martes, febrero 16, 2010

Crónicas Amsterdamianas (The dutch chronicles)

El tren avanza a buen ritmo. Es de noche y no se puede ver casi nada del paisaje. Al parecer hay nieve, pero tampoco lo podemos confirmar. Llegamos a la estación central y la primera sorpresa es la confianza local: en ningún momento nos pidieron el pasaje de tren. Pienso como argentino: podríamos haber viajado gratis.
Salimos de la estación y confirmamos la nieve (y el frío). Amsterdam está más que despierta y la gente deambula por todos lados; las bicis circulan a pesar de la lluvia persistente y las bajas temperaturas; los tranvías están por todos lados, y también se ven un par de automóviles por las callecitas empedradas. Con los primeros pasos le regalo mis primeras sonrisas a la ciudad.
Amsterdam es una ciudad increíble. La gente parece vivir feliz, en un cuento que ellos mismos escriben. Suena cursi, pero así se siente. Acostumbrado a vivir y codearme con esa decepción indescifrable que implica ser argentino, con ese péndulo de felicidad y tristeza que llevamos a todos lados, como un reloj pesado, colgado en el cuello, la tranquilidad de los holandeses me llenaba los ojos de sorpresa. Los tipos parecen estar viviendo con total despreocupación; sólo compararble con la sensación efímera de las vacaciones: los quince días mágicos de los cotidianos trescientos sesenta y cinco.
Leo en la guía: "Amsterdam es una ciudad multicultural, viva y alegre. La historia ha marcado su carácter abierto, al ser una urbe que nació mirando al mar y, a través de él, a otras tierras lejanas. Es una ciudad acostumbrada desde hace siglos a recibir visitantes de otros países, de otras culturas y otras lenguas. Es difícil sentirte extranjero en Amsterdam, porque es una ciudad de todos y para todos. Estandarte de la tolerancia en el mundo entero, Amsterdam sigue el lema de "vivir y dejar vivir". Perderse por su casco antiguo, por sus barrios señoriales, su barrio judío y su sorprendente barrio rojo, permite al visitante beber su esencia. Amsterdam es una ciudad que se percibe con los cinco sentidos: se huele, se saborea, se observa, se toca y se deja oír. Amsterdam, sobre todo, se deja querer".
Las palabras de la guía me parecen magníficas y creo que esta mina (es una mina la que escribe las guías) debería dejarse de joder y ponerse a escribir en serio.
Leo la parte de "una urbe que nació mirando al mar" y desde algún lugar de mi ignorancia pienso que este país fue uno de los mayores colonizadores de la historia. Durante siglos se metieron a cuanto país africano (y algún americano) se les cantó. Pero, así y todo, la historia prefiere recordar (y con justa razón) a los piratas ingleses, los saqueadores españoles y portugueses, los oportunistas franceses. ¿Y Holanda? ¿Y Bélgica? Estos tipos son tan simpáticos que se las han arreglado para quedar bien parados ante el mundo. Parece ser así: "Amsterdam se deja querer".
La ciudad es toda agua. Los canales se distribuyen como una gran tela araña que termina en el mar. Cientos de puentes y puentecitos conectan la ciudad, y las casas, casi todas de dos o tres pisos, una pegadita al lado de la otra, parecen estar en constante bamboleo, como siguiendo la respiración del agua, como si estuvieran a punto de venirse abajo.
Nuestro alojamiento está ubicado en plena zona roja. Lejos de ser un lugar de ambientes pesados, oscuros y peligrosos, esta parte de la ciudad estalla de vida. Levanto la cabeza hacia el cielo y vuelvo a mi Córdoba, a la noche del mercado de abasto, a la calle San Martín, Libertad, La Tablada, Humberto Primo, a las sombras que persiguen sombras. Otra cosa. Bajo la cabeza y estoy en Amsterdam y recorro las callecitas plagadas de Coffee Shops, Sex Shops, bares, locales de comida, y más de una docena de restaurantes argentinos. Me sorprende la cantidad. Ante el primero me saco una foto. En el segundo sólo fotografío el cartel. Y ya cuando me doy cuenta de la cantidad de locales patrios, sólo me río y sigo caminando.
En un momento me detengo a ver la vaquita iluminada del local. De repente sale un flaco, con un manejo del castellano similar a mi manejo del holandés, y arranca a los gritos: "¡restauran argentino! ¡Quilmes, carne, empanadas, Aberdeen Angus!" El guaso tiró todo el catálogo de saberes gastronómicos argentinos, sin omitir el nombre de una vaca. Sonreí y le dije "gracias, pero no". Pagar veinte euros (x $5,43) por un pedazo de falda o aguja parrillera se lo dejo a los estómagos resignados a extrañar la patria y a las billeteras más gordas.
Empiezo a comprender mi simpatía por este lugar: esta gente no parece europea. Hay una intención constante de amabilidad, de relacionarse con el extraño total, que se asemeja más a lo nuestro, al rasgo destacable del latino.

Es el último día. Mientras espero en la estación de trenes me cebo un mate. Dos policías vienen caminando. Se frenan, ven algo verde, con humo y una bombilla. "Mate –les digo- Argentina". Sonríen y siguen. Hasta los policías parecen tener moral. El tren arranca y por la ventanilla veo una ciudad a la que quizás jamás volveré. Amsterdam te invita a ser algo más que una mano sacando fotos, a buscar un poquito más que un museo, una iglesia, o un palacio, a dejar la ropa de turista, a buscar la sensación y no la acumulación de postales. Y eso alcanza para conmover.

7 comentarios:

jk t dijo...

Angelito.... Muy buen relato!!! Abrazo cordobes

J. dijo...

Lindo Amsterdam.

J. dijo...

Se me fue un errado enter y se enviaron esas dos palabritas. Quiero más crónicas, si son mezcla con marcianas, mejores. Y que de vuelta de su europeización, el Gringo agite para el arranque de Nitrato. Saludos!!!!

alobelgrano dijo...

un amigo me contó que fue al amsterdam arena a ver un partido del ajax. por los altoparlantes avisaron durante el partido que si ganaba el ajax la gente podía pasar por el buffet a retirar su cerveza gratis. te imaginás algo así en Alberdi?? estaría mortal!!

Gringo dijo...

Juli: nitrato arranca a principios de marzo. Sí o sí.

Alo: un tinto con soda y hielo, gratis, si ganamos con gol de Turús. Mortalazo!

Unknown dijo...

Muy pintoresca cronica...

Anónimo dijo...

Me gustaría dejar otro comentario de un amigo que estuvo viviendo allá, para aportar otra mirada, es increíble como las cosas cambian cuando uno es turista y cuando uno vive en el lugar. No lo subo porque es muy largo. Coincide en algunas cosas y en otras se divide tangencialmente con esta crónica amsterdamiana. Sumado a que el loco este nunca en su puta vida escribió y allá se sumergió en esa necesidad. Supongo que en eso la ciudad sí tiene el mismo mérito. Abrazo gringo, después te paso el mail. Igual me gustó, pero creo que te encantó la ciudad, en el sentido del embrujo. Eso no importa para el relato, ¿o sí? Para hablarlo. Nos vemos a la vuelta culiado, que sigas girando.

el Barnes.