jueves, septiembre 29, 2011

San Lorenzo, Soriano y la historia

Nota del 22 de septiembre.





En 1973, Osvaldo Soriano reconstruyó el nacimiento de San Lorenzo de Almagro. Los de Boedo venían de ganar el bicampeonato de 1972 y la nota se publicó en el diario La Opinión, cuyo director era Jacobo Timerman. Años más tarde volvió a publicar el relato/entrevista en un libro delicioso llamado “Artistas, locos y criminales”, en el cual recopila varias de sus crónicas periodísticas sobre diversos temas. Parte del prólogo a aquella nota decía lo siguiente: “esta reconstrucción sigue pareciéndome apasionante, porque aquella aventura de un puñado de pibes en la primera década del siglo es común al nacimiento de casi todos los clubes de Buenos Aires. Un fenómeno cultural que ha impregnado la vida argentina y que, en el caso de San Lorenzo, me parece una parábola ejemplar del fulgor y la decadencia de una sociedad. Cuando hicimos el reportaje, ni Xarau, ni Giannella, ni nadie podía imaginar que nueve años más tarde San Lorenzo perdería su estadio y sus bienes que costaron tantos esfuerzos. Menos aún, que en 1982 tendría que volver a jugar en la B”.
Osvaldo Soriano fue uno de los primeros escritores “malditos”. Nómade, futbolista, delantero de área, periodista y luego escritor. Sus relatos hablaban de una Argentina peronista, futbolera, nostalgiosa y golpeada. Su padre aparecía en casi todos sus textos como ese sujeto de amor indescifrable, siempre en constante revisión.
Soriano, ya desaparecido, nos sigue contando desde las hojas de sus libros, aún vigentes, de los pasos en falso, de los parias, de los argentinos; “uno no es del todo argentino sin un buen fracaso. Sin una frustración plena, intensa, digna de una pena infinita”, decía. Este país, desde que decidió nacer cantando “coronados de gloria vivamos”, nos cargó de una expectativa alejadísima de nuestras ganas y posibilidades. En el fútbol sucede lo mismo. Para todos los hinchas de todos los cuadros habidos y por haber, su club “es lo más grande que hay”. De ahí la angustia, la “frustración plena, intensa…”.
El presente de San Lorenzo de Almagro, tan cerca del fondo de la tabla, mirando bien de frente (nada de hacerse los que miran de reojo) los numeritos condenadores del promedio, sirven de pretexto para hablar de Soriano y el fútbol.
La mencionada nota sobre el nacimiento del club consiste en una entrevista que realizó Soriano a los últimos dos fundadores en vida, Francisco Xarau y Juan Giannella. Pocos escritores tenían esa capacidad asombrosa de generar los ambientes de lectura/escritura como el Gordo. La elección de las palabras, la descripción de los gestos de los protagonistas. En sus palabras se podían escuchar la voz ronca, el tamborileo de los dedos sobre una mesa, las cejas arqueadas, los gestos más instintivos. Gianella y Xarau cuentan, entre tantas otras cosas, que el nombre del club se lo deben al padre Lorenzo Mazza. Cuenta Gianella que fueron a decirle al padre que querían ponerle al club “Club Atlético Lorenzo Mazza” y que el padre no quiso saber nada. “Nosotros le queríamos hacer el homenaje al padre y ponerle su nombre al club, así que buscamos una vuelta en el asunto. Alguno se acordó de la batalla de San Lorenzo. Fuimos corriendo y el cura aceptó. ‘Bueno, si es por la batalla está bien. Que se llame San Lorenzo de Almagro’. Esto era en abril de 1908”.
Hoy, 22 de septiembre de 2011, la institución está peleando nuevamente en los últimos puestos de la tabla. San Lorenzo, como tantos clubes “grandes” que sintieron durante décadas que la historia los protegería contra todos (incluso contra ellos mismos), hoy corren sin saber para dónde ir. Los logros y los laureles fueron fruto de un presente que luego se convirtió en historia. El ahora es hoy al igual que lo fue ayer.
Francisco Xarau: “El año pasado viví en un ranchito de La Reja. Conservaba recuerdos de la época, pero un día entraron los ladrones y se llevaron todo. Soy socio vitalicio de San Lorenzo, tengo el número cinco y mi foto está en la intendencia del club junto a la de los demás. Entro gratis a la cancha. Me conformo. Trabajé seis años como cuidador de la cancha de bochas del club y me daban un sueldito. Tengo una jubilación chiquita y a los setenta y nueve años no puedo esperar mucho. Los que empezamos éramos menos de veinte, los que hicimos el club unos cien y sólo quedamos dos vivos. También queda Silva, que era de las inferiores. Ahora lo único que me queda por delante es la muerte. Mi amargura no es andar solo y tirado, sino que lo que hice o haya servido para nada. No me refiero al club, que lo hicieron los que vinieron después, sino a la vida. Siempre tuve problemas. Tengo unos sobrinos, pero ellos están en lo suyo y me parece bien. De los viejos, más vale ni acordarse. Aunque alguna vez también hicieron goles”.
Osvaldo Soriano murió el 29 de enero de 1997. Pudo ver a San Lorenzo campeón en 1995 quebrando una racha de 21 años sin títulos. El “Santo”, después de largos años deambulando por casas alquiladas, construyó su estadio, el “Nuevo Gasómetro, pero en el Bajo Flores. Un grupo de hinchas viene peleando para volver a Boedo, a “tierra santa”. Donde supo estar la cancha hoy hay un supermercado.
La historia, como dice Xarau, la hacen los que vienen. Hasta la próxima. Abrazo de gol.

jueves, septiembre 22, 2011

Trabajo periódico

Hola, amigos. Iré subiendo por aquí las notas que vaya publicando en el diario. Salen casi todos los días (de l a v) así que haré una selección de las que más me gustan, aquellas que me han dejado más conforme.

Esta salió publicada el miércoles 21.
Se llama "Los locos del fútbol". Allá va!

