martes, septiembre 24, 2024

Una crónica escrita hace tiempo…

“Congodia, un joven y pequeño país africano, ha logrado su independencia y su desarrollo apostando al triunfo en los encuentros que disputa su invicto equipo nacional de fútbol(...)¿Cómo consigue su independencia Congodia? Simple: Los árabes, cansados de esa pequeña colonia que nada les aporta y donde de tanto en tanto deben soportar erupciones volcánicas, admiten convertir a Congodia en un protectorado por un período de diez años. 

Una década a prueba, prácticamente. Al finalizar la década, la rama nativa del gobierno pide la independencia y los árabes solicitan o proponen renovar el sistema de protección por otros diez años. Los congodios ofrecen una nueva y particular forma de resolver el problema: dirimir la controversia con un match de fútbol. En un match de fútbol. De esta forma, de esta simple forma, los congodios comprendieron o entendieron cuál era la manera de conseguir cosas. De obtener cosas que no podían conseguir por otros medios. 


Comenzaron a concertar partidos de fútbol con sus países limítrofes, primero por rebaños de cabras, por partidas de semilla para la agricultura, por permisos para cazar en cotos vedados. Luego por zonas aledañas, por aldeas fronterizas en litigio. 


Hasta que hace 15 años le ganaron la salida al mar a Kenia en un partido tremendo que finalizó 2 a 1 y donde Congodia apostó toda su población de leopardos, animal casi en extinción, usted lo sabe, contra un corredor de tierra que la conectara con el índico.

 

—Nosotros iremos a jugar contra Congodia, señor Seller —dijo al fin.

—Me lo suponía —confesó Seller procurando restar dramatismo a la escena.

—Pero no sólo iremos a jugar a Congodia, señor Seller —hostigó repentinamente enervado Muller—. 


—¡Nosotros iremos a ganar a Congodia! ¡Allí mismo, en el estadio Bombasí, donde nunca jamás ha triunfado nadie, allí ganaremos nosotros! Muller asestó un golpe de puño sobre el escritorio logrando que la bandeja con las tazas y el largo vaso de cristal cayeran al suelo con estrépito. 


El operativo Congodia sería a todas luces duro, difícil y peligroso. Por otra parte, era obvio que había muchísimo dinero e intereses en juego. Sólo un grupo galvanizado en el entrenamiento más feroz y exhaustivo podría ser capaz de enfrentar y superar tal desafío”. *


Ahora yo.

Jugar en Tucumán siempre me pareció como jugar en Congodia. Territorio hostil. Tanto en la Ciudadela como en el José Fierro. Canchas difíciles. Calor, mosquitos, coimas, empanadas, ojotas, remises (?) y sanguches de milanesas volando desde las tribunas.


Jugar allá significó (casi) siempre volver sin nada. 

Perder. 

Dar ocote.

Así lo dice la fría estadística: 

Atlético: 11 jugados. 5 empates. 5 derrotas. 

San Martín: 12 jugados. 1 ganado. 4 empates. 8 derrotas.


El panorama era, en la previa, desolador.

Volvíamos en el auto a casa y Pedro me pregunta:

—Papá ¿cómo vamos a salir hoy?

—Todo indica que vamos a perder… 

(hice una pausa, fijé mi mirada en la ruta)

—Pero… 


Y en ese “pero”, en esa conjunción adversativa, en ese significante que abre un nuevo panorama, ahí, en esa palabra de 4 letras deposité las esperanzas de este juego perverso, emocionante, corrupto e impredecible llamado FÚTBOL.

—... tengo una leve esperanza de que podamos ganar. Nos ha pasado tantas veces a la inversa: llegan a Alberdi equipos horribles, derrotados, con rachas desfavorables y nos ganan. Quién te dice que hoy no ganamos… 


La ruta se empastó y escuchamos gran parte del primer tiempo por la radio. El gol de Leguizamón, tras una gran jugada del laboratorio de Dexter. El empate de ellos. Llegamos a casa justo para ver la contra que se erra Jara… Y el gol de Quignon. 




Fue un partido rarísimo. Belgrano no jugó ni mejor ni peor que en otros partidos. Pero cada vez que hicimos 3 pases seguidos poníamos a un jugador en posición de hacer algo interesante. Atrás fuimos un flan en varios momentos pero Atlético estaba en modo Belgrano: 

tirarla al área como sea. 

Nos llenaron de pelotazos. Alguno de esos podría haber terminado en algo pero todo era muy forzado. 

A los 46 le escribí al Peri: “partido rarísimo”. No apreté “enviar” y nos meten el 3 a 2. 


La concha de la yuta. 

Borré el mensaje. 

Sacamos del medio, Rébola la manda a cualquier lado. Ellos vuelven a meter la pelota a nuestro lugar, contra, pase inédito de Tontilli para Reyna y gol. Con el celular todavía en mi mano volví a escribir: Partido rarísimo.

Mensaje enviado.

Partido raro, para todos excepto para Víctor, que me había anticipado que íbamos a romper la pared, como Di María.

“¡Al fin! Sean bienvenidos todos

Al show de la linda fe sonriente

Nos merecemos bellos milagros, y ocurrirán…”





* Los primeros párrafos corresponden a algunos extractos elegidos caprichosamente por mí de la novela El Área 18, de Roberto Fontanarrosa. Vayan a leerla porque es hermosa. Compren el libro o descarguen el pdf. Nunca dejen de leer. Es un gran refugio ante la imbecilidad.