miércoles, febrero 25, 2009

Letra viejas. Viejas letras.

En un momento pensé que estaría bueno postear algo. Y me puse a buscar archivos en la computadora. Allí me encontré con todas esas ideas a la mitad, con carpetas que dicen "cuentos sin terminar", "ensayos", "cosas", "mis cosas", etc. Adentro de cada una de esas carpetas habitan una cantidad enorme de archivos viejos y no tan viejos y viejísimos. Uno de ellos es este.
Creo que escribí este texto hace como 4 años, cuando apenas sabía agarrar la lapicera (o apretar el teclado) Está moooy mal escrito pero me hizo acordar a aquellos años en los que ponía en tinta todas las cosas que se me ocurrían. Una época bien productiva.
Acá va, sin censura, tal cuál lo encontré:

LA EDAD DE LA PUTEADA

Tipo 10:46 de la noche el nueve de mi equipo malograba la oportunidad de ponernos dos a cero. El penal estuvo mal pateado. Ni siquiera nos dieron un corner. Fue más horrible que el de Binetti en la final del 98’. No creo que haya dolido tanto como me dolió aquel; los penales errados son una frustración enorme.

Muy bajito dije: “la puta que lo parió”. Un viejo de unos 60 años sonrió y asintió con la mirada. Hay ciertos personajes que mantienen viva a las tribunas y no son, precisamente, los que se paran en los para-avalanchas. Son esos tipos que han visto todo. Son los libros abiertos de la cancha. La historia viva. Boina vieja, radio a pilas, bufanda tejida en casa.

Corrían dos minutos del segundo tiempo y ese delantero pasó a ser el peor de la historia para gran cantidad de gente que le habían dado un marco interesante a la cancha ese día. Los papelitos bailaban al ritmo de un viento fresco y las banderas se resistían al movimiento, atadas con un hilo, enamoradas de ese alambre que las separaba de aquellos que la defendían.

A mi izquierda, y un escalón más abajo, tres viejos pelotudos se encargaban de putear al mencionado jugador hasta reventar sus débiles gargantas. Yo pensé en decirles lo estúpidos e injustos que me parecían sus comentarios, pero dejé para otra ocasión la posibilidad de ganarme una trompada. Además, a nadie parecía importarle.

Este tipo de personas abundan en las canchas argentinas. Primero insultan, después aplauden, después silban, después agitan su corazón y luego rompen sus gargantas con frases desafinadas como: “siempre te alentaré” o “en las buenas y en las malas te seguiré” o “te sigo a donde vayas”. Y una lista enorme de frases trilladas.

Yo creo que hay una cierta edad en la que estás habilitado para putear a tus propios jugadores porque para reventarle los oídos al árbitro o a los rivales no hay edad). Es más, cuando un nene de 4 años suelta una puteada, todos en la tribuna le festejan la tierna palabra o frase.

Sin dudas, los más ingeniosos insultos los he escuchado en la tribuna. Esto demuestra la creatividad y el calor humano de la popular.

Los códigos de la cancha solo los aprendés yendo a la tribuna partido tras partido. Te nutrís de ciertos instantes únicos e irrepetibles que marcan tu trayectoria como hincha.

El día en que te das cuenta que sos más viejo que alguno de los que está adentro de la cancha, es en ese momento que tu puteada adquiere legitimidad. Hasta entonces.................... sos un pendejo boludo y mejor te callás la boca.


sábado, febrero 14, 2009

Día de los bla bla bla

Bueno, este día me encuentra alejado de quien fue mi gran amor durante gran parte del 2008. Realmente, si alguien me pregunta, no sabría decirle qué fue lo que pasó entre nosotros dos. A ella le estaba yendo realmente bien. Había conseguido un buen laburo y todo hacía creer que para el 2009 las cosas marcharían sobre ruedas. Yo estaba escribiendo mucho, me contrataron en el diario y hasta aprendí a cocinar cosas nuevas. Pero un día la burbuja se rompió.
Lo último que me dijo fue un "chau, gringo, que tengas una buena vida", desde el asiento del acompañante de un auto. Y se me fue....






Pero luego me repuse y me consolé sabiendo que con Mercedes las cosas, tarde o temprano, se iban a terminar. Ella era mucho más grande que yo; las cosas en Socias le iban muy bien y seguramente conocería alguien con más ambiciones.
Entonces me decidí a buscar alguien con quien compartir este 2009. Y el amor vino de la mano de otra Mercedes. Esta es más joven, talentosa, es fotógrafa, y tiene una sonrisa hermosa.
Ya veremos cómo termina esta historia. ....



lunes, febrero 02, 2009

La maldita costumbre de traer el trabajo a casa

Porque devuelvanlapelota es MI casa. Y acá estoy, trayendo escritos remunerados..., en fin.
Esto lo escribí para la sección Temas, de algunos domingos atrás, y como me gustó lo comparto.
Ahí va, espero que guste. Este es el link:


http://www2.lavoz.com.ar/suplementos/temas/09/01/18/nota.asp?nota_id=481908



Como me censuraron el comienzo, acá les paso la introducción que no salió:

- Oiga, Ramia ¿Se anima a escribir algo sobre Cristiano Ronaldo?
- Ese juega al fútbol ¿no?
- Sí. La Fifa dice que es el mejor de todos.
- ¿Mejor que Housemann? Guarda, que el "loco" hacía cada cosa con la pelota...
- Pero ese ya no juega más, Ramia. Mire, esta es la foto de Cristiano Ronaldo.
- Ajá. Parece demasiado lindo para ser jugador de fútbol. En mis épocas, Perfumo y Marzolini eran los más pintones. Pero "el feo" Labruna ganaba mucho con las señoritas. Y el "loco" Gatti y el "turco" García ¡puf! Mejor ni le cuento.
- Ramia..., usted tiene 26 años ¿de qué épocas me habla, si se puede saber?
- De todas menos de esta.


