Es tanta la emoción que tengo que ni siquiera sé cómo empezar este texto. Hay un cúmulo de sensaciones, apiladas una arriba de otra, como trastos desordenados, que me imposibilitan ordenar las ideas. Pero no puedo parar, no. No puedo sucumbir ante la vagancia y la falta de voluntad para expresar los remolinos del alma. Y tan convencido estoy que hasta me permito escribir frases estúpidas y cursis como “remolinos del alma”. Así que hacia allá voy, con un dominó empujando al otro.
Lo que viví ayer fue hermoso, sí, hermoso. Pasó en la casa que me vio crecer: la de mamá, papá y Luciana (bueno, y yo). La noticia de la remodelación la tomé con algo de desinterés. La casa fue siempre chica y cuando se acabó el espacio para robarle al patio nunca más se pudo ampliar. La idea (de mi vieja, todas las ideas son de mi vieja) es tirar la pared de la cocina que da al garaje y hacer el garaje más, por así decirlo, habitable.
- Sebastián ¿podés venir a darnos una mano el sábado para mudar todas las cosas del garaje a la pieza? (aclaración: “la pieza” supo ser “MI PIEZA”. Los cretinos transformaron mi antiguo dormitorio en… casi una oficina; pero ese es otro cantar)
- Y, sí. (puteadas internas, desgano y otras quejas más).
Cuando llegué mi panorama emocional cambió totalmente. Por fin destapábamos la olla, removíamos las telarañas, prendíamos una luz en la cueva para ver qué había adentro. En ese garaje se acumulan “veinticinco años ininterrumpidos de guardar basura” (palabras de mi viejo… echando culpas a todos, menos a él) ¡Ver toda esa cantidad de… de hermosa basura me emocionó hasta los calzones! Cada caja era/es un universo por conocer. Era tal la intensidad de lo que estaba viviendo, tal la velocidad de los pensamientos, la avalancha de recuerdos, que tuve miedo de perderlos. Entonces rápidamente busqué una lapicera y un papel para anotar todo. Pero me di cuenta que eso nunca me funcionó, y que más bien convenía disfrutar de ese momento y dejar que la explosión de la escritura elija, casi por sí sola, las cosas a describir/les.
Me topé con libros viejos, con recortes de diarios, con cajas con rótulos del tipo “ganchos para colgar cosas”, “adornos de navidad” o “fotos de Villa Gessel 1998”. Aparecieron manuales escolares: de mis viejos, de mi hermana y míos (el “Ibáñez”, de Historia Argentina se repetía siempre) Ventiladores rotos, relojes de pared, valijas, bolsos y bolsitos, sombrilla y reposeras, frascos vacíos, vajilla y afines por doquier, una guitarra eléctrica destruida, paletas de paddle, macetas rotas, cargadores de celulares que ya no existen, ropa vieja y hasta un álbum de figuritas de casi cincuenta años de edad. Y en todo este inventario no incluyo el rubro “herramientas”. Aunque, para dar un mínimo detalle, puedo decir que podríamos reparar un edificio con la cantidad de boludeces que encontramos: enchufes, cables, tronillos tornillazos y tornillitos, lo mismo con los clavos, las cosas de pintura y albañilería y todo lo relacionado con la mecánica del automotor. Testigos todos ellos de la época en que mi papá arreglaba todo él solo.
En un momento dado aparecieron los juguetes. Y ahí vino el baldazo de mi niñez… de nuestra niñez, hermana. Porque sé que también anduviste conmigo por ese garaje; hoy a doce mil kilómetros de distancia y ayer también cuando nos encerrábamos entre la mugre para no hacer tanto ruido. Vi tus juguetes. Los pin y pon, la granja de Fisher Price, la tortuga verde que flotaba en el agua y alguna que otra muñeca. Quedate tranquila, no tiramos nada.
