Este es el río
que pasa por mi puerta
El gordo manejaba velozmente, serpenteando entre los autos con cierta imprudencia. Con la mano izquierda manipulaba el volante y con la derecha una botellita de coca cola; eso y una bolsa de criollos en el asiento del acompañante conformaban su desayuno. Iba en tercera a fondo por la avenida sabiendo que llegaba siempre unos minutos tarde, al trabajo, a la vida y a las oportunidades. Por la radio se escuchaba la voz del “Petete” Martínez: atención, atención, (acentuando en la “a”), se ha confirmado un nuevo caso –y el gordó miró la radio inclinándose un levemente- de dengue autóctono en la ciudad…
- ¡Vamo carajo! ¡Vamo che, la puta madre que lo parió, mosquito viejo y peludo nomás! –el gordo ni siquiera escuchó lo que seguía de la noticia. Manoteó como pudo, con la cocacola en la mano, un cassette de la guantera y puso “Marca Registrada”, el disco que más le gustaba de Trula.
No tiene pena ni dolores ni tristezas, va por la vida derrochando su belleza, mueve su cuerpo al ritmo de la gaita, todos los hombres por ella se matan. Pasan las horas y quiere seguir bailando, se desespera por ir a cuartetear, mueve su cuerpo y el ritmo va gozando, todos los hombres con ella quieren bailar. Ay Yoli, Yoli, Yoli la matadora, lo único que quiere es bailar…
Estacionó el R18 al frente del local. Se bajó sacudiéndose las migas, cerró la puerta del auto sin llave y alzó la cabeza para mirar, con renovado orgullo, el cartel: “Desinfecciones Claudio. Eliminamos todo tipo de plagas”. Estaba un poco despintado y abollado por las piedras que tiraban los pendejos cuando salían del baile. El gordo recordó cuando lo pintaron y cuando pifió la mezcla de los colores, la colocación, las idas y venidas por el puto cartel y la discusión con
El Claudio abrió la puerta, violentado por la emoción de la noticia.
- ¡¿Tas escuchando la radio gorda?! –preguntó emocionado.
- Llegaste tarde. Siempre lo mismo, me tenés podrida…
El gordo la miró con cierta resignación y se fue para el fondo a cambiarse. De lejos se escuchaban las constantes recriminaciones.
Volvió con el sucio y roto mameluco azul.
- ¿Y el Manuel? –preguntó Claudio.
- No vino todavía.
- Pendejo de mierda.
- No le digas así, es un chico bueno.
- ¡Bueno las pelotas! No me jorobés Silvia, por favor. Es más lento que una babosa, hay que repetirle todo mil veces y encima parece que le faltan un par de jugadores.
- Habló el cerebro de la familia.
- Mirá, no seré el más inteligente de todos, pero esta empresa –y abrió las manos abarcando todo el local- esta empresa de la cual todos comemos, la hice yo solito, me oíste, yo so-li-to –apuntándose con el índice en el pecho.
Y en ese preciso instante hacía su aparición Manuel.
No es usual que pase, pero a veces...
Acá van, amiga, estas líneas tuyas. Aunque suene raro, pero este posteo te lo dedico a vos. Son tus palabras, lo sé, pero a mí me conmovieron...
Creo que nunca nadie escribió algo sobre mí.... Así que acá va, sin censura, tal cual lo sentiste y escribiste.
Cintia La Chueca, de las mejores..., de esos y de aquellos años.
"Sé que aquel angel..."
Irreflexivo, no se sabe a dónde quiere llegar, no habla para nadie, habla para si mismo. No se parece a nadie, todos lo escuchan y no saben que contestarle. Algunos lo interpretan demasiado y pierden el sentido de lo que el quiso decir, otros ni siquiera se acercan a sus pensamientos, simplemente no lo entienden.
