Esto que somo
Ay, negra
¿cómo hacemo para explicar todo esto?
Que yo no te prometo la luna
un sol
un te amaré para siempre
la caja de bombones, el ramo de rosas
nos vemos mañana y pasado.
Que no tallaré ningún árbol con nuestros nombres
ni dibujaré corazones.
Ay, negra
¿cómo hacemo para explicar todo esto?
Ve vo que casi nadie entiende
viste.
Que te prometo un asado
un mate amargo
un cuarteto de los conocidos
una vergüenza en público
el fuego del pucho
un cd grabado
una mirada.
Y que tus promesas
hombro a hombro
con éstas.
Y nada.
no entienden mucho.
Que este listado de palabras me sirve
simplemente
para explicarnos
cotidianamente
que nos queremos mucho.
miércoles, febrero 29, 2012
domingo, febrero 19, 2012
Abebe Bikila. El hombre descalzo

Pa Diego.
Los Juegos Olímpicos están plagados de historias impactantes, de gestas heroicas, de grandes fracasos, de demostraciones de valor, coraje y superación. El lema olímpico "más alto, más rápido, más fuerte", sirve para entender el espíritu del hombre en el deporte. Los Juegos son la cita deportiva más importante de casi todas las disciplinas (en realidad de todas, menos del fútbol). Hay momentos que son una bisagra en la historia. Abebe Bikila, famoso maratonista, fue el protagonista de uno de ellos.
Nació en Etiopía, el 7 de agosto de 1932 en Jato, un pequeño pueblo a unos 130 km de Addis Abeba, la capital etíope. Su familia era muy pobre y él comenzó a trabajar de pastor para ayudar a sus padres. Completó varios años de estudio, cuando decidió alistarse en la Guardia Imperial de su país para escapar de la miseria.
Una postal romántica del inicio de su carrera recorre todas las biografías: dicen que una vez vio a varios muchachos vestidos con la indumentaria oficial olímpica y quedó deslumbrado. Los pantalones y la campera con los colores patrios y la palabra Etiopía en las espaldas. Era el abrazo de la bandera al cuerpo, la representación de la patria ante el mundo. Esto deslumbró a Bikila y soñó con poder vestir algún día las ropas de su país.
La carrera de Bikila está plagada de curvas y contracurvas, de casualidades y causalidades. Como si el destino hubiese estado escrito en constantes zetas, dibujando una vida increíble. A sus 19 años, mientras contemplaba un desfile de atletas que en 1956 representarían a la nación en los Juegos de Melbourne, conoció al entrenador sueco Onni Niskaken. Este hombre finés nacionalizado sueco había sido contratado por el gobierno etíope para preparar a los potenciales atletas del país. En poco tiempo, vio talento en Bikila y lo convocó a una prueba. Se anotó en la competencia, en la que participaba el ídolo de su país: Wani Biratu. Abebe ganó, probablemente sin saber que por esa actuación tomaría el avión a Roma a último momento, porque Biratu se había lesionado un tobillo en un partido de fútbol. Así, el ignoto Bikila fue integrante de la delegación etíope. Su destino empezaba a escribirse, con suerte y muchísimo talento, con azar y determinación.
La maratón es una de las disciplinas más importantes de las olimpíadas y es quizás la que mejor representa el espíritu de superación propia de los Juegos. Competición atlética introducida en 1896 (año de la celebración de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, en Atenas) en recuerdo de la legendaria hazaña del guerrero griego Filípides, que, según la leyenda, corrió 42, 195 kilómetros desde Maratón hasta Atenas para anunciar la victoria de los griegos contra los persas en el año 490AC y cayó muerto de cansancio después de dar la noticia.
Bikila llegaba a los Juegos Olímpicos de Roma 1960 siendo un total desconocido para sus rivales y el público. El día de la prueba, Bikila salió a probarse el calzado de Adidas, el sponsor oficial de la competencia. Quedaban pocos pares y no conseguía su medida. Entonces, antes de quedarse con unas que le fueran incómodas, prefirió salir con los pies desnudos. Sí. Descalzo, como se entrenaba en su pueblo. El sol comenzaba a ocultarse en el verano romano, el disparo sonó y los corredores largaron.