Los locos del fútbol

En la historia del fútbol argentino se pueden trazar líneas, unir hilos conductores entre hechos, partidos o personajes. Levantando la cabeza, mirando el panorama y aceptando que las elecciones son siempre azarosas, subjetivas y personales, vemos la cancha con claridad, con la certeza de veterano de mil batallas; al trotecito se la paso al “loco”, para que haga lo que sabe.
Existieron y existen miles de jugadores apodados “loco”. Algunos por anécdotas personales, otros por portación de apellido, por inventivas de un relator, por deseos de la hinchada, por aspecto físico o por estar literalmente loco (o casi) Estos tres “locos” tienen similitudes en sus historias de vida, en su juego, en la trayectoria, en la gloria y en el ocaso. Acá están, estos son, los locos del balón.
El primero que inicia esta saga se llamaba Omar Orestes Corbatta. Si la locura se relaciona con la pérdida de razón, pues bueno, a este tipo el mote le venía bárbaro porque lo que hacía con la pelota no entraba en la cabeza de nadie. Era un wing imparable, encaraba por la línea con la pelota atada a los pies, desbordaba, echaba centros con precisión a la cabeza de los goleadores del Racing campeón de 1958 y 1961. Era petiso, tímido, analfabeto y alcohólico. Deambulaba con un diario debajo del brazo y miraba las fotos. Se casó cuatro veces: “Con la primera me fue muy mal; con la segunda me fue mal; con la tercera mal y con la cuarta, mal. Las cuatro me sonaron, pero las quiero lo mismo”, decía Corbatta.
Fue parte de aquel inolvidable equipo que disputó el Sudamericano de 1957, en Lima, los “Carasucias”. Y formó parte del recordado “desastre de Suecia”, en la Copa del Mundo de 1958. Fue dos veces campeón con Racing y con Boca, entre otros tantos logros.
Le decían el “dueño de la raya”, el “arlequín”, el “mago de la gambeta” o el “Garrincha argentino”. La comparación con aquel grandioso wing brasileño no es casual. Ambos vivieron una vida al palo. Fueron los reyes de la cancha y de la noche. Ambos murieron en la miseria total, quebrados, enfermos y solos. Corbatta falleció el 6 de diciembre de 1991 a los 55 años de edad producto de una cirrosis. Hoy, una de las calles que lindantes al Estadio de Racing, lleva su nombre.
Las características que unen a estos tres “locos” del fútbol van complementándose unas con otras. El segundo loco también era wing, petiso, encarador, despreocupado, amante de los amigos y del trago. Se llama René Orlando Housemann. René nació en Santiago del Estero y luego vivió en una de las tantas villas miserias de Buenos Aires. Jugó en Defensores de Belgrano y a los 20 años de edad llegó a Huracán y, de la mano de César Menotti, consiguió el campeonato de 1973, con uno de los mejores equipos de la historia del fútbol argentino. Dicen que jugó borracho, que se escapaba de las concentraciones, que se prendía en cualquier picado en la villa, que así y todo era muy querido por sus compañeros. Dicen que volaba en la cancha. Cuenta Fontanarrosa en su libro “No te vayas campeón”: “René era vértigo y freno. Cuando aparecía él, se aceleraba el partido y, como Ortega, había veces en que daba la impresión de no tener articulaciones”. Sí, eran parecidos y ya veremos porqué.
Houseman disputó el Mundial de Alemania de 1974 y fue campeón del mundo en Argentina 78. Nunca le interesó el dinero. Tuvo mucho y lo perdió. Como un boxeador en decadencia, estuvo a punto de la muerte. Su familia y los amigos lograron alejarlo del alcohol. Hoy, trabaja en el club Huracán de Parque Patricios. Los que lo vieron jugar dicen que con René se fue el último wing.
Por último, más cerca en el tiempo, escribiendo las últimas páginas de su historia está Ariel Arnaldo “el Burrito” Ortega. A éste no le decían loco, pero por su forma de juego, sus idas y venidas, su relación con el alcohol y por el cariño incondicional de la gente, entra en esta saga.
El “Burrito”, al igual que Houseman, nació en el interior profundo de Argentina, más precisamente en Ledesma, provincia de Jujuy. Con 16 años debutó en River Plate, de la mano de Daniel Passarella. Jugó 3 mundiales (94, 98, 2002), fue múltiple campeón con los “millonarios”, y también logró un título con Newells Old Boys. Fue transferido a Europa en varias oportunidades y jamás se sintió feliz. No pudo desplegar su fútbol de gambetas rebeldes. Su lugar en el mundo era en River.
En los últimos años fue noticia por los faltazos a las concentraciones, por su problema con el alcohol y por ciertos incidentes que la prensa no dudó en mostrar. Viene deambulando por varios clubes, con estadías cada vez más cortas. Hoy viste (como lo hiciera alguna vez Houseman) los colores de Defensores de Belgrano, en la Primera B Metropolitana.
A pesar de todo, a pesar de tanto, Ortega, al igual que Corbatta y Houseman, es querido por sus hinchas. A los locos de la gambeta no hay con qué darles. Hasta la próxima. Abrazo de gol.

viernes, septiembre 02, 2011

Esta noche por canal 10

Bueno, amigos, esta tarde/noche, en el impredecible horario que va entre las 19 y las 21 hs, por Canal 10, estaremos apareciendo junto a Martin Cardo y Pablo Rodríguez en las pantallas de sus televisores. Será en un pequeño informe que nos hicieron a los tres para contar la experiencia de los "Escritos al Primer Amor. Belgrano, Alberdi y su Gente."
Durante 12 fechas del campeonato pasado repartimos 5000 ejemplares ilustrados de literatura y arte (re)construyendo la historia del club y el barrio, contada por los propios protagonistas. En total se repartieron 60.000 fascículos convirtiéndose en el proyecto de comunicación popular más importante de Córdoba de los últimos tiempos. Se agradece la difusión.
Estamos contentos y queremos que nos vean los dientes.
abrazos!!!