Bueno, ese era el comienzo. El resto lo leen desde el link. Espero que lo hagan.

¡Abrazos varios!

martes, enero 27, 2009

Villa Rumipal

Este lugar ocupó muchas horas de mi infancia. Fue bueno volver...











sábado, enero 03, 2009

¿Será el gorro?

Este texto medio choto es tan sólo un pedazo arrancado de otro texto que verá la luz pronto y se llamará: "A mí nadie me agradeció por el ascenso del 2006".
Acá va:


Soy hincha de fútbol.
Soy hincha de Belgrano de Córdoba. Sólo los que se calzan la camiseta celeste para ir a alentar desde una tribuna saben bien lo que implica ser hincha de Belgrano. Y tengo que hacer la distinción entre hincha, simpatizante, barrabrava o simple espectador. El hincha quiere más, siente más y, peor aún, se entristece más. La cuestión es esa, tan simple y tan compleja. Como hincha que siente siempre trato de hacer lo posible para que mi equipo gane. Y cuando alentar no alcanza, cuando el aplauso, el grito o la puteada no consiguen resultado, ahí entramos en el terreno de las cábalas. Y en eso soy implacable.
La cábala entra a jugar su partido en el momento que nos tomamos conciencia de ciertos comportamientos como por ejemplo: tomar una cerveza en el kiosco de la esquina, saludar un con beso en el cachete izquierdo a la vieja antes de ir para la cancha, comer ravioles con salsa, y otras tantas cosas. Desde que uno se levanta hasta que llega a la tribuna, incluso durante el partido, las cábalas adquieren una importancia vital. La vestimenta es, a mi entender, una de las más usadas. Recuerdo que en los partidos finales del torneo del 2006 en el que ascendimos, llevaba siempre el mismo jean (sin lavar), las mismas zapatillas (sin lavar), la misma camiseta (¿hay que aclarar que tampoco se lavaba?), la billetera en el bolsillo derecho de adelante (como para no tentar el hurto) y las llaves en el izquierdo. Después, durante el desarrollo del juego, repetía algunas conductas como soplarme las manos, ir al mismo lugar en la tribuna, acomodarme el cinto, o putear a este o aquel jugador. En el entretiempo me encontraba en la puerta de los baños con dos amigos (la cábala funcionaba así: íbamos a la cancha separados, nos encontrábamos en el descanso, y veíamos en otro lugar de la tribuna el segundo tiempo) Y si mi amigo no podía asistir a la cancha nos llamábamos por teléfono. Misma conducta con los partidos televisados de visitante.
Y decía yo, algunos renglones atrás, que sólo el hincha pirata sabe lo que es ser de Belgrano: casi nunca jugamos bien. Increíblemente ganamos muchos partidos, sacamos puntos de todos lados, y llegamos casi siempre bien arriba en la tabla. Pero de jugar bien… ni hablemos. Entonces uno se vuelve loco y culpa por las derrotas ante equipos demasiados pequeños a la omisión de ésta o aquella cábala.
Un par de fechas atrás decidí llevar mi viejo gorrito celeste. Me lo compró mi viejo la primera vez que fui a la cancha, en un partido contra Boca, que ganamos 3 a 0. Tiene muchos años y muchas sensaciones arriba. Y en contra de todas las modas (los gorritos no se usan más) y de las altas temperaturas (las lanas molestan mucho) me calcé el gorro y fui para el Gigante. Esa noche le ganamos a Platense 2 a 1. Después de mucho tiempo dimos vuelta un partido (íbamos ganando, nos empataron, y logramos la victoria sobre el final. En el planeta Belgrano: eso es dar vuelta un partido. Es una rareza que vayamos perdiendo y terminemos ganando)
El siguiente partido de local no llevé el gorro. Jugamos peor pero ganamos. Después se vinieron un par de derrotas más, y yo sigo creyendo que es mi culpa por no llevar el gorrito celeste. Lamentablemente, ser de Belgrano, te empuja a ciertas cosas. Ya me sé de costumbre como cargarme de culpas para hacer más llevadera la idea de que rara vez hemos jugado al fútbol como la pelota manda.

lunes, diciembre 15, 2008

El descanso de los durmientes

Esperaron tanto tiempo, acostumbrados a vivir en un país donde todo llega tarde. Son la imagen de un fracaso, de un asesinato, de un coma cuatro, de una herida que nunca termina por cerrar, de lo que somos. Abandonados, dejados en desuso, ellos siguieron ahí como testigos únicos de nuestra patética historia.

