Mostrando las entradas con la etiqueta alfil. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta alfil. Mostrar todas las entradas

miércoles, mayo 16, 2012

Los reflejos del arquero


Los reflejos del arquero

Se podrían escribir varios libros con el anecdotario del fútbol. En una cancha de fútbol (y fuera de ella) se han dado las situaciones más absurdas, ridículas, pintorescas, sospechosas, alegres y tristes. Con esto me refiero a todas esas cosas que van más allá del fútbol y, muchas veces, por fuera del reglamento. Tanto es así, que la mayoría de las veces se han tenido que inventar reglas ante situaciones nuevas. Un ejemplo de esto fue la prohibición de ingresar a la cancha pintado; ley, regla o artículo redactado especialmente ante la locura del fallecido Darío Dubois, quien jugara varios partidos con la cara pintada a lo Kiss.
Una semana atrás se enfrentaron Unión de Villa Krause y Huracán Las Heras, por el Torneo Argentino B. Ambos equipos necesitaban la victoria para pasar de ronda y mantener vivas las esperanzas de ganarse un lugar en la categoría superior, el Argentino A (que sigue siendo amateur) Se enfrentaban en el Estadio del Bicentenario, en la Provincia de la minería internacional, impopular y sin impacto ambiental, de San Juan.
A los cinco minutos, Silvio Molina abrió el marcador para Unión con un terrible remate desde afuera del área, lo que demuestra que en la B se juega mejor que en la A (?). Promediaba la primera etapa. Corner para Huracán y si dos cabezazos son gol en todo el mundo, en la cuarta categoría del fútbol también lo es: Juan Suraci marcó el empate para el delirio de los “Guerreros Laserinos”, como se hacen llamar y el delantero festejó haciendo una  mortal a lo jugador nigeriano o camerunés o senegalés, que para el caso da lo mismo porque son todos iguales. Rodrigo Rivero, el árbitro del partido pitó y se fueron al descanso.
No era un partidazo. Había llegadas de uno y otro equipo pero al encuentro le faltaba chispa, explosión, tensión. Entonces pasó lo que tenía que pasar (?): la agarra el “Luto Molina” por la punta derecha y habilita a su homónimo Silvio Molina, éste cabecea al área, Sánchez se la baja a Sosa, Huracán intenta tirar el achique, la pelota queda rebotando en el área chica, Sosa se la pica al arquero De la Riva, y van dos jugadores por ella, uno para marcar, el otro para despejar; se chocan y el balón va hacia el arco y cuando todos los Azules gritaban gol… Ahí aparece el fútbol, y su color (dirán unos) o su miseria (dirán otros): Fernando Espinoza, arquero suplente de Huracán Las Heras, que realizaba trabajos de precalentamiento atrás del arco, llega hasta la línea, mete la mano y rechaza la pelota. Luego barre un defensor y el árbitro cobra saque de esquina. 
El momento clave: Espinoza saca a relucir sus reflejos (confiado de que el Director Técnico lo está viendo y tomará nota de sus reflejos)

Claro, uno no mete la mano, hace una de campito en el Argentino B y sale como si nada (que fue exactamente lo que hizo el arquerito suplente: darse vuelta y seguir calentando como diciendo “¿qué pasó? ¿ah? ¿eh? No escucho muy bien. ¿Qué qué? Yo no vi nada”) Y sí, lo esperable, lo que haríamos todos si fuéramos jugadores del poderoso Unión de Villa Krause de Rawson de San Juan (en serio, así se llama): se armó un quilombazo importante. Una linda batahola como las de antes, con jugadores, cuerpo técnico, periodistas y auxiliares pegando para todos lados y la Policía haciendo como que hacía algo para detener la trifulca. El fútbol vive en sus bases, de eso no hay duda.
Luego, el juez del partido comete un error garrafal, se olvida completamente del reglamento, amonesta a Espinoza y da el tiro de esquina. Hubiera correspondido un bote a tierra (un pique) y la expulsión del jugador en cuestión. Y acá es cuando la cosa empieza a ponerse rara. Ponele que no viste lo que hizo el arquero (“la mano de D12s”), ponele que te la morfaste. Es raro, pero puede pasar. Ahora, el partido estuvo parado 11 minutos y el hombre de negro decide adicionar tan sólo 5. No sólo no adicionó recuperó lo que debía sino que se morfó varios minutos del tiempo de juego. Algunas decisiones son por lo menos sospechosas.

El arquerito suplente haciéndose el pelotudo mientras sus compañeros se cagan a trompadas y aguantan los trapos. 

