jueves, febrero 01, 2007

Punto, y aparte


El hombre se levantó sintiéndose extraño. Raro, como cuando no se entiende bien qué pasa, pero hay algo que no es lo mismo. Y a la vez desconocido. Separado de su cuerpo, de su existencia, de lo que aferra a la vida: que es nuestra historia, nuestras relaciones y lo que elegimos retener en la memoria.
El hombre se levantó sintiéndose extraño. Fue hasta el baño a empezar con la primera parte de la rutina. Las necesidades fisiológicas se imponían a esa hora de la mañana. Bajó la tabla del baño, se sentó y orinó. Continuó con la segunda instancia de la rutina: leer el diario. Repasar superficialmente los títulos (Bolivia nacionaliza sus hidrocarburos), las fotos y los epígrafes (Así quedó el estadio después de los incidentes). Pasó algo así como quince minutos sentado allí. Cuando le empezaron a doler los muslos, accionó su cuerpo.
El hombre se levantó sintiéndose extraño. (Estoy viejo) Le dolían las piernas por tanto tiempo sentado. Se miró al espejo y la sensación de extrañeza se hizo visible. Se veía, pero era otro. Se pasó una mano por la cara y pensó que hacía dos días que no se había afeitado. Entrecerró los ojos y decidió permanecer un día más con esa misma cara; que era la suya, pero no la sentía. Observó que el espejo estaba roto, pero no le dio mayor importancia (esto ayer no estaba). El hombre se lavó los dientes, la cara y las manos. Prendió la mitad de pucho que había dejado la noche anterior y se fue al trabajo sin desayunar. Como estaba bien de tiempo, (me voy a ir caminando) decidió caminar.
El hombre caminó sintiéndose extraño. La sensación se hizo más aguda al recorrer las calles. Todo el mundo le era ajeno. Sentía que caminaba a tientas por la vida. Que cualquier cosa que pasara lo iba a hacer tropezar. Que esta no era su casa. Que la gente estaba disfrazada. Que todo era igual, pero no se sentía así. Los olores cambian, las percepciones también. Las emociones son otras, y la sensación de no pertenecer empieza a inundar el cuerpo del hombre. Se prende otro pucho. Se sube el cuello del abrigo y mira tímidamente para ambos lados. Camina cada vez más rápido, el hombre. Mete las manos en los bolsillos para tantear sus objetos personales (encendedor, etiqueta, llaves, billetera; todo en orden) Ahora los paisajes pasan cada vez más rápido por las pupilas de sus ojos, y no tiene tiempo de registrar todo esto que siente, que conoce pero no reconoce. Comienza a caminar cada vez más rápido. Empieza a pensar. Elabora hipótesis, teorías infalibles, y en pocos segundos vuelve a reformular, se auto responde. Una señora y dos nenes lo miran. El hombre se pone nervioso y empieza a trotar mirando para atrás, con la vista desesperada en los transeúntes y (por qué me miran, qué hice o acaso ustedes no tienen la culpa de todo esto que me pasa, yo tengo los mismos derechos que…) el hombre se tropieza con una baldosa rota de la vereda.
El hombre se levanta sintiéndose extraño. (Ay, no, no, ay, ay) Lastimado en la rodilla derecha y en los codos, intenta recomponerse. La caída fue tan inesperada y rápida, que no tuvo tiempo de sacarse las manos de los bolsillos. Recoge el encendedor del piso y lo coloca de vuelta en el bolsillo (encendedor, etiqueta, llaves, billetera, ¡¿qué me falta, qué me falta?!) Se da vuelta y ve acercarse a dos personas. Rápidamente se recupera y sigue su caminata (¿adonde voy, por dios, adonde voy?) La gente que se acercaba a ayudarlo se queda a mitad de camino. El hombre entra en crisis. La palabra es una: paranoia. Transpira. Hace frío, le sudan las manos y los pies. Siente más frío. Respira cada vez más fuerte y (esto ya lo vi, esto me pasó, sí, quedate tranquilo, shhh, ya está, shh, esto es solo un…) un auto casi lo atropella por intentar cruzar una calle con el semáforo en rojo. El hombre decide tomar un café, sentarse y tratar de conseguir algo cercano a la tranquilidad. Se dirige al bar de siempre y pide un café gigante sin azúcar (sin azúcar, por favor) El mozo de siempre lo mira con cara rara y evita charla alguna. El hombre ve alejarse la figura del mozo y (no me saludó, pero, porq…, tres años viniendo acá, y, ay, ay, la lengua, la pu…) se mete un sorbo de café sin darse cuenta lo caliente que estaba. Putea en voz alta (¡la puta madre que lo parió, café de mierda!) y el dueño del bar se acerca disimuladamente y le pide que por favor no levante la voz. El hombre se sorprende del trato diferenciado (después de tantos años) y no emite palabra alguna. Deja tres pesos en la mesa y un café sin terminar. Corre la silla para atrás, apoyando las manos en la mesa y parte.
