Fútbol
Podés saltar de un trampolín, batir un record en patín,
podés hacer un gol y podés llevar tu nombre al cielo,
o puedes ser un gran campeón, jugar en la selección…
Hay momentos en la vida de un hombre en el que las cosas suceden de una manera única, casi diríamos, mágica. Cuántas tardes soñando con un partido perfecto, con una gambeta endiablada, con un movimiento veloz de mis piernas. Todas esas jugadas han sido imaginadas una y otra vez, una y otra vez; engancho, lo hago pasar de largo al defensor, se la pico al arquero, o si no le pego con el empeine derecho y la clavo al ángulo, probablemente en el último minuto de un partido clave, para ganar el campeonato o para salvarnos del descenso; el árbitro nos estuvo bombeando todo el tiempo, hemos perdido dos o tres hombres por expulsión, el equipo confía en mí, cualquiera que la agarra se da vuelta y me busca a mí, al capitán, al referente, tomá gordo, salvanos las papas, sos el único que puede ponerse el equipo al hombro; me han cagado a patadas pero siempre me he levantado, tengo sangre en las rodillas y en la cara también, producto de un codazo, vamos 1 a 1 o mejor aún: 2 a 2, no queda nada, hay tribuna, sí, y está repleta, claro, la gente confía en su equipo y en su capitán; están las banderas con mi nombre, con mi rostro, con una letra de Los Redondos, esa grande, la que más me gusta: fue mi único héroe en este lío; el equipo está en un lío, definitivamente estamos peleando abajo, hundidos en el barro, falta casi nada para mi gol, para el estallido, para que corra hacia el alambrado a fundirme en un abrazo con la hinchada, con la querida hinchada que siempre me bancó, en las buenas y en las malas, se escucha el griterío, los cantos que se confunden, apilados unos arriba de otros, gritos, puteadas, festejos, más gritos, insultos, ¡dale, pelotudo! ¡Largala ya! ¡Gordo, gordo! Las voces suenan conocidas, las palabras también: ¡Gordo!
- ¡Gordo! ¡La concha de tu madre! –grita el Máquina.
Estoy en el medio de la cancha por sacar. Creo que vamos 1 a 1. Van diez minutos del partido. El gol de ellos fue por moco mío. Clásico: quise salir jugando, quise acercar mis sueños a la realidad, y esas fotografías nunca suelen coincidir.
Toqué cortito con el Máquina, un cuarentón que parece haber sido bastante mejor jugador de lo que es ahora, pasa que el escabio, las lesiones en la rodilla y la vida…
El partido fue desarrollándose bastante parejo; nos cagamos a goles un rato largo pero sin sacarnos ventajas. Yo seguía atrás, condenado a destruir el juego antes que a crearlo. ¿Fui alguna vez mejor que esto? Cuando podía correr más rápido zafaba, ahora me la patean para adelante y me pasan. La concha de su madre. Cualquier muerto me pasa. Estoy podrido de estar siempre acá abajo, aburrido, sin tocar la pelota, reventándola a cualquier parte por miedo a que me la roben. Yo tendría que jugar como el Negro Jefe, que juega abajo o de cinco, pero que siempre pasa al ataque. Qué huevos que tiene el Negro. Ahí va el máquina, toca para Ernesto, hacen la pared, devolución para el Máquina, remata al arco, sale un tirito y la pelota se le escurre por entre las piernas al arquero poeta. Gol. Cierto que ataja el flaco este. Cuando haya un tiro libre lo voy a patear yo.
Sacan ellos. Carrizo patea al arco desde mitad de cancha para tratar de sorprender. La pelota pasa cerca. Pablo me la da a mí. Cada vez que recibo la pelota todos se ponen un poco nerviosos. Nacho, que juega para el otro equipo, se me viene al humo. No sé muy bien qué pasa en ese momento porque apoyo mi suela derecha en la pelota, la acaricio para mi izquierda y lo hago pasar de largo. En ese momento en vez de escuchar palabras de aliento sólo escucho un ¡largala! No pienso largarla manga de culiados. La gloria es mía. Corro hacia la mitad de la cancha. Carrizo me cubre el pase porque yo siempre intento despojarme de la pelota. Todo mi cuerpo siente la energía de los mejores: del Diego, del Bocha, hasta del Charro Moreno. Amago largarla hacia la izquierda y paso por la derecha, y arranca el Gordo, genio del fútbol mundial y va tocar para Burruchaga, pero no, en vez de eso, vuelvo a patearla para adelante para pasar al muerto del Primo, la pelota va dando saltitos, estoy cerca del área, del arco, del arquero, me queda para mi pierna derecha, preparo el cañonazo, que salga adonde salga, que explote y que mueran los que tengan que morir, he salido desde mi área hacia el otro continente, he demostrado que la tierra es redonda, que hay vida más allá del horizonte, que la cancha no es cuadrada y que no está sostenida por cuatro elefantes, hundo mi pierna y le pego con toda, la pelota sale a toda velocidad, el arquero pone las manos casi como cubriéndose, pero la pelota viene con tanta fuerza que lo tira al piso, así y todo la saca, y queda boyando ahí cerca, viene el Negro Jefe corriendo y la empuja a la red.
Gol.
Gol del Negro Jefe.
Se escuchan dos o tres puteadas: bajen, culiados / no estamos marcando nada / callate si vos te erraste dos goles solos. Y así.
Nunca puedo concretar nada. El arquero poeta, se levanta sacudiéndose la tierra, me mira, lo miro y me asiente con la cabeza en un lenguaje universal: buena, loco, jugadón. Le devuelvo la mirada: gracias, buena atajada la tuya. Vuelvo al trotecito a mi lado del campo pensando que los sueños me convienen mucho más.
No he salvado a nadie del descenso. Es de noche y nadie mira nuestro partido.
1 comentario:
Evidentemente escribir es como soñar
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