Cuando las aguas se calmaron los muchachos siguieron jugando. El partido se hizo de ida y vuelta con muchas llegadas de ambos lados, demostrando nuevamente la superioridad futbolística e individual del Argentino B por sobre el A (¿). Hubo un penal clarísimo para Huracán que el árbitro no sancionó. Claro, no iba a pitar nada en contra de Unión ni siquiera si un defensor sacaba un cuchillo y apuñalaba en el área a un delantero mendocino. Eso se llama compensar, existe en todas las canchas de todo el mundo. Al final, empataron. Ambos conjuntos quedaron eliminados y fue Guaymallén de Mendoza quien se cagó de risa pasó a la tercera fase del interminable Torneo Argentino B.
Las imágenes están en youtube, las fotos también. La situación, de suma tensión en el momento del partido, hoy forma parte del anecdotario diario. Quizás se deba a que sucedió en uno de los torneos de ascenso, donde muchos piensan que se juega un protofútbol. Pero allí también hay jugadores, hinchas, entrenadores, dirigentes y expectativas, allí también se juegan la felicidad de la semana muchísimas personas.  


El periodismo que le gusta a la gente (?)

El compacto del partido fue lo mejor que me pasó en toda mi carrera periodística (?) Claramente el relato era de una radio partidaria de Huracán y la voz transmitía con toda emoción las alternativas del encuentro hacia los cientos de miles (?) de mendocinos que escuchaban ansiosos desde la tierra del vino rico (en tu cara San Juan) y las acequias la suerte del poderoso Huracán Las Heras.
En el minuto 5 del video, el delantero del Globo se cae en el área rival producto del nudo que se hace en ambas piernas y el relator grita “pennnaaaaalll”. El árbitro no cobra nada porque no pasó nada. Pero el tipo se queda un rato diciendo cosas como “¡no te lo puedo creer, no lo cobró, Dios mío!”. A esta altura la población mendocina comenzaba a construir barricadas y a pedir la renuncia de todos, sí, de TODOS.
“¿Querés que te diga una cosa? Me da la impresión que a un par de jugadores de Unión de Villa Krause les falta actitud…” Con ese comentario cerraba la primera etapa el, a esta altura, relator del pueblo.
Comienza la segunda etapa y seguimos notando cómo el tipo se las arregla para imprimirle dramatismo y peligrosidad a cada llegada pedorra de Huracán, como así también  las atajadas del arquero De la Riva, figura del encuentro. “Te lo decía cuando veníamos en el auto: en el mano a mano De la Riva te mata”. (Bonus track: ver en el minuto 9: “¡le sacó el gol hecho!)
Otra increíble contribución son las risas, los gritos y los comentarios que se escuchan de fondo. La transmisión es solamente del relator del pueblo (hay un comentarista que no comenta nunca) pero se ve que además había un par de amigos o colaboradores en la cabina. Al final del video notamos que todos comentan, que la Ley de Medios se aplica y la pluralidad de voces pasa de la utopía a la realidad. Ya veremos que el aporte de uno de los Julios Ricardos mendocinos fue vital.
En el minuto 9:07 del video comienza la jugada polémica. Bueno, ya sabemos todos cómo fue, pero el relator del pueblo parece no percatarse. Se escucha que un amigote le dice algo y él pregunta “¿Cómo que la saca Espinoza? Usted me quiere volver loco. De-la-Riva saca la pelota”. El tipo cambia rápidamente de opinión y pasa a relatar el terrible quilombazo que se produce.
Al minuto 10:48 “the rélator of the people” dice “veremos cuánto adiciona el árbitro del encuentro, a ver si es justo… ¡Cinco minutos! ¿Cómo que cinco minutos? No puede ser”. Los suplentes de Unión también se muestran disconformes.
Luego el video nos muestra un montón de llegadas y uno sospecha si todo eso pasó en los cinco minutos y la Virginia es el té. Nunca lo sabremos, porque pasó en otra provincia, en el interior profundo, en la barbarie pura e irremediable (?)
Claro, la reacción de los Azules no se hizo esperar y sus altos dirigentes están golpeando las puertas de AFA donde los recibirá Grondona. Seguramente, el presidente de la institución rectora del fútbol argentino, tomará cartas en el asunto (?). Se esperan renuncias y despidos masivos en las dirigencias locales e internacionales. 
Sus hinchas, a través de foros y páginas más o menos oficiales, cargaron contra el árbitro Rodrigo Rivero y, en un texto para nada redundante y escrito como por un niño de 10 años o un hincha enojado , mostraron su malestar: "Cuando la pelota tenía destino de red, el arquero suplente Fernando Espinoza metió la mano y sacó la pelota en la línea. El juez del partido, se limitó a amonestar al jugador visitante y Unión se quedaba sin su clasificación. De no creer pero real, el árbitro dejaba bien en claro que es un DELINCUENTE, porque la ley dice que adueñarse de algo que es de otro, es ROBAR, y los que roban son DELINCUENTES, por ende, el arbitro del partido Rodrigo Rivero es un DELINCUENTE ya que le robó a Unión la clasificación a la siguiente fase". ¿Queda claro? Repasemos las palabras claves: ROBAR-DELINCUENTE. Dejaré a disposición de todos aquellos que aun no entendieron un Power Point mucho más pedagógico que el texto. 