El hambre de los últimos años terminó con algunos de ellos. Quizás sirvieron para dar calor o para construir una casa para que la pesadilla de estar vivos fuera más llevadera o tal vez se los llevaron por puro daño, por pura bronca, por la más pura de las razones. ¿Por qué pasó tan tiempo? Hubo un antes y un ahora ¿Y en el medio? Difícil decir. Quizás un grupo de personas vestidas todas iguales consideró que todos estábamos enfermos y que la mejor forma de matar ese mal era haciéndolo desaparecer. O quizás fue un petiso con pelos cerca de las orejas que pensó que ya estaba bien con ese chiste de tener mucho para todos, entonces vendió todo para muy pocos. O quizás fuimos todos nosotros; cómplices históricos de los días que pasaron. Pero estas son todas novelas mías.

Y los durmientes siguieron esperando. Y yo desde que tengo uso de razón siempre estuvieron descansando. Y ni mi viejo ni mi vieja me podían explicar porqué. Ayer pasé y vi nuevos sueños, apilados uno al lado del otro, esperando un próximo despertar. En ese lugar ya estaba el cartel que anunciaba la obra, con la frase “Argentina, un país en serio”, con los colores celeste y blanco, con luces potentes, y creo que sólo faltaban los bombos y los redoblantes. Al principio no lo creí (eso de creer son de países que no son serios, como el nuestro) Pero después, al ver a una cantidad importante de gente trabajando, alimentando sus bolsillos, sus estómagos, sus sueños y los míos, quise ponerle más luces al cartel y que sonaran los redoblantes. Porque para mí es importante, sin importar las miradas ni los dedos índices (esos que tanto se usan por aquí)

Seguiré esperando, como de costumbre, que algo suceda. Seguiré imaginando las postales que retengo de mi temprana edad. Seguiré escuchando, hasta que algún día escuche, los sonidos aquellos: el de la barrera bajándose, la campana de advertencia, la bocina del tren, la voz sabia del viejo que corta los boletos, el ruido de las ruedas circulando por las vías, el chirrido de los frenos, las conversaciones ajenas, y todo lo que mis oídos quieran guardar para hacerme recordar que estoy despierto.







lunes, diciembre 08, 2008

LOS VISITANTES

2007 visitas marca ese contador.
Fooooo, bien ahí.


Bueno, con el nerviosismo no preparé ningún discurso..., pero bueno, no me quiero olvidar de los que siempre visitan. A riesgo de olvidarme de alguno, acá van los saludos:
- a los de nitrato ferroso. (fogliacco, barnes, bustos)
- al tincho
- a la Soler
- a Cardo y Carrizo
- a la gente de España y de Uruguay
- a los de la vinito y amor (que entran poco....) (bueno, el muñe zafa del aplazo)
- a los que viven en Vicente López (creo que hay alguien de por esos lados que entra seguido)
- a Pequenia, guadalupe, la timidéz y otras cosas, etc.
- Y no sé, a los que entran, se aburren y se van. Y a los que entran, leen y se van.


Prometo un ferné para aquellos que vengan a visitarme al festejo de las 2000 visitas.
Inchauspe 252. Glorioso Barrio Las Flores. Córdoba ("capital de ¿¿qué?!, del cuarteto!") (Gracias Rodrigo)

sábado, diciembre 06, 2008

Algo así como una moneda

Verso:

Rubén Ramirez vive solo. Tres hijas mujeres; divorciado, 54 años, desempleado. A los 24 la conoció a la Mónica. A los 26 se casó. Llegó a la primera de Racing de Córdoba. Fue suplente toda la primera parte del campeonato, hasta metió un gol en un partido. Se lesionó en la pretemporada y una operación tardía y barata, aniquilaron sus sueños de juventud.

Después fue padre una vez, y después otra y después otra. Cuando llegó la última lo echaron del trabajo. Se dedicó a la albañilería y a la pintura de interiores. Paralelamente comenzó con la bebida y eso nunca más lo dejó.

Borracho feliz en el bar, violento en la casa.


Anverso:

Rubén Ramirez vive acompañado. Tres hijos varones. Casado hace 18 años. Conoció a Mónica a los 24 y se casó a los 26. Jugó en la primera de Racing de Córdoba; debutó y fue titular toda la temporada y metió goles históricos. El más importante: el del ascenso a Primera B contra Juniors en Barrio General Paz. El otro gol se lo hizo a Fabiana Mazzei: en la medialuna, con el pasto recién regado, las luces apagadas y el silencio del canchero. La embarazó una y otra vez y Petrone asumió la paternidad sin siquiera darse cuenta.

Terminó su carrera como un héroe y con los consejos de Fabiana, comenzó una carrera como decorador de interiores. Mónica seguía hermosa y se amaban como conejos. Llegaron cuatro hijos varones más y el último fue ahijado del Presidente, que en la ceremonia elogió la capacidad goleadora de Ramirez.

Mientras tanto su vida como diseñador iba creciendo con los contactos que conseguía Fabiana.