A todos les llamaba la atención la falta de calzado de Bikila y, a medida que la carrera progresaba y el etíope se mantenía en el lote de los punteros, el público comenzó a alentar al africano. Cuando promediaba la competencia, dos corredores se mantenían adelante, Bikila y el marroquí Rhadi Ben Abdesselam. La noche se hacía presente y la Via Appia se iluminaba con antorchas para marcar el paso de los atletas. Cuando faltaba poco más de 1 kilómetro, Abebe Bikila aceleró y dejó atrás al marroquí. Corrió solo los últimos 500 metros y así, descalzo y casi sin inmutarse, como si no hubiera estado más de dos horas corriendo, cruzó la línea final. Los relojes se detuvieron en 2h15m16s, convirtiéndose en el nuevo récord mundial. Con tan sólo 24 años de edad, Abebe Bikila se transformaba en el primer africano en conseguir una medalla de oro en la historia de los Juegos Olímpicos. El continente más postergado hacía suya la victoria, y colocaba a Bikila en el podio de los héroes.
Durante los cuatro años siguientes ganó todas las competencias en las que se presentó. El destino trazó un nuevo zigzag: a tan sólo un mes de los Juegos Olímpicos de Tokio 1964, le detectaron una apendicitis aguda y tuvo que ser intervenido. Parte de su entrenamiento consistió en correr por los patios del hospital. Muchos dudaban de su participación pero finalmente fue de la partida, esta vez con zapatillas. Nuevamente quebró todas las lógicas al consagrarse ganador de la maratón y quebrando su propio record mundial con 2hs12min11seg. Nadie había logrado imponerse dos veces consecutivas en la histórica disciplina.
Llegó a los Juegos de México 1968 como favorito, pero una lesión en su rodilla derecha lo obligó a abandonar en el kilómetro 17. La victoria fue para su compatriota Mamo Wolde, para mantener la supremacía etíope en la competencia. Esa fue la última vez que Bikila corrió.
Un año después sucedería lo inesperado: en un choque con su auto, Abebe Bikila sufriría graves heridas que lo dejarían cuadripléjico. Luego, tras ocho meses de intervenciones en Inglaterra, lograría recuperar la movilidad de la cintura para arriba quedando parapléjico. El hombre que volaba corriendo quedaba condenado a la silla de ruedas.
A los 41 años, el 25 de octubre de 1973, falleció de un derrame cerebral, en el hospital de la capital de su país. Allí, el cuerpo de Bikila se rindió ante una enfermedad que lo había carcomido físicamente durante el último tiempo. Más de 65.000 personas participaron de la despedida al héroe africano.
Abebe corrió toda su vida haciendo historia. Lo logró, cruzó la meta y quedó grabado en la memoria de muchos. Hasta la próxima. Abrazo final.
lunes, febrero 06, 2012
El último calentón
Nota del 22 de diciembre del 2011.

Ayer ya había hablado del calor y de su consecuente inspiración (o excusa) para escribir sobre esos países extraños que están en nuestro mismo continente y de los cuales no tenemos la más mínima idea de nada sobre ellos: Surinam, Guyana y Guayana Francesa. Hoy hace más calor que ayer. Es inobjetable. Yo no recuerdo un día así. Los ánimos se van para cualquier lado, la gente se arrastra por las veredas con cara de no dar más. La gente se calienta. Y yo hacía bastante tiempo que quería escribir sobre este tipo, sobre este francés que, además de ser un fuera de serie, fue uno de los últimos calentones de en serio del fútbol de elite. El calor de Córdoba es real y me viene bárbaro para justificar esta historia, la vida y el fútbol de Eric Cantona.
Empecemos por el comienzo. Eric Daniel Pierre Cantona nació el 24 de mayo de 1966 en Marsella y no en Paris como mucha gente cree. El chico arrastraría una herencia combativa mucho antes de haber nacido. No quedan dudas de que si bien el apellido se afrancesó, el origen de la familia era italiano. La familia paterna había emigrado de Cerdeña y la materna era separatista catalana. De hecho el abuelo materno de Eric peleó contra el ejército de Franco en la Guerra Civil. Todo empieza a ser de película en la vida de Cantona.
