(Pedazo de un capítulo de un cuento que no se termina...)
Claudio no paraba de escribir en la libretita. Era casi la una de la mañana. El televisor sin volumen, en el canal 12, pasando una película de bajísimo presupuesto. El velador prendido. La ventana abierta. El gordo que escribía y escribía y de tanto en tanto sacaba la calculadora del cajón de la mesita de luz y hacía números. Sumaba, restaba, sumaba, multiplicaba, dividía, sumaba, multiplicaba y de tanto en tanto le daba al igual. Y ahí saltaba el resultado, el número de varias cifras, el responsable de la sonrisa del Gordo. Cada vez que terminaba una cuenta se empezaba a cagar de risa. Y murmuraba y hablaba solo y también le hablaba a la Silvia, que intentaba dormir desde hacía unas horas.
- Apagá la luz, Gordo, dale, dejame dormir –rogaba la Silvia.
- Sí, sí, Gordita, sí, sí. Jajaja –trataba de reírse en voz baja.
- Por favor, Claudio, no doy más.
- Nos vamos a llenar de guita, Silvia, nos vamos….
Otra cuenta.
Otro número esperanzador.
El Gordo miró al techo. Pensó en el viejo Alberto.
Estuvo unos minutos en feliz silencio. Escuchando su alegría, el ventilador de techo, la respiración de Silvia.
Luego dejó el lápiz y la libreta en la mesa de luz, abrió el cajón, sacó los forros y se acomodó.
- Negra… ¿estás despierta?