Tenemos uno de los barrios más lindos del mundo para hacer una previa. Tenemos un río precioso que nos abraza, es como un día de campo, de sierras.
“La mitad de la belleza depende del paisaje;
y la otra mitad de la persona que la mira”, decía Herman Hesse.
Todo marchaba sobre ruedas: el fuego prendido, los hierros calentándose y de repente, una vieja canción punk empezó a sonar en el ambiente:
Estás en el río tomando un prittyado
Corre el tiempo, seguís con el prittyado
A lo lejos, se ve una patrulla
Alguien grita: "¡allá viene la yuta!"
Descarten las brasas y empiecen a correr
La yuta está muy cerca, no da para correr
El oficial grita: "¡contra la pared!
Documentos, acompáñenme"
Demasiado tarde para correr
Demasiado tarde, acompáñenme
Demasiado tarde para correr
Demasiado tarde, acompáñenme, ¡eh!
https://www.youtube.com/watch?v=efrfm86EC5g
No corrimos. Nos quedamos parados esperando a que los dos Cocodrilo Dundee que manejaban la chata vinieran hacia donde estábamos. Nos tocaron dos cobanis que no eran tan cobanis:
—No, no, no, no se puede chicos.
—¿Cómo que no?
—Imaginate si todos se ponen a prender fuego… no, no se puede.
Los policías parecían personas y eso me sorprendió. No vinieron con su aire patoteril a meter el pecho. Amablemente nos pidieron que moviéramos el fuego.
—Lo pueden hacer al frente si quieren, en el cordón.
El que menos se parecía a un policía (tenía barba, los cobanis no tienen barba), se apoya en la puerta de la chata, mientras yo junto las brasas con un palito:
—Te la jugaste toda, eh.
—Para nada, he hecho asado un montón de veces acá.
—Tuviste suerte entonces…
En una ráfaga ya estábamos instalados en la vereda. Tiramos la carne y fuimos la envidia de todos los que pasaban por ahí. El barrio de a poco se iba copando. Había euforia, felicidad, esperanza. Incluso con este Belgrano irregular la gente estaba contenta.
“Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso.”, decía el ciego, brillante y filoso Jorge Luis Borges.
.
Así se siente,
tantas veces,
esta cosita
de la cancha y el fútbol.
Apagamos las brasas de nuestro fuego, aquel que nos inundó de felicidad. Bebemos en improvisados vasos de botellas cortadas y emprendemos la corta caminata hacia la tribuna, la popular de siempre.
Suena una guitarra, una voz grave, pesada, contundente:
Padecí en las cordilleras
Atravesé el cenagal
Gaste mi voz en el viento
Cantando en mí caminar
Yo también me fui al camino
Yo también salí a buscar
Ese rincón de la vida
Que llaman felicidad
Anduve por donde anduve
Del vergel al salitral
Desde la sierra a la pampa
Desde la selva hasta al mar
Atahualpa no sonríe. Él también es un tipo serio, como JLB, serio pero con un increíble sentido del humor. Miro al cielo. La luna, que ya andaba asomada a la tarde y ahora nos alumbra los pasos. Lunita de Alberdi. Cantamos una serenata y a orillas del río se escucha nuestra voz.
El resto será historia. Historia feliz. La perfección de un momento inolvidable: la previa, la tribuna, la cancha, el equipo, el resultado, Chavarría, la fiesta, la euforia, la sensación genuina de haberlo dado todo.
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