El pibe tenía una habilidad con la pelota fuera de lo común, a la par iba forjando su peculiar carácter, su fuerte personalidad. Con 17 años debutaría en el Auxerre el 5 de noviembre de 1983 en una goleada ante el Nancy por 4-0, el club de donde surgió uno de los grandes ídolos franceses, Michel Platini. Al otro año le tocaría la colimba y a su regreso el Auxerre lo prestaría al Martigues donde estaría una temporada para volver al Auxerre y finalmente firmar su primer contrato profesional a la edad de 20 años. Y Cantoná la rompía. Siempre. Sus enormes perfomances lo llevaron a la Selección francesa. Pero enseguida tendría un problema disciplinario al trompear a Bruno Martini, el arquero de su equipo, a quien le dejó un ojo totalmente negro. Eso le valió una dura sanción, claro está. Su relación con la Selección sería siempre traumática, como ya veremos.
Su carrera fue siempre similar: en paralelo, se destacaba por sus goles, su juego, su velocidad y potencia como delantero, y, al mismo tiempo, sus desplantes, la agresividad hacia los rivales (o sus propios compañeros, no importaba), árbitros e hinchas. Se pueden encontrar en You Tube decenas de videos de sus grandes goles y sus grandes patadas, golpes, escupitajos y demás acciones violentas adentro de una cancha de fútbol. Sin dudas, era mejor tenerlo de tu lado. El tipo te clavaba un gol y después, para completarla, te raspaba todo. Antes se permitían un poco más este tipo de comportamientos. Era todo un poco más entretenido.
Deambuló por varios clubes de Francia sin poder encontrar su lugar en el mundo. Incluso en 1991 anunció su retiro. Michel Platini le aconsejó que se fuera de Francia, que fichara para otro club. Así, estuvo dos años en el Leeds United, donde jugó 35 partidos y convirtió 13 goles y salió campeón. Pero Cantona seguía sin poder explotar, hasta que un día el ya legendario Sir Alex Ferguson le puso el ojo y lo trajo para el Manchester United en 1992. Allí brilló durante cuatro años.
Pero el buen hombre no podía con su (mal) genio. El 25 de enero de 1995 el Manchester United visitó al Crystal Palace. El partido estaba empatado y Cantona se hace expulsar por un típico codazo a un rival. El árbitro le muestra la roja, se arma un pequeño tumulto y el Cantona, que ya sabía de memoria los caminos a los túneles, se va lentamente de la cancha. En eso pega un pique corto hacia la tribuna y se lanza con una patada voladora hacia un espectador. Recordemos que en Inglaterra no existen más los alambrados, los cercos perimetrales, las fosas ni nada. Como si fuera el cine, el público está sentado ahí nomás del césped. Al parecer el hincha le dijo algo como "Francés de mierda" y Eric, quién lo puede culpar, reaccionó como siempre lo hacía. La Federación lo suspendió por 9 meses, le hicieron pagar una multa de 20 mil libras y le dieron dos semanas de prisión, que fueron canjeadas por 120 horas de trabajo comunitario.
Sin embargo, a pesar de estos pequeños detalles violentos, Cantona fue un ídolo para los rojos de Manchester. Ganó allí varias ligas y él metió goles de todo tipo. La contracara de todo esto fue su relación con la Selección Francesa y esa sensación de haber estado en una mala época: Francia no clasificó a los mundiales de 1990 y 1994. Ya para la Copa de 1998 (que se disputó en la misma Francia) el técnico decidió apostar por el recambio y la jugada no le salió mal: la selección azul fue campeona por primera vez en su historia. Cantona se retira del fútbol ese mismo año con un historial increíble pero con la mancha de jamás haber disputado una Copa del Mundo.
Hoy, es una de las figuras de Nike. Es actor (ponele) y ha tenido roles en algunas películas de Hollywood. Tuvo alguna incursión por la música e incluso fue noticia por proponer una especie de corrida bancaria en una entrevista: “Tenemos que ir al banco. Así tendremos una revolución. No es difícil; en vez de salir a la calle, o manejar kilómetros en tu auto, simplemente vas a tu banco y sacás tu dinero. Y si mucha gente saca su dinero de los bancos, el sistema colapsa. Sin armas, sin sangre ni nada de eso.”
