domingo, mayo 25, 2008

Crónica Porteña

Estuve en BsAs unos días. Acá va algo que escribí a las apuradas y casi sin corrección.
Una crónica, si se puede arriesgar el género.
En fin...


Crónica Porteña

Buenos Aires te advierte que estás llegando. No por los carteles, las fronteras, las autopistas. De lejos el cielo se pone gris, el sol explota y el aire no se siente como el nombre lo dice. El cemento gana protagonismo en el paisaje y uno penetra en el corazón del país. Todas los caminos conducen a Roma; todas las venas llevan la sangre para el mismo lado, y la General Paz, aorta principal, bombea miles de autos a gran velocidad. Llegué a media mañana y me tomó un par de horas atravesar la ciudad y llegar hasta la Avenida Córdoba al 600, donde me hospedaba. Todo parece funcionar a un ritmo frenético, veloz, avasallante para un cordobés demasiado arraigado a su lugar. Después de registrarme en el hotel, intercambié comentarios con el conserje sobre el clima, el viaje y los cortes de ruta que no cortaron. Escuché mi voz al rebotar con la tonada porteña, y noté cómo mis vocales se estiraban a más no poder. Decidí salir a caminar para perder el tiempo en el que nada tenía por ganar. Busqué un bar para tomar un café, leer el diario y charlar con algún histórico mozo. Capital Federal conserva esa tradición de cortado en jarrito, cigarrillos fuertes, noticias comentadas de mesa en mesa, el matutino bajo el brazo y la certeza de que en el café se (re)construye constantemente la historia de la ciudad. Pienso en Arlt, vagando día y noche por esos lugares; retratando a los cotidianos. O en Scalabrini Ortiz observando en detalle a ese triste hombre de Corrientes y Esmeralda. Termino mi café y lo llamo al mozo con una seña; pago y me voy. Me quedan dos horas hasta mi próximo compromiso entonces sigo caminando por las calles buscando perderme para encontrarme en la esquina siguiente. El cielo se espesa y unas finas gotas empiezan a golpear primero los edificios, después el asfalto ardiente. Los vendedores ambulantes, rápidos para el negocio, empiezan a guardar las billeteras, los muñecos, los pares de media y los llaveros luminosos, y de la nada, cual si fueran magos, sacan paraguas. La llovizna se convierte en lluvia y compro un paraguas negro a diez pesos. Al principio me siento satisfecho por mi decisión ya que me protejo del agua y sigo caminando con cierta egoísta alegría al ver al resto de la gente apurando el paso. De la nada la lluvia cesa; miro para arriba y sonrío irónicamente. A los pocos minutos todo se pone gris, azul y después negro. El agua vuelve a caer sobre la ciudad con una violencia inesperada. Mi paraguas no resiste el viento y me meto en el palier de un edifico a esperar que termine el temporal. A mi lado hay dos mujeres mojadas, un hombre viejo, dos chicas fumando un pucho, un señor con un paraguas verde y un morocho que me llama la atención porque parece extranjero pero su tonada es bien porteña. Todos ahí, esperando un signo de piedad del cielo. En cinco minutos las calles se inundan, el tráfico se atasca, y la gente corre buscando refugio. Me apoyo contra la pared y observo todo el escenario como si fuera invisible en una ciudad llena de anónimos. No sé cuánto tiempo pasó pero la lluvia fue parando. El hombre del paraguas verde, el extranjero porteño y una de las que fumaba, nos abandonaron. Yo me quedé un rato más. Ya sabía de las traiciones climáticas. Cuando cesó el viento volví a confiar en mi protector de lluvia y salí a enfrentar a las gotas que aún seguían cayendo. Llegué a la esquina y ahí estaba, el porteño tirado en el piso, el del paraguas verde hablando por celular pidiendo una ambulancia, el taxi que lo embistió en el medio de la calle y un policía de la federal haciendo que hacía algo. Era el tercer accidente que veía en el día. Motociclistas y peatones eran, generalmente, las víctimas. Buenos Aires es todo ruido. Puteadas, gritos, bocinazos, sirenas, bombas de estruendo de los pocos de siempre reclamando la atención que nunca llega. Buenos Aires es todo gente. Los locales corren caminando y los extranjeros pasean maravillados por la locura cotidiana. Y todo es un barullo acostumbrado. Buenos Aires son las mujeres de la pequeña Europa. Caminan diez años adelante que el resto, moviendo el culo, con la cabeza gacha para controlar que su figura sigue en orden, presumiendo constantemente como si todos las estuviéramos viendo (y lo estamos) Las mujeres de Capital Federal son todas distintas, pero todas iguales; homogeneizadas por la moda: acá no se envejece. En Buenos Aires viven demasiados, y mueren demasiados. Los trenes y los subtes: toda una aventura para los que venimos de otros lados. Los colectivos silbando, los autos, los camiones, todos parecen tener vida propia y uno olvida que hay alguien detrás de los volantes. Buenos Aires escupe gente, mantiene ricos a los ricos, y agrega pobres a los pobres. Miro para los costados y todos siguen caminando. Resignado, me uno a ellos, y apuro el paso porque empiezo a sentir que llego tarde a todo.Las horas transcurren y lo único que me hace sonreír es la certeza de saber que mañana volveré a Córdoba, donde casi todos nos conocemos o estamos próximos a hacerlo.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Gringo! Me pareció excelente la crónica!! si es que le cabe el género... ja. No posta, es una sensación muy parecida a la que me provoca Buenos Aires, pero mejor contada. Es cierto lo del anonimato y lo de los cafés (lo mejor). Lo único que no coincido es en el hecho de que lo único que te consuele es saber que volvías a Córdoba, yo siento exactamente al revés. Cuando me voy, lo único que me consuela es saber que en algún momento voy a volver.
Te mando un abrazaso y la verdad es que te cabe muy bien el estilo de "crónica".

fulano/martínvillarroel dijo...

No leí la crónica. Vine derecho a decirte que si vas hasta buenos aires porqué no cruzás, eh? qué? no sabés nadar?

fulano/martínvillarroel dijo...

Buena gringo, buena che.

Gringo dijo...

Tincho: Sé nadar demasiado bien. Crowl (a que no sabías que se escribía así), espalda, pecho, y mariposa (sí, sí, mariposa)
Las circunstancias me impidieron saltar el charco, pero te prometo, posta, que este año aparezco caminando por las calles (parece mentira las cosas que veo por las calles de Montevideo)Abrazo!
Martín: gracias, como siempre, por leer. Y doble agradecimiento por el comentario. Me alegro que te haya gustado. Respecto a lo de Córdoba: yo estoy muy atado a mi lugar, la esquina de mi casa, los pibes/viejos en la verja, etc.
Ya lo discutiremos, otro abrazo.

pequenia dijo...

buenisimo! yo amo mi docta, no la cambio por nada, menos todavía por la locura de baires. pero viste que está bueno ir para tener ganas de volver a casa?

besos

Anónimo dijo...

Che, tampoco es que movemos tanto el culo... Sol.

Anónimo dijo...

me gustó más escucharlo.
tenés pasta de relator.

te odio, sil

Anónimo dijo...

"conozco gente en el infierno que seguro me va a poder encontrar un buen lugar en el que la voy a pasar de maravillas" YO CAIGO TIPO 4...
Fer_ushhhhhhhhh!!!!!