Es acá, y entro.
Es uno de esos bares de tiempo lento, con sillas rotas,
arregladas con pedazos de otras sillas. Todas mesas distintas. Verde. Cremita.
De chapa. De madera.
Pido una milanesa con puré y una coca. Me traen primero la
botella de gaseosa y dos bollos de pan. No pasan cinco minutos y llega el
almuerzo.
Como todo. Sólo dejo un pedazo de pan.
Tres hombres solos ocupan el lugar. Dos almuerzan con
cerveza. El restante toma vino con soda. Un televisor prendido y sin volumen
cuelga de una esquina. Suena Jiménez a todo volumen y todos estamos en
silencio.
La moza se acerca y me retira los platos. Los cuatro hombres
la miramos irse a la cocina. Tiene un buen culo. No es muy linda de cara pero
con ese culo…
Entra un viejo muy viejo. Me ofrece cuchillo con chaira.
Tiene para abrir latas del otro lado del mango. No, gracias. ¿Un par de medias?
Vuelvo a agradecer. Le ofrece lo mismo a uno solo de los que completamos el bar
y se va.
A los dos minutos entra otro vendedor con más cosas:
destornilladores, magiclick, pañuelos y diez cosas que cuelgan de su cintura.
Mira el panorama, no ofrece nada a nadie y se va.
Afuera está todo hecho bosta. La zona tuvo su buena época,
al frente de la estación de trenes. Luego subsistió con el mismo óxido del
sistema ferroviario y del país. Lentamente se pone de pie pero las calles
parecen viejas y cansadísimas. Paredes descascaradas, restos de adoquín, una
máquina vieja, alumbrado roto, tráfico caótico.
Acá estamos y ahora somos cinco. Afuera algunos se mueven.
Adentro, el tiempo se apoya los codos en la mesa y toma un vino blanco con
soda…
1 comentario:
Muy bueno gringo! Pero muy bueno che... Abrazo y un placer leerlo. (En la revista La Central me dio mucho gusto ver aquel cuento del glorioso blog de nitrato ferroso)
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