El antecedente

El hecho ocurrió durante la 6ª fecha del Nacional del ’67 (Fue el 18 de octubre de 1967) Rosarui Central perdía 2 a 1 contra San Martín de Mendoza y se jugaba el todo por el todo para buscar el empate quedando expuesto a los contragolpes. Al parecer (de los hinchas de Central, obvio) el árbitro estaba teniendo una actuación desleal. Entonces varios muchachos de la hinchada comenzaron a hacer un hueco en el alambrado de la tribuna para ir a decirle al árbitro, en lenguaje apropiado, lo que pensaban sobre su desempeño. En ese momento hay una contra para San Martín. Valencia se va con el balón y se la pica al arquero Andrada, que estaba adelantadísimo. La pelota estaba yendo a su destino de red, cuando de repente se mete a la cancha Orlando Antonio Espip, conocido como el Turco, frena el balón, gambetea a un jugador mendocino, se la da a un defensor de Central y corre a increpar al referee. El Turco tenía 20 años. Han pasado 45 años y al día de hoy lo siguen llamando de radios y periódicos para que cuente esa historia. Está filmada, se puede encontrar.
El fútbol, lo sabemos, no es la vida, pero se le parece mucho. Hasta la próxima. Abrazo de gol. 



lunes, mayo 07, 2012

Volver a Boedo

Aquella tarde soplaba un vientito agradable. Estaba fresco, claro, por la época del año. Ese grupo de jóvenes se frotaba las manos, con esa mezcla de nerviosismo y frío; se miraban entre ellos y no lo podían creer. La gente había llegado desde temprano y la emoción se adueñaba de todo. Ahí estaban todos juntos para jugar otro partido de fútbol, esta vez en la nueva casa, en el nuevo estadio donde esos pibes imaginaban las jugadas por venir, los goles por gritar. El sueño crecería, se haría gigante, desbordaría la imaginación hasta hacerse realidad. Hubo años felices, largos y continuados. Pero un día comenzó a ganar el insomnio y luego la pesadilla. Lo inimaginable volvió a desbordar y todo fue una triste realidad. Aquel 8 de mayo de 1916 el Club Atlético San Lorenzo de Almagro enfrentaba a su par de Estudiantes de La Plata, un duro rival, por el Campeonato Oficial. Los “Santos” ganarían por 2 a 1, bautizando su tierra victoriosa para siempre. Lo que en un primer momento fue un potrero con cerco perimetral, una casilla para los equipos y los jueces, y dos bancos, con el tiempo fue sumando comodidades, tribunas y mística. El equipo andaba bien, ganaba mucho y perdía poco. La gente acompañaba las campañas. Boedo crecía como barriada de tango, bares, inmigrantes, porteños y futboleros. San Lorenzo era puro barrio. En 1931 comenzaba la era profesional en el fútbol argentino y el club ya tenía un estadio gigante, acorde al movimiento masivo que significaba cada partido como local. El fútbol crecía en el país y se multiplicaban sus practicantes y sus espectadores.
San Lorenzo sacaba pecho y se convertía en uno de “los grandes”. Comenzaba a ganar títulos y a llevar cada día más y más gente. Su estadio, bautizado el Gasómetro, por el parecido que tenía su estructura exterior con los gigantescos depósitos de gas licuado, llegaba a albergar a 80.000 personas. Era enorme, redondo, con tribunas de maderas. Lo llamaban el “Wembley argentino”, por su similitud con el mítico estadio inglés. La particularidad gaucha eran los tablones. Miles de personas llegaban en procesión al estadio. En tranvías, camiones, colectivos, a caballo o a pie. Era una verdadera marea azulgrana. La Selección Nacional jugaba muchas veces de local allí. Además del fútbol, la gente se congregaba masivamente para ver boxeo, ciclismo o básquet. Espectáculos musicales y culturales, carnavales y kermeses. ¡Si hasta Santana tocó allí!
Pasaron los años, los equipos, los títulos, la alegría de las victorias y la tristeza de las derrotas. El país también vivía sus emociones, sus cambios de rumbo, la violencia, las corridas y las dudas. San Lorenzo parecía indiferente a todo: campeón en 1959, 1968, 1972 y 1974. Y entre medio de tanto grito de victoria buenas campañas, momentos de gloria y de felicidad popular. Pero los ritmos del país eran demasiados fuertes como para ser ajenos a los mismos. Llegó 1976 y todo se puso oscuro. Acorde al país, San Lorenzo comenzó a tener problemas económicos. El club también sufrió su intervención militar y su vaciamiento. Grandes jugadores comenzaron a abandonar la institución, las campañas pasaron de buenas a regulares y de regulares a malas. El descenso parecía una posibilidad concreta. Un mal día se apagaron las luces del estadio. San Lorenzo empataba 0 a 0 con Boca y sus hinchas se volvían a casa con la cabeza gacha, pateando piedritas. Estaban mal pero no imaginaban lo que vendría. La deuda del club era grande y sus propias autoridades, corruptas y traidoras, instalaron