Eric Cantona, en la cancha, como en la vida, el mismo juego.
Hasta la próxima. Abrazo de golazo.

Ayer ya había hablado del calor y de su consecuente inspiración (o excusa) para escribir sobre esos países extraños que están en nuestro mismo continente y de los cuales no tenemos la más mínima idea de nada sobre ellos: Surinam, Guyana y Guayana Francesa. Hoy hace más calor que ayer. Es inobjetable. Yo no recuerdo un día así. Los ánimos se van para cualquier lado, la gente se arrastra por las veredas con cara de no dar más. La gente se calienta. Y yo hacía bastante tiempo que quería escribir sobre este tipo, sobre este francés que, además de ser un fuera de serie, fue uno de los últimos calentones de en serio del fútbol de elite. El calor de Córdoba es real y me viene bárbaro para justificar esta historia, la vida y el fútbol de Eric Cantona.
Empecemos por el comienzo. Eric Daniel Pierre Cantona nació el 24 de mayo de 1966 en Marsella y no en Paris como mucha gente cree. El chico arrastraría una herencia combativa mucho antes de haber nacido. No quedan dudas de que si bien el apellido se afrancesó, el origen de la familia era italiano. La familia paterna había emigrado de Cerdeña y la materna era separatista catalana. De hecho el abuelo materno de Eric peleó contra el ejército de Franco en la Guerra Civil. Todo empieza a ser de película en la vida de Cantona.
El pibe tenía una habilidad con la pelota fuera de lo común, a la par iba forjando su peculiar carácter, su fuerte personalidad. Con 17 años debutaría en el Auxerre el 5 de noviembre de 1983 en una goleada ante el Nancy por 4-0, el club de donde surgió uno de los grandes ídolos franceses, Michel Platini. Al otro año le tocaría la colimba y a su regreso el Auxerre lo prestaría al Martigues donde estaría una temporada para volver al Auxerre y finalmente firmar su primer contrato profesional a la edad de 20 años. Y Cantoná la rompía. Siempre. Sus enormes perfomances lo llevaron a la Selección francesa. Pero enseguida tendría un problema disciplinario al trompear a Bruno Martini, el arquero de su equipo, a quien le dejó un ojo totalmente negro. Eso le valió una dura sanción, claro está. Su relación con la Selección sería siempre traumática, como ya veremos.
Su carrera fue siempre similar: en paralelo, se destacaba por sus goles, su juego, su velocidad y potencia como delantero, y, al mismo tiempo, sus desplantes, la agresividad hacia los rivales (o sus propios compañeros, no importaba), árbitros e hinchas. Se pueden encontrar en You Tube decenas de videos de sus grandes goles y sus grandes patadas, golpes, escupitajos y demás acciones violentas adentro de una cancha de fútbol. Sin dudas, era mejor tenerlo de tu lado. El tipo te clavaba un gol y después, para completarla, te raspaba todo. Antes se permitían un poco más este tipo de comportamientos. Era todo un poco más entretenido.
Deambuló por varios clubes de Francia sin poder encontrar su lugar en el mundo. Incluso en 1991 anunció su retiro. Michel Platini le aconsejó que se fuera de Francia, que fichara para otro club. Así, estuvo dos años en el Leeds United, donde jugó 35 partidos y convirtió 13 goles y salió campeón. Pero Cantona seguía sin poder explotar, hasta que un día el ya legendario Sir Alex Ferguson le puso el ojo y lo trajo para el Manchester United en 1992. Allí brilló durante cuatro años.
Pero el buen hombre no podía con su (mal) genio. El 25 de enero de 1995 el Manchester United visitó al Crystal Palace. El partido estaba empatado y Cantona se hace expulsar por un típico codazo a un rival. El árbitro le muestra la roja, se arma un pequeño tumulto y el Cantona, que ya sabía de memoria los caminos a los túneles, se va lentamente de la cancha. En eso pega un pique corto hacia la tribuna y se lanza con una patada voladora hacia un espectador. Recordemos que en Inglaterra no existen más los alambrados, los cercos perimetrales, las fosas ni nada. Como si fuera el cine, el público está sentado ahí nomás del césped. Al parecer el hincha le dijo algo como "Francés de mierda" y Eric, quién lo puede culpar, reaccionó como siempre lo hacía. La Federación lo suspendió por 9 meses, le hicieron pagar una multa de 20 mil libras y le dieron dos semanas de prisión, que fueron canjeadas por 120 horas de trabajo comunitario.
