miércoles, noviembre 23, 2011

Cortázar, Torito y yo II




En la primera parte de esta nota introducía a Cortázar y, a través de él y de su cuento "Torito", a Justo Suárez. También estoy yo, muchas décadas después, emocionándome con palabras nuevas, descubriendo que la lectura abría mundos, descubriendo a un boxeador que salió del pozo, probó las mieles, llegó a los Estados Unidos, trompeó y ganó, volvió a su tierra, su gente lo quería, copaba las tribunas, pisaba el centro, peleó contra todos y contra él mismo, empezó a sentir el piso resbaladizo, la tuberculosis, el segundo viaje a Estados Unidos, la primera derrota, la segunda derrota, la derrota final, la tos, la miseria, el olvido, Cosquín, su cama, su hermana, la enfermedad y él, la muerte y Final de Juego. Cortázar, Torito y yo.
Justo Suárez fue el decimoquinto hijo de una familia que tuvo 25 hijos y ya desde su más temprana infancia se vio obligado a rebuscársela para llevar el pan a su casa. Como casi todos los habitantes del barrio de Mataderos, Suárez también trabajó en esos oficios matarifes. En la adolescencia se dio cuenta que sabía pelear, que si se enfrentaba con alguno le ganaba, le daba con la izquierda y abajo, con la derecha y al piso. A los 19 años ya era profesional. Peleó y ganó, peleó y ganó, hasta que un día boxeó por más: en la vieja cancha de River venció a Julio Mocoroa por puntos y consiguió el Título Argentino Liviano. La gloria era suya.
Suárez, de golpe, se llenó de dinero. Le compró un terreno a su madre, se vistió con trajes caros y pisó el centro de la ciudad, un lugar al que los pobres jamás llegaban. Después de bajar a todos los rivales que se le pusieron en frente, el "Torito" tomó un barco hacia Estados Unidos. Otra vez hizo todo a gran velocidad. En cuatro meses realizó 5 peleas y arrasó a sus rivales para rápidamente hacerse un nombre. Volvió al país con todos los laureles. Siguió peleando y siguió ganando.
Luego, vendría el segundo viaje a Nueva York. Suárez iba por el título de rey de los livianos. Tenía mucho y quería todo. Se enfrentó ante Billy Petrolle y perdió por puntos en nueve rounds. Fue su primera derrota como profesional. Todo empezaba a oscurecerse para el Torito de Mataderos.
De vuelta en estas pampas, con una tuberculosis fulminante que de a poco le comía el cuerpo y el espíritu, perdió el cinturón ante Victor Peralta. El ídolo golpeaba sus rodillas en el piso del ring. Caía, y no sabía caer. Su última pelea fue ante su amigo Juan Pathenay. Las crónicas de la época dicen que su rival no quería boxear, no quería tirarle golpes. Así y todo, Suárez tocó la lona. En esto no hay dudas, todos lo dicen: Pathenay lloró; no quería vencer a su amigo, a su ídolo. El estadio también lloró. La carrera de Suárez ya estaba terminada.
Tres años después, el 10 de agosto de 1938, en un hospital de Cosquín, con la única compañía de su hermana y en la miseria total, Suárez moría de tuberculosis. Una multitud acompañó el cortejo fúnebre y llevaron el cajón hasta el Luna Park, para darle un último homenaje en el lugar donde escribió sus páginas más gloriosas. El Torito está enterrado en el cementerio de la Chacarita.
Hoy nos quedan los textos de Cortázar, las crónicas de la época, los recuerdos de los más viejos, las calles con su nombre y el orgullo del barrio. También hay un tango, de Venancio Papayero y música de Venancio Clauso. El estribillo dice: "¡Justo Suárez, solo! ¡Torito viejo, lindazo! Sacálo como vos sabés no le des tiempo, fajálo. ¡Justo Suárez, solo! ¡Torito viejo rompélo! Ya está listo, cruzálo, cruzálo que lo tenés." Y sigue: "De Mataderos al centro, del centro a Nueva York, seguís volteando muñecos, con tu coraje feroz. Cuando te pongan al frente del mismo campeón del mundo, ponete esa papa en la olla, cocinátela a la criolla y por cable la fletás."
Por último, terminando por donde empecé, las palabras de Julio Cortázar, las razones de aquella escritura de "Torito" que son, nada más y nada menos, que las razones de estas líneas: "Un día, estando yo en París, en la época en que vivía todavía en la ciudad universitaria, recordé todo aquello y de golpe me senté a la máquina. En dos horas escribí el cuento, con datos muy precisos sobre sus combates, porque lo había seguido a lo largo de toda su carrera. Durante dos horas me sentí Justo Suárez y escribí como un boxeador."
Hasta la próxima. Abrazo de K.O.

1 comentario:

cris dijo...

cortázar, o de como las palabras nacen otras.