Fue perfecto. Todo fue perfecto.
Eran las 2 de la mañana, aun con las pupilas dilatadas y el
cuerpo cansadísimo, seguíamos repitiendo “fue perfecto”.
Todos duermen en la combi, todos menos Finito y yo, Lisandro
y el copiloto. Somos ocho ahí arriba, atravesando un camino sinuoso que nos
lleve de vuelta a Paraty. Hay mucho silencio durante el viaje y cada tanto
Finito me mira, luego de muchos minutos de estar pensando y me dice “lo de
Mascherano hoy fue increíble”. Charlamos sobre eso, apilamos recuerdos del
partido y volvemos al silencio, a mirar por la ventanilla, a seguir recordando
algo de todo, del partido, del viaje, de los argentinos, de los brasileros. Y
así. Cada tanto algo del equipo, de los penales, del bar, de todo lo consumido.
El partido no termina nunca pero tiene comienzo.
El martes Lisandro nos confirmó: “vamos en la combi. Somos
ocho. Los busco a las 7 en punto”. Los despertadores sonaron a las 6.30. Mate,
mochilita y lo de siempre. Venimos viajando cada 4 días y el procedimiento se
va aceitando.
A las 8.20 tenemos registrado el primer fernet. Mierda. Si
así empezamos… El viaje fue perfecto. Ondeando banderas celeste y blanca en esa
patria que un día antes había recibido la humillación más grande de su
historia. El número 7 ha adquirido un nuevo sentido para siempre.
La combi, una de esas hermosas Volkswagen terroristas, la de
los Libios en Volver al Futuro, la de los hippies yanquis, la “Gloria”, de
Silvina y Santiago que recorre Latinoamérica, se bancó de manera impecable el
viaje.
La combi y la banda
Entramos a San Pablo. Estacionamos y empezamos a ambientar.
El resto de los viajantes, ansiosos o con otras ganas, decidieron entrar al Fan
Fest a las dos y pico de la tarde. Y la banda de Kero-Fino-Gringo se quedó haciendo la previa afuera.
Fue nuestra mejor decisión. Tomamos fernet cerca de uno de los ingresos, nos
encontramos con gente conocida, charlamos, nos cagamos de risa y fuimos
contemplando cómo una ciudad comenzaba a ser tomada por miles y miles de guasos
con camiseta celeste y blanca. Hermoso.
A las 4 intentamos entrar al Fan Fest. Ingreso cerrado. Está
hasta las manos. No importa, nos vamos a un bar: la segunda buena decisión. Nos
sentamos a dos metros de un televisor, con cerveza helada. A los pocos minutos
eran miles de argentinos buscando desesperadamente un bar ante el cierre de las puertas del Fan Fest. Las calles estaban inundadas.
El televisor tenía una calidad de imagen rara. Sentí que
tenía las mismas características de la imagen de un cine y era como si
estuviera viendo “Héroes II”, el del Mundial 90. Para confirmar que no estaba
loco le pregunté a Fino y él vio exactamente lo mismo que yo. Era una señal...
Durante 120 minutos estuve con el cuello hacia arriba
mirando esa pantalla. Dentro del bar se vivió un ambiente imposible de reproducir. Las
sensaciones vienen como olas, te bañan, se van y vienen otras y otras. Gente
que lloraba. Gente que gritaba. Gente ebria.
Cuando Maxi Rodríguez metió su penal el bar estalló. Abrazos
y más abrazos, con Kero, con Finito, con Ernesto, con cuatro porteños que
acababan de llegar a San Pablo y con ustedes, les juro que con ustedes. Esas
explosiones de emoción no pasan casi nunca en la vida de uno. Abrazando a tipos
que no conocía, diciéndole “¡hace un mes que estoy acá, hace un mes, loco!”. Y
llorando. Porque no podíamos parar la emoción, porque es cierto, hace un mes que
estamos acá y ese penal tocando la red tiró a la mierda todos los diques que a
veces te contienen una bola de cosas en el pecho. Y lloro mientras escribo esto
porque es uno de los momentos más felices de mi vida, porque todavía recuerdo
esa plaza, ese bar, los mensajes de texto de mi hermana, el aguante de la
Alichu, el mes de convivencia con Finito y el Kero, el cansancio, el gasto de
dinero y la esperanza que tuvimos cuando decidimos hacer este viaje.
Escribo esto en el Leoncito, mientras atravesamos una ruta
lluviosa, rumbo a Río de Janeiro, donde nos espera una final, una después de
tantos años. Se espera una invasión argentina. Vengan, nosotros vamos haciendo
el fuego, manteniendo esa llama que prendimos hace un mes y todavía no se
apaga.
Finito mira por la ventanilla. Luego me mira: “fue perfecto,
todo fue perfecto”.
Dos guasos y nosotros
2 comentarios:
¿es Zaiat el de la punta?
Muy bueno el relato , es como si estuvieramos ahi!!!!! Abrazo a Kero desde Miramar. Monica Y Raùl
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