Fueron varias horas lindas, lindas, lindas. Hasta creo que disfruté de los gritos y las órdenes de dos padres que parecen no soportarse mucho y que tienen que lidiar con la idea de tener a sus dos hijos fuera de casa. Mi viejo yo cargando un mueble pesadísimo (con todo lo que implica eso: diferentes percepciones acerca de cuál es la mejor forma para trasladarlo y ubicarlo en su nuevo destino), mientras la vieja ofrecía ayuda y hablaba al mismo tiempo por teléfono con su hija en España.
Creo que eso es todo. Me traje para mi casa unos vasos de plástico, un póster de Los Piojos de un recital del ’99, una tostadora y un cubrecama. Y por supuesto, libros. Entre el polvo encontré “Cien años de soledad”. Lo abrí y leí la dedicatoria en voz alta: “Dicen que la palabra es más profunda cuando es fallada; pero no puedo resistir a decirte que sos un pelotudo”. Grandiosa dedicatoria a mi parecer. “Ese me lo regaló el gordo Bertschi”, comentó el viejo entre risas mientras acomodaba una caja.
Me traje el libro con la promesa personal de leer alguna vez a García Márquez.
También se vinieron conmigo algunas certezas…
que los quiero a los tres…
aunque casi nunca lo diga.
Lo que viví ayer fue hermoso, sí, hermoso. Pasó en la casa que me vio crecer: la de mamá, papá y Luciana (bueno, y yo). La noticia de la remodelación la tomé con algo de desinterés. La casa fue siempre chica y cuando se acabó el espacio para robarle al patio nunca más se pudo ampliar. La idea (de mi vieja, todas las ideas son de mi vieja) es tirar la pared de la cocina que da al garaje y hacer el garaje más, por así decirlo, habitable.
- Sebastián ¿podés venir a darnos una mano el sábado para mudar todas las cosas del garaje a la pieza? (aclaración: “la pieza” supo ser “MI PIEZA”. Los cretinos transformaron mi antiguo dormitorio en… casi una oficina; pero ese es otro cantar)
- Y, sí. (puteadas internas, desgano y otras quejas más).
Cuando llegué mi panorama emocional cambió totalmente. Por fin destapábamos la olla, removíamos las telarañas, prendíamos una luz en la cueva para ver qué había adentro. En ese garaje se acumulan “veinticinco años ininterrumpidos de guardar basura” (palabras de mi viejo… echando culpas a todos, menos a él) ¡Ver toda esa cantidad de… de hermosa basura me emocionó hasta los calzones! Cada caja era/es un universo por conocer. Era tal la intensidad de lo que estaba viviendo, tal la velocidad de los pensamientos, la avalancha de recuerdos, que tuve miedo de perderlos. Entonces rápidamente busqué una lapicera y un papel para anotar todo. Pero me di cuenta que eso nunca me funcionó, y que más bien convenía disfrutar de ese momento y dejar que la explosión de la escritura elija, casi por sí sola, las cosas a describir/les.
Me topé con libros viejos, con recortes de diarios, con cajas con rótulos del tipo “ganchos para colgar cosas”, “adornos de navidad” o “fotos de Villa Gessel 1998”. Aparecieron manuales escolares: de mis viejos, de mi hermana y míos (el “Ibáñez”, de Historia Argentina se repetía siempre) Ventiladores rotos, relojes de pared, valijas, bolsos y bolsitos, sombrilla y reposeras, frascos vacíos, vajilla y afines por doquier, una guitarra eléctrica destruida, paletas de paddle, macetas rotas, cargadores de celulares que ya no existen, ropa vieja y hasta un álbum de figuritas de casi cincuenta años de edad. Y en todo este inventario no incluyo el rubro “herramientas”. Aunque, para dar un mínimo detalle, puedo decir que podríamos reparar un edificio con la cantidad de boludeces que encontramos: enchufes, cables, tronillos tornillazos y tornillitos, lo mismo con los clavos, las cosas de pintura y albañilería y todo lo relacionado con la mecánica del automotor. Testigos todos ellos de la época en que mi papá arreglaba todo él solo.
