sábado, diciembre 23, 2017

El hombre que quería escribir. 18va Entrega. El universo.


El universo


Vuelvo vencido a la casita de mis viejos,
cada cosa es un recuerdo que se agita en mi memoria,
mis veinte abriles me llevaron lejos…
locuras juveniles, la falta de consejo.

Puedo predecir casi todo. Conozco todos los sonidos de esta casa: las bisagras de todas las puertas, incluida la del horno, con su particular chirrido. La tos de pucho de mi viejo, los ladridos de los dos perros, el tac tac del cuchillo de mi vieja cortando cebollas, la cadena del baño, la forma en la que circula el agua, el atrapasueños del patio que mi viejo detesta, la exactamente misma puteada por las campanitas, las sillas al moverse, el motor de las Ferraris o McLaren y el ruido de cada manojo de llaves de todos los que viven o hemos vivido aquí. La orquesta funciona siempre con el mismo ritmo. A veces me aturde y no puedo bajarle el sonido. 

- ¿Te lavaste las manos? –pregunta mi vieja cuando me ve pellizcar un pedazo de queso. Tiene una obsesión con la higiene. Invasiva. Cotidiana.  
- No –respondo clavándole la mirada y metiéndome cuatro exagerados pedazos de queso en la boca. Mastico con la boca abierta, grotescamente. 
- ¡Sos un boludo! –dice y me pega una cachetada en el brazo. Yo sonrío y me acerco a mi viejo y a la carrera: 
- ¿Cómo van los McLaren? –pregunto. 
- Se han asociado con los japoneses, con Honda. El año pasado les fue para la mierda. Ahora están ahí, tratando de remontar; pero están lejos. No van a ganar nada este año tampoco –y luego remató su brillante análisis con un clásico: son unos pelotudos. 
Para mi viejo todos son unos pelotudos. Todos. Nadie queda a salvo de su calificación preferida. Incluso gente que estima o que quiere mucho también pueden serlo en cualquier momento y por cualquier razón. 