Sus siete hijos la descosían en Racing y Fabiana comenzó escenas de celos y hablar mal de él. Rubén ya no necesitaba más de sus contactos, ya trabaja en Buenos Aires, pero ella era insaciable con sus exigencias. Decidió terminar la historia, fue a casa de Fabiana y Petrone, con la excusa de cambiar un cuerito y se llevó un video y con esto su tranquilidad.

martes, noviembre 25, 2008

Las cosas de Bº: Las Flores

Sin quererlo, sin buscarlo, sin esperarlo, un día nos enteramos que teníamos que mudarnos. Debíamos dejar la gloriosa Vinito y Amor para ir a parar vaya a saber dónde. Un buen día (un muy buen día) vinimos a ver esta casa, la que hoy habitamos. Y nos gustó; primero individualmente; después nos fuimos mirando y asintiendo con la mirada. Y "¿queda?", "sí, queda" Y así fue como, resumiendo mucho, terminamos acá, en Barrio Las Flores.
Ya escribiré algo sobre el barrio, la gente, la casa, y otras sensaciones. Pero lo que hoy me convoca a la máquina es otra cosa. El contexto es/fue el siguiente:
Martes; 14:30hs. Creo que debe hacer como 30 y pico de grados de calor. Así que acá andamos con el Juan Cruz en la casa. Yo desempleado y él con horarios a su gusto. Es por eso que andaba deambulando por la casa sin hacer nada. Mi pieza es un asco, la cocina también, el living está desacomodado, y etc; pero con este calor...... Y fue entonces cuando escuché de lejos ese grito tan familiar "heladooooooooooooooooo" Y me dije "nooooooo". Agarré la llave, abrí la puerta y le pegué un grito; algo como "eeeeeh". El viejo frenó y se cruzó. Yo me volví para busar plata. Encontré un billete de $5 y salí. El viejo, con la bicicleta negra, la heladera adaptada al volante y el cartón con los dibujos de los helados, él con el guardapolvo blanco, y atado adelante un cartel escrito con cursiva que decía: "llameme por mi nombre: 'heladero'." Ya no tenía opción: le tenía que comprar sí o sí.
Y así fue. Pagué el "palito bombóm helado" más caro de la historia: $5. Pero este fue un regalo a mi tradición, a mi infancia, a la memoria, y a los recuerdos de aquellos años. ¿Nostalgioso? Sí, hasta el mango.
¡Por favor! Esto me demuestra que hasta los estúpidos martes traen alegrías, por más chiquitas que estas parezcan.

lunes, noviembre 24, 2008

Tercera parte de eso que vengo escribiendo

3

Desde Buenos Aires la orden había sido clara: vivos o muertos. Mejor muertos. Ya los habían atrapado, encarcelado bajo diez llaves y se las arreglaban para esfumarse, para seguir alimentando la burla. Las leyendas crecían, de un lado y del otro. Con la oralidad como único recurso, las historias sobre los atracos y las huidas crecían kilómetro a kilómetro hasta llegar a la Capital. Todos los meses, también, se escuchaba que los habían matado a tiros en un bar en Esquel, o a orillas del Río Limay, o en un enfrentamiento en Las Heras. Todas las versiones se contradecían.
Inevitablemente el mito crecía.
Se confirma un nuevo robo.
Un puño golpea con fuerza sobre un escritorio de fina madera.
Los diarios ridiculizan al Gobierno con caricaturas sarcásticas.
Alguien es despedido, alguien es ascendido.
Varela ordena: “Los quiero muertos, me entienden, muertos”.

Se había creado una división especial para detener a los bandoleros, ladrones de ganado, bancos y trenes. Pero contra estos cinco parecía que no alcanzaba. Se creó otra. Varela, un policía de reconocida trayectoria, estaba a cargo. Una docena de forajidos completaban la división.
Iban por fuera de la ley en nombre de ella.
Cabalgaban, estos, en busca de aquellos. Hombres. Distintos.

Con la colonización del desierto en pleno apogeo el temor más grande era que estos gauchos rebeldes entablaran relación con los indios. Los tiempos de Valentín Alsina habían terminado. La muerte del Ministro de Guerra de Avellaneda abrió el camino para la llegada de un general que quería escalar más alto: Julio Argentino Roca. Ya no habría más guerras defensivas, ni zanjas para impedir el arreado de ganado: desde el exterior llegaban los primeros fusiles automáticos Remington. La campaña del desierto entraba en su etapa más intensa.

domingo, noviembre 16, 2008

Me gusta...

- Las tormentas con truenos fuertes. Abrazarme a algo cuando eso sucede.
- El calor.
- Un mate amargo en el invierno.
- Viajar con esos discos viejos. Es como volver a los lugares donde estuve.
- Mi barrio.
- La sonrisa de una chica enamorada y lo hermosamente boludo que puede ser un hombre cuando esa chica le sonríe.
- El final de "No habrá más penas ni olvido" .
- El viento cuando estoy abrigado.
- La piel estirada.
- La libertad de las vacaciones.
- Las palabras justas.
- Los olores de aquellos años.
- Escuchar música en cassettes.
- Las fotos.
- Los amigos.

