del Intendente. Yo estaba emocionadísimo. Miré los alambrados, los bancos de suplentes, todo.
- Yo me metí a la cancha el día que ganamos la promoción con Quilmes, con el gol de Mugnaini –dije, como para igualar experiencias.
El tipo asintió. Seguimos caminando.
- ¿Hace mucho que trabajás en Belgrano? –pregunté.
- Más de veinte años –me respondió sin dejar de mirar para adelante.
- ¿Y qué hiciste todos los años que la cancha estuvo cerrada? –en el momento que terminé de preguntar me sentí un idiota. Quise arreglar la situación –Digo, la cancha estuvo abandonada, no se jugaba acá… eeeh… -no paraba de meter la pata.
Tardó unos segundos en responderme. Pero finalmente me miró y dijo algo como que nunca dejaron de haber actividades en el estadio, que las inferiores siguieron usando la cancha.
El final del trayecto lo hicimos en silencio.
Llegamos debajo de la tribuna local y para mi sorpresa la puerta estaba abierta y había una docena de albañiles trabajando. ¿¡Qué carajo estaban haciendo ahí!? ¿Obras en el estadio? ¡Si la cancha está igual de rota hace años! Prácticamente resignado empecé mi búsqueda entre el colchón de papeles que seguramente estaban allí desde hacía años, recibidas históricas a los equipos; lluvias, tornados y tsunamis de papeles y serpentinas. Miré para arriba y traté de calcular el lugar de la caída. “Si yo me paro del medio para la izquierda, más o menos por acá, entonces el celular seguro que cayó por estos lados”, pensé. Y ahí vino un nuevo problema: había otra división debajo de la tribuna con una puertita de chapa. Pensé que esa iba a estar cerrada, atorada, hinchada, trabada por los años sin ser abierta. Agarré el picaporte, y empujé con el hombro derecho...

(Intervalo. Aproveche para llenar el termo, dar vuelta la milanesa o prender un sahumerio que se viene lo mejor)

¡Pum! Hizo el ruido de la puerta. Cuando levanté la cabeza no pude emitir palabra: ¡había una familia entera viviendo debajo de la tribuna! La cocina, unas camas, la soga con la ropa colgada, el abuelo fumando pipa y jugando al ajedrez, la doña lavando en la tabal, los nenes haciendo la tarea; ¡era un loft gigante! Todos los ambientes divididos por sábanas.
- Eh, eh, perdón… ¿no encontraron un celular? Se me cayó el domingo en el partido.
Creo que ni siquiera me contestaron. Alguno me movió la cabeza para ambos lados.
- Pe… Perdón –y cerré la puerta tratando de no hacer más ruido.
Ya sin ganas y totalmente resignado continué la búsqueda unos minutos más. Charlé con los albañiles, les conté más o menos cómo se me había caído y me fui como vine, con las manos en los bolsillos, pateando piedras y papelitos, y con la inaprensible sensación de encontrar vida en lo que supo ser un club, hoy una empresa. Mientras siga viviendo esa gente allí, Belgrano como club, barrio, forma de vida y lazo social no está muerto, para nada. O por lo menos ese es mi deseo.



"Brujería, hice Bru-je-ría" (Los Tipitos)