El hombre se levantó sintiéndose extraño. (Me habrá caído mal el café) Se mira en la vidriera del bar y se desconoce. Los reflejos son otros. Observa que desde el interior lo miran, y que los dos mozos y el dueño intercambian palabras (que me miran, si no me robé nada) Da media vuelta y se va. Cada vez hace más frío o por lo menos eso siente el hombre. El viento le pega en la cara y le dificulta la visión. Camina varias cuadras sin saber adonde ir (adonde estoy yendo) De repente se para y evalúa los pasos a seguir. Sus pasos, los que determinan los rumbos. Los que marcan la historia, los que hacen a la historia de uno. Decide no ir a trabajar y volver a su casa cuanto antes. Camina rápido sin mirarle la cara a la gente. Con la cabeza clavada al piso, intenta superar toda esta confusión lo más rápido posible (no entiendo, la gente…, no soy yo, o es que…, estoy loco, lo sé, y duele, duele tener conciencia de eso, porque saber la locura es saber el dolor, es sentir el dolor, y nadie me entiende y nadie me conoce, y soy uno más y a la vez uno menos, y no existo, ante las miradas no existo, y me voy convenciendo que no soy nadie, y…) y en el apuro se choca con un hombre, otro hombre. Ambos se miran a los ojos. El chocado lo fulmina con sus párpados, esperando una disculpa. El que choca siente que esa mirada lo traspasa y lo convierte en nadie. Tres segundos tensos congelan la imagen. Por un momento no existe nada ( ) El hombre chocado no emite palabra y sigue su camino. El que chocó se queda congelado, parado en el mismo lugar. Una lágrima se desprende de su ojo izquierdo, el ojo que siempre llora, que se lamenta, que sufre. El hombre se sienta en el cordón de la vereda y mira un punto del paisaje, hasta que las figuras se deforman y se convierten en un collage de colores borrosos. (puesto que la realidad es esta, puesto que mi realidad es esta, no existo, sólo aparezco a los ojos del resto a través de la violencia, de la ruptura de lo normal, de las diferencia simbólicas: si corro para cualquier lado, si me caigo, si grito, si choco, si confronto; de lo contrario no soy nada, un punto blanco en la nieve, una sombra en la oscuridad, una gota de agua en el mar; si aparezco, es porque molesto, si molesto se fijan en mí, si es lo único que tengo entonces ¿qué hacer?; si la atención es el choque, entonces choco: si mato a alguien el mundo se entera de mí, si me mato, mucho más)
El hombre se levantó sintiéndose extraño. Un auto pasó velozmente y casi lo empapa. Este acto de violencia, que justificaba su no-existencia en la realidad, hizo que el hombre suspendiera sus pensamientos y se dirigiera a su casa. Caminó con rumbo fijo. El tiempo no existía, no eran los relojes los que determinaban los momentos. El tiempo de los sentidos, de la cabeza, de los pensamientos, de las charlas, de las percepciones, de las estructuras, se alternaban para encuadrar las situaciones. A dos cuadras de su casa, sintió una especie de tranquilidad (ahora van a ver)
El hombre entró a su casa sintiéndose extraño. (Si las cosas son así, así serán) Se sacó el abrigo y dejó en la mesa el encendedor, la etiqueta, la billetera y las llaves. Miró su casa y otra lágrima recorrió su rostro. Se sintió solo, abandonado, tirado a la deriva en este océano, en esta ciudad cargado de anónimos. La lágrima que representaba tristeza se transformó en furia y (esto es una pocilga, yo no soy digno, pero ya van a ver, y van a llorar, porque siempre lloran, las lágrimas de frivolidad cuestan poco y valen mucho cuando las miradas las registran y las cámaras se prenden, ¡tomen manga de cretinos hijos de mil…!) le pegó un puñetazo a la pared. El hombre no sintió el dolor de los huesos rotos. Se dirigió con mirada perdida hacia el baño y se miró en el espejo. Vio sus ojos con sus ojos y (¿esto soy yo? ¿En esto me convertí? ¿Esto hicieron de mí? Entonces es puramente una cuestión de piel, de opacidades, de oscuridad, de sombras, de desprecio histórico; que lo que sufro yo lo sufrieron los de atrás y lo sufrirán los que vengan; pero de mí no van a conseguir nada más, yo no voy a dejar nada ni nadie; someter un alma a tremenda locura; y ellos ríen con la misma facilidad que lloran; y están chochos de que yo no pueda ser lo que me gustaría ser, contentos de que no atraviese por sus inocentes miradas, por su limpio paisaje; y lo felices que están de que yo no pueda llegar caminando al centro, al lugar de ellos, donde ya no pertenezco, donde me echaron, donde no puedo ir más; y me armaron mi ciudad, y esta tierra no es la mía, no es la de mi viejo, y lo extraño tanto…) agarró una hoja de afeitar ( y no pienso soportar lo que soportó él; acá se termina, basta de dedos acusadores, de miradas de rabia, de sentirme todo el tiempo culpable de tanto que ya no sé; es acá que digo basta, y ustedes van a ver, porque voy a estar en todas las pantallas que se prenden a cada hora, y ustedes se van a alarmar, de la misma manera que se alarman cuando hay un nuevo pozo en la calle, o cuando la carne sube, porque siempre se alarman, abren los ojos por dos segundos y pasan a otra cosa, y se les abren los ojos, pero no la mirada; y el dedo siempre apunta a mí, a mi viejo, a los otros; y hoy digo basta, y se van a acordar de mí, aunque sea por unos segundos les voy a amargar el rato, y las comidas que ustedes comen y yo no, se les van a quedar trabadas en la garganta, y espero que vomiten y…) apretó la gillette contra su muñeca derecha y la sangre empezó a correr por su brazo hasta llegar al piso. El hombre observó las gotas desprendiéndose de su cuerpo, el líquido rojo, el color puro, la sangre que todos compartimos, lo que está adentro nuestro y es de todos sin distinciones, lo que hace que todos seamos iguales. El hombre se desvaneció en el suelo.

