Magdalena, piensa. Levanta la cabeza, la baja, y, Magdalena, vuelve a pensar. Su nombre, sólo eso, las letras que lo componen: la M mayúscula, un par de a, y otras consonantes más. Y de vuelta. El nombre que pasa volando una y otra vez hasta que se detiene. Con él vienen atadas un montón de imágenes. Javier vuelve a intentar lo que sabe que no va a conseguir: dormir. Cierra sus ojos, fuerte, muy fuerte, poniéndole esfuerzo a algo que no funciona de esa forma. La idea es descansar, relajarse, y el dormir cae solo, y quizá los sueños. Pero de lejos siente. De vuelta. Una imagen chiquita, menos chiquita, cercana, a punto de rozar, y de vuelta. La M mayúscula (o minúscula) y las letras que le siguen. Y todos esos recuerdos.
Javier se da vuelta y respira la pared. Si hubiera sido todo más simple, piensa, y dice en voz alta, pero en su cabeza. No dice. Se acostumbra a no decir. Una caminata agarrados de la mano; una caricia en el momento justo; una caída graciosa corriendo el colectivo; un grito; una mirada; el río que nos observa y nada más; una mirada; y otra; y otra; y tus ojos que me miran y me aman, y quiero sentir eso, piensa, Javier. Piensa y desea. Mejor pienso en otra cosa, se dice así mismo; sí, mejor eso, se contesta. Y así no va más, no, no va más. Quiere dormir, Javier. Necesita dormir y todo el resto: descansar, relajarse, y soñar. Quiero soñar, piensa, intenta convencerse, obligarse. Y cuando está por pensar en otra cosa, producto de esa cadena veloz de imágenes, fotos en movimiento, frases, sonidos, viene otro y ¡tuc! Como un tincazo en la frente viene esa caminata, que puede ser la misma de recién, pero no. No, no es la misma, pero todo parece parecido. Un abrazo que se siente a través de las sábanas. Los brazos que me agarran, que no me dejan caer, que te quiero, que nunca pensé que volvería a sentirme así, recuerda Javier, escucha la voz de Magdalena. No llores, che; lloro de alegría. Javier transpira. Se da vuelta para el otro lado; ya no respira la pared, respira un aire que no le gusta, que no lo llena, que entra en todo ese vacío que siente, que duele en la garganta, en el pecho. ¡Tuc! Otro recuerdo más. Los olores de aquel verano. Javier suda y hace fuerza para cerrar los ojos. Duele. Me duele, dice Javier. Piensa. Ambos coincidimos, piensa, que con el amor no bastaba, que no era suficiente, ¿por qué? No entiendo. ¿Por qué? Grita pensando, Javier. Y sigue: ahora a la distancia (una distancia de miles de kilómetros a pocas cuadras) ¡tuc! ¿por qué no bastaba con el amor? ¿cómo, en el nombre de Dios, o lo que fuere, pudimos llegar a decir eso, Magda? Una lágrima, una sola, chiquita, salada, que se escapa de la presión de esos ojos secos y tristes, recorre el pómulo derecho de Javier, para pasar luego muy cerca de su nariz, y llegar hasta sus labios, para luego secarse en su barba. ¿Dónde estará?, dice Javier, en su cabeza. ¿Qué estarás haciendo? ¡Tuc! Y la ve. Jura que la ve. La imagina durmiendo. Tranquila, como casi siempre que tenía que dormir. No entiendo porqué te cuesta tanto dormir, dice Magdalena, recuerda Javier. Y está dormida, soñando quizá, balbuceando algo inentendible, y moviéndose un poquito, como si fuera un escalofrío, y ¡Tuc! Con vos siempre dormí bien, piensa. A vos te encantaba dormir, Magda, y a mí me encantaba mirarte. Y Javier mira a Magdalena durmiendo, y sonríe, y la vuelve a mirar, y la ama, la ama en silencio, le acaricia la frente, y le susurra muy despacito una canción, y ¡tuc! Todas las veces que lloré de pura emoción, piensa. Y la canción viene. De a poco, va llegando. Javier se mueve y queda boca arriba y no quiere abrir los ojos. No. No los va a abrir. Si los abre se va a encontrar con una oscuridad negra, muy negra, solitaria, silenciosa. ¡Tuc! Y los dos abrazados soñando que están soñando. Y la canción que ya tiene melodía. Mi mamá me cantaba esto cuando era chiquita, dice Magdalena, ¡tuc! recuerda, Javier. Te extraño tanto. Duerme, duerme…, Javier, ahora, llora. No son más de una docena de lágrimas, nunca fueron más que esas, o sí, pero ya ni se acuerda. Ya no se acuerda cómo hacerlo. ¡Tuc! Otro tincazo. Otro recuerdo. ¡Tuc! A Javier le sudan las manos, el cuerpo; se destapa. Quiere gritar. Grita, pero no. Sin voz. Y Javier se acerca a Magdalena, que duerme en paz, duerme en belleza, y está más hermosa que nunca, desnuda, tapada sólo por una sábana porque es verano, y las siestas son eternas y quedan en el recuerdo; y los recuerdos son un tormento por las noches. Javier sufre con esos recuerdos. Y Magdalena duerme, respira bajito. Y se acerca Javier, y le dice te, y tres letras más, dos vocales y una consonante al medio. Y la canción. Viene la canción. Y con ella un par de lágrimas más, con lo que superamos la docena acostumbrada. La melodía. Duerme, duerme negrita, que tu, y tu mamá te cantaba eso, lo que yo te canto hoy, en mi cabeza, en mis deseos, duerme, duerme negrita, que tu mamá está en el campo, negrita.
Dormí, petisa, por favor. No sin antes ¡tuc! y yo también…
Javier se duerme, o simula dormir. La fatiga de un día largo lo vence. Y todavía faltan muchos más. Días. Noches.
2 comentarios:
che, que lindo... hace mucho que no venía.
la frase "con el amor no alcanza" es terriblemente antipática, no termino de preguntarme ¿por qué no alcanza?
saludos.
ay.
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