la idea de que la única salvación era la venta de los activos. Claro, no sería fácil llevar a cabo tal maniobra. Para eso necesitarían un apriete, algo característico en los años de plomo. El Intendente de la Ciudad de Buenos Aires era el Brigadier Osvaldo Cacciatore. El 3 de septiembre de 1980 la Municipalidad dictó la Ordenanza para expropiar los terrenos que ocupaban el estadio, la sede social y todo el predio donde se realizaban más de 20 disciplinas deportivas. La causa formal que se alegó para la erradicación del Gasómetro fue la necesidad de la apertura de las calles Muñiz y Salcedo, cuya prolongación virtual atravesaría el predio de Avenida La Plata. Se construirían allí varios complejos habitacionales y una escuela. Nada de eso pasó. Y el final es más conocido. Por una suma ridícula de dinero, San Lorenzo fue despojado de sus bienes y luego, los terrenos fueron vendidos a Carrefour. Como un chiste de mal gusto, el supermercado está pintado con los colores azulgranas. En 1983, con todas las señales que presagiaban la caída, San Lorenzo descendió por primera y única vez a la B. Diez años más tarde construiría su cancha, el Nuevo Gasómetro, en otro barrio, cortando el hilo de su historia, los lazos sociales y culturales del club y su zona.
Hoy, con el equipo peleando por no descender, por no repetir la historia, miles de hinchas luchan por vías legales para que se le restituyan los bienes robados. Más de 100.000 personas se congregaron en frente de la Legislatura porteña para que se aprueben los proyectos para volver a Boedo. El presente deportivo de San Lorenzo es tan complicado que hacen que estos proyectos parezcan inoportunos e imposibles. Pero basta una mirada al pasado y, fundamentalmente al pasado reciente, para darse cuenta que siempre va a ser ya para la vuelta, para la concreción del sueño que un día les robaron. Es cierto, las urgencias son otras: sanear económicamente a la institución y salvarla del descenso. Ambas vitales para el futuro, y si no se consiguen el regreso al barrio se alejará. Parece imposible pero sabemos que en el fútbol todos los milagros pueden suceder. En una carta que el escritor Osvaldo Soriano le mandaba a su par uruguayo, Eduardo Galeano, le contaba: Te cuento que el otro día estuve en el supermercado "Carrefour", donde antes estaba la cancha de San Lorenzo. Fui con José Sanfilippo, el héroe de mi infancia, que fue goleador de San Lorenzo cuatro temporadas seguidas. Caminamos entre las góndolas, rodeados de cacerolas, quesos y ristras de chorizos. De pronto, mientras nos acercamos a las cajas, Sanfilippo abre los brazos y me dice: "Pensar que acá se la clavé de sobrepique a Roma, en aquel partido contra Boca". Se cruza delante de una gorda que arrastra un carrito lleno de latas, bifes y verduras y dice: "Fue el gol más rápido de la historia". Concentrado, como esperando un córner, me cuenta: "Le dije al cinco, que debutaba: no bien empiece el partido, me mandás un pelotazo al área. No te calentés que no te voy a hacer quedar mal. Yo era mayor y el chico, Capdevilla se llamaba, se asustó, pensó: a ver sino cumplo". Y ahí nomás Sanfilippo me señala la pila de frascos de mayonesa y grita: "¡Acá la puso!". La gente nos mira, azorada. "La pelota me cayó atrás de los centrales, atropellé pero se me fue un poco hasta ahí, donde está el arroz, ¿ve?" –me señala el estante de abajo, y de golpe corre como un conejo a pesar del traje azul y los zapatos lustrados-: "La dejé picar y ¡plum!". Tira el zurdazo. Todos nos damos vuelta para mirar hacia la caja, donde estaba el arco hace treinta y tantos años, y a todos nos parece que la pelota se mete arriba, justo donde están las pilas para radio y las hojitas de afeitar. Sanfilippo levanta los brazos para festejar. Los clientes y las cajeras se rompen las manos de tanto aplaudir. Casi me pongo a llorar. El Nene Sanfilippo había hecho de nuevo aquel gol de 1962, nada más que para que yo pudiera verlo. Hoy, que de a poco se saca la basura que estuvo tantos años debajo de la alfombra, que reescribimos la historia, que le ponemos nuevas palabras a las palabras, hoy vale la pena intentarlo. Vuelva a casa, San Lorenzo, que lo estamos esperando. Hasta la próxima. Abrazo de gol.

lunes, abril 23, 2012

Últimos segundos de Moacir Barbosa

Moacir sabe que ya está, que se terminó la agonía. Fue un partido largo, demasiado sufrido, con toda una hinchada en contra. No se puede mover. El derrame en su cerebro ha cortado todas las comunicaciones entre su cabeza y el cuerpo. Las manos negras, gastadas de trabajo bajo los tres postes en los años en que no se usaban guantes. Por fin, piensa. Y se va del césped, de las canchas, de las calles y se transforma en recuerdo de pocos y olvido de muchos.

