lunes, mayo 07, 2012

Volver a Boedo

Aquella tarde soplaba un vientito agradable. Estaba fresco, claro, por la época del año. Ese grupo de jóvenes se frotaba las manos, con esa mezcla de nerviosismo y frío; se miraban entre ellos y no lo podían creer. La gente había llegado desde temprano y la emoción se adueñaba de todo. Ahí estaban todos juntos para jugar otro partido de fútbol, esta vez en la nueva casa, en el nuevo estadio donde esos pibes imaginaban las jugadas por venir, los goles por gritar. El sueño crecería, se haría gigante, desbordaría la imaginación hasta hacerse realidad. Hubo años felices, largos y continuados. Pero un día comenzó a ganar el insomnio y luego la pesadilla. Lo inimaginable volvió a desbordar y todo fue una triste realidad. Aquel 8 de mayo de 1916 el Club Atlético San Lorenzo de Almagro enfrentaba a su par de Estudiantes de La Plata, un duro rival, por el Campeonato Oficial. Los “Santos” ganarían por 2 a 1, bautizando su tierra victoriosa para siempre. Lo que en un primer momento fue un potrero con cerco perimetral, una casilla para los equipos y los jueces, y dos bancos, con el tiempo fue sumando comodidades, tribunas y mística. El equipo andaba bien, ganaba mucho y perdía poco. La gente acompañaba las campañas. Boedo crecía como barriada de tango, bares, inmigrantes, porteños y futboleros. San Lorenzo era puro barrio. En 1931 comenzaba la era profesional en el fútbol argentino y el club ya tenía un estadio gigante, acorde al movimiento masivo que significaba cada partido como local. El fútbol crecía en el país y se multiplicaban sus practicantes y sus espectadores.
San Lorenzo sacaba pecho y se convertía en uno de “los grandes”. Comenzaba a ganar títulos y a llevar cada día más y más gente. Su estadio, bautizado el Gasómetro, por el parecido que tenía su estructura exterior con los gigantescos depósitos de gas licuado, llegaba a albergar a 80.000 personas. Era enorme, redondo, con tribunas de maderas. Lo llamaban el “Wembley argentino”, por su similitud con el mítico estadio inglés. La particularidad gaucha eran los tablones. Miles de personas llegaban en procesión al estadio. En tranvías, camiones, colectivos, a caballo o a pie. Era una verdadera marea azulgrana. La Selección Nacional jugaba muchas veces de local allí. Además del fútbol, la gente se congregaba masivamente para ver boxeo, ciclismo o básquet. Espectáculos musicales y culturales, carnavales y kermeses. ¡Si hasta Santana tocó allí!
Pasaron los años, los equipos, los títulos, la alegría de las victorias y la tristeza de las derrotas. El país también vivía sus emociones, sus cambios de rumbo, la violencia, las corridas y las dudas. San Lorenzo parecía indiferente a todo: campeón en 1959, 1968, 1972 y 1974. Y entre medio de tanto grito de victoria buenas campañas, momentos de gloria y de felicidad popular. Pero los ritmos del país eran demasiados fuertes como para ser ajenos a los mismos. Llegó 1976 y todo se puso oscuro. Acorde al país, San Lorenzo comenzó a tener problemas económicos. El club también sufrió su intervención militar y su vaciamiento. Grandes jugadores comenzaron a abandonar la institución, las campañas pasaron de buenas a regulares y de regulares a malas. El descenso parecía una posibilidad concreta. Un mal día se apagaron las luces del estadio. San Lorenzo empataba 0 a 0 con Boca y sus hinchas se volvían a casa con la cabeza gacha, pateando piedritas. Estaban mal pero no imaginaban lo que vendría. La deuda del club era grande y sus propias autoridades, corruptas y traidoras, instalaron la idea de que la única salvación era la venta de los activos. Claro, no sería fácil llevar a cabo tal maniobra. Para eso necesitarían un apriete, algo característico en los años de plomo. El Intendente de la Ciudad de Buenos Aires era el Brigadier Osvaldo Cacciatore. El 3 de septiembre de 1980 la Municipalidad dictó la Ordenanza para expropiar los terrenos que ocupaban el estadio, la sede social y todo el predio donde se realizaban más de 20 disciplinas deportivas. La causa formal que se alegó para la erradicación del Gasómetro fue la necesidad de la apertura de las calles Muñiz y Salcedo, cuya prolongación virtual atravesaría el predio de Avenida La Plata. Se construirían allí varios complejos habitacionales y una escuela. Nada de eso pasó. Y el final es más conocido. Por una suma ridícula de dinero, San Lorenzo fue despojado de sus bienes y luego, los terrenos fueron vendidos a Carrefour. Como un chiste de mal gusto, el supermercado está pintado con los colores azulgranas. En 1983, con todas las señales que presagiaban la caída, San Lorenzo descendió por primera y única vez a la B. Diez años más tarde construiría su cancha, el Nuevo Gasómetro, en otro barrio, cortando el hilo de su historia, los lazos sociales y culturales del club y su zona.
Hoy, con el equipo peleando por no descender, por no repetir la historia, miles de hinchas luchan por vías legales para que se le restituyan los bienes robados. Más de 100.000 personas se congregaron en frente de la Legislatura porteña para que se aprueben los proyectos para volver a Boedo. El presente deportivo de San Lorenzo es tan complicado que hacen que estos proyectos parezcan inoportunos e imposibles. Pero basta una mirada al pasado y, fundamentalmente al pasado reciente, para darse cuenta que siempre va a ser ya para la vuelta, para la concreción del sueño que un día les robaron. Es cierto, las urgencias son otras: sanear económicamente a la institución y salvarla del descenso. Ambas vitales para el futuro, y si no se consiguen el regreso al barrio se alejará. Parece imposible pero sabemos que en el fútbol todos los milagros pueden suceder. En una carta que el escritor Osvaldo Soriano le mandaba a su par uruguayo, Eduardo Galeano, le contaba: Te cuento que el otro día estuve en el supermercado "Carrefour", donde antes estaba la cancha de San Lorenzo. Fui con José Sanfilippo, el héroe de mi infancia, que fue goleador de San Lorenzo cuatro temporadas seguidas. Caminamos entre las góndolas, rodeados de cacerolas, quesos y ristras de chorizos. De pronto, mientras nos acercamos a las cajas, Sanfilippo abre los brazos y me dice: "Pensar que acá se la clavé de sobrepique a Roma, en aquel partido contra Boca". Se cruza delante de una gorda que arrastra un carrito lleno de latas, bifes y verduras y dice: "Fue el gol más rápido de la historia". Concentrado, como esperando un córner, me cuenta: "Le dije al cinco, que debutaba: no bien empiece el partido, me mandás un pelotazo al área. No te calentés que no te voy a hacer quedar mal. Yo era mayor y el chico, Capdevilla se llamaba, se asustó, pensó: a ver sino cumplo". Y ahí nomás Sanfilippo me señala la pila de frascos de mayonesa y grita: "¡Acá la puso!". La gente nos mira, azorada. "La pelota me cayó atrás de los centrales, atropellé pero se me fue un poco hasta ahí, donde está el arroz, ¿ve?" –me señala el estante de abajo, y de golpe corre como un conejo a pesar del traje azul y los zapatos lustrados-: "La dejé picar y ¡plum!". Tira el zurdazo. Todos nos damos vuelta para mirar hacia la caja, donde estaba el arco hace treinta y tantos años, y a todos nos parece que la pelota se mete arriba, justo donde están las pilas para radio y las hojitas de afeitar. Sanfilippo levanta los brazos para festejar. Los clientes y las cajeras se rompen las manos de tanto aplaudir. Casi me pongo a llorar. El Nene Sanfilippo había hecho de nuevo aquel gol de 1962, nada más que para que yo pudiera verlo. Hoy, que de a poco se saca la basura que estuvo tantos años debajo de la alfombra, que reescribimos la historia, que le ponemos nuevas palabras a las palabras, hoy vale la pena intentarlo. Vuelva a casa, San Lorenzo, que lo estamos esperando. Hasta la próxima. Abrazo de gol.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Felicitaciones por la nota. Hermosa.

Anónimo dijo...

Muy buena esta nota. Yo soy brasileño y admiro enormemente o San Lorenzo. De vuelta a Boedo, San Loré!!!