Uno de cordobeses
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Las palabras de Juan todavía me resonaban en la cabeza: “¿Qué pasa, Ángel, ya no vas más a la cancha?” Era verdad lo que me decía mi amigo. El fútbol ya no era lo mismo para mí desde el trágico día en que Arsenal de Sarandí ganó la Copa Intercontinental. Lo del campeonato de primera división era duro, pero me dije que había sido pura suerte. Que Grondona movió los tentáculos y jugó sus últimas cartas antes de su retiro de la AFA, a los 80 años de edad. Cuando ganó la Libertadores de América arranqué con el alcohol. Pasé muchas noches borracho. No entendía cómo había pasado para que el antifútbol de Sarandí hubiera ganado la copa. La mejor excusa que se me ocurrió fue la de que Grondona era vicepresidente de la FIFA y que su influencia sobrepasaba las fronteras argentinas. Además, a los europeos no les importaba una mierda el fútbol de Sudamérica. Con la marihuana empecé hace dos años, en junio. Arsenal empataba cero a cero con el Arsenal de Inglaterra y triunfaba por un tres a cero en los penales. Claro, los ingleses no habían practicado tiros desde los doce pasos. Asumían que ganarían en los noventa minutos fácilmente.
Desde aquel triste día de junio, dejé de creer en el fútbol. Empecé a ir al psicólogo. Éste me recomendó que, en primera medida, dejara la marihuana y en segunda medida, que dejara paulatinamente el alcohol. Así fue que arranqué con un programa de rehabilitación que incluía comida sana, jugo de naranja, nada de drogas y alcohol, de paso me hicieron dejar el cigarrillo y, por sobre todas las cosas, no ir más a la cancha. Funcioné bastante bien el primer año. Me mantuve limpio. En la clínica me autorizaron a volver, lentamente, a los asados con papas fritas, al vino tinto y a la cerveza, con moderación. Me recomendaron no volver a los porros y me prohibieron terminantemente volver a las canchas.
Fue el mes pasado que Juan me dijo esas palabras. Yo, igual, no había seguido las recomendaciones de los doctores; y no sólo me había fumado unos porritos, sino que también había ido a ver una docena de veces a Belgrano. Era una emoción inmensa, inexplicable, la de volver a la cancha; cantar; aplaudir al equipo; tirar papelitos… todo el folclore. Lo triste era que todas esas imágenes de aquel junio, volvían a mi cabeza como una pesadilla sin resolver. Y los veo a esos hijos de puta de los japoneses entregándole la copa al capitán de Arsenal. Y vienen con la llave de la camioneta Toyota, y no saben a quién dársela, porque la llave es para el goleador, y ese equipo no mete goles, porque no juega al fútbol, porque no arma jugadas, porque los pocos goles que hace son de pelota parada. Y los japonesitos se la dan al técnico, a Burruchaga, que tiene firmado un contrato de por vida. Y ya no queda casi nadie en la cancha. Porque los nipones son unos boludos felices, pero se dan cuenta cuando un partido es malo. Y el festejo de Arsenal de Sarandí que no me lo puedo sacar. Y por qué carajo tuvo que pasar eso. Y por qué mierda salió campeón Intercontinental ese equipo del orto. Y por qué no te vas a la puta que te parió, vos Juan, que me cuestionás y de paso vos, Grondona, mafioso y matón de aquellos y de paso, Burruchaga, Esmerado, el pulpo González, Limia y todos esos que ahora levantan la copa y que… ¡¡¡GOOOOOOOOOL!!! ¡Vamos Belgrano! Golazo. Un gol hermoso. Y esos eran los únicos momentos, cuando gritaba un gol, en los que me olvidaba de Arsenal. Del Torneo Apertura que ganaron con 16 goles a favor y 5 en contra. De la Libertadores, en la que pasaron todas las fases por penales. Y me olvidaba también, aunque fuera por solo unos minutos, del festejo en Tokio.