Y la lista sigue...

martes, noviembre 11, 2008

de radios y de teatros

Bueno, el día llegó.
Hoy (martes 11/11) estarán pasando un radio teatro que escribí (y que todavía no pude escuchar cómo quedó) Será a eso de las 15:30hs por Radio Universidad Am580.
Ayer estuve por la Radio presentando la obra y hablando de un montón de cosas más que no recuerdo ya que ciertas emociones y algunos nerviosismos aislados me han desconectado la memoria; por lo que he olvidado casi todas mis palabras dichas durante esos 10 min que duró la entrevista.

Mi amigo Maxi.V me comentó que puedo subir los audios a la red (es la magia de la internet) Ya vamos a ver cómo lo arreglamos. Para mi eso es casi imposible..., pero lo intentaremos.
Bueno, quedan debidamente notificados.
Abrazo:

yo

domingo, noviembre 02, 2008

Ladrones. Segunda entrega

La cosa es que la cosa se va escribiendo así. De a poco, de a poquito. Entonces un día es el número dos, y después el tres, y después así. Me gustaría encontrar alguna forma de que no se disperse entre los otros posteos, así los que lo lean puedan tener algún hilo conductor. Creo que se llaman "etiquetas", pero no estoy seguro. A los que lean esto que tiene un "2", vayan más abajo y encontraran uno que no tiene un "1", pero el título es el mismo "Ladrones". (ya veré si lo cambio; la verdad es que soy vago y poco imaginativo para eso de titular las cosas que escribo)
Bueno, ahí va/mos:

2

Bustos estaba solo, separado del grupo. Meditaba. Sentado sobre una roca, apoyado con las palmas de las manos sobre el piso, pensaba y no sabía cómo hacer. De tanto en tanto agarraba una piedra y la tiraba lejos; jugaba con un palito en la tierra y agachaba la cabeza.
A unos quince metros estaba el resto. Becerra y García tomaban agua. Aprovechaban para mojar los sombreros, recuperar energías. De reojo lo observaban a Bustos. Casi no hablaban. Ambos sabían. La palabra es accesoria. Las miradas dicen más. Aguirre acariciaba a su caballo, le hablaba al oído. Sin decir nada decidieron esperar. Estaban cansados. Tampoco podían perder mucho tiempo; los perseguían, eso lo sabían, pero tenían que aguantar. Bustos. Aguirre. Becerra. García. A López lo encontrarían en algún otro momento.
Dejaron los tres caballos descansando. El cuarto animal reposaba.
Becerra rompió el silencio:
- No va a aguantar y el lo sabe.
- Esperemos –dijo Aguirre.
Lo escuchaban a Aguirre. Le creían.
El viento cálido acariciaba el paisaje.
Los cardos acompañaban la música, el silbido. Cuatro hombres, cuatro caballos. Nada más.
Cuando el sol se movió lo suficiente Aguirre se levantó y caminó hacia donde estaba Bustos. Le puso la mano en el hombro. No se miraron a los ojos. Bustos asintió y el otro se volvió para el grupo.
Pasó un minuto.
Y otro más.
Bustos se levanta. Camina.
Los hombres lo observan de reojo entendiendo la situación. Lo respetan.
Saca su pistola de la alforja. La revisa una vez. Apunta a la nada. La revisa de vuelta.
Y camina. Y se acerca.
Pascuyí descansa. Sabe que de ahora en más va a ser descanso. Que se acabaron las corridas para él. Bustos acaricia el lomo de su caballo. Acerca su cabeza y le susurra algo al oído. Pascuyí no da más. Ha sido un buen caballo, un animal fiel. Sus piernas no le permiten seguir. Hay un solo camino para él.
Bustos lo abraza. Pascuyí espera.
Es eso o lo peor.
Bustos apunta. Cierra los ojos. Nunca lo ha hecho. Hoy sí.
Dispara.
Los pájaros vuelan en bandada.
Los tres hombres se levantan, se ponen sus sombreros y preparan todo para continuar. Hay que continuar. No queda otra.
Cabalgan. Cuatro hombres en tres caballos.

sábado, octubre 25, 2008

Dame la mano

Cuando arda el amor,
no estaré a tu lado,
estaré lejos.

Será por cobardía,
por no sufrir,
por no reconocer que no supe
cambiar todo esto.

Arderá el amor;
arderá su memoria
hasta que todo sea como lo soñamos
como en realidad pudo haber sido.

Pero yo ya estaré lejos.
Será tarde para lamentos
y nadie podrá todavía asombrarse
de lo que tiene.

Antes que nada, antes
de sospechar,
vivamos esto, que más no sea, y que
por ahí es demasiado.

Vivir, sin
que nadie admita; abrir el fuego
hasta que el amor, rezongando, arda
como si entrara en el porvenir.

Fransisco "Paco" Urondo

miércoles, octubre 15, 2008

Vos:

¿Por qué llorabas?


¿Por las ausencias?
¿Por la distancia?
¿Por eso de la amistad?
¿Por amor?
¿Por el momento?
¿Por las palabras?
¿Por la música?
¿Por la canción?
¿Porque sí?
¿Porque no?
¿Por estar sentada y no caminando?
¿Por la tristeza?
¿Por no estar por acá?
¿Por el café, la plaza, el mate, las sonrisas, las miradas, los entendimientos, las fotos, las cartas, los pasos, el tiempo que pasó?
¿Por el cielo?
¿Por el mar?
¿Por esos recuerdos?
¿Por vos?
¿Por todo y por nada?
¿Por el domingo por llover?

