Primeras letras. En Córdoba nos vamos quedando sin sol y el frío se va haciendo un lugar entre nosotros. Hoy es lunes y el sábado hubo reunión de viajeros: Kero, Finito y yo. Bebimos, comimos y bebimos algo más. Cuando la gente nos pregunta si ya tenemos todo planificado, si ya reservamos alojamiento, si ya calculamos los gastos, si marcamos la ruta de viaje, si nos pusimos la vacuna contra la fiebre amarilla y si sabemos hablar portugués, nosotros levantamos los hombros y hacemos ese gesto con la boca, como diciendo naah. Si le sumamos a toda nuestra planificación el hecho de no tener entradas, los interlocutores nos miran con cara rara. Sean amigos o no. De repente todos parecen ser viejas chotas que nos hablan de lo peligroso que es Brasil, de las barras, de la policía, de que si llegamos a ganar nos van a matar. No entienden cómo puede ser que hagamos semejante viaje sin tener entradas ni reservas ni nada. Y nosotros no entendemos cómo puede ser que no nos entiendan. Si es tan obvio…
Ir al Mundial es el sueño de mi vida. La frase, siendo trillada
y casseteada, no tiene vueltas, es así. A los once años mi vieja me regaló un
librito de tapas amarillas llamado El Libro del Mundial. Con toda la “historia,
estadísticas y protagonistas” de todas las copas del mundo desde 1930 a 1990 y
un informe detallado de todas las selecciones que se preparaban para disputar
el Mundial por venir, USA 94. Desde esa edad y antes también, leía sobre
fútbol. Ahora, cada cuatro años, todos los diarios te sacan un suplemento con
toda esa información y más, con fotos, con más anécdotas, más datos y más de
todo. Pero en aquel entonces, sin internet, con diarios que recién empezaban a
abandonar el blanco y negro, mi librito amarillo era lo más.
Me sabía todos los campeones, los subcampeones, ¡hasta los
semifinalistas! de todas las Copas jugadas. Los países organizadores, los
goleadores, los partidos memorables, las anécdotas. A los once años poseía un
montón de información que, a oídos de los que me rodeaban, era inútil. El
tiempo diría lo contrario. Seguí absorbiendo más y más. Compraba El Gráfico,
recortaba diarios, guardaba todo. Era muy difícil toparse con contenidos
audiovisuales. Si salía algún VHS lograba comprarlo y lo miraba una y otra vez.
Y volaba, viejo, te juro que volaba. Tribunas repletas, sombreros, el Mundial
del 30, Vittorio Pozzo, El Maracanazo, la Hungría de Puskas, el debut de Pelé,
la dinastía brasilera, la expulsión de Rattín y el gol de Hurst que no fue, la
final del 70, la camiseta de Holanda, Clemente pidiendo tirar papelitos, la
expulsión del Diego, los dos goles del Diego, las lágrimas del Diego, el grito
desaforado ante la cámara del Diego, el pelotazo de 150 metros a Bergkamp, el
tiro libre de Svensson, el ingreso de Julio Cruz y Messi sentado comiendo un
yuyo, el gol de Martín a Grecia. Son miles de imágenes y estuve en todas,
colado en una foto que no era mía, recortado y pegado con voligoma.
Estoy casi seguro que nunca más tendré la posibilidad de ir
a una Copa del Mundo. No tenemos entradas ni certezas. Iremos a estar, a vivir.
Faltan 23 días y a nosotros ya nos transpiran las manos.
1 comentario:
Buena, Gringo!
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