La mano, la salvación, vino, como tantas otras veces, del fútbol. Nacho, es un compañero de facultad de Sergio. Una vez al mes aparece por el fútbol de los miércoles. Juega en cualquier lugar de la cancha y lo hace bastante mal en todos lados. Pero es un chango pasado de piola y siempre es recibido con una sonrisa, se queda a los asados, nunca hace problemas cuando algún desubicado se va de mano con las compras y hay que poner dos Roca o Evita sobre la mesa, mira fútbol, algunos partidos de primera, con lo cual sus opiniones tienen, al menos, un mínimo fundamento, un respaldo: a ese partido lo vi en casa y ese Mancuello es horrible, por ejemplo. No como el mentiroso de Maxi que opina sobre todo y no ve nada, simplemente le pone su sello personal a cualquier tema que se esté hablando, sea de fútbol, política, mujeres, autos, asado o drogas. Juega mal al fútbol, no sabe nada de política, sus novias son unas idiotas, tiene un auto caro al que no sabe cómo cambiarle una cubierta, hace feos asados y no se droga. Pero es del grupo y lo seguirá siendo. Nacho no es el del grupo pero le pasa el trapo al otro salame.
- ¿Viste el flaquito aquel que está estirando? –me dijo Nacho mientras nos hacíamos los que sabíamos elongar en el medio de la cancha.
- ¿Cuál, aquel? –señalé con el mentón a un petisito escuálido que estaba jugando en la cancha de al lado.
- No, boludo, al nuestro, el arquerito.
- ¿Y ese quién es? –pregunté.
- Creo que es un amigo de Carrizo. Como hoy faltan varios él se encargó de invitar a algunas caras para tratar de ser por lo menos seis contra seis.
- Vos lo conocés entonces –siempre pongo reparos con traer gente nueva, que nadie conoce, que te puede arruinar los miércoles ancestrales por calentón o canchero o llorón o muertazo.
- Lo vi un par de veces, sé quién es, nos tenemos de vista.
- Pará, pará, pará: ¿lo que me estás queriendo decir es que te gusta el arquerito? –dije imitando la voz de Fantino.
- No, boludo –dijo Nacho riéndose e iniciando la segunda etapa de nuestro frío precalentamiento.
Comenzamos a trotar como dos pendejas ojotas de 15 años a las que las obligaban a hacer gimnasia en el secundario y no tenían ni siquiera la mínima destreza física para correr. Así corremos hoy. Así corren los que pasaron los 30 y tienen un cuerpo como el mío. Ahora bien, cuando la jugada pide ataque, tenemos la gracilidad de un animal de presa, somos veloces, intrépidos y temerarios. Si alguien frenara todo en ese instante tendríamos la delicadeza de una estatua de un dios griego. O por lo menos eso creo y por eso sigo yendo al ataque cuando la jugada no lo pide, dejando el fondo de mi defensa desprotegido, sabiendo que tengo casi todos los números comprados para que me la roben y nos calven un gol.
- Ese arquerito, así como lo ves, es poeta –dijo Nacho tratando de cambiar el aire.
- ¿Poeta?
- Así es.
- Es la primera vez que me cruzo con un escritor que juegue al fútbol. Pensé que era el único –dije mirando hacia el arquerito.
- ¿Vos, escritor? ¡Déjate de hinchar los huevos, gordo!
- Eh, en serio, posta, estoy empezando a escribir.
- ¡¿Qué has escrito che gordo caradura?! –dijo haciendo montoncito con la mano.
- Todavía nada. Pero me estoy moviendo, recolectando información, escuchando historias de la gente.
- ¿Y por qué no charlás después en el asado con el arquero? Capaz que tenga algo para decirte –aventuró.
- ¿Qué va a tener para decir aquel otro? Es arquero, nacho, ar-que-ro.
- Sí, pero un arquero poeta –dijo y metió un pique corto que a mí me dejó fuera de carrera.
Ya estaban casi todos en la cancha. Dos rezagados hijos de puta se cambiaban con lentitud al costado de la cancha. No les importa nada. Ni la hora, ni el resto de los boludos que estamos corriendo hace media hora para no acalambrarnos en la primera jugada, ni nada. Ellos se cagan de risa, se ponen los botines, se fuman un pucho. El arquerito pelotea con Maxi. Casi todas van afuera; las que no, al medio. Se suma el Negro Jefe, agarra una de aire y le mete un balinazo que le da vuelta las manos, pero alcanza a sacarle el tiro, se va por arriba. El diminuto arquero se levanta lleno de tierra, trota hasta el alambre, busca la pelota y la lanza desde atrás del arco hacia mi lugar; pica defectuosamente; me lleva tres movimientos pararla y acomodarme; la adelanto un poco, estoy lejos, le doy otro toquecito más y estoy unos metros afuera del área grande, por el costado derecho; le pego con toda, e inexplicablemente va hacia al arco, hacia el ángulo, hacia esa red hecha mierda que no contiene nada. Golazo. No vale nada pero empecé ganando. Sonrío. Señalo hacia arriba, imito festejo.
Lo voy a entrevistar, sólo que él todavía no lo sabe y voy uno a cero desde el vestuario. Vuelvo a sonreír con mis manos en jarra sobre mi camiseta de Las Flores ajustada sobre los rollos.
Lo voy a entrevistar, sólo que él todavía no lo sabe y voy uno a cero desde el vestuario. Vuelvo a sonreír con mis manos en jarra sobre mi camiseta de Las Flores ajustada sobre los rollos.
- ¡Bien, boludo! –grita el arquerito y todos se ríen.
Este recién llega y ya me agarra para la cagada.
Este recién llega y ya me agarra para la cagada.
Uno a uno. Soy horrible. No aguanto ningún resultado. La concha de su madre.
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