Por eso mismo que no podés explicar lloraba yo.
También.

lunes, octubre 06, 2008

Tristeza en Plaza Italia


Una imagen vieja. De fondo se ve el viejo y querido 32 pasando por la 27 de Abril.



Me gusta caminar por el centro de Córdoba. Buena suerte la mía ya que generalmente me empuja el deseo y no la urgencia de las responsabilidades. No soy una víctima del centro: no acudo al trabajo ahí, no lo sufro diariamente como otras personas, no tengo auto para quejarme del tránsito, no vivo por aquellos lados tampoco. Siempre descubro algo nuevo, soy un invitado, un turista local, un observador minucioso; camino lento aguantando los empujones de los que corren detrás de su rutina. Sin embargo no puedo evitar llenarme de una tristeza cuando recorro ciertos lugares.

La Plaza Italia está ubicada entre las calles 27 de Abril y Ayacucho, y por la Cañada. Fue diseñada por un arquitecto que me produce los enojos más exagerados. En este caso, la plaza no me parece tan fea. Tiene unas esculturas que no entiendo, una fuente, mucho cemento, algo de césped, y unos cuantos puestos de artesanos. Y, se supone, que vista desde arriba, tiene una forma. Como no tengo helicóptero, no me consta. Sobre Ayacucho la calle se vuelve peatonal y allí están los consulados de Italia (que le da el nombre a la plaza) y de Perú, un par de bares, y, para variar, edificios. Sobre la 27 pasan casi todos los colectivos de Córdoba y las veredas son angostas. Los árboles sobre la cañada le dan un lindo aspecto a la calle Figueroa Alcorta, y el sol se recorta sobre el cemento. Así y todo, consciente o inconscientemente, la tristeza me gana. A veces por goleada, otras veces por abandono.

Pesa sobre mí una terrible realidad: mi memoria. Puedo recordar con exactitud momentos de mi niñez, situaciones enteras, y sensaciones. Soy de los que reconstruyen los lugares y las anécdotas. Puedo decir de cuándo es esa foto, quién la sacó y porqué me estaba riendo de esa manera. Recuerdo los goles, las jugadas previas, el resultado final y alguna otra nota de color. Para un parcial saco de la galera la imagen fotográfica de un pedazo del apunte, la nota al pie, o el epígrafe de la foto. Canto las canciones en su debido orden con estrofa, estrofa, estribillo, estrofa y estribillo final. Todo eso y más. Y el problema es eso, el “y más”. Ya que la cabeza tiene un dispositivo brillante por el cual borra ciertas cosas y nos deja seguir con nuestras vidas como si nada pasara, los instantes tristes de mi vida vuelven con más fuerza, con el mismo envión con el cual los ignoramos.

Es por eso que ayer, mientras caminaba por Caseros, empecé a sentir esa tristeza a cuenta gotas que me borró la sonrisa. Creo que nunca me senté en esa plaza, nunca tomé mates, nunca me detuve a charlar con nadie, nunca nada. Pero, vaya a saber porqué, fue en ese lugar, un día de marzo, en el que me bajé de un barco por ese miedo estúpido a que se hundiera. Miro el césped y me veo huyendo. Agacho la cabeza y sigo caminando. Me toma unas cuadras más recuperar algo del ánimo perdido. Me pido un sándwich de milanesas con una coca en el puesto de lata, me siento sobre la cañada y simulo leer algo. Ya me sé de memoria como mentirme en esos casos.

sábado, septiembre 20, 2008

Houseman










Una: El loco de hoy

La otra: Houseman con las Madres de Plaza de Mayo en el Monumental.


Casi no te conozco. Todo lo que sé de vos lo he escuchado, me llegó de rebote, de pasada. Así y todo, te creo. Te creo tus palabras, tus gestos, tu sonrisa, tus anécdotas, tu vida, tus desbordes, tus centros, tus goles y los que hiciste hacer, y tus lágrimas. Ayer lloraste, y lloré con vos. Es difícil explicar lo que causa en mí la sincera emoción ajena. Sentadito en un sillón, con el payaso de Fantino al frente tuyo, en un programa de excelente producción, de incuestionable calidad técnica, pero cargado de asquerosa publicidad, y de la imagen del insoportable Alejandro Fantino. Tranquilo, sereno, con palabras justas en el momento justo, vos hablaste de tu vida, de tu juego, de los partidos memorables; y yo desde mi sillón te vi y te escuché casi sin cerrar los ojos. Y te creí todas y cada una de tus frases.