Sin embargo, a pesar de estos pequeños detalles violentos, Cantona fue un ídolo para los rojos de Manchester. Ganó allí varias ligas y él metió goles de todo tipo. La contracara de todo esto fue su relación con la Selección Francesa y esa sensación de haber estado en una mala época: Francia no clasificó a los mundiales de 1990 y 1994. Ya para la Copa de 1998 (que se disputó en la misma Francia) el técnico decidió apostar por el recambio y la jugada no le salió mal: la selección azul fue campeona por primera vez en su historia. Cantona se retira del fútbol ese mismo año con un historial increíble pero con la mancha de jamás haber disputado una Copa del Mundo.
Hoy, es una de las figuras de Nike. Es actor (ponele) y ha tenido roles en algunas películas de Hollywood. Tuvo alguna incursión por la música e incluso fue noticia por proponer una especie de corrida bancaria en una entrevista: “Tenemos que ir al banco. Así tendremos una revolución. No es difícil; en vez de salir a la calle, o manejar kilómetros en tu auto, simplemente vas a tu banco y sacás tu dinero. Y si mucha gente saca su dinero de los bancos, el sistema colapsa. Sin armas, sin sangre ni nada de eso.”
Eric Cantona, en la cancha, como en la vida, el mismo juego.
Hasta la próxima. Abrazo de golazo.
lunes, enero 02, 2012
Conociendo historias: Ferenc Puskas
Grandísimo jugador. Ferenc Puskas, húngaro. Goleador intratable, con una pegada violenta y precisa con ambas piernas. Pelo engominado, tipo fachero, la mandaba a guardar en todas las canchas (?)
Formó parte de una selección inolvidable que desplegó el mejor fútbol de su época y que, como Holanda del 74 y Argentina de 1990 (?), tuvo el mal ocote de cruzarse con la maldita Alemania. Metió solamente 85 goles en 84 partidos con la selección. Como locales, en Budapest, Hungría estuvo invicto entre 1943 y 1956. En diciembre de 1953, los ingleses alardeaban con su invicto de local (jamás habían perdido en 52 años... o sea, desde que se inventó el fútbol) Dijeron "nosotros contra todos los que se nos vengan". Y Hungría fue. Y los cagó a goles: 6 a 3 en "la catedral del fútbol", en el viejo estadio Wembley. Los ingleses se quedaron calentitos, tiraron argumentos fuertes como "nos ganaron de pedo", "el sexto de ellos fue en off-side", "el árbitro no nos cobró todo a favor como en los 52 años anteriores". En resumen: queremos revancha, dijeron. En 1954, en Budapest, Hungría se sintió más cómodo y los despachó con un 7 a 1. En Inglaterra se escucharon frases como "¡7 a 1 con Hungría, montonero Churcill re-nun-cie!" (7-1 against Hunry, montoner Churchill quit!!!)
Puskas era el jugador más destacado de esa generación dorada de futbolistas que mantuvo un invicto goleando en casi todos sus partidos. En el Mundial de Suiza de 1954 aparecerían los putitos de los alemanes. El invicto se cortó en la final. Luego de arrasar en todos sus partidos (8 a 3 ante la misma Alemania en primera fase) perdieron por 3 a 2 en el último partido. Ganaban dos a cero. Se los empataron. Metieron tres tiros en los postes, el árbitro anulo mal (?) en gol de Puskas y cuando faltaban 5 minutos los alemanes meten el gol. Alemania campeón del mundo por primera vez. Consiguieron lo que Hitler jamás pudo (?)
