jueves, marzo 31, 2011

Hasta que la muerte

Funes se levanta, mira a la ventana.
Su compañero ceba un mate, se lo alcanza en silencio.
Toman. De a uno por vez.
Juntos.
El miedo era evidente, el salto parecía gigante y el precipicio los asustaba.
Funes devuelve el porongo y apenas cruza sus ojos con los de Fernández. El flaco lo recibe, hace una mueca de angustia y vuelve a cebar para él. Recuerda, con un sorbo corto, con una mirada perdida, los nerviosismos de las rupturas, de la ubicación por fuera de los lugares comunes:
- Cuando se enteren mis viejos –dice con desesperación Fernández.
- Tenés que decirles. Sos su hijo, si te quieren te van a entender –lo consolaba Funes.
No entendieron. Ni ellos ni tantos.
Apostaron juntos, hace muchos años, a una jugada difícil y poco ganadora en un tablero hostil. Vivieron el frenesí, la locura del amor, la real y única locura del amor. La ruleta giró sin parar para ellos.
- Hablame –suplica el Flaco a su compañero.
Funes no dice nada. Deja por un rato la falsa contemplación del paisaje de la ventana y lo mira. Sigue en su silencio y vuelve a la nada de la ventana.
Los minutos lastiman, la falta de palabras, la dificultad de tantos años, de todo lo dicho, lastima. El amor, a veces lastima.
- Dame otro –pide Funes.
- Tomá.
Fernández apoya su espalda en el sillón, resignado al silencio. Sabe que está a punto de llorar, pero no lo va a hacer; se está jurando, en sucesivos diálogos en su cabeza, que no va a derramar lágrima alguna, que esta vez no.
- ¿Para qué, decime vos, para qué querés…? –pregunta Funes en un arranque sorpresivo, como soltando un globo al aire.
El Flaco lo quema con su mirada y se levanta con violencia y lo agarra con ambas manos de los brazos:
- ¡Es ahora, Carlos, es ahora! ¡¿Cuántas veces hablamos esto, cuántas veces soñamos esto?!
Fernández lo sacudió con las palabras. Y siguió:
- No te digo que seamos los primeros, ni los segundos, pero esto es nuestro, Funes, es nuestro, somos vos y yo, vos y yo.
Funes empieza a quebrarse:
- Ya sé, ya sé –dice sollozando- Yo también quiero, Flaco, yo también… pero.
Fernández no deja que los miedos avancen y besa a su compañero.
Lloran.
Juntos.
Hasta que la muerte los separe.