Dicen que jugabas hermoso. Dicen que fuiste el último wing. Dicen que casi ni tocabas el pasto, que volabas en la cancha. Dicen que te hartaste de tirar centros a la cabeza de Brindisi, Larrosa, Avallay, o cualquiera que vieras en el área con un golpe de vista. Dicen que hiciste revolcar a los arqueros más veces que Maradona. Dicen que con tu pierna derecha podías hacer cosas increíbles. Dicen que eras loco. Dicen que te decían loco. Dicen que jugaste borracho un par de veces. Dicen que fuiste uno de los mejores jugadores de la historia. Dicen que saliste campeón del mundo así como si nada. Dicen que saliste de la villa y que en realidad nunca te fuiste. Dicen que tuviste todo y que todo lo perdiste. Dicen tantas boludeces también. Dicen que ganaste una fortuna. Dicen que te quedaste sin un centavo. Dicen que te tomaste la vida, a veces con soda, otras veces directamente del pico. Dicen que casi te morís. Dicen que borracho y todo le amagaste para un lado y saliste para el otro. Dicen, otros, que no fue así, que le tiraste un caño a la muerte, y saliste pegadito a la línea; el resultado fue el mismo, la pelota siguió siendo tuya.

René Orlando “el loco” Houseman: digan lo que digan, yo te creo a vos. Gracias por los goles que nunca vi y que trato de imaginar. Gracias por ser el ídolo de tantos. Gracias por tu transparencia, por esas lágrimas y por las mías, por supuesto.

jueves, septiembre 11, 2008

Ladrones

Aún hoy se pueden ver sus huellas ...



Ayer se cumplieron 20 años de la muerte del último de los integrantes de la pandilla que más controversia generó en la historia argentina. Un grupo de forasteros que cabalgaron estas tierras de norte a sur, de este a oeste. Huyendo de la ley en tiempos en que la justicia se ejercía por mano propia. Una época de hombres duros, valientes y sanguinarios. Los buscaba la policía, y los asesinos a sueldo, que habitaban al por mayor en la Patagonia, en el litoral y en el norte; un trabajo digno en aquel entonces. También seguían sus pasos muy de cerca los asaltados: dueños de bancos, en su mayoría ingleses; también los grandes estancieros y terratenientes, abusadores históricos de su posición. Personas adineradas que se jactaban de poseer todo el horizonte y más.
Algunos dicen que ellos nunca existieron, que fue todo un mito, un invento de los peones, de los gauchos olvidados. Pero los testimonios orales están ahí, en la música del viento, en los viejos de manos gastadas, en los indios, en las mujeres enamoradas, en los hijos perdidos, y en las canciones alrededor de un fuego naranja. Porque la historia está en todos lados, en las cortezas de los árboles, en el correr de los arroyos donde se refrescaban tras una larga caravana, en los pueblos sin nombre, en la tierra, en las distancias recorridas.
Nunca los atraparon. Cada tanto aparecía un borracho gritando que él le había disparado a uno de ellos y lo había matado, pero eso era difícil de creer. A los meses llegaba la noticia de que habían asaltado otro banco más, y la gente respiraba aliviada. El pueblo pobre los quería. La peonada que había acompañado a Rosas hasta el final sentía que su causa era justa. Ellos le robaban a los que más tenían, burlándose de un orden que parecía único e inamovible. Se transformaron en los delincuentes más buscados, y los menos encontrados, por supuesto. Desde Sarmiento, pasando por Avellaneda y Roca, trataron de agarrarlos, de matarlos, de exhibir sus cabezas, o sus armas, para demostrar quién era el que mandaba. Nunca pudieron.
Se retiraron sin aviso. Desaparecieron dejando la sensación de que la pampa los tragó. Muchas son las hipótesis sobre la vida de estos cinco personajes pero es difícil asegurar qué pasó con cada uno de ellos. Hace 20 años se supo que había muerto en un pueblo de la provincia de Mendoza el último de ellos. Se calcula que tenía más de 90 años. Con él se fue un pedazo de la historia.
Hace 22 años, tuve la suerte de encontrarme con él…
Continuará…

viernes, septiembre 05, 2008

La cuestión de la heladera



La discusión surgió en un ambiente bastante particular: tres o cuatro de nosotros parados al lado del asador; la carne cocinándose; el ruido de la grasa al hacer contacto con las brasas (uff, por Dios, eso es impagable. Tanto lo es que me retracto: no es ruido, es sonido, es música de asado); la luna alumbrando las siluetas; el vino tinto (algunos con hielo y soda, otros así como viene); algo de humo extra al del asado; la noche ni muy fría ni muy cálida. Y a mí se me viene por tirar una de esas máximas, que en esos momentos uno las siente como impecables, importantes, con una carga emotiva inigualable:

- ¿Vieron que es como una gran cosa abrir la heladera en casa ajena? Es todo un tabú. Uno se acerca, abre la puerta, y el momento se suspende, se “congela” (esto lo acabo de agregar ahora…, y si, está malísimo). No tendría que ser la gran cosa, ¿no les parece?

Y la charla, que empezó en buenos términos, fue cambiando su tono. Los fundamentalistas del “respeto”, “los códigos”, y no sé cuántas cosas más no podían (no querían) entender que para mí no significara gran cosa abrir la heladera en casa ajena. *

Cuando la discusión avanzaba yo pensaba “esto es tema de blog”.