Luego vendría la revolución húngara que los soviéticos se encargaron de hacer bosta. Puskas, que jugaba en el Hanover húngaro, al igual que el resto de sus compañeros, dijeron "yo no vuelvo ni en pedo", y luego de un partido por la vieja Copa de Campeones de Europa, dejaron el avión vacío. La FIFA los inhabilitó por 2 años y los tipos se fueron a jugar por todo el mundo de manera no-oficial. Pasado el tiempo de inhabilitación, El Real Madrid le dijo "vení, capaz que con Alfredo Di Stéfano arman una buena dupla". Ganaron todo. El generalísimo Francisco Franco estaba tan contento que dijo "venga, que este tío debería ser español". Y Puskas, tan agradecido con la tierra que lo cobijó durante su exilio, se nacionalizó e incluso llegó a disputar el Mundial de Chile 1962*. Pero la España de todos los tiempos no es igual a la de ahora y quedaron afuera en primera ronda, como dios manda (?)
Durante la época de la cortina de hierro, Puskas fue declarado Traidor a la patria y, como Verón después del 2002, fue blanco de los peores insultos y agravios. Obviamente, el tipo no pudo volver hasta que la CNN (?) derribó el muro de Berlín. En 1992 se instaló nuevamente en Budapest. Murió el 17 de noviembre del 2006 pero los últimos 6 años de su vida se los pasó (yendo de la cama al living (?)) en el hospital por una arterioesclerosis cerebral. Claro.
Una fenómeno de jugador. Una historia que todo futbolero debe conocer.
Hasta la próxima. Abrazo de gol.
Usemos You Tube para cosas que están buenas. Esto vale la pena.
Formó parte de una selección inolvidable que desplegó el mejor fútbol de su época y que, como Holanda del 74 y Argentina de 1990 (?), tuvo el mal ocote de cruzarse con la maldita Alemania. Metió solamente 85 goles en 84 partidos con la selección. Como locales, en Budapest, Hungría estuvo invicto entre 1943 y 1956. En diciembre de 1953, los ingleses alardeaban con su invicto de local (jamás habían perdido en 52 años... o sea, desde que se inventó el fútbol) Dijeron "nosotros contra todos los que se nos vengan". Y Hungría fue. Y los cagó a goles: 6 a 3 en "la catedral del fútbol", en el viejo estadio Wembley. Los ingleses se quedaron calentitos, tiraron argumentos fuertes como "nos ganaron de pedo", "el sexto de ellos fue en off-side", "el árbitro no nos cobró todo a favor como en los 52 años anteriores". En resumen: queremos revancha, dijeron. En 1954, en Budapest, Hungría se sintió más cómodo y los despachó con un 7 a 1. En Inglaterra se escucharon frases como "¡7 a 1 con Hungría, montonero Churcill re-nun-cie!" (7-1 against Hunry, montoner Churchill quit!!!)
Puskas era el jugador más destacado de esa generación dorada de futbolistas que mantuvo un invicto goleando en casi todos sus partidos. En el Mundial de Suiza de 1954 aparecerían los putitos de los alemanes. El invicto se cortó en la final. Luego de arrasar en todos sus partidos (8 a 3 ante la misma Alemania en primera fase) perdieron por 3 a 2 en el último partido. Ganaban dos a cero. Se los empataron. Metieron tres tiros en los postes, el árbitro anulo mal (?) en gol de Puskas y cuando faltaban 5 minutos los alemanes meten el gol. Alemania campeón del mundo por primera vez. Consiguieron lo que Hitler jamás pudo (?)
Luego vendría la revolución húngara que los soviéticos se encargaron de hacer bosta. Puskas, que jugaba en el Hanover húngaro, al igual que el resto de sus compañeros, dijeron "yo no vuelvo ni en pedo", y luego de un partido por la vieja Copa de Campeones de Europa, dejaron el avión vacío. La FIFA los inhabilitó por 2 años y los tipos se fueron a jugar por todo el mundo de manera no-oficial. Pasado el tiempo de inhabilitación, El Real Madrid le dijo "vení, capaz que con Alfredo Di Stéfano arman una buena dupla". Ganaron todo. El generalísimo Francisco Franco estaba tan contento que dijo "venga, que este tío debería ser español". Y Puskas, tan agradecido con la tierra que lo cobijó durante su exilio, se nacionalizó e incluso llegó a disputar el Mundial de Chile 1962*. Pero la España de todos los tiempos no es igual a la de ahora y quedaron afuera en primera ronda, como dios manda (?)