 Moacir sabe que ya está. En esos segundos previos a la partida recuerda los pies descalzos, la vida dura, sus hermanos, la favela y el fútbol. A pesar de su altura la movía bastante bien. Jugaba de volante por la izquierda, desbordando, amagando ir por adentro y saliendo por afuera, echando centros, metiendo alguna que otra vez un gol. Pero no le gustaba mucho correr y un día se encontró apoyado al poste, descansando y alguien le dijo que probara. Y el negro probó.

 Moacir sabe que ya está. Que el tiempo ya no se mide con el reloj. Tirado en la vida, recuerda las revolcadas en la tierra, las voladas fantásticas, la mano cambiada, la pelota yendo al corner, la ovación de la tribuna. El Vasco da Gama lo hace sentir como en casa y él, en devolución por tanto afecto, pone un candado en el arco. De ahora en más no pasarán más balones. Y llegan los títulos, primero uno, después el otro y otro más. Seis veces campeón del Torneo Carioca. Sale de la pobreza que viene con la cuna de todo brasilero de raza negra. La fama, el reconocimiento y la convocatoria a la Selección.
Moacir sabe que ya está. Suspira aliviado. Es el último suspiro. Lejos quedaron los años mozos, los resortes en las piernas. Se viene el Mundial. El país está de fiesta. Brasil 1950 promete ser un año inolvidable. Y sí que lo será. Sus compañeros se divierten en la cancha. Meten de a tres, de a cinco goles por partidos. A Suiza le hacen precio 7 a 1, y las calles y las tribunas son una fiesta, y eso es algo que los brasileros saben hacer muy bien. Se viene la final. La gente, los diarios, las radios, todos presagian un final feliz, un simple trámite, noventa minutos más para alzarse con la gloria.

 Moacir sabe que ya está. La condena fue larguísima. “Treinta años es la pena máxima por matar a alguien y yo todavía sigo pagando por un crimen que no cometí”, piensa. Brasil arrasó en los encuentros previos. Llegó al último partido contra Uruguay sin sacar el pie del acelerador. Metió el primero y la victoria se festejaba por adelantado. Pero los celestes comenzaron a enfriar el trámite. Un toque para allá, otro por acá, una pierna fuerte para amedrentar las gambetas, el pase, la apertura por derecha y Schiaffino saca un remate alto, fuerte, inatajable. Empate. Todavía alcanza. Pero la tribuna enmudece.

Moacir sabe que ya está. En el silencio previo a su segunda muerte no tiene miedo. El ya sabe lo que es morir, lo que es sentir a la muchedumbre sin ruido. A los 34 minutos del segundo tiempo, Alcides Ghiggia entra nuevamente por derecha y saca un remate bajo, justo, milimétrico. Moacir la toca, siente la pelota rozando sus dedos y piensa que esta vez, como tantas otras, ha evitado el gol, ha mandado la pelota al saque de esquina. Pero no. La guillotina cae sobre el cuello del portero.

 Moacir Barbosa Nascimento muere el 16 de julio de 1950 ante 200.000 espectadores y todo un país ansioso de encontrar culpables ante la derrota. Él seguirá atajando hasta los 41 años pero la gente lo señalará siempre como el responsable de la tristeza. Paradójicamente pasará el resto de su vida cortando el césped del Estadio Municipal de Río de Janeiro, el Maracaná. Repasará la jugada una y otra vez, como si de un accidente fatal se tratara. El día que cambiaron los arcos del estadio, Moacir pidió que le dieran los viejos postes de madera y los quemó, como si de un ritual curatorio se tratase, para que las llamas le quiten la maldición. Será entrevistado en algunas ocasiones por alguna revista o programa de televisión. Se refugiará en los amigos, los que lo apoyaron siempre, aunque él sospeche que ellos también lo crean culpable del gol. Consolará sus noches con caipirinha y la música de Tabaré Cardozo: “Un viejo vaga solo. La gente sin piedad señala su fantasma sin edad por la ciudad. Su sombra corta el pasto en el Maracaná. Retrasa la jugada en soledad mil veces mas. Cuida los palos Barbosa del arco del Brasil. La condena de maracaná se paga hasta morir. Quema los palos Barbosa del arco del Brasil. La condena del maracaná se paga hasta morir”. Moacir sabe que ya está. El 7 de abril del 2000 muere nuevamente, esta vez en soledad.
 

martes, marzo 20, 2012

Anécdotas mundialistas: el trofeo Jules Rimet

Esta nota la escribí hace varios meses. Pero es de las que me gustan. Aclaro, como siempre, que el diario limita la expresión, tanto por el espacio asignado como por el tono que hay que utilizar. Pasen y lean que linda toldería (?)