p.d: por acá se puede ver online: http://www.lmcordoba.com.ar/canal10/

martes, agosto 23, 2011

Las cosas de Barrio Las Flores IX

Los sentidos del barrio


Camino, como el ciego, a tientas pero seguro. Sé que la vereda del quique está rota, que en la esquina hay un montículo de arena y algo de escombros, que el árbol de la vieja tiene las ramas bajas, que mejor agacharse, que el canasto de la basura, que la verja, que el pozo que avisa no traiciona.
Afuera ladra un perro, es Castelli, luego ladra otro, es el Jefe, luego se escucha una orquesta de ladridos, son el labrador, el coker y el otro mal llevado de la esquina, luego un grito de la madre del maxi que lo llama a comer o lo reta por algo, luego el colectivo, el E5, el que pasa demasiado rápido, el que hace interferencia en mi tele por aire, luego una alarma, la del Ford de al lado, luego otra, la comunitaria, la que suena siempre, luego otro colectivo, el mismo, el E5, pero el que va para el centro, que pasa más rápido porque tiene más calle para acelerar, luego una moto, la del otro vecino, luego una puerta, la del vecino, luego el ladrido de nuestra orquesta, la Negra Poli, Castelli y el Gringuito, luego el resto.
Alguien hace dignidad a la plancha, con huevos fritos o ensalada o puré o fideos, capaz que los de la obra se asan un faldeado y cambian por un ratito los lugares y se saltan los casilleros y ahora, en estos mediodías, los que sienten celos son los que no pueden, no porque no puedan, comer un asado de martes miércoles o viernes con sol de invierno; el olor a bosta de la cloaca de acá a la vuelta, las cagadas en mi jardín, las botellas llenas del frente de la vieja, el agua servida en la calle, lista para correr libre.
Levantando la cabeza, mirando las casas, unos centímetros por sobre el nivel del río que se arma cuando llueve fuerte y es verano y hace calor y los vecinos se arremangan los lompas y se paran en las puertas y putean si el bondi pasa rápido y se arman unas olas y el agua se levanta y fluye y corre para adentro del living sin permiso y sin pausa. Las veredas rotas, quizás por lo mismo y también porque todo creció mucho más de lo planeado, porque no dan abasto los asfaltos y los autos se estacionan arriba de las veredas, a veces por un rato, otras para siempre, como el 504 de la Belardinelli o el Volkswagen 1500, que sirve para medir hasta dónde llegaron las crecidas por la cantidad de ramitas que colecciona adentro.
La pared de afuera se descascara, no aguantará mucho más, paso mi mano y se desprende un pedazo de pintura seca, de reboque malo, lo tiro como una figurita, como si hiciera sapito en un río manso, vuela, pierde equilibrio y cae a la calle, al lado de las hojas secas, y voy y las piso, las destruyo, las hago hablar, las hago gritar, fuerte, hasta llevarme a las mismas hojas de todos los árboles que me dieron sombra, a las caminatas con mi mamá, a las peleas con mi hermana por ver quién pisaba más, quién hacía cantar más fuerte al otoño. Debajo de mi suela siento cómo se estrujan el presente de este barrio con el pasado de los otros.
El gusto por este lugar, el último sentido y el primero también.

miércoles, agosto 03, 2011

viernes, julio 22, 2011

No me ama ?

NO ME AMA (SHE DOESN'T LOVE ME) from santiago capulos on Vimeo.




estoy perdidamente enamorado de este corto

sábado, julio 09, 2011





Gracias Belgrano querido.


p.d: la fotografía es de IBana Maritano. Una mujer con sangre celeste. http://www.facebook.com/fotolica.anonima

jueves, junio 23, 2011

historia, hacete un lado

¿cómo hacer para no caer en un lugar común? ¿Cómo hacer para escribir algo que no haya sido dicho hasta el hartazgo? El primer problema (que es a la vez lo más lindo) es que todo el mundo habló, habla y hablará de esto. Los medios de comunicación están tirando paladas de pólvora sobre un fuego amenazante. A ellos no les daremos importancia porque la trascendencia de este momento la da la gente, en la calle. Todos tienen algo para decir aunque sea repetir lo escuchado. La literatura está viva.
Estas palabras se publican aquí sin la menor previsión. Traduciendo: no sé qué mierda vendrá después de esta palabra, peor aun, después del siguiente punto y seguido.
Toda la semana vino cargada y el día del partido la ansiedad desbordaba todos mis diques. El asado a las seis de la tarde, la jarra de fernet, las charlas con los amigos ayudaron a despejar la cabeza por un rato y, al mismo tiempo, a acelerar ese dínamo de fútbol que tenemos adentro.
En la cancha pasaron cosas raras. La primera fue haber ganado. La gente en la previa vaticinaba una obra de títeres, un cuento de niño con final por todos conocido. Grondona, Passarella, o cualquier otra persona de poder, manejaría con sus dos manos y sus diez dedos, el desarrollo del partido. Desde arriba jugaría con los jugadores, con la gente que fue a la cancha y con los millones de televidentes. Nadie se imagina a River en la B. ¿Por qué? ¿Será que en este país ya pasó todo lo que tenía que pasar? ¿Será que se clausuró la historia entonces lo que es así ya lo es para siempre? ¿Los grandes grandes y los chicos chicos? Acostumbrados a una relación siempre injusta de la justicia todo el mundo pensaba: no importa lo que pase, a River lo salvan.
Anoche lo que pasó fue un partido de fútbol, tan sencillo como eso y tan poco imaginado como eso. Ganó Belgrano dos a cero (el análisis del juego es muy difícil de hacer)Y queda otro partido más en el que cualquiera de los dos puede ganar.
Hubo inexplicables alegrías anoche. Una de ellas fue ver a la gente de River apiñada en esa tribunita de mierda que tenemos, sin lugar para poner sus banderas, sin lugar para mostrar toda su grandeza, sin lugar para su "historia", en esos escalones tan poco correspondientes a lo que son y dicen ser. El equipito de mierda, el Belgrano de Córdoba, el de la canchita, el que les gritaba "se van para la B", sí, ese, les ganó dos a cero.
Ahora ya no importa lo que pase en Buenos Aires. De la misma manera en la que no importaba lo que sucediese anoche. Porque para nosotros esto era una fiesta. Porque hace unos meses estábamos últimos y ahora nos encontramos en la lucha y eso es lo que cuenta. Porque nadie daba dos monedas por nosotros y ahora están todos mirando en la billetera, tanteando los bolsillos.
Anoche, luego del brindis reglamentario con los amigos de tribuna, me fui a esperar el colectivo. En el medio me topé con cientos de hinchas que se iban a festejar al Patio Olmos. Allí me crucé con Sergio Cejas, fotógrafo de La Voz. Le dije: "loco, vos nos sacaste una foto hace unos meses en la tribuna. El titular era 'el peor de todos'. Mirá dónde estamos ahora".El tipo se acordó, se cagó de risa y me dio un abrazo. "Yo no escribo los titulares, pibe" Y se fue corriendo al cierre de la edición.
Ayer cerré los ojos deseando que el día no se terminara más...

viernes, junio 10, 2011

cosas encontradas, cosas inconclusas

Siempre que quiero contar algo, cuento una historia.
Aprendizaje inconsciente, quizás, de tanto chiste cordobés, de nudo larguísimo, de momentos altos en el medio y remate sin importancia. Porque el humor de Córdoba late en las pequeñas cosas, en la descripción de un apodo, en el ruido de un caño de escape, en el olor de un pedo, en los griteríos de un borracho (porque para nosotros, nosotros estamos siempre borrachos). Así nos vamos por las ramas, regamos todo y se forma un gran follaje y ya nadie necesita recordar el momento en que plantamos la semilla de la anécdota o del chiste. Y con tanto verde, con tanto hermoso árbol, el resto es decorado. Si podemos rematarlo, mejor, sino…

viernes, mayo 20, 2011

Garrafa

Acostumbrados a una vida de tiempos veloces, de poca pausa, de un olvido sistemático del estar para ser, siento que tengo que aprovechar cada momento distinto, la gambeta que conmueve a todos esquivando pilares de cemento.
El tipo se llamaba José Luis Sánchez. Dicho así, a secas, con el nombre y apellido que el Registro Civil guarda en sus archivos, en las partidas de nacimiento y defunción, el nombre no dice nada. José Sánchez es, así, un profesor de matemática en un secundario, un barrendero, un vendedor de artículos de limpieza o un cantor de peñas de algún pueblo pampeano. De esos hay miles. Pero éste José Sánchez jugaba al fútbol, y le decían “Garrafa”.
No soy un conocedor de su trayectoria. Apenas si recuerdo algunas de sus jugadas. Su aspecto físico, eso sí, era reconocible: pelado, retacón y de poca altura. Muchos pensaban que su apodo era la continuación de su facha, pero no, le decían así porque trabajó un tiempo vendiendo garrafas. Historias de un fútbol que vive, todavía, en las capas bajas de las divisionales.
El tipo tenía tatuajes de vida por todos lados; quizás adornaba su brazo con una cruz, o con alguna inscripción de rockero-motoquero, pero el más importante, el memorable, era el que tenía pintado en la espalda: el número 10. Y ese número, en este país, es cosa seria.
¿Por qué algunos jugadores quedan grabados en la memoria de tanta gente? No es sólo por la habilidad, por lo que sus piernas podían generar en una cancha, ni por los goles, y las gambetas. El jugador que nunca muere tiene algo más, que lo distingue del resto de los habilidosos de esta tierra. Hay sensaciones difíciles de analizar pero muy fáciles de sentir: Garrafa Sánchez era potrero. Era querido adentro y, especialmente, afuera de la cancha. Buena persona y buen compañero, mantenía un orden en la jerarquía de sus pasiones que iban en dirección contraria a lo normal en el ambiente del fútbol. Será por eso que el fútbol del ascenso era su lugar preferido. Lejos de los pastos bien cortados, de las líneas de cal, las mil cámaras y los análisis periodísticos, el Garrafa construyó su relación directa con la gente, sin intermediarios, sin micrófonos. Sus piernas, su pelada, el lenguaje de la cancha y los alambrados gastados.
José Luis Sánchez fue argentino al mango. Nunca se fue de los lugares que amaba, nunca dejó el abajo aun estando arriba. Dicen que se fue a probar a Ferro y no quedó. Luego arrancó jugando en el club del que era hincha: Laferrere. También pasó por El Porvenir y por Bella Vista, de Uruguay. Cuando había clasificado a la Copa Libertadores con el equipo uruguayo, Garrafa dejó el fútbol por ocho meses por la enfermedad y posterior muerte de su padre. Retornó al fútbol en Banfield. Allí consiguió el ascenso a primera división y brilló jugando ante los grandes del fútbol argentino. Pero el más grande era él, y en el 2005 a los 32 años decidió volver al barro, donde era feliz: fichó para Laferrere y completó el círculo que todo hincha desea con su ídolo.
Garrafa volvía a su club para devolver su magia a toda su gente, para dominar una pelota en esas canchas poceadas del ascenso porteño. Pero al tipo le gustaban las motos, la velocidad, las locuras. Así fue y así terminó. En la cuadra de su casa intentó hacer una de esas piruetas que hacía constantemente en todos los lugares de su vida. Esta vez no le salió y el resultado fue el peor de todos. No terminó en gol en contra, no se comió una puteada de tribuna, ni un reto paterno, no, la pagó con su vida. Perdió el control de su motocicleta y cayó directo al asfalto, sin casco.
Los testimonios de la gente que lo quiso son conmovedores. Todos sonríen, como hacía él; levantan los hombros, muestran los dientes con una mueca de felicidad en la que se lee un “bueno, así era él (así lo queríamos)”. Murió con la suya, la que hizo feliz a tantos.

“Muchas gracias, muchachos, por recordarme. Y bueno, aunque yo no esté presente ahí está mi bandera y eso me llena de orgullo”
José Luis “Garrafa” Sánchez. Zurdo, enganche, ídolo, argentino.

jueves, marzo 31, 2011

Hasta que la muerte

Funes se levanta, mira a la ventana.
Su compañero ceba un mate, se lo alcanza en silencio.
Toman. De a uno por vez.
Juntos.
El miedo era evidente, el salto parecía gigante y el precipicio los asustaba.
Funes devuelve el porongo y apenas cruza sus ojos con los de Fernández. El flaco lo recibe, hace una mueca de angustia y vuelve a cebar para él. Recuerda, con un sorbo corto, con una mirada perdida, los nerviosismos de las rupturas, de la ubicación por fuera de los lugares comunes:
- Cuando se enteren mis viejos –dice con desesperación Fernández.
- Tenés que decirles. Sos su hijo, si te quieren te van a entender –lo consolaba Funes.
No entendieron. Ni ellos ni tantos.
Apostaron juntos, hace muchos años, a una jugada difícil y poco ganadora en un tablero hostil. Vivieron el frenesí, la locura del amor, la real y única locura del amor. La ruleta giró sin parar para ellos.
- Hablame –suplica el Flaco a su compañero.
Funes no dice nada. Deja por un rato la falsa contemplación del paisaje de la ventana y lo mira. Sigue en su silencio y vuelve a la nada de la ventana.
Los minutos lastiman, la falta de palabras, la dificultad de tantos años, de todo lo dicho, lastima. El amor, a veces lastima.
- Dame otro –pide Funes.
- Tomá.
Fernández apoya su espalda en el sillón, resignado al silencio. Sabe que está a punto de llorar, pero no lo va a hacer; se está jurando, en sucesivos diálogos en su cabeza, que no va a derramar lágrima alguna, que esta vez no.
- ¿Para qué, decime vos, para qué querés…? –pregunta Funes en un arranque sorpresivo, como soltando un globo al aire.
El Flaco lo quema con su mirada y se levanta con violencia y lo agarra con ambas manos de los brazos:
- ¡Es ahora, Carlos, es ahora! ¡¿Cuántas veces hablamos esto, cuántas veces soñamos esto?!
Fernández lo sacudió con las palabras. Y siguió:
- No te digo que seamos los primeros, ni los segundos, pero esto es nuestro, Funes, es nuestro, somos vos y yo, vos y yo.
Funes empieza a quebrarse:
- Ya sé, ya sé –dice sollozando- Yo también quiero, Flaco, yo también… pero.
Fernández no deja que los miedos avancen y besa a su compañero.
Lloran.
Juntos.
Hasta que la muerte los separe.

viernes, febrero 11, 2011

Los años dorados

Dedicado al Drés.


Este país está hecho bosta. Si todo anduviera mejor, no te digo excelente, sólo un poco mejor, yo no tendría que hacer estas cosas que hago. No es que me disguste, no, no es eso; creo, inclusive, que ha sido un grato descubrimiento el de la escritura. Yo era un tipo común, un par de libros al año y ya. A veces una revista y el diario de los domingos. Pero cuando el negocio empezó a ir mal me encontré con mucho tiempo libre. Un amigo me recomendó un libro. Lo leí, me gustó y así empecé. Hasta encontré libros sobre mi rubro; muy interesantes la verdad. Y así fui leyendo hasta que un día me picó el bichito, me animé y me senté en la computadora a escribir. Cosas sencillas, cuentos, historias y esas cosas. Eso que odio las computadoras. No sé usarlas, no las entiendo y la Internet… la Internet es la culpable de tantas cosas. Las tecnologías nos cagaron la vida pibe. Por eso, a pesar de que me guste escribir, cambiaría todo por laburar como hace unos años. Las décadas de oro del cine. Arte puro, arte puro.
Toda esta zona estaba repleta de salas. Desde la Avenida Colón, hasta el río. Y desde General Paz hasta el Boulevard Perón, que en aquel entonces tenía otro nombre que ahora no recuerdo. Se había armado un grupo macanudo. Nos juntábamos los jueves a las siete, ocho de la tarde en el bar del Gallego, que quedaba acá a la vuelta. Ya no está más el bar. Una lástima. Cuando se murió el Gallego todo se fue a la mierda. Nos enteramos que no tenía hijos, y la mina con la que andaba, Sandra, se quedó en bolas. Convivieron unos diez años juntos, pero no había un solo papel firmado, nada. No había título de propiedad, recibos de sueldo, testamento ni hablar. Yo te estoy hablando de los ochentas. En aquel entonces las cosas eran distintas. Con los muchachos juntamos unos mangos, le conseguimos un abogado amigo para que la ayudara a pasar a su nombre el local del bar. Ahora se lo alquila a unos tipos que venden descartables, todo tipo de plásticos. Ella sigue viviendo en la piecita de arriba. Pobre. Después de eso la vimos muy poco a la Sandra.
Siento que la historia va toda pegada. Que las cosas empiezan a caerse todas juntas, como un dominó. Porque cuando se murió el Gallego nosotros estábamos bien, no te miento. El negocio funcionaba, habíamos pasado la etapa de los milicos, donde la mano se puso difícil, vivíamos una censura constante y gastábamos mucha guita pagando cometas. Algunos amigos se esfumaron, no se los vio más. Pero a pesar de eso pudimos seguir adelante. A mediados de los ochentas el negocio volvió a andar bien. Vino lo del Gallego, que nos pegó muy mal a toda la banda; lo lloramos, lo lamentamos, pero seguimos adelante. Cambiamos de bar y de día de juntada. Al poco tiempo, algunos dejaron de venir. No nos dimos cuenta, creeme, no nos dimos cuenta. Lo que fue una banda de más de quince personas terminó siendo cuatro o cinco. Uno piensa que somos todos amigos, pero con el tiempo te vas dando cuenta que solamente éramos compañeros de rubro, que no sabíamos casi nada de la vida del otro. Ojo, algunos de nosotros sí fuimos amigos. Al colorado Casas lo conozco hace una ponchada de años; conozco a la mujer y a los chicos, nos llamamos para los cumpleaños y esas cosas. Después están el Oso, el rulo Jiménez, el Polo. De ese grupo, esos se convirtieron en amigos. Me dieron una mano cuando la cosa se puso fea. Me prestaron guita y jamás, sentime, jamás me pidieron un centavo. Eso que en el ’89 la guita valía una cosa un día y al otro no era nada. No, si yo no te miento cuando te digo que este país no tiene remedio. Argentina es una mujer que te enamora, una mujer hermosa. A veces te abre la puerta, te la presta, te deja probar la miel y al año siguiente se esfuma, cambia de teléfono, de dirección y se te he visto no te conozco. Argentina es hija de puta. Pero la amo. Te darás cuenta que el uso de metáforas va siempre en una misma dirección. Y sí, son muchos años.
Uno de los primeros en abrir un cine, de animarse, fue el Gordo Salinas. Un hijo de españoles. Una leyenda en la ciudad y un manual en vida sobre cómo manejarse en el ambiente. Digamos que el Gordo Salinas inventó el ambiente en Córdoba. Abrir un cine condicionado en una ciudad tan católica, tan tradicional como es esta… Había que estar muy convencido y había que tener mucho coraje. No me acuerdo la verdad en qué año fue eso. Creo que… No, para qué te voy a mentir. Parece que el Gordo había visitado Estados Unidos y allá ya estaba muy de moda. Pero acá, nada. El cine porno, las películas, existen desde principio de siglo, eso lo saben todos. Y bueno, no conozco mucho los detalles, pero así fue como el Gordo Salinas abrió una puerta, corrió la cortinita, y empezó todo.
Yo entré al rubro de casualidad, como tantos otros. Había venido a la Córdoba a estudiar Medicina. En aquel entonces todos, o casi todos, los que venían a la Universidad tenían que trabajar, no es como ahora, ahora es más fácil. Entonces me puse a buscar laburo. Estuve unos meses en una zapatería, en el centro. Después probé repartiendo diarios: muy cansador y te pagaban muy poco. A finales de los sesentas, habrá sido en el ’69, sí, porque yo entré a laburar después del quilombo del cordobazo. Bueno, justo había dejado lo de los diarios y me salió una posibilidad de entrar a una de las automotrices que se estaban instalando en Córdoba. Hice la prueba y todo pero no me llamaban. Pasaban los días y nada. Y yo no tenía un mango. Deambulaba en lo de algunos conocidos de mi pueblo. Me daban de comer y nada más porque ninguno era millonario, todos laburantes. Un día caigo a la casa de Enrique, un chango que vivía a unas cuadras de la casa de mis viejos, que también había venido a estudiar a Córdoba. Me cuenta que había visto un cartel en un cine, necesitaban boletero para el turno de la noche. Yo pensé “bueno, agarro esto y cuando me salga lo de la fábrica lo dejo”. Resulta que era para un cine condicionado. No pagaban mal y el horario me venía bien para seguir estudiando. Acepté. De la fábrica nunca me llamaron, terminé dejando la carrera en tercer año y acá estoy.
Hice muchos conocidos, gente bien. Conocí muchas mujeres. En los ochentas, como te contaba, esto era increíble. Había más de 50 salas. Algunos tipos eran unos comerciantes; vieron la veta del negocio y se mandaron, y bueno, así terminaron. Se pensaban que esto era fácil, que vos ponías una película con un par de minas en bolas y ya estaba. Y no, esto es un arte, hermano. Nosotros, los que lo sentíamos así nos juntábamos siempre para darnos una mano, recomendarnos películas, pedir todos juntos las cintas así nos salía más barato; porque la mayoría de los rollos venían desde afuera, desde Estados Unidos. Entonces nos poníamos de acuerdo entre los muchachos y pedíamos una que nos interesara mucho y nos la íbamos prestando una semana cada uno. O sino, cuando se podía, se la dábamos a un tipo que nos hacía unas copias truchas. Eran de menor calidad pero cuando la mano se ponía fulera recurríamos a ese tipo de cosas.
Nunca me casé. Creo que mi estilo de vida no iba con el matrimonio. Al contrario de lo que muchos piensan la mayoría se calzó el anillo. En un mundo como este se habla mucho y se conoce poco. Se piensan que porque uno está en este rubro es un enfermo o un maniático del sexo. Dicen demasiadas cosas. Yo puedo poner las manos en el fuego por muchos de estos muchachos, toda gente de familia, gente bien. Lo que pasa es que acá son católicos los domingos a la mañana y los sábados a la noche tienen la cola más larga que el diablo. Y no hablo sólo de los hombres.
Estuve, eso sí, con muchas mujeres. Conviví con dos nomás. Norma, la primera, vivió conmigo los primeros años, a mediados de los setentas cuando pude juntar unos mangos y abrir mi propia sala. Estuvimos siete años y medio. Tuvimos un hijo, Manuel, y nos separamos. Ahora viven en Corrientes. Ella se casó un tipo de allá. A Manuel lo veo muy poco, las veces que viene a Córdoba de visita o cuando necesita plata, para eso sí. Un par de años después estuve con Alicia. Una piba que era más chica que yo. Empezó como secretaría, aunque hacía de todo, desde limpiar los baños hasta cobrar entradas. Anduvimos un tiempo juntos, me la llevé a vivir a mi departamento. Después la cosa se enfrió y nos separamos. No sé, creo que al final pesó mucho la diferencia de edad.
Cada vez que me siento a escribir termino hablando de tiempos pasados. No hay caso. Con Menem empezó la debacle. No fue el culpable directo, pero con eso del uno a uno empezaron a venir tipos de todos lados, con ideas nuevas y nos reventaron. Muchos se fundieron y se tuvieron que dedicar a otra cosa.
Y lo de la Internet fue el golpe de gracia. Por culpa de esa mierda perdimos muchísimos clientes. En Internet no hay arte, viejo. Acá nosotros te traemos lo mejor de lo mejor. Las mejores producciones de la industria. Gastamos un dineral. Cuando viene la gente y le cobrás quince pesos de entrada algunos te miran con cara de orto, otros pegan la vuelta y se van. Claro, pero para ver una película de Stallone pagan como veinticinco mangos en cualquiera de esos cines yanquis. Hoy por hoy cualquier pendejo se sienta en una máquina, aprende a usarla y a los quince minutos está bajando un video porno que subió otro pendejo en Noruega. ¡No hay control! Esa es una ventaja de los cines; hoy los pibes reciben influencias de todos lados y nadie lo puede controlar. No, si yo te digo, con este país…
Pero por suerte, a pesar de todo, sigo acá. La cartelera no será del mismo nivel que hace una década; ya no se pasan películas a sala llena y sólo abro desde las seis de la tarde hasta las cuatro de la mañana. Sin embargo no paso hambre, vivo bien e incluso me sobra un poquito de tiempo para escribir estas historias.
Creo que estoy en uno de esos años en los que Argentina me abre las piernas y me acepta como soy.

miércoles, enero 26, 2011

Convivencias





Camino
cuento las rayitas de las baldosas de casa
riego las plantas
apoyo los codos en la mesa
sostengo mi pera con ambas manos
alimento a los perros
miro por la ventana
veo la tele apagada
escribo
cuando tengo fuerzas me cocino
cuando no
me cocino
Es lo mismo que hago
cuando están ustedes
sólo que ahora
estoy solo.



domingo, enero 23, 2011

Poemita II

La vuelta de tuerca


Yo trabajo.

Transpiro, me canso.

Pero la inspiración

existe.

martes, enero 18, 2011

Poemita

Tuve una imagen de caballos sueltos
de ríos duros
de algunas libertades de viento.
Eran brazos abiertos al estallido de una red,
eran abrazos cerrados
eran corazones sueltos.

Tuve un sueño
y luego desperté.

sábado, enero 01, 2011

Comportamientos en lluvia


Al salir de casa me aferré al picaporte con fuerza, lo acaricié como lámpara mágica para que me diera respuestas. En la mano izquierda tenía el manojo de llaves. Lo hice girar un par de veces con mi dedo índice en una de las argollas. Dudé. Levanté los hombros, cerré y me fui.

Caminando por el barrio, auriculares en los oídos, las cuatro cuadras que me separan de la parada, el cielo celeste por un lado, más blanco por otro, más gris más allá. Córdoba arde y se podrían cocinar huevos fritos en el asfalto. En el colectivo hace unos 50 grados y se me pega la camisa al cuerpo.

Hay situaciones con las que (casi siempre) uno queda en off-side. Mal parado, por no saber cómo jugar, por no prestar atención, por simple boludo o vago. La misma sensación de elegir entre esta o la otra caja en el supermercado. Uno ya se la jugó y se va a aferrar a muerte. Parados, con cara de embole, vemos cómo, mágicamente, la cola de al lado empieza a avanzar y avanzar y avanzar y ese que tenía las cocas llegó después que yo y ya está pagando. Lo mismo con la decisión (generalmente económica) de optar por el colectivo y no por el taxi. Uno se sienta a ver el desfile de coches amarillos y de todas las otras líneas de bondis. Y yo a cinco metros de un paraguas, aferrado al picaporte, pensando en que no, qué va a llover justo hoy.

En el centro, con apenas la mitad de los trámites hechos, se larga la lluvia. Corro (no sé porqué, pero corro). Voy haciendo rayuela en las veredas rotísimas de la peatonal. Las viejas avanzan lentas con sus paraguas, esas potenciales armas punzantes que pegan a la altura de la cara. La gente pide bolsas y se las pone en la cabeza o haciendo pecheras, o guardan carteras, bolsos, el bulto importante que no se debe mojar. En los portales de los edificios se acodan como pueden, tratando de no pisarle la cola al perro, porque él llegó antes de la lluvia. Fuman, acurrucados. El clima les sirve para olvidarse de la ciudad por un rato y charlar entre desconocidos.