Durante la época de la cortina de hierro, Puskas fue declarado Traidor a la patria y, como Verón después del 2002, fue blanco de los peores insultos y agravios. Obviamente, el tipo no pudo volver hasta que la CNN (?) derribó el muro de Berlín. En 1992 se instaló nuevamente en Budapest. Murió el 17 de noviembre del 2006 pero los últimos 6 años de su vida se los pasó (yendo de la cama al living (?)) en el hospital por una arterioesclerosis cerebral. Claro.
Una fenómeno de jugador. Una historia que todo futbolero debe conocer.
Hasta la próxima. Abrazo de gol.
Usemos You Tube para cosas que están buenas. Esto vale la pena.
miércoles, diciembre 07, 2011
Presentación de libro
jueves, noviembre 24, 2011
Cuando el agua se tiñó de rojo

Unos años atrás realicé una nota a los "Wattas", el único equipo de waterpolo de Córdoba. Investigando un poco acerca de este deporte del que sabía muy poco, descubrí un documental producido por Quentin Tarantino y con él una historia, una asombrosa historia. El film se llama "Freedom’s Fury" y narra en paralelo los hechos ocurridos durante la Revolución Húngara de 1956 y la particular situación del equipo nacional de waterpolo, próximo a competir en los Juegos Olímpicos de Melbourne, Australia.
El 23 de Octubre se realiza una protesta estudiantil y 20.000 estudiantes marchan por las calles de Budapest. La jornada se extiende, miles de personas se van sumando a la manifestación. A las seis de la tarde, 200.000 personas ya están manifestándose en frente del Parlamento Húngaro. La ÁVH (la Policía Política Húngara) abre fuego desde los edificios provocando la muerte de cientos de personas. Una montaña de pólvora volaba en el aire del convulsionado país, el fuego de las metrallas hizo explotar todo. Desde el 23 hasta el 28 de octubre se suceden los enfrentamientos con las tropas soviéticas. La población ataca los tanques con bombas molotov y con armas robadas a las AVH. El ejército rojo se retira de Budapest y comienzan las negociaciones con el nuevo gobierno húngaro. Faltaban sólo tres semanas para el comienzo de los Juegos Olímpicos.
Hungría es la mayor potencia mundial en waterpolo. Dueña de 9 medallas de oro, 3 de plata y 3 de bronce, ha sido el país que más medallas ha conseguido en una disciplina a lo largo de la historia. El documental se centra en la historia de los jugadores, sus vivencias, el recuerdo de aquellos años. La calidad de las imágenes de archivo son impactantes y los testimonios dan cuenta de la difícil situación que pasaban, tanto los jugadores, como así también la población entera.
En el momento del levantamiento, el equipo de waterpolo húngaro estaba en un campo de entrenamiento en las montañas cerca de Budapest. Desde allí podían oír los disparos y ver las columnas de humo. El equipo era el vigente campeón olímpico; con los juegos de Melbourne a menos de un mes, pronto fueron trasladados más allá de la frontera, a Checoslovaquia, para evitar que se vieran envueltos por la revolución.
Finalmente, el 4 de noviembre, la Unión Soviética despliega la "Operación Torbellino". Más de 10.000 soldados, respaldados por 1150 tanques y artillería aérea, invaden las calles de Budapest. La lucha dura seis días y la Revolución es sofocada. La resistencia organizada finalizó el 10 de noviembre, la revuelta fue aplastada y comenzaron los arrestos en masa, lo que provocó que unos 20.000 húngaros huyeran en calidad de refugiados. El balance final fue de 722 muertos y 1.251 heridos del bando soviético y una cifra estimada de 2.500 muertos y 13.000 heridos por parte de los húngaros sublevados, aunque luego serían ejecutadas unas 2.000 personas más. Para enero de 1957, el nuevo gobierno instalado por los soviéticos y liderado por János Kádár había suprimido toda oposición pública.
La delegación nacional húngara ya estaba en Melbourne, donde debatieron si debían competir o no en los Juegos. Finalmente deciden presentarse. El equipo de waterpