La nena llora. Llora como nena. La madre la lleva de la
mano, la arrastra, digamos. El llanto se duplica. Las veredas rotas, llenas de
agua.Las calles rotas, llenas de agua, territorio minado, desparejo. La madre
levanta la cabeza, ve la postal y encuentra la solución, el recuerdo de la
vieja receta materna: si no dejás de llorar te van a llevar los gitanos.
Clásico. Antes era el hombre de la bolsa, o el cuco, o cualquiera que
infundiera terror, aleccionamiento, conductismo básico a la criatura para que
dejara de llorar/portarse mal.
Los guasos están ahí, como siempre, como todos los días,
como todo el día. Son una barra, sentados sobre la verja, apoyados con el
hombro en la pared, parados, fumando un cigarrillo. Los gitanos están ahí, sin
hacer nada pero haciendo algo. Esa es siempre la sensación: que hay algo en su
nada. Son los vigías constantes de la calle, del barrio y quién sabe de cuántas
cosas más.
“¡Eh, tus gitanos son flacos!”, me dijo sorprendido Maxi, al
compararlos con los suyos, en la zona de Nueva Italia. Mis gitanos. Me gusta.
Me encanta, pero los gitanos tienen la particularidad de ser de ellos y de
nadie más, son ellos, y al carajo. El viejo, el que le sigue en viejo, los
hombres, los más pendejos, los niños, los muy niños. Ahí están todos ellos,
siendo inegociablemente ellos. Hablan a los gritos un idioma de ellos.
Gesticulan. Fuman. Gesticulan. Viene una chata, una Toyota, y de ahí se bajan
dos, vestidos como ellos, hablan a los gritos, gesticulan, fuman, gesticulan.
Se suben otros dos a la chata. Otro queda. Pasa un Bora, toca bocina, gritan,
saludan, gesticulan, fuman. Y así. Siempre así y ahí. Van a la panadería, al
kiosco, compran cerveza, toman mucha cerveza. Parecen ir todos caminando por
ese camino que de tan pisado ya hizo huella. Fosa. Túnel. Un paso tras otro,
uno tras otro, pasando los años, las generaciones, las costumbres de la
sociedad en la que ellos son un mundo oblicuo.
Yo saludo sólo a uno de ellos. No sé su nombre. Siempre está
en alguno de los kioscos tomando cerveza, con la cara roja, supongo que con hojas
de coca en su boca, masticando todo el día, con el cachete inflado, la camisa
desprendida, el pantalón sucio, como si fuera el mismo siempre. Sé que es de
Instituto por algún comentario que me hizo alguna vez. Esa es casi nuestra
única charla, nuestro tema. Alguna vez me dijo boliviano, que todos los de
Belgrano éramos bolivianos y que había que echarlos del país. Era una broma,
una mala broma, una broma de fútbol, aceptable en una tribuna, supongo, pero
bastante violenta en el kiosco. Yo sonreí, le dije que no dijera barbaridades
pero en un tono lo menos confrontativo posible. El gitano buscó la complicidad
de la kiosquera pero no tuvo eco. Dos tiras de pan, acá tenés el cambio. Chau,
viejo. Chau, gringou.
Castelli se peleó varias veces con los perros de los
gitanos. Parecen hablar el mismo idioma, ellos y sus perros. Ligó varias veces
el mío y parece que aprendió: la mayoría de las veces elige ir por la vereda
del frente; qué vergüenza, Castelli. Igual, muchos vecinos y transeúntes se
cruzan de vereda, no pasan al frente de ellos, al frente de esa siempre
abultada cantidad de pares de ojos. Parecen tener miedo a que les griten algo,
a que les quieran leer la suerte, a que se los lleven, como la nena que
lloraba. Se cruzan de vereda, le huyen a la suerte, a los ojos, al idioma
incomprensible, al llanto de aquella niñez.
Quisiera estar ahí adentro de sus patios. En la charla del
vermut, en el negocio que están cerrando por un Ford Focus, en las cenas, en
las noches, en el sexo, en los mensajes de texto, en el partido de metegol que
se juegan siempre en el kiosco, en las confesiones de amor,
en el arreglo del matrimonio, en el chiste, en la verja, sentado,
apoyando el hombro, gesticulando,
fumando,
gesticulando.
en el arreglo del matrimonio, en el chiste, en la verja, sentado,
apoyando el hombro, gesticulando,
fumando,
gesticulando.
2 comentarios:
Golazo! Un exiiitooo!
y casteli dice que le gusta mas la otra vereda, no es porque se cague...
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