jueves, septiembre 04, 2014

El hombre que quería escribir (Folletín)

1

Domingo.

- ¡Quiero escribir! –exclamé. 
El Perro soltó su vaso, y sin dejar de mirar la pantalla, me pasó su celular.
- Tomá, usa el mío –dijo. 
- No, Perro, no es eso. Quiero escribir ¿me entendés? Quiero escribir algo, cualquier cosa. 
- Un libro, ¿querés escribir un libro? –dijo el Perro atendiendo al corner que se venía. 
La pelota pasó cerca, nos agarramos la cabeza. El Perro puteó al que cabeceó. El Perro puteaba a todos los jugadores, no se salvaba ninguno. 
- Sí, no sé, quiero escribir una novela o un cuento, y si después está bueno publico un libro. ¿Qué pensás? –pregunté ansioso. 
El Perro por primera vez me miró a los ojos. 
- Pero… ¿vos sabés escribir? –preguntó con voz de amigo. 
- Y, escribir sabemos todos ¿no? –dije con dudas. 
Él masticó su sándwich y volvió la mirada al partido. Seguimos así un rato más. Faltaban 15 para que terminara el primer tiempo. ¿Qué hacía pensando esas tonteras? ¿Escribir? ¿Yo? Si siempre me llevé todas las materias relacionadas a eso: castellano, lengua, literatura, historia, geografía. Me llevaba todas. Qué desastre. Ni si quiera me gusta leer. ¿De dónde saco yo esas ideas tan boludas? Además, ¿en qué momento podría escribir? Entre el laburo, y todas las otras cosas. Ahora el Perro va a pensar que soy un boludo. 
Terminó el primer tiempo y me levanté para ir al baño. Cuando volví el Perro había renovado la jarra. 
- ¿Y de qué querés escribir? –me preguntó. 
- No sé, historias –arriesgué- Viste que yo siempre cuento re bien las anécdotas. 
- Es cierto. Nos hacés cagar de risa. Y bueno, empezá escribiendo alguna de tus anécdotas –sugirió. 
- No, yo quiero escribir ficción. O no sé, capaz que quiero escribir historias nuevas, a las mías ustedes ya las conocen, no podría…
- Deberías ir a hablar con el Ñato.
- ¿Qué pasa con el Ñato?
- Está relacionado a eso de escribir. 
- El Ñato trabaja en la secretaría de apuntes de la facultad, Perro. No tiene nada que ver. 
- Ah. 
El Ñato. Mirá las boludeces que me dice este. Pero por lo menos me tiró buena onda. Lo quiero mucho al Perro. Es un amigo fiel, por eso le digo Perro. El resto de los chicos le dicen Sergio. Pero el resto de los chicos no creció con él, ni vivió las cosas que nosotros vivimos. El Perro decía que sí a cualquier estupidez que se me ocurría proponer: vamos de colados a una fiesta de 15. Vamos. Vamos a romperle los vidrios a la fábrica abandonada. No está abandonada, pero vamos. Vamos hasta el aeropuerto a tomar una cerveza y ver cómo llegan los aviones. Vamos. Nos sentemos en el capot y hagamos como en las películas. No, porque se va a romper el capot. Y se rompió nomás. Se enojó aquella vez pero después se le pasó, como siempre. 
Volví para casa pensando de dónde podía sacar ideas. Al regresar me encontré con lo mismo de todos los días, un chiquero. Debería limpiar o por lo menos ordenar. Es muy difícil. No sé cómo hacía mi vieja para mantener la casa siempre tan limpia. Qué laburo el de ama de casa. O la Vero. La Vero también limpiaba todo. Me limpiaba el departamento cada vez que venía. A veces la extraño, cogíamos bien, pero mejor así. Nunca me apoyaba en mis ideas y si hoy le viniera con que quiero escribir y publicar un libro y ser famoso, me hubiera mandado a cagar, que no, que siempre boludeando, que porqué no cambio de laburo, que cuánto tiempo más vas a estar en ese call center de mierda, que qué somos como pareja, que cómo nos proyectás en el futuro. Era cansadora con tantas preguntas. Estoy mejor solo. 
Pedí una pizza y miré los resúmenes de la fecha. Me cuesta mucho el bajón final de los domingos. El fútbol me mantiene alerta por varias horas pero a la noche me empiezo a deprimir. Me cago en los lunes y en los martes y en los miércoles y en todos los días que no sean jueves, viernes y sábados y domingos y feriados. Me gustan los jueves. Se pone lindo los jueves, es la noche de los que nos gusta hipotecar la semana, tachar la doble y pedirle de fiado al cuerpo un par de energías extras. 

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