El Mundial de 1966 disputado en Inglaterra tiene/tuvo tela para cortar, muchísima tela. Hoy, 46 años después seguimos hablando de esa Copa y no paramos de lamentar la expulsión de Rattín. Pero vayamos de a poco, por partes, en orden.
Durante los Juegos Olímpicos de Roma 1960, Inglaterra fue elegida sede de la 8va Copa del Mundo. Los ingleses habían inventado el juego más popular del planeta y la fiesta futbolística por excelencia viajaba hacia su tierra originaria. Para ayudar a que todo saliera diez puntos (?), en 1961, Stanley Rous, un ex árbitro inglés y secretario de la FA (Federación de Fútbol Inglesa), asumía como presidente de la FIFA.
Las anécdotas picantes, las buenas, esas que había a roletes en el fútbol de antes de la caída del Muro de Berlín, empezaron cuatro meses antes del inicio del torneo de 1966. La Copa FIFA, esa que todos conocemos, la que parece un bate de béisbol chiquito y deforme, debutó en el mundial de 1974. El trofeo anterior se llamaba Jules Rimet, en homenaje al dirigente francés que “inventó” la Copa del Mundo. Estaba estipulado que aquel país que ganara el mundial tres veces consecutivas se quedaría con el trofeo. Después cambiaron la norma ya que nadie iba a ganar tres veces seguidas y le sacaron la parte de “consecutivas” a la frase.
La leyenda cuenta que durante la segunda guerra mundial, Ottorino Barassi, el vicepresidente italiano de la FIFA y presidente de la Federación Italiana de Fútbol, retiró el trofeo en secreto de un banco en Roma y lo escondió en una caja de zapatos debajo de su cama para impedir que los alemanes se apoderaran del mismo.
Ya sin olor y con el brillo dorado de siempre, la estatuilla de oro macizo daba vueltas por toda Inglaterra para que todos la pudieran observar. Corría el mes de marzo del mismísimo 1966. El trofeo estaba expuesto en el Salón Central de la ciudad de Westminster, bajo la atenta mirada de cinco guardias permanentes. Al parecer, el policía que estaba de turno se fue a buscar un café o a escuchar un partido por la radio, y cuando volvió ¡oh, caramba! El trofeo no estaba más. Las autoridades entraron en pánico.


La Scotland Yard armó un mega operativo para recuperar la estatuilla. Pasaban los días y nada, ni una pista. Una semana después, David Corbett andaba tranquilamente por la ciudad, paseando a su perro Pickles (en Inglaterra, nombrar así a un perro es igual de original que ponerle Donald a un pato, Gardfield a un gato o Batman a un murciélago (?)). En un momento, el canino huele algo raro y empieza a cavar un pozo al lado de un árbol. Su dueño, con esa característica tranquilidad inglesa, lo dejó hacer tranquilo al perro, suponiendo que había encontrado un hueso. Pero no, envuelta en papel de diario, atada con una cuerda, se topó con la Jules Rimet, la copa que todo el país andaba buscando. El tipo, sorprendido, se dirigió a la seccional de policía más cercana, donde rápidamente lo metieron preso al no creerle ni un gramo la historia que estaba contando. Al rato, nobleza obliga, se dieron cuenta que un tipo que le pone “Pickles” a su perro no podía ser el ideólogo de semejante robo. David Corbett, pero fundamentalmente la mascota, fueron héroes nacionales, invitados a todos los partidos del mundial, he incluso al banquete de celebración que les ofreció la Reina al plantel ganador del mundial. Además, Corbett recibió una recompesa de 5000 libras por haber encontrado el trofeo. Al perro le regalaron alimento gratis durante toda su vida y unas 60 libras diarias en concepto de vaya a saber qué…
Avispada, la FIFA decidió fabricar una réplica para ser utilizada en esta serie de exposiciones y mantener a salvo el trofeo. Inglaterra ganaría el mundial en casa al vencer por 4 a 2 a los siempre difíciles alemanes.
Cuatro años más tarde, Brasil ganaría la Copa del Mundo de México 70 y se quedaría para siempre con la Jules Rimet, que era mucho más linda que la actual. Pero la historia no se acaba aquí. La copa fue robada nuevamente el 19 de diciembre de 1983, cuando fue tomada de una exhibición en la sede de la Confederación Brasileña de Fútbol en Río de Janeiro. El trofeo se encontraba en un gabinete con un frente de cristal antibalas, pero su parte posterior hecha de madera fue abierta con una palanca. El trofeo nunca fue recuperado, lo que sugiere que pudo haber sido fundido. Eventualmente, cuatro hombres fueron juzgados y declarados culpables por el crimen. La Confederación encargó la fabricación de una réplica, pero el daño ya estaba hecho.
Esta fue la historia del primer trofeo de los mundiales. Hay más historias que involucran la Copa del Mundo de 1966, no sean impacientes. Hasta la próxima. Abrazo de perro.