El hombre se levantó sintiéndose triste, pero con una certeza (no les pienso regalar mi vida: estoy acá aunque no les guste)

5 comentarios:

Miquita dijo...

Gringo, estoy leyendo por "cuotas" el cuento del post anterior, peor voy a tener que leer más rápido porque veo que agregaste otro.
Voy a meterle pata así me pongo a tono. Besos!

mEy! dijo...

simplemente Wow!! si esto que lei es tuyo realmente quedas felicitado por mi! Me gusto mucho, lo lei en dos minutos porque no pude sacarle la vista de encima a tus palabras
congratulaciones!!

gracias por pasarte por mi blog!!! te invito a que lo sigas concurriendo!
beso

Gringo dijo...

Mey: sí es mío. Ese cuento/relato, lo que fuere, salió de casualidad. Empezó como una tarea para un taller de escritura que hice una vez y me copé y lo hice más largo. Mi profesor me lo marcó por todos lados diciendo que había un montón de cosas mal.
A la gente le gustó. Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Los intelectuales o la gente?

Miquita dijo...

malditos cerdos intelectuales! yo soy gente y creo que de la buena aún, también me gustó mucho tu hombre triste, solitario y final.

Gringo dijo...

Triste solitario y final.
Osvaldo Soriano es el gran culpable de tantas cosas en mi vida. Sus "Cuentos de los años felices" son mis ganas de escribir. Cuando se me van las emociones recurro a él. Recomiendo la lectura de este grosso de las palabras simples y las sensaciones profundas.
Se nos fue tan pronto....
Un beso:
gringo