Yo tiraba los siguientes argumentos: una vez que uno cruza un nivel de confianza, no tendría por qué haber problema en abrir la heladera. Ese era mi argumento principal, el de la confianza. Si alguien en mi casa quiere algo para tomar o para comer, no tiene que pedirme permiso para abrir la heladera. Ahora bien, uno sabe muy bien cuándo se puede comer algo y cuando no. Muchas veces esos códigos se van al carajo cuando pinta la gula. Ahí también interviene la confianza para mandar a la puta que lo parió al que se comió el almuerzo de mañana, la torta de cumpleaños, o las empanadas que me regaló mi vieja. Un buen golpe también sirve a los efectos de dejar bien en claro las conductas intolerables.

Lo que pasó con la discusión esa noche fue que yo quería plantear cómo es a veces esta cultura. No sólo con la cuestión de abrir ese mastodonte blanco, sino con otras cosas como usar el teléfono, prender la tele, poner música, tomar del mismo vaso, o picar algo del plato ajeno. Mi compañero Juan Cruz estuvo muy preciso al indicar: “si vos prendés la tele, o ponés música estás cambiando el ambiente del lugar. Le das otra forma al momento y al espacio. Es distinto a abrir la heladera. Tenés que pedir permiso sí o sí.” Tiene razón, parcialmente, obvio. Las variables casa de familia y casa de amigos (o casa de iguales entre sí) son de importancia fundamental para el análisis.

El tema nunca pudo ser cerrado. Juan Cruz llevó la discusión al plano personal al acusarme de voraz, desubicado, y de “a vos cuando te pega el bajón sos un culiado que abre la heladera para ver qué se puede comer.” Terrible error el de mi compañero al plantear la discusión en términos particulares, ya que yo quería llevar el tema al plano general, al del análisis un tanto más abarcativo. Nico Levy también me apoyó en la cuestión del “umbral de confianza” (y también se hizo cargo de las acusaciones de Juan Cruz vertidas hacia mi persona) Paco aclaró que en su casa hay que pedir permiso para abrir la heladera, pero que a él no le importa una mierda si alguien lo hace, ya que esas son “boludeces de mis hermanos.” No recuerdo las palabras de Maxi. Y creo que Rocío apoyaba mis sentencias pero conciliaba con Juan Cruz en otras cosas (qué raro…)

En fin, un tema que merece ser tratado con toda la seriedad del caso. Me pregunto qué opinará la comunidad blogera (aunque el Word no me acepte el término) (Ey, Word: ¡no me importa el subrayado rojo!)

Un abrazo a todos los perdedores de tiempo.

Palabras claves: Heladera - Umbral de confianza - Cultura - Cristina Fernández - Gula - Tabú. Y otras tantas más...

* Reconozco que mi reconstrucción de aquel momento es muy subjetiva, caprichosa, y recortada.

domingo, agosto 17, 2008

Clásica victoria



La crónica del partido que no ví, y que sólo escuché y leí.

¡Estaba llena la cancha! Por lo menos eso dijeron la radio y el diario. Esto de que no puedan entrar los visitantes es una verdadera cagada. No sirve para nada. Promueve una presión exagerada para los locales y un agrande para los visitantes ("no tenemos nada para perder") con lo cual, a veces, se revierten los papeles.
Ganó Belgrano 1 a 0 con gol de Aldecoa. No hay mucho más para decir. Estamos punteros con puntaje ideal y sin goles en contra. Los que sí tienen un montooooooon de cosas para decir son los otros, los de remera roja y blanca, los del "Central Córdoba" (perdón... "Instituto" -con el paso del tiempo me suena cada vez más absurdo el nombre del club; es como que a Argentinos Juniors le dijeran "Asociación" o como que a Boca le dijeran "Club"..., en fín... conozco las razones históricas, y todos los porqués, pero igual es ridículo-) Decía, que los que no paran de hablar son los perdedores: "que jugaron mal", "que Instituto mereció ganar", "que metieron un gol y se metieron atrás" (ustedes no metieron ninguno, que no se les olvide) "que tuvieron un ocote tremendo", "que Belgrano nunca ganó nada", "que son "B"irgenes de campeonatos", "que son unos cagones", y que bla bla bla bla y bla. Cómo les encanta acordarse de todo al mismo tiempo cuando les va mal. Encima les viene yendo para la mierda hace mucho. A todos ellos: a llorar al campito. Ya está, PERDIERON. No tengo ni idea cómo jugó Belgrano; y hoy, domingo, 24hs después de la victoria celeste en tierras de clase media acomodada, NO ME IMPORTA. Todas esas boludeces de que jugaron mejor se las pueden ir a contar al cura, a la abuela, o a la novia.
El consuelo para Instituto vendrá dentro de algunas fechas cuando les toque jugar contra las gallinas de Córdoba de Talleres & Ahumada S.A. (a nostros también nos maneja una S.A., pero como nos va bien en lo deportivo y en lo económico..., bueno, parece que a nadie le interesa demasiado que alguien esté haciendo plata con lo que supo ser una Asociación sin fines de lucro. En fin..., esa es mi única autocrítica)

Fue un 1 a 0 nomás. Con (dicen) 22.000 simpatizantes albirrojos. La revancha será en la próxima rueda.
Abrazo de gol para Belgrano y de no-gol para Instituto.

Este fue el partido que, gracias a Grondona y su compañía mafiosa, yo no pude ver.