La mesa ya está servida, la comida a punto de desembarcar y el viejo sigue sentado en su reposera. 
- Esta carrera ya está definida. No se le va a escapar al inglés –dice tirando una sentencia que nadie le pidió. De repente se da vuelta, nos mira, lo miramos, ¿va a preguntar algo? ¿Le interesará preguntarnos cómo estamos? Si así lo quisiera tampoco lo haría; no sabe, no puede. 
- ¿Hay pan? –pregunta. Mi vieja sin responderle me señala la bolsa. La llevo a la mesa. 
Comemos las milanesas más ricas del mundo. El ruido de los cubiertos me aturde. No decimos nada durante 60 segundos. El tiempo se comporta de una manera de mierda y me angustia. Parece una eternidad. Siento que esperan que les diga algo: que cambié de trabajo, que tengo novia, que voy a volver a estudiar. No parece interesarles otra cosa por fuera de esos tópicos y yo tampoco puedo hablar de otra cosa. ¿En qué momento me convertí en un robot? No puedo hablar. Tengo un dique que nunca se llena, que no permite que pasen las palabras. Cada diez años rebalso y me inundo y se inundan pueblos, ciudades, casas de familia, la mía. La reconstrucción es lenta. La humedad queda en las paredes. El televisor está prendido. Mi viejo no tiene problemas en hablar. 
- ¡Mirá, mirá, gorda! –grita mi viejo emocionadísimo, señalando el televisor- Ese el documental que quiero ver, el que agarré empezado los otros días ¿te acordás gorda? es sobre la segunda guerra mundial, es espectacular, con imágenes a color y todo, no me lo pierdo ¿Cuándo es? a ver, ahí seguro que lo dicen, a ver, miércoles veinte y treinta horas, listo, no me lo pierdo ni loco, los otros días lo agarré empezado, vi la parte final, cuando contaban lo de la invasión a Normandía, son varios capítulos, fue brutal lo de Normandía, ¿vieron la del Soldado Ryan, esa con el flaquito ese el de Porkis? bueno,  eso te da una idea de cómo fue, ahí empezaron a ganar la guerra los Aliados, murieron un montón de tipos, guarda el hilo ¿eh? porque a veces te hablan de Normandía como si hubiera sido una papa y no fue así, ni cerca, los alemanes resistieron como una semana, se cagaron a tiros, fue una masacre, lo que pasa que el error fue del pelotudo de Hitler que estaba encachilado con invadir la Unión Soviética, y decí vos que lo hizo porque sino ese tarado hoy estaría dominando el mundo, estaríamos hablando alemán vos y yo, y el otro gran error de los alemanes fue el de permitir que los ingleses y franceses huyeran para las islas, la Batalla de Dunkerque se llamó, los alemanes los estaban llevando puestos a los franceses, empujando hacia el mar y ahí, en Dunkerque, cuando estaban para la cachetada, no sé si Hitler o algún otro boludo dijo “frenemos el ataque, que nuestra fuerza área los haga bosta a estos franceses” y eso le dio tiempo a los aliados para tomarse el palo para Inglaterra, tres días tuvieron, qué boludos los alemanes, igualmente, como dije antes, decí que cometieron esos errores, que si no, la verdad, no me lo banco al conductor de ese programa, es un viejo pelotudo y el otro salame que está con él, no me sale el apellido, puta madre cómo se llama ese otro, bueno, no me acuerdo, es más boludo que el conductor, no entiendo la verdad cómo llega esa gente a la televisión, se ve que a la gente le gusta, los porteños, qué querés, por ejemplo, los otros días vi el noticiero, el de Buenos Aires, están robando como locos, no se puede vivir allá, es un locura, dos changos en una moto le arrebatan la cartera a una mina, la tiran al piso, la arrastran como cincuenta metros, en eso pasa un cana que estaba de civil y saca el arma reglamentaria y empieza a los tiros y uno de los choros, el que va atrás también saca un chumbo y tira para cualquier lado, ¿resultado? dos pobres infelices que justo venían caminando se ligaron un tiro, uno en la pierna y el otro le raspa la oreja ¿te das cuenta? de pura suerte que no termina todo con un muerto y la mina quedó toda raspada, no se lo olvida más, lo que pasa es que estos pendejos después los agarran, son menores, entran por una puerta y salen por la otra ¿o no? ¿o me vas a decir que no? y la droga, ese es el problema, el paco, que fuman ahora todos los pendejos estos, ahí en la facultad de ustedes les encanta defender a los choros, los otros días venía con el auto por el centro, nunca voy al centro en el auto, vos sabés y venía por Santa Rosa, ahí donde están todas las mueblerías, ya venía inflado porque no había podido conseguir el repuesto de ese puto lavarropas y el tráfico se empezó a empastar y no avanzaba, no avanzaba, no avanzaba y digo qué mierda está pasando acá, una de dos: o es una marcha o alguien chocó, porque el centro de Córdoba es una mierda, se corta una calle o alguien se le queda el auto y fuiste, sonaste, se arma un quilombo padre que ni te cuento, bueno, hice tres cuadras en media hora ¡tres cuadras en media hora me entendés! y cuando finalmente puedo cruzar General Paz veo para la Colón: una marcha, todo el centro cortado por cincuenta tipos, te lo digo, no eran más de cincuenta, cien, si querés, que estaban cortando toda la General Paz ¿y la policía? mirando, cuidando a los tipos estos que no sé qué mierda reclamaban porque acá cualquier hijo de puta te corta una calle, no hay límites, macho, no hay límites porque te digo que hay protestas válidas pero ya se les va la mano, ya se les va la mano, ¡no puede ser que cincuenta tipos te corten toda la General Paz y te armen un quilombazo, hay gente que tiene que ir a laburar! no, hijo, si es como yo siempre digo, esta ciudad se va a hundir algún día, las cloacas son un desastre, todos los días salta alguna tapa y empiezan a correr ríos de mierda, los otros días, en la zona de los hospitales: ríos y ríos de mierda ¿vos te das una idea lo infeccioso que es eso? y mientras tanto lo tenés al hijo de puta de Mestre sacándose fotos con no sé qué boludo, “recuperación histórica” dice después el caradura, me saca de quicio, toda la ciudad llena de pozos, mirá, ahí están pasando de vuelta la publicidad del documental ese, dos veces en cinco minutos, ¿te das cuenta? los otros días, cuando quería encontrar cuándo repetían el documental no pasaban nunca la propaganda, ahora, dos veces en cinco minutos, no entiendo la televisión, pasame la sal por favor, gracias, están riquísimas las milanesas, gorda, riquísimas, voy a poner de vuelta la carrera a ver si sigue todo igual, pasame el control, dame, ¿cuál canal era vieja?

- Hace cuarenta años que ves la carrera y no sabés qué canal es –digo.
- No hace cuarenta años y además me han cambiado los canales, cuando pasó de Multicanal a Cablevisión cambiaron todo.
- Eso fue hace quince años, papá. 
- Y después volvieron a cambiar al grilla, encima no viene más la programación, no te mandan más la revistita estos delincuentes ¿Sabés cuánto pagamos de cable por mes? 
- Sí, como 700 mangos. 
- ¡Setecientos quince pesos, setecientos quince pesos pagamos por tener sesentaypico de canales que no sirven para nada! ¡Si no fuera por las carreras y el fútbol, te digo que lo doy de baja, lo doy de baja! 

Mi viejo puede hablar un año seguido, sin importarle sus interlocutores. No pregunta, no dialoga: habla, dicta conferencia. Puede dar cátedra acerca de todo: la economía, las drogas que consumen los jóvenes, las razas en peligro de extinción en el Amazonas, la forma correcta de hacer un budín o el problema del transporte público en Córdoba. No sabe un carajo de economía, no consumió nunca ninguna droga, no fue al amazonas, no cocina budines y no se toma un bondi hace tres décadas. Yo no diría que miente. Fabula, imagina, se arma verdades, se las cree y siente que tiene que contárselas a cualquiera que se le cruce en el camino y le diga hola. Hay que reconocerle la inventiva. Ojalá tuviera su imaginación para escribir. Mientras habla e inunda el espacio con palabras y más palabras, pienso: mi viejo es la literatura. Él no lo sabe. Él escribe, sin escribir. 

martes, agosto 08, 2017

El hombre que quería escribir. 16° entrega. "Donde comenzó todo"


Donde comenzó todo

Barrio tranquilo de mi ayer,
como un triste atardecer,
a tu esquina vuelvo viejo...

Juan Carlos Cobian

Yo, lo único que quería era ser jugador de fútbol. Pero para lograr eso tenía que saber jugar a la pelota y, en el barrio, los gordos no juegan bien, los gorditos vamos al arco. Si bien pude evitar mi destino debajo de los tres palos y no era de los últimos en ser elegidos en el pan-queso-pan-queso, me condené en la defensa, como un puesto en el Estado, haciendo poco, estancándome en mi mediocridad. No recuerdo otra pasión por algo. Truncado mi destino de gloria dejé que la vida fuera transcurriendo con el motor en punto muerto, sin meter ningún cambio, dejando que el coche se moviera en bajada o en subida despacio, controladamente. 

Algo se movió cuando decidí escribir. Venía sintiendo que los engranajes de mis pasiones estaban oxidados, por eso, cuando escuche el ruido del metal, el diente enganchando en el otro diente, no pude hacerme el boludo: mi auto está moviéndose, la pendiente es leve, casi imperceptible. Todavía no puse ninguna marcha pero me sorprende observar mi pie izquierdo apoyado sobre el embrague. 

Cuando Córdoba era chica, cuando la ciudad no superaba el todavía inexistente anillo de circunvalación, mi barrio parecía quedar en el culo del mundo. Belardinelli moría donde empezaban las quintas. Se terminaba un asfalto mal hecho y empezaban los descampados, la tierra desconocida. Siempre fantaseábamos con cruzar los alambrados y descubrir algo nuevo. Dicen que si alguno se largaba a caminar terminaba cayendo al vacío, donde cuatro tortugas o elefantes sostenían la tierra siempre plana. Otros hablaban de haber visto a un puma. Que ahí nomás, caminando 15 minutos había una casa abandonada donde vivía un borracho. Que una vez, hace mucho, un pibe se había mandado y nunca más lo vieron. Los más grandes contaban historias sobre canchas de fútbol ocultas entre los yuyos, con arcos, redes y todo. Antes había más canchas de fútbol que escuelas. Hoy no queda ni bosta. Los gitanos parecen estar desde siempre, vendiendo, comprando, entrando un camión, sacando un camión, chupando cerveza, balbuceando en su idioma, siempre con la sospecha barrial de que algo están tramando. Antes les tenía miedo, por las boludeces de mi vieja y porque mi viejo decía que una vez lo habían cagado. Ahora me caen bien, frenan el avance inmobiliario, ningún desarrollista quiere armar un emprendimiento cerca de ellos. 
Queda muy poco del barrio que viví pero mi cuadra se mantiene casi intacta. Algunos vecinos progresaron y fueron modificando sus casas de plan pero hay otras que siguen iguales o peores, rajadas las paredes, hundidas, descascaradas. A cada paso, desde que bajo del colectivo hasta que llego a mi casa voy reconstruyendo pequeñas películas. La casita de mis viejos también fue cambiando. Se agrandó la cocina y perdimos patio. Siempre la naturaleza sale perdiendo. Después de dos o tres intervenciones fuertes para que no se cayeran las paredes ni se hundiera el piso de la vieja casitadeplan, se terminaron las obras y hace 20 años que todo luce igual. Todavía hay algo de mí en esas paredes: un póster de El Gráfico de la temporada 93/94 de Las Flores, calcomanías en las puertas del mueble y algo de mis trastos que nunca puedo terminar de llevarme. Pero mi pieza ya no es más mi pieza. Mi vieja armó su pequeño estudio donde recibe cada tanto a algún cliente o vecino por consultas que casi nunca cobra porque le da cosa. Es abogada. Nunca supe si muy buena, regular o mediocre, como yo. Casi nunca ejerció y se pasó la vida siendo secretaría de alguien o llevando y trayendo papeles. La imagen que tengo de ella es yéndose a tomar el 52 con medio metro de carpetas y expedientes, rogando que hubiera un asiento libre. Tenía muchos huevos la vieja y supongo que los sigue teniendo. Parece poseer una voluntad inquebrantable ante tantas miserias cotidianas, levantar la cabeza, mirar hacia adelante y seguir pero a la vez es dueña una ingenuidad alarmante, quizás por la época, quizás por su edad. Un día, manejando por la ruta, los dos solos, me confesó que se sentía bastante inútil haciendo lo que hacía, que siempre la aburrió el trabajo. Lloró desconsoladamente durante dos minutos sin taparse nunca la cara. No me miraba, hablaba y lloraba hacia el horizonte. Se secó las lágrimas con el reverso de la manga y, sin dejar de ver nunca el camino, siguió manejando hacia adelante, hacia donde van las luchadoras. 