La ciudad llueve. El centro y la periferia, las mujeres y los hombres, los viejos y los niños, todos son regados por las mismas gotas. Todos iguales, todos mojados. Hay un par de nenes corren desesperados y sonrientes y una madre grita, grita y grita, que esperen, no se mojen, esperen o sino… Un caminador sereno resalta entre tanto trote. Ahí va el tipo, sin ninguna protección, caminando lentamente, dejando que la lluvia lo moje todo. Es la imagen de la libertad. Un pibe con uniforme de colegio abre su paraguas y le dice a la chica que le gusta vení, no te mojes, compartamos. La piba duda un segundo, alimenta el ruego y va. Antes que los pierda de vista alcanzo a ver que ella pasa su brazo por la espalda y lo abraza. No lo veo, pero seguro que ese pibe ya está sonriendo. Unas viejas tardan media hora en subirse a un remis. Les cuesta meterse sin mandar la pata al charco; el colectivo que viene atrás, siempre comprensivo, empieza a tocar bocinazos. Dele doña que se me moja el tapizado. Salen vendedores de paraguas por cualquier lado; juntan la moneda, paran la olla, quizás así el año nuevo les arranque mejor.

Córdoba y su gente bailan, como las gotas con el viento.

Corro el colectivo y me subo. Adentro es un sauna. Algunos vamos mojados otros secos. Empiezo a alejarme del centro y queda claro que Córdoba es una ciudad parejita: todo se inunda. Pero los barrios un poco más.

Me acerco al colectivero, me burlo del “prohibido hablar –distraer- al chofer”. El bólido atraviesa el río generando olas gigantes. El año pasado llegaba hasta acá, le digo al guaso y me señalo las rodillas. El tipo me contesta algo de la falta de desagües.

Me bajo del colectivo, cruzo el río con el agua arriba de los tobillos. Finalmente llego a casa, a salvo.

La imagen se completa conmigo fumando un cigarro, calentando la garganta con el humo del tabaco, sentado en la ventana enorme, viendo el transcurrir del agua por las calles. Pero como no fumo mi ideal se queda en esa imagen de cine, con un actor que no soy yo. Me quedan, eso sí, las palabras y las lluvias que vendrán.



martes, diciembre 28, 2010

Adelanto...

Este es un capítulo que me gusta de un cuento que estoy escribiendo... que no sé si me gusta tanto, pero bueno........
Ahí va.
Abrazo!

Ese miércoles había partido por Copa Libertadores. Vélez contra el Once Caldas, en Colombia. Una mierda. Pero cualquier partido superaba la incertidumbre de estar viendo una película mala y darse cuenta demasiado tarde. El fútbol era otra cosa, más inexplicable, más sincera.
Santiago tomaba cerveza y se mandaba unos maníes a la boca.
Mensaje de texto:
Tas viendo el partido? Tomamo birra? Dale. Puto.
Era su amigo, su gran amigo, el Perro.
Lee el mensaje dos veces.
Piensa.
Con la lengua y el dedo índice se saca un obstinado pedazo de maní de entre las muelas y escribe: estoy en el bar. Caete. Primer tiempo 0 a 0. Partido feo.
Cuando el árbitro pitó el final de la primera parte el Perro entró al bar cabeceando, buscando la cabellera de Santiago. Lo divisó perdido entre publicidades malas y una promesa de repetición de las mejores jugadas de los primeros cuarenta y cinco minutos, que habían sido pocas y malas.
- Perdón señor ¿Está ocupada esta silla? –el Perro siempre tenía algún chiste, malo o bueno, para saludar.
- No, señor, lleve nomás. Estoy esperando a un amigo, pero el muy puto parece que no va a venir.
Santiago se levantó y se dieron un abrazo. Hacía varios días que no se veían.
El Perro levantó la mano varias veces hasta que la moza lo vio. Pidió dos Branca. A los dos les encantaba ese bar porque te daban el fernet como dios y la tradición mandaban: un vaso de vidrio lleno de líquido negro amargo, una hielera y una coca en botella para que cada uno mezclara la medida como se le antojara. Las jarras de fernet preparado son para los giles, decía el Perro.
El partido fue una excusa para ponerse al día desde la sinceridad directa de la noche. Al final ganó el Once Caldas uno a cero, con gol de cabeza de un negro de apellido colombiano y nombre sajón, como Wilson o Edwin.
Pisaron la calle con las manos en los bolsillos.
Se había levantado una brisa fresca que obligaba a los cuerpos al resguardo de las paredes. Caminaron dos cuadras hasta que sus rutas se bifurcaron. Se saludaron con otro abrazo y la promesa de verse pronto.
- No te cortés, puto. –lo retó el Perro. Siempre lo retaba.
- No, hermano. Te prometo que la próxima te aviso yo.
Santiago caminó, sacó su celular, tiró un mensaje de texto al mar, y antes de recibir respuestas pasó por el kiosco de siempre y compró preservativos.

jueves, diciembre 09, 2010

Independiente Campeón

Hacía muchísimo que no escribía una crónica futbolera. En este caso no busqué de ningún modo ser imparcial, ni decir lo correcto. Son un montón de párrafos irónicos y sinceros. Seguramente enojará al hincha de Independiente, pero creo que el verdadero hincha reconocerá un poquito de verdad en la moraleja que quiero plantear.
p.d: no vale la chicana de "callate, si vos sos de Belgrano".
p.d: felicito a Independiente, pero hasta ahí nomás.



Independiente salió campeón. Siento que eso no le importa a nadie o a casi nadie. Levantó la copa de un torneo berreta como es la Copa Sudamericana. Seguramente, a dos renglones de haber comenzado este texto ya me gané el rechazo de todos los hinchas de Independiente (los cuatro o cinco).

Ayer volvía caminando a mi casa y me detuve en el bar Blender’s, ubicado en la esquina de las calles Caseros y Belgrano. Allí funciona, entre otras cosas, un bar-filial de Independiente. Su dueño es hincha fanático y el puñado de seguidores se suele juntar allí cada vez que el rojo juega por algo importante, o sea casi nunca. Me asomé por el ventanal y vi en uno de los 5 televisores que el partido estaba 3 a 1. En casa no tenía nada para hacer, así que acá me quedo, dije.

Bien, desde el minuto 73 del partido hasta el final (con sus dos alargues) Independiente jugó y demostró la misma falta de respeto a ese título que alguna vez tuvieron bien merecidos: Rey de Copas. Se dedicaron a patearla para adelante con un cagazo vergonzoso. Repito que sólo vi esa parte del partido, pero nadie se puede enojar si digo que Goiás (que descendió a la B en Brasil) mereció ganar; y si no lo hizo fue porque es un equipo limitado (como el rojo) y porque Navarro atajó casi todo lo que le tiraron.

Después vinieron los penales y el diablo pateó los suyos muy bien y fin (y comienzo) de la historia. Dale campeón, dale campeón, y no me importa lo que digan las crónicas. Es cierto, a nadie le interesa leer a un pelotudo diciendo que casi no tiene relevancia el título obtenido.