Decí que la encontramos, que sino...

jueves, noviembre 24, 2011

Cuando el agua se tiñó de rojo




Unos años atrás realicé una nota a los "Wattas", el único equipo de waterpolo de Córdoba. Investigando un poco acerca de este deporte del que sabía muy poco, descubrí un documental producido por Quentin Tarantino y con él una historia, una asombrosa historia. El film se llama "Freedom’s Fury" y narra en paralelo los hechos ocurridos durante la Revolución Húngara de 1956 y la particular situación del equipo nacional de waterpolo, próximo a competir en los Juegos Olímpicos de Melbourne, Australia.
El 23 de Octubre se realiza una protesta estudiantil y 20.000 estudiantes marchan por las calles de Budapest. La jornada se extiende, miles de personas se van sumando a la manifestación. A las seis de la tarde, 200.000 personas ya están manifestándose en frente del Parlamento Húngaro. La ÁVH (la Policía Política Húngara) abre fuego desde los edificios provocando la muerte de cientos de personas. Una montaña de pólvora volaba en el aire del convulsionado país, el fuego de las metrallas hizo explotar todo. Desde el 23 hasta el 28 de octubre se suceden los enfrentamientos con las tropas soviéticas. La población ataca los tanques con bombas molotov y con armas robadas a las AVH. El ejército rojo se retira de Budapest y comienzan las negociaciones con el nuevo gobierno húngaro. Faltaban sólo tres semanas para el comienzo de los Juegos Olímpicos.
Hungría es la mayor potencia mundial en waterpolo. Dueña de 9 medallas de oro, 3 de plata y 3 de bronce, ha sido el país que más medallas ha conseguido en una disciplina a lo largo de la historia. El documental se centra en la historia de los jugadores, sus vivencias, el recuerdo de aquellos años. La calidad de las imágenes de archivo son impactantes y los testimonios dan cuenta de la difícil situación que pasaban, tanto los jugadores, como así también la población entera.
En el momento del levantamiento, el equipo de waterpolo húngaro estaba en un campo de entrenamiento en las montañas cerca de Budapest. Desde allí podían oír los disparos y ver las columnas de humo. El equipo era el vigente campeón olímpico; con los juegos de Melbourne a menos de un mes, pronto fueron trasladados más allá de la frontera, a Checoslovaquia, para evitar que se vieran envueltos por la revolución.
Finalmente, el 4 de noviembre, la Unión Soviética despliega la "Operación Torbellino". Más de 10.000 soldados, respaldados por 1150 tanques y artillería aérea, invaden las calles de Budapest. La lucha dura seis días y la Revolución es sofocada. La resistencia organizada finalizó el 10 de noviembre, la revuelta fue aplastada y comenzaron los arrestos en masa, lo que provocó que unos 20.000 húngaros huyeran en calidad de refugiados. El balance final fue de 722 muertos y 1.251 heridos del bando soviético y una cifra estimada de 2.500 muertos y 13.000 heridos por parte de los húngaros sublevados, aunque luego serían ejecutadas unas 2.000 personas más. Para enero de 1957, el nuevo gobierno instalado por los soviéticos y liderado por János Kádár había suprimido toda oposición pública.
La delegación nacional húngara ya estaba en Melbourne, donde debatieron si debían competir o no en los Juegos. Finalmente deciden presentarse. El equipo de waterpolo golea a todos sus rivales y accede a las semifinales donde enfrenta a la Unión Soviética. El partido no fue uno más. El estadio estaba lleno y miles de periodistas de todo el mundo cubrieron el evento. El 28 de noviembre se conoce como el "partido más sangriento de la historia".
Aquí es donde se tornan interesantes los testimonios de los jugadores de ambos países. Ahí esta la riqueza del documental. El partido se desarrolló en un clima tenso, marcado por la guerra entre ambos países, por la presión de la prensa y el público. Los jugadores rusos cuentan que el árbitro los perjudicaba constantemente. Relatan jugadas puntuales en las que se favorecieron claramente a los húngaros. Unos minutos antes de finalizar el encuentro y con los ánimos caldeados de un lado y del otro, se produjo la pelea: los jugadores se trenzaron a los puños y el agua de la pileta se tiñó de rojo sangre. Hungría ganaba 4 a 0. La imagen del rostro ensangrentado de la estrella del equipo húngaro, Ervin Zador, recorrió el mundo. La prensa se encargó de trasladar el conflicto bélico entre ambos países al deporte. Pero los jugadores entendieron que no era así: "Ellos también fueron víctimas del régimen", contaba Zador, refiriéndose a los representantes soviéticos. El mejor jugador húngaro no pudo disputar la final por una herida importante en su ojo derecho. Igualmente, el equipo consiguió la medalla de oro al derrotar al duro equipo yugoslavo por 2 a 1.
Hay mucho para contar pero el espacio me codea y me recuerda los límites de la palabra. El documental es riquísimo pero muy complicado de conseguir. A aquel que sepa bucear y tenga suerte de encontrarlo, podrá disfrutar de una historia dura, difícil pero real.
Hasta la próxima. Abrazo de lucha.