Demasiado reflexivo, el tiempo pasa y el sigue pensando en pequeños detalles en los que nadie se detiene. Tiene recuerdos guardados que a muchos se le pasaron de largo. Piensa demasiado. A veces, le da fiaca pensar, le da fiaca levantarse, le da fiaca comer, no quiere caminar solo quiere estar. Acostado tal vez, quien sabe.
Sensible, muy sensible pero nadie lo nota. A veces demasiado sincero, irónico y porque no una pizca de crueldad. Te hace sentir minúsculo cuando se lo propone. Y cuando menos lo soporto, es un idiota. Se parece mucho a un intelectual, esos que pertenecen a una raza superior, esos que usan palabras que nadie conoce el significado.
De aspecto tranquilo, bondadoso y distraído, ojos tan celestes que se puede ver lo que esta pensando, o al menos yo siento que sé lo que pasa por su cabeza, pero el no lo nota, claro es porque está pensando, porque el piensa demasiado.
Algunos creen que tiene ojos verdes, pero el color de sus ojos depende del clima. También están los que piensan que todo el tiempo es divertido, pero eso también depende del clima. A veces tiene los ojos celestes, a veces es solo amargura.
Sabe respetar el silencio, cuando no hay nada para decir, es mejor quedarse callado. Grandes aventuras desprende de pequeñas anécdotas, vive en una historia sin fin que minuto a minuto escribe ante sus ojos. Es el protagonista de un cuento que aún no se sabe como va a terminar, un cuento surrealista, una historia difícil de creer que sea cierta. La historia del que busca hacer lo que lo hace feliz.
Tipo 10:46 de la noche el nueve de mi equipo malograba la oportunidad de ponernos dos a cero. El penal estuvo mal pateado. Ni siquiera nos dieron un corner. Fue más horrible que el de Binetti en la final del
Muy bajito dije: “la puta que lo parió”. Un viejo de unos 60 años sonrió y asintió con la mirada. Hay ciertos personajes que mantienen viva a las tribunas y no son, precisamente, los que se paran en los para-avalanchas. Son esos tipos que han visto todo. Son los libros abiertos de la cancha. La historia viva. Boina vieja, radio a pilas, bufanda tejida en casa.
Corrían dos minutos del segundo tiempo y ese delantero pasó a ser el peor de la historia para gran cantidad de gente que le habían dado un marco interesante a la cancha ese día. Los papelitos bailaban al ritmo de un viento fresco y las banderas se resistían al movimiento, atadas con un hilo, enamoradas de ese alambre que las separaba de aquellos que la defendían.
A mi izquierda, y un escalón más abajo, tres viejos pelotudos se encargaban de putear al mencionado jugador hasta reventar sus débiles gargantas. Yo pensé en decirles lo estúpidos e injustos que me parecían sus comentarios, pero dejé para otra ocasión la posibilidad de ganarme una trompada. Además, a nadie parecía importarle.
Este tipo de personas abundan en las canchas argentinas. Primero insultan, después aplauden, después silban, después agitan su corazón y luego rompen sus gargantas con frases desafinadas como: “siempre te alentaré” o “en las buenas y en las malas te seguiré” o “te sigo a donde vayas”. Y una lista enorme de frases trilladas.
Yo creo que hay una cierta edad en la que estás habilitado para putear a tus propios jugadores porque para reventarle los oídos al árbitro o a los rivales no hay edad). Es más, cuando un nene de 4 años suelta una puteada, todos en la tribuna le festejan la tierna palabra o frase.
Sin dudas, los más ingeniosos insultos los he escuchado en la tribuna. Esto demuestra la creatividad y el calor humano de la popular.
Los códigos de la cancha solo los aprendés yendo a la tribuna partido tras partido. Te nutrís de ciertos instantes únicos e irrepetibles que marcan tu trayectoria como hincha.
El día en que te das cuenta que sos más viejo que alguno de los que está adentro de la cancha, es en ese momento que tu puteada adquiere legitimidad. Hasta entonces.................... sos un pendejo boludo y mejor te callás la boca.