Sí, lo sabía, a pesar de los años que pasé visitando psicólogos, la cuestión seguía irresuelta. Psicoanálisis, Lacanismo, Gestalt, y todo tipo de terapias, para “curar” este mal. A veces sentía que mejoraba. Pero había días en que la imagen volvía como mazazo a la inocencia de una pelota que rueda, con pique falso, por un potrero de tierra quebrada y seca.
Desde aquel triste día de junio, dejé de creer en el fútbol. Empecé a ir al psicólogo. Éste me recomendó que, en primera medida, dejara la marihuana y en segunda medida, que dejara paulatinamente el alcohol. Así fue que arranqué con un programa de rehabilitación que incluía comida sana, jugo de naranja, nada de drogas y alcohol, de paso me hicieron dejar el cigarrillo y, por sobre todas las cosas, no ir más a la cancha. Funcioné bastante bien el primer año. Me mantuve limpio. En la clínica me autorizaron a volver, lentamente, a los asados con papas fritas, al vino tinto y a la cerveza, con moderación. Me recomendaron no volver a los porros y me prohibieron terminantemente volver a las canchas.
Fue el mes pasado que Juan me dijo esas palabras. Yo, igual, no había seguido las recomendaciones de los doctores; y no sólo me había fumado unos porritos, sino que también había ido a ver una docena de veces a Belgrano. Era una emoción inmensa, inexplicable, la de volver a la cancha; cantar; aplaudir al equipo; tirar papelitos… todo el folclore. Lo triste era que todas esas imágenes de aquel junio, volvían a mi cabeza como una pesadilla sin resolver. Y los veo a esos hijos de puta de los japoneses entregándole la copa al capitán de Arsenal. Y vienen con la llave de la camioneta Toyota, y no saben a quién dársela, porque la llave es para el goleador, y ese equipo no mete goles, porque no juega al fútbol, porque no arma jugadas, porque los pocos goles que hace son de pelota parada. Y los japonesitos se la dan al técnico, a Burruchaga, que tiene firmado un contrato de por vida. Y ya no queda casi nadie en la cancha. Porque los nipones son unos boludos felices, pero se dan cuenta cuando un partido es malo. Y el festejo de Arsenal de Sarandí que no me lo puedo sacar. Y por qué carajo tuvo que pasar eso. Y por qué mierda salió campeón Intercontinental ese equipo del orto. Y por qué no te vas a la puta que te parió, vos Juan, que me cuestionás y de paso vos, Grondona, mafioso y matón de aquellos y de paso, Burruchaga, Esmerado, el pulpo González, Limia y todos esos que ahora levantan la copa y que… ¡¡¡GOOOOOOOOOL!!! ¡Vamos Belgrano! Golazo. Un gol hermoso. Y esos eran los únicos momentos, cuando gritaba un gol, en los que me olvidaba de Arsenal. Del Torneo Apertura que ganaron con 16 goles a favor y 5 en contra. De la Libertadores, en la que pasaron todas las fases por penales. Y me olvidaba también, aunque fuera por solo unos minutos, del festejo en Tokio.
Sí, lo sabía, a pesar de los años que pasé visitando psicólogos, la cuestión seguía irresuelta. Psicoanálisis, Lacanismo, Gestalt, y todo tipo de terapias, para “curar” este mal. A veces sentía que mejoraba. Pero había días en que la imagen volvía como mazazo a la inocencia de una pelota que rueda, con pique falso, por un potrero de tierra quebrada y seca.
(continuará...)
3 comentarios:
Ahí va, yo pensé que no lo ibas a postear...
Se agradece y se aguarda la siguiente entrega...
Está muy bueno, muy cierto, el circo de los mafiosos que nos está dejando sin fútbol a todos. La única crítica que te puedo hacer, es que tantos años de terapia por el mal fútbol de Arsenal pero vas a ver... ¡¡a Belgrano!! Ojo! que no se malentienda, los otros clubes de Córdoba tampoco están para llevarse nada de Japón...
Se agradecen las escapadas del laburo que me permiten tus cuentos. Estoy a la espera de la siguiente publicación!
Gracias de nuevo
Extrañamente predictivo el cuento... Cuando sale la segunda?
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