miércoles, noviembre 23, 2011

Cortázar, Torito y yo II




En la primera parte de esta nota introducía a Cortázar y, a través de él y de su cuento "Torito", a Justo Suárez. También estoy yo, muchas décadas después, emocionándome con palabras nuevas, descubriendo que la lectura abría mundos, descubriendo a un boxeador que salió del pozo, probó las mieles, llegó a los Estados Unidos, trompeó y ganó, volvió a su tierra, su gente lo quería, copaba las tribunas, pisaba el centro, peleó contra todos y contra él mismo, empezó a sentir el piso resbaladizo, la tuberculosis, el segundo viaje a Estados Unidos, la primera derrota, la segunda derrota, la derrota final, la tos, la miseria, el olvido, Cosquín, su cama, su hermana, la enfermedad y él, la muerte y Final de Juego. Cortázar, Torito y yo.
Justo Suárez fue el decimoquinto hijo de una familia que tuvo 25 hijos y ya desde su más temprana infancia se vio obligado a rebuscársela para llevar el pan a su casa. Como casi todos los habitantes del barrio de Mataderos, Suárez también trabajó en esos oficios matarifes. En la adolescencia se dio cuenta que sabía pelear, que si se enfrentaba con alguno le ganaba, le daba con la izquierda y abajo, con la derecha y al piso. A los 19 años ya era profesional. Peleó y ganó, peleó y ganó, hasta que un día boxeó por más: en la vieja cancha de River venció a Julio Mocoroa por puntos y consiguió el Título Argentino Liviano. La gloria era suya.
Suárez, de golpe, se llenó de dinero. Le compró un terreno a su madre, se vistió con trajes caros y pisó el centro de la ciudad, un lugar al que los pobres jamás llegaban. Después de bajar a todos los rivales que se le pusieron en frente, el "Torito" tomó un barco hacia Estados Unidos. Otra vez hizo todo a gran velocidad. En cuatro meses realizó 5 peleas y arrasó a sus rivales para rápidamente hacerse un nombre. Volvió al país con todos los laureles. Siguió peleando y siguió ganando.
Luego, vendría el segundo viaje a Nueva York. Suárez iba por el título de rey de los livianos. Tenía mucho y quería todo. Se enfrentó ante Billy Petrolle y perdió por puntos en nueve rounds. Fue su primera derrota como profesional. Todo empezaba a oscurecerse para el Torito de Mataderos.
De vuelta en estas pampas, con una tuberculosis fulminante que de a poco le comía el cuerpo y el espíritu, perdió el cinturón ante Victor Peralta. El ídolo golpeaba sus rodillas en el piso del ring. Caía, y no sabía caer. Su última pelea fue ante su amigo Juan Pathenay. Las crónicas de la época dicen que su rival no quería boxear, no quería tirarle golpes. Así y todo, Suárez tocó la lona. En esto no hay dudas, todos lo dicen: Pathenay lloró; no quería vencer a su amigo, a su ídolo. El estadio también lloró. La carrera de Suárez ya estaba terminada.
Tres años después, el 10 de agosto de 1938, en un hospital de Cosquín, con la única compañía de su hermana y en la miseria total, Suárez moría de tuberculosis. Una multitud acompañó el cortejo fúnebre y llevaron el cajón hasta el Luna Park, para darle un último homenaje en el lugar donde escribió sus páginas más gloriosas. El Torito está enterrado en el cementerio de la Chacarita.
Hoy nos quedan los textos de Cortázar, las crónicas de la época, los recuerdos de los más viejos, las calles con su nombre y el orgullo del barrio. También hay un tango, de Venancio Papayero y música de Venancio Clauso. El estribillo dice: "¡Justo Suárez, solo! ¡Torito viejo, lindazo! Sacálo como vos sabés no le des tiempo, fajálo. ¡Justo Suárez, solo! ¡Torito viejo rompélo! Ya está listo, cruzálo, cruzálo que lo tenés." Y sigue: "De Mataderos al centro, del centro a Nueva York, seguís volteando muñecos, con tu coraje feroz. Cuando te pongan al frente del mismo campeón del mundo, ponete esa papa en la olla, cocinátela a la criolla y por cable la fletás."
Por último, terminando por donde empecé, las palabras de Julio Cortázar, las razones de aquella escritura de "Torito" que son, nada más y nada menos, que las razones de estas líneas: "Un día, estando yo en París, en la época en que vivía todavía en la ciudad universitaria, recordé todo aquello y de golpe me senté a la máquina. En dos horas escribí el cuento, con datos muy precisos sobre sus combates, porque lo había seguido a lo largo de toda su carrera. Durante dos horas me sentí Justo Suárez y escribí como un boxeador."
Hasta la próxima. Abrazo de K.O.