El jueves 28 de mayo teníamos un partido de esos que los cassettes califican como “finales”. Jugábamos contra Atlético Rafaela, que venía cuarto un punto atrás de nosotros. Podríamos decir que era el partido a ganar para asegurarse, por lo menos, un lugar en esa puta promoción.
Todo venía encarrilado. El primer tiempo había sido malísimo, horrible, más aburrido que película china doblada al español. Nos juntamos con el Fede y lo llamamos por teléfono al Martín ya que él no había podido ir por trabajo (igual lo tildamos de “putazo”) Apenas comenzó el segundo tiempo sucedió algo inesperado: gol de Rafaela. ¿Qué hacer? ¿Cómo seguir? Si Belgrano no daba vuelta un resultado hacía como dos años. Ni de local ni de visitante ni de neutral ni de nada. Un gol en contra y ya estaba todo perdido.
Los minutos transcurrían y la camisa parecía no tener respuestas. Los nuestros no daban dos pases seguidos y el único recurso era bartolear la pelota para arriba. El partido empezaba a morirse y en una de esas aproximaciones ganamos un corner. Medio ebrio como estaba detecté un movimiento de Váquez, el 10, que desconcertó a la defensa de Rafaela. Amagó con buscar el pase corto pero en realidad fue a buscar la pelota para ser él el que tirara el corner. Ahí fue cuando dije en un volumen de voz apreciable:
“CREO QUE SE VIENE EL GOL DE BERZA”.
(Y acá tengo que contextualizar un poco, sino no se va a entender nada. Marcelo Berza es, quizás, el peor jugador de la historia. Un muerto, amargo, pecho frío, un atado, uno que nación con los pies cruzados, un becado, un tipo con suerte… nuestro defensor central. Tiene un historial importante de errores groseros que, encima, nos costaron los partidos. La gente se encargó de silbarlo y putearlo partido tras partido. Así y todo el guaso nunca dejó de ser titular. Era uno de esos casos en los que uno realmente sentía eso de que “hasta yo juego mejor”)
Vázquez pateó el corner, Novaretti la peinó y otro jugador celeste la empujó a la red. Delirio total en las tribunas. Avalanchas, abrazos con extraños conocidos, grito interminable de gol. El plus de toda esa excitación vino cuando todos empezaron a darse cuenta que ese jugador que venía con el puño levantado terminando de festejar su gol era, nada más y nada menos, que Marcelo “el peor de todos” Berza. El gringo Fede me miraba, totalmente drogado, eufórico, con una sonrisa de piano y me gritaba “¡lo hizo Berza, culiado, Berza!”. Y después todos los que estaban cinco metros a mi alrededor empezaron a abrazarme. Y los que estaban a diez metros alrededor miraban para donde estaba yo, conmocionados por ver los abrazos que recibía, y preguntaban “¡¿qué pasó, qué pasó?!” Y otro que respondía: “el flaco dijo que Berza iba a meter el gol”. Lo sentí propio, o sea que EL GOL FUE MÍO. Lo lamento Berza.
Pero eso no fue todo. Cuando el partido entraba en coma 4 Belgrano resucitó, tuvo un flash, una chispa, un despertar y se acordó de su historia. No sé quién hizo un intento de jugada, alguien dio un pase, otro la dejo pasar y Vázquez apareció con la pelota, avanzó, avanzó y ¡tuc! Pateó………….. y ¡Gol! ¡Goooooooooooooooooooooooooollllllll! Y todos rodando por los escalones. Avalancha interminable. Marea de personas abrazadas. Volábamos los negros para todos lados. No entendíamos nada. En cinco minutos habíamos dado vuelta un partido. Una cosa de locos. Después todos ayudando a levantar a los caídos, tapados los cuerpos por más cuerpos; algunos seguían abrazándose, gritando ¡gol carajo, gol! con el poquito de aire que les quedaba.
En aquel momento escribí una crónica un cacho más seria (no mucho más). Es esta. Y así le ganamos a los muertos de Rafaela. Es verdad, son muy pechos fríos, siempre les dan vuelta los partidos y el que perdieron el fin de semana pasado con Gimnasia lo demuestra.

"Gloriosas" desgracias y anunciados descensos

El penúltimo partido del campeonato fue de local contra Defensa y Justicia. Un equipo chico, pequeñísimo, un partido ganable por donde se lo mire. Estaba la camisa, el pantalón y las zapatillas (lo imprescindible) estaban también el Fede, el Cardo y Nico, otro gran hincha pirata que vive en Salta y vino especialmente para ir a la cancha. El asado se lo comieron ellos porque yo no podía, por la simple razón de celebrar un nuevo aniversario de nacimiento y por la visita de mi hermana que venía de España.
Creo que ahí fallamos en varias cosas. Uno: no comieron mollejas en el asado, lo cual fue un error garrafal. Dos: la presencia del Nico en la cancha fue un factor desequilibrante. Rompió todo el orden que tenía la cábala. Tres: estas dos situaciones exigieron a más no poder a la camisa. No es recomendable empujar los límites de una cábala. Mirá lo que le pasó al titanic. …. (?)
El primer tiempo terminó cero a cero. Un par de goles errados por Cuevas, otro de Bustos y nada más. Las novedades las traía la radio. Goles de Los Andes, muchos, que mandaban a Talleres al Argentino A. Instituto también hacía lo suyo: arrugaba de local contra Tiro Federal y empezaba a despedirse de las chances de jugar la otra promoción. Córdoba: un desastre por todos lados. Me fui triste de la cancha porque yo quería ganar y el poder de las cábalas entraba en una curva descendente. La mayoría festejaba, merecidamente, el hundimiento de Talleres. En aquel momento escribí esto.
La última fecha fue de visitantes contra All Boys. Perdimos pero nos ayudaron, como tantas veces, los resultados de las otras canchas. Instituto se quedó afuera de todo definitivamente y nosotros quedamos en el cuarto puesto (Atlético “siempre me dan vuelta los partidos” Rafaela terminó tercero). Me enojé mucho aquel día y me salió esta crónica violenta. A pesar de todo llegamos a la promoción por un lugar en primera división contra Rosario “sin aliento” Central.

Partido de ida: Estadio "Julio César Villagra" (Gigante de Alberdi)



Nos juntamos en mi casa temprano, a las 11 de la mañana. Tuve que recorrer algunas carnicerías porque no conseguía mollejas pero finalmente pude comprar las achuras salvadoras. La jornada prometía fiesta. El equipo no invitaba a nada y eso era, justamente, lo que más nos hacía ilusionar: ir de punto. Belgrano siempre sorprendía y sacaba pecho en las difíciles.
Tomamos una botella de fernet y salimos para la cancha cantando, con la bandera atada al parabrisas trasero. Había olor a alegría. Se veía en la gente una confianza de fiesta, de hazaña. Ya no importaba nada, ni los partidos perdidos, el mal juego, la falta de fútbol, los goles errados por Bustos durante todo el año, la presencia de Marcelo “el peor de todos” Berza, ni la ausencia del mejor jugador durante todo el torneo: Novaretti. Nunca se van a saber las verdaderas razones de su alejamiento pero lo concreto fue que nos cagó y no jugó los partidos finales. Después vienen las palabras.
Llevé una caja de resmas llena de diarios (todos los ejemplares gratis que acumulé en los meses en los que trabajé en La Voz) y los repartí cual si fuera canillita en la eterna cola para entrar al estadio. El Fede hizo lo suyo y se extravió en la tribuna durante el primer tiempo. Martín, la camisa y yo entramos a la cancha y nos paramos en el lugar de siempre. El recibimiento al equipo fue hermoso, digno de la instancia que estábamos jugando. A Central le dimos la “lateral”; una tribuna de mierda que ni siquiera tiene paraavalanchas. Así que si vino la barra de Central, yo ni me enteré. Que se caguen por putos.
Para delirio de mis ojos Belgrano jugó el mejor primer tiempo del año. Los jugadores celestes agarraban la pelota y tocaban. ¡Daban pases! A veces levantaban la cabeza y trataban de armar jugadas. No se podía creer. Tuvimos varias situaciones de gol que Claudio “me erré el gol de mi vida” Bustos no pudo concretar. El primer tiempo terminó en cero. Mejor, pensaba, todo sigue en rieles.
Arrancó el segundo y ahí nomás nos clavaron un gol. Jesús Méndez agarró un rebote, cerró los ojos y la clavó desde afuera del área al ángulo izquierdo de Olave. Algunos dijeron golazo, yo prefiero decir que se la sacó de encima y que no la vuelve a meter más. Lamentablemente, con esa primera vez bastó para que Central ganara el partido. Después Berza se hizo expulsar (¿vieron lo que les decía, vieron?) y todo se hizo cuesta arriba. Así y todo erramos chances claras de gol y nos quedamos con un partido bien jugado y con cero goles a favor.
No había tiempo para lamentarse, teníamos que prepararnos para viajar a Rosario, ciudad conocida por el monumento a la Bandera, el río Parana y los deliciosos gatos a la parrilla (la chicana preferida de los cordobeses para los rosarinos).


Partido de vuelta: Estadio Gigante "me lo remodelaron los milicos" de Arroyito



Al día siguiente del partido se empezaban a vender las entradas para el partido de vuelta. La gente salió de la cancha, buscó abrigo y se fue a hacer la cola. Yo no. Yo dormí hasta el mediodía, golpeado por la depresión post partido y fuimos hasta las vacías boleterías.
- ¿Te quedan entradas maestro?
El maestro se nos cagó de risa.
- Plateas. Salen $150.
- ¡$150! ¡Están locos!
- ¿Y qué querés? Ustedes vienen a cualquier hora.
Tenía razón el boletero.
Hicimos diez metros e intentamos con la reventa, bajo la atenta mirada del policía.
- Te la dejo a $120 la popular –nos dijo un gordo sin mirarnos a los ojos, masticando un chicle ya sin gusto.
- Bueeeeno, gracias.
Y nos fuimos.
Agarramos la moto y partimos para lo del “Loco” Tito, el jefe de la barra de Belgrano. Llegamos y había una “guardia” importante de personas. Unos 15 guasos, con sus respectivas 15 motos, estaban en la puerta de la casa. Sentados, al pedo, esperando no sé qué. Nos sumamos a la espera.
A los quince minutos salió el Tito.
- ¿Qué quieren?
- ¿Cuánto sale viajar?
- $200 con entrada. Los colectivos son Urquiza, doble piso y coches semicama.
- Uh, buenísimo ¿Te podemos dejar señados dos?
- Imposible. Y apurensé porque quedan pocos.
Partimos de vuelta con la moto a buscar la plata. Cruzamos un pedazo de Córdoba dos veces. Volvimos.
- Tito.
- ¿Consiguieron?
- Sí, sí. ¿Che, yo viajo siempre, no hay algún descuento? –intentó negociar el Andrés.
- Mirá, si viene mi vieja y se me arrodilla, le cobro $200, como a ustedes. Ayer estuve hasta las 6 de la mañana tratando de sacar a 80 guasos de Central que cayeron en cana.
- ¿Por?
- Y, lo de siempre, portación de armas, merca, porro.
- ¿Y los sacaste a todos?
- No, quedaron 3 o 4. Esos tenían dos chumbos y como 40gr de merca y encima quisieron coimear a los canas. No pude hacer nada. El resto ya salió; tuve que ponerles mis abogados pa que pudieran volverse a Rosario.
- ¿Y porqué los ayudaste?
- Son códigos, pibe. Si yo voy allá y caigo en cana, ellos van a ir y me van a sacar. Los quilombos entre las hinchadas son una cosa, pero cuando caes en cana tenés que ir a sacarlos, así sean de Talleres, Boca o Central. No importa. ¿Me entendés?
Dijimos que sí, aunque no entendí muy bien esa cosa de los códigos y me puse a pensar quién me sacaría a mí si llegara a caer en cana. Antes de irnos nos pidieron que fuéramos puntuales: “estén ahí a las 6.30 para salir a las 7 ¿entendieron?”. La caravana de colectivos partió desde la cancha a las 10 de la mañana. Yo vestía con un pantalón marrón, zapatillas y camisa a cuadros. El último esfuerzo de la cábala.
Todas las ilusiones iban en fila india. El viaje fue muy entretenido. Todos los borrachos querían contar su anécdota, su jugador preferido, el mejor gol que vieron, el partido inolvidable y los pedazos de vida que los colores les daban.
Puedo decir con seguridad que no conozco Rosario. La policía nos frenó a la entrada de la ciudad e hizo bajar a todos los negros de los colectivos. Revisaron los coches, incautaron pirotecnia y el poco alcohol que quedaba. La gente, muy previsora, se había encargado de tomar todo antes. Después nos subieron y nos escoltaron hasta el estadio como si fuéramos presidentes o algún preso de máxima seguridad.
De la policía de Rosario puedo decir que certifican el dicho popular: son más violentos que la mierda. Pero quiero felicitar al tipo de recursos humanos: la mayoría de las canas mujeres están todas muy buenas. Flaquitas, arregladas, con el pelo suelto. Yo, la verdad que las veía más para película porno que para correr a los delincuentes (que en este caso éramos nosotros, o por lo menos así fuimos tratados durante toda nuestra estadía).
Cuando el bondi circulaba por la ciudad me di cuenta que nadie nos quería. Todos nos pedían que le chupáramos la poronga haciendo alusivas señas, agarrándose el área genital e inclinando levemente el cuerpo hacia atrás. También, uno podía leerles los labios a la gente y creo que alguno nos dijo putos. Éramos demasiado visitantes. Los de Central nos puteaban por ley y los de Ñuls porque nos une una historia de desencuentros, balas de goma, piedras y butacas volando de un lado para el otro. En síntesis: los de Newell’s son unos putos y los de Central también. Y ya que estamos, putos los de Tiro Federal y Central Córdoba. Como para que no se sientan relegados.
Fue hermoso llegar al estadio y ver tanto color celeste aplacando ese horrible azul y amarillo. Igual debo admitir que Central abraza a mucha gente, que en las afueras del estadio está todo pintado con sus colores, que es una institución grande con mucha historia y que a pesar de todo eso son unos amargos. Pero una cosa es una cosa y otra es otra.
Entramos a la cancha unos minutos antes de que salieran los equipos. Nuestro recibimiento fue emotivo pero poco colorido porque nadie pudo entrar papeles, serpentinas, bengalas, petardos ni nada de fiesta. A la policía le encanta reprimir todo eso. Igual, volaron algunos papeles y creo que lloré.
Del partido puedo decir lo que ya se dijo. Belgrano se paró de igual a igual. Que jugó mejor que Central en el tramo final. Que la alegría del gol nos duró 35 segundos. Que los putos estos nos ganaron la serie porque son de primera y no hay con qué darle. Pudimos ganar porque jugamos mejor ambos partidos pero los guasos pelaron la categoría, manifestada en un ocote enorme. Todos nos fuimos con la cabeza levantada.
La yuta nos sacó corriendo del estadio. De pedo pudimos comprar un choripan. La gente corría desesperada tratando de encontrar su colectivo porque los canas venían con sus bastones golpeando los escudos y los hinchas. Arrancamos y nos fuimos.
Saliendo de la ciudad nos tiraron unas piedras que impactaron en mi ventanilla. Por suerte no se rompió. ¡Hace falta más que eso para intimidarme!
Muchas cosas quedaron afuera en todos estos párrafos pero traté de no censurar los recuerdos. Me alegraría muchísimo saber si alguno llegó hasta este renglón. Un abrazo grande para él, sea del color que sea.