En un momento dado aparecieron los juguetes. Y ahí vino el baldazo de mi niñez… de nuestra niñez, hermana. Porque sé que también anduviste conmigo por ese garaje; hoy a doce mil kilómetros de distancia y ayer también cuando nos encerrábamos entre la mugre para no hacer tanto ruido. Vi tus juguetes. Los pin y pon, la granja de Fisher Price, la tortuga verde que flotaba en el agua y alguna que otra muñeca. Quedate tranquila, no tiramos nada.
Fueron varias horas lindas, lindas, lindas. Hasta creo que disfruté de los gritos y las órdenes de dos padres que parecen no soportarse mucho y que tienen que lidiar con la idea de tener a sus dos hijos fuera de casa. Mi viejo yo cargando un mueble pesadísimo (con todo lo que implica eso: diferentes percepciones acerca de cuál es la mejor forma para trasladarlo y ubicarlo en su nuevo destino), mientras la vieja ofrecía ayuda y hablaba al mismo tiempo por teléfono con su hija en España.
Creo que eso es todo. Me traje para mi casa unos vasos de plástico, un póster de Los Piojos de un recital del ’99, una tostadora y un cubrecama. Y por supuesto, libros. Entre el polvo encontré “Cien años de soledad”. Lo abrí y leí la dedicatoria en voz alta: “Dicen que la palabra es más profunda cuando es fallada; pero no puedo resistir a decirte que sos un pelotudo”. Grandiosa dedicatoria a mi parecer. “Ese me lo regaló el gordo Bertschi”, comentó el viejo entre risas mientras acomodaba una caja.
Me traje el libro con la promesa personal de leer alguna vez a García Márquez.
También se vinieron conmigo algunas certezas…
que los quiero a los tres…
aunque casi nunca lo diga.
9 comentarios:
A pesar de las muchas vueltas que diste para intentar ocultarlo, sos un cursi y un sentimentaloide. Y te queda muy bien la verdad. Un abrazo che.
Amanece y por mi ventana se cuelan los cálidos rayos del sol, las mariposas de la vida que revolotean en mi alma me dicen que un nuevo y esperanzador día ha comenzado. Entro a la internet y visito el blog de mi dulce amigo y me encuentro con que su sensibilidad esta a flor de piel... se estará por enamorar me pregunto.
Sigo navegando por este vasto mundo de información y me encuentro que la entrada a lo gardele cuesta $45 mangos, anticipada por supuesto. Bueno amigo en lo que queda del día solo resta reflexionar que es lo que nos está pasando, puesto que mi estado de alfa aún no me permite hacerlo. El angelito sensible, los gardeles $45, y yo amanecí sonriente.
Quede bizca, vizcacha. No puedo leer letras blancas sobre fondo negro.
Perdón, lo intenté pero me resultó imposible.
Yo tambien los amo a los tres, besos desde Madrid, igualmente falta muy poquito para que nos veamos! Me necantó lo que escribiste
volvi por estos pagos a curiosear...
emocionó tu relato...
Llegué hasta “remolinos del alma” y no pude seguir. andres
Me hice un pasada para que no llores. Ya lo había leído y me parece que la clave es meter a tu hermana en el relato , ahí siempre te ponés puto, como cuando lloraste por la redio. Abrazo de gol papá. Y veamos si vuelve N.F.
El traidor (de Barnes)
Por la leyderadiodifusión y porque el escrito de "10 pisos" lo empecé en una de las últimas actividades del año pasado del taller, de Nitrato. Por eso la dedicatoria.
aja!
interesante...
leelo al garcia marquez...
hasta prontito bombonazo..
lau (la que cuando suene tu celular va a aparecer con su mejor cara de snake)
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