Toqué el timbre cuando el sol estaba bien arriba, marcando la mitad del día. Escuché a los perros y a mi viejo ladrar: ¡Ahí llegó tu hijo, andá a abrirle! –gritó, seguramente, desde su reposera, sin sacar la vista del televisor donde, seguramente, estaba viendo la carrera. Para mi viejo siempre fui hijo de mi madre. 

Sentí a mi vieja gritarle, irónicamente: “vos dejá, ni se te ocurra moverte”. Ese griterío constante, ese combate cotidiano, también forma parte de la banda sonora de mis días. Escucho sus pasos, sé que va a salir con un repasador en la mano, probablemente con delantal y una bolsa de nylon en la cabeza para no llenarse de olor el pelo. Si sale así es porque está haciendo milanesas de peceto con papas fritas. Un éxito que no falla nunca.

Se abre la puerta, despacio pero nadie se asoma. Yo sonrío. Veo aparecer su pie acercando un trapo de piso:
- Limpitate los pies, hijo, porque acabo de pasar el piso. Pasá, pasá. Cuidado con la bolsa que estoy haciendo milanesas, abrazame rápido que te voy a llenar de olor. Dale, pasá. Allá está tu padre, dando una mano, como siempre… 
Entro. De ahora en más ingreso al universo de mis padres. Nunca sé cómo voy a terminar saliendo de acá. 

Mi viejo está de calzoncillos, esos tipo shortcitos de viejos. Se le ve el pito por el costado, las bolas arrugadas. Es inimputable, siempre lo fue. Medias. Chancletas Adilette clásicas. Remera mangas corta blanca. El pucho. La fórmula uno. 

- Vení, vení –me llama emocionadísimo sin sacar la vista de la pantalla- mirá, mirá ¿ves? Se fue a la bosta, entró mal a la curva y se le fue. Hacía rato que tenía que cambiar cubiertas el boludo del canadiense –dice con categoría. 

Lo apasiona esa carrera larga y aburrida como un 0 a 0 de Olimpo-Arsenal. Creo que mira la carrera desde hace cien años, incluso desde antes que existieran los autos. No sé si sabe mucho, pero yo sé menos así que es una de las pocas áreas en las que le creo algo de lo que dice. 

- ¿Cómo van? –pregunto por preguntar algo, que ni siquiera tiene sentido. 
- ¿Quién va ganando? –corrije la pregunta mi padre- Primero viene Hamilton, ahí nomás está Raikkonen y tercero, lejos, Vettel, con la Ferrari. 
- ¿Qué pasa con Ferrari que hace  mucho que no gana nada? –no tengo ni idea lo que estoy diciendo, me la juego para ver si puedo tener un diálogo mínimo. 
- Y, hace tres años que Mercedes, con Hamilton, vienen ganado todo. Para mí no le han pegado al piloto justo –aventura y de repente estalla: ¡Y los pelotudos de Ferrari que siguen insistiendo con los mismos neumáticos! ¡Y siguen insistiendo! –le grita al televisor, a un montón de autos dando vueltas y vueltas. Se queda en silencio, masticando una bronca solitaria, porque es como si yo no estuviera ahí. Me levanto y voy a la heladera a buscar un sifón de soda. Por lo menos pude hacer una pregunta.