Adentro del bar (no sé cómo) había como 70 personas. Afuera, otras 20 y yo. Un viejito con una radio mató toda la emoción de los penales a los que estábamos viendo la definición desde afuera porque los hechos le llegaban como 8 segundos antes. Entonces cuando Tuzzio acomodaba la pelota el viejito empezó a gritar y a llorar y todo el mundo se abrazaba, y adentro había 70 pares de ojos que ni se dieron cuenta que en la calle la gente gritaba dale campeón. Se gritó una vez, y a los pocos segundos otra vez. Salieron a la calle muchos pibes de mi edad que, salvo el título conseguido con Gallego, sólo recordaban unas tapas de El Gráfico en la que Gustavito López, el Palomo Usuriaga y Pascualito Rambert salían campeones en 1994. Luego vendría otra copa (pero mucho más copa que esta), la supercopa de 1995, con victoria ante el Flamengo de Romario en Brasil (un equipo en serio, no como este Goiás).

Esta Copa (Nissan) Sudamericana es un chamuyo. Es un combo trucho entre la Conmebol y la Supercopa (más cerca de la primera que de la segunda, ya que a la supercopa la jugaban sólo los campeones de la Libertadores, o sea, casi todos clubes grandes) El rojo le ganó a equipos fuertísimos como Argentinos Juniors, Defensor Sporting de Uruguay, el poderoso Tolima colombiano, y al nuevo “grande” de Sudamérica: La Liga Universitaria de Quito. Y en la final, al mencionado equipo de segunda, el Goiás brasilero. Ahora, el rojo luce en vitrinas la misma copa que otro equipo con gran tradición copera, San Lorenzo.

En Córdoba hubo una época en la que muchos jóvenes universitarios eran hinchas de Independiente. Fieles a esa pelotudez de ser de dos clubes, uno de Córdoba y otro de Buenos Aires, había bastantes simpatizantes del rojo. Sumado a que venían oleadas de guasos del interior del país, lo cual ayudaba a que el tráfico de hinchas se hiciera mayor. Si Argentina es/era el famoso crisol de razas, Córdoba es/era el crisol de hinchas.

Hoy, con una noche de descanso, veo algunos videos de los festejos de los jugadores. Siento que no tienen ni derecho de gritar y reivindicar lo de Rey de Copas, que no lo merecen. Creo, que Independiente no merece reivindicar su propia historia hasta que pueda hacer de una vez por todas un presente acorde a su pasado.

lunes, diciembre 06, 2010

Ira(s)

Hay cosas, en ciertos momentos.
Hay otras que siempre o casi siempre.
Lo difícil de medir es la reacción y, por supuesto, la acción.
Poniendo las palabras en las palabras es más claro, más entendible.
Sencillo.
Hay ciertas imbecilidades que me hacen hervir por dentro. Es como un fuego. Es el diablito rojo (en contraposición con el angelito), el mismo que aparece, chiquitito, sobre mi hombro izquierdo. Esta vez, el diablito, está adentro de mi cuerpo. Lleva consigo una cantidad importante de fósforos, papeles de diarios y revistas, un cartoncito para avivar las llamas que amagan con apagarse. Además de tener unos pulmones, sin dudas mejores que los míos, muy capaces de soplar las brisas necesarias.
Si se pudiera explicar en una ecuación no-matemática, expresable en ideas o palabras, sería algo así: imbécil (o imbecilidad) + reacción = diablito que se pone los guantes y dice “bueno, es hora de prender un fueguito”.
Me violenta. Mucho.
Me pasa eso de hacerme mala sangre. Malísima la sangre.
Me estoy poniendo viejo, a pesar de mi no-vejez. Siento que hay muchos pibes que son unos pelotudos. Cuando pienso esto y, peor aun, cuando lo digo, me enciendo la alarma y me doy cuenta de ese estado. Y cada día me deja de importar un poquito menos sentir que hay mucha, muchísima gente muy pelotuda. El problema o los problemas son las consecuencias que su pelotudez me provoca.
Recién usaba la palabra imbécil; creo que es más ofensiva, así que me atendré a su utilización o la búsqueda de sinónimos igual de insultantes.
Mi gran problema, mi mala sangre, mi diablo, mi fuego, las llamas, la bronca que vomito, se debe, en gran medida, a una pasión.
¿Puede una pasión provocar/me tanta mierda?
Sí, puede.
Me fascina la lectura. No cualquier lectura. Me vuelve loco la historia.
Entonces (y no hace falta expresar la ecuación) leo.
Leo. Leo. Leo. Leo. Leo.
A veces bolu-leo, pero generalmente me sumerjo en un texto.
Lo hago porque me gusta pero, principalmente, para tratar de saber de qué hablo cuando hablo (en presente y futuro) y no ser un imbécil que dice imbecilidades, o un pajerito que apoya su culo en un cómodo asiento y escribe o, mejor dicho, postea imbecilidades propias de un imbécil.
A veces siento una gran vergüenza.
Siento que se le falta el respeto al sistema educativo que, con todas sus deudas (principalmente hacia aquellos a los que nunca buscó incluir) nos enseñó a todos a leer, escribir, hacer ecuaciones de cualquier tipo y otras cosas menos necesarias y más olvidables como la capital del departamento Pocho, la principal actividad económica de Chile, los ríos de Europa o la forma en la que se expresa en la tabla periódica el Cromo o el Zinc.
¿Cómo puede existir tanto insulto a la inteligencia? Hablo de inteligencia no como un acervo de conocimientos, no como una acumulación de saberes teóricos. Ni sé si puedo expresar lo que siento sobre la inteligencia. Creo que puedo definirla en contraposición con la ignorancia de sensaciones, con la mala leche que parte desde ciertos lugares muy, pero muy bien acomodados.
Releo: ignorancia de sensaciones.
Escribo: incapacidad de sentir al otro.

Hoy la tierra late.
Las pantallas brillan, día y noche. Siesta y madrugada. Mediodía y medianoche.
Casi todo es lo mismo.
Casi todo me duele.
Pero el dolor dura poco y viene el fuego.
Me ciega, me aparta el poquito de razón y lo vuelve instinto de supervivencia.
Con un imbécil no quiero juntarme ni…
1-¿en pedo?
2-¿a tomar un café?
3-¿a ver un partido de fútbol?
En pedo quizás termine a las piñas.
Café tomo poco, y además, ellos son expertos en tomar café y apuntar/nos todo lo que se debería hacer, quién tiene la culpa, a quiénes se debería matar y cuáles son las recetas para todo.
Y en fútbol, está más que claro, que nuestras camisetas son de distintos colores y jugamos en distintos equipos.

Mientras, el diablito tira unos troncos para que el fuego nunca se apague, se me viene al oído y me susurra las mejores y las peores ideas…
Según desde dónde se lo mire…

domingo, diciembre 05, 2010