miércoles, febrero 25, 2009

Letra viejas. Viejas letras.

En un momento pensé que estaría bueno postear algo. Y me puse a buscar archivos en la computadora. Allí me encontré con todas esas ideas a la mitad, con carpetas que dicen "cuentos sin terminar", "ensayos", "cosas", "mis cosas", etc. Adentro de cada una de esas carpetas habitan una cantidad enorme de archivos viejos y no tan viejos y viejísimos. Uno de ellos es este.
Creo que escribí este texto hace como 4 años, cuando apenas sabía agarrar la lapicera (o apretar el teclado) Está moooy mal escrito pero me hizo acordar a aquellos años en los que ponía en tinta todas las cosas que se me ocurrían. Una época bien productiva.
Acá va, sin censura, tal cuál lo encontré:

LA EDAD DE LA PUTEADA

Tipo 10:46 de la noche el nueve de mi equipo malograba la oportunidad de ponernos dos a cero. El penal estuvo mal pateado. Ni siquiera nos dieron un corner. Fue más horrible que el de Binetti en la final del 98’. No creo que haya dolido tanto como me dolió aquel; los penales errados son una frustración enorme.

Muy bajito dije: “la puta que lo parió”. Un viejo de unos 60 años sonrió y asintió con la mirada. Hay ciertos personajes que mantienen viva a las tribunas y no son, precisamente, los que se paran en los para-avalanchas. Son esos tipos que han visto todo. Son los libros abiertos de la cancha. La historia viva. Boina vieja, radio a pilas, bufanda tejida en casa.

Corrían dos minutos del segundo tiempo y ese delantero pasó a ser el peor de la historia para gran cantidad de gente que le habían dado un marco interesante a la cancha ese día. Los papelitos bailaban al ritmo de un viento fresco y las banderas se resistían al movimiento, atadas con un hilo, enamoradas de ese alambre que las separaba de aquellos que la defendían.

A mi izquierda, y un escalón más abajo, tres viejos pelotudos se encargaban de putear al mencionado jugador hasta reventar sus débiles gargantas. Yo pensé en decirles lo estúpidos e injustos que me parecían sus comentarios, pero dejé para otra ocasión la posibilidad de ganarme una trompada. Además, a nadie parecía importarle.

Este tipo de personas abundan en las canchas argentinas. Primero insultan, después aplauden, después silban, después agitan su corazón y luego rompen sus gargantas con frases desafinadas como: “siempre te alentaré” o “en las buenas y en las malas te seguiré” o “te sigo a donde vayas”. Y una lista enorme de frases trilladas.

Yo creo que hay una cierta edad en la que estás habilitado para putear a tus propios jugadores porque para reventarle los oídos al árbitro o a los rivales no hay edad). Es más, cuando un nene de 4 años suelta una puteada, todos en la tribuna le festejan la tierna palabra o frase.

Sin dudas, los más ingeniosos insultos los he escuchado en la tribuna. Esto demuestra la creatividad y el calor humano de la popular.

Los códigos de la cancha solo los aprendés yendo a la tribuna partido tras partido. Te nutrís de ciertos instantes únicos e irrepetibles que marcan tu trayectoria como hincha.

El día en que te das cuenta que sos más viejo que alguno de los que está adentro de la cancha, es en ese momento que tu puteada adquiere legitimidad. Hasta entonces.................... sos un pendejo boludo y mejor te callás la boca.


2 comentarios:

fulano/martínvillarroel dijo...

Quéijueputa!

Sergio Muzzio dijo...

Personalmente no soy de putear a ningún jugador propio (a los rivales sí, por orden alfabético y sin olvidar árbol genealógico). Pero es parte del aprendizaje también, porque soy de un equipo cuya hinchada es bastante fiel y bancadora (y ojo que no digo "la mejor", "la más grande", "la que siempre...", etc, etc). Así que sí, coincido: se aprende ahí, en el tumulto.