Los Lentos
Gran almacén, tipo ramos generales, ubicado en la siempre
inundable esquina de Luis María Drago y Concejal Felipe Belardinelli. Un
poquito de agua, un gallo, un estornudo con moco y el semáforo deja de andar.
Todo parece dejar de andar sobre Belardinelli. Los Lentos siempre funciona, a
su modo, a su velocidad pero siempre ahí, con su gente.
La atención al público es una mezcla de ritmo de pueblo santiagueño,
burocracia estatal, inutilidad femenina, machismo de medio oriente, lentitud
ante todas las cosas y algo de me chupa
un huevo que la cola de gente se haga larga hasta dar vuelta a la manzana, no
pienso apurar nada. Uno puede estar ahí, muy cerca de ser atendido, con tan
sólo una persona adelante y puede pasar que dame
medio kilo de Dogui, un pedacito de dulce de batata, cobrame la cabina, cárgame
quince pesos en la tarjeta, una etiqueta de puchos, dos tiras de pan, un
paquete de yerba, un sachet de crema de enjuague, seis cajones de cerveza, dos
cajas de hamburguesas, un cuarto de queso cremoso, doscientos de paleta,
doscientos de salame milán y ¿te dije Dogui? Mejor cambiame por Tiernitos.
Se siente como un gol en contra en el último segundo.
El staff de Los Lentos está compuesto por tres señoras de
entre 45 y 60 años. La verdad que se parecen entre ellas y que una foto diría
lo mismo hoy que hace 20 años. También está el dueño. El tipo se sienta, cruza
los brazos como jeque árabe, como sheriff de película, director técnico o capataz
de estancia, y no hace nada. Trescientas personas esperando ser atendidas y
nada. Maneja la plata, algunos proveedores, charla con los gitanos, habla por
teléfono, pero ensuciarse las manos con billetes arrugados… para eso están sus
mujeres.
En Los Lentos te podés poner de novio, pelearte y
divorciarte. Podés tomar una cerveza en la dulce espera, podés emborracharte y
recuperarte. Los bondis pasan llenos hasta tener turno a cargar la tarjeta. El
sol sale, mete el pecho, se apichona y se va a dormir. La manteca se derrite,
el fernet se calienta, el asado se enfría y las cosas se pudren. El tiempo va a
otro tiempo. Los mosaicos guardan las marcas de las anteriores pisadas. En las
paredes se leen los testimonios de todos aquellos que hicieron cola y murieron
allí. Como una cinta de moebius estamos todos ahí, esperando, siguiendo la
discusión que tienen las únicas dos que atienden con una vieja clienta: acá está anotado que debés treintaisiete
con veinte; no, no sé, eso yo no lo
compré, lo que yo debo son los ciento veinte de la vez pasada; ¿y estos treintaisiete con veinte?; no, no sé; esperá que lo llamo a Miguel (…) Miguel, sí, acá está Elsa, dice que ella no compró nada por esos
treintaisiete con veinte que tiene anotados (…) sí (…) perá que le pregunto:
dice si eso no lo sacó tu mamá; no, mi mamá no, no; dice que no, Miguel (…)
bueno, dale, no te hagas drama que ya
vemos. Y la fila se hace como un caracol, como el gusanito de los celulares
viejos, como una tira de chinchulines o una prolongación de cable mal
enrollada. Y sacamos partido. Y nos miramos todos a la cara y nos decimos sin
decirnos apurate vieja culiada; yo me tomaría un porrón; yo pago los
treintaisiete con veinte pero por favor muevan el culo; me esperan en casa con la cena lista; dejé la pava prendida; mi
hermano se va a preocupar; dios, mirá la hora que se ha hecho, y cosas así.
En Los Lentos pasa que te toca tu turno y uno hace un paso
hacia adelante con cara de satisfacción, de superación, como cuando llaman tu
turno en el médico y sabés que hay alguno mirándote con envidia, pensando yo
llegué primero y lo llaman a él primero. Con aire triunfador ponés los billetes
sobre el mostrador y pedís la promo, la que junta un fernet grande con una coca
de dos litros. Y la promo es tan buena y tan barata que terminás yendo siempre
ahí, adonde te jurás que no vas a volver, porque uno quiere envejecer afuera y
no adentro, ver las hojitas del otoño del barrio, agarrar el bondi, enamorarte,
vivirla y divorciarte o llegar hasta que la muerte nos separe, todo, todo eso
pero afuera. Pero la vida de estas fronteras que nos amontonan está llena de
peros y viene el día en que el amigo te visita, la chica te mira con ojitos,
falta poco para el partido o porque sí. Y, armado de coraje, te metés de lleno
en un contradictorio y hermoso ‘pero’… y vas.
4 comentarios:
Hola, estaba leyendo sorprendido y pensaba que porque elegias siempre ese lugar, al final explicaste claramente por que volves: "LA PROMO DEL FERNET"
Hacia mucho que no te leia, es un gusto siempre pasar por aca.
Jose
ja! buenisimo gringo... te faltó contar la mala jugada de pedir gomitas por el vuelto! Alichu.-
ah Gringo este relato me hizo poner un poco nerviosa... generalmente huyo de esos lugares. Aunque me quede sin el fernet y la coca!
Miquita
hace poco se lo leí a unos estudiantes en un colegio. te aprobaron. yo también, porque estaba condescendiente aquel día.
en serio me gustó. sabes qué? creo que un día podrías hacerte uno de estos artículos sobre los futbolistas que colgaron los botines por la religión o alguna otra cosa. como roa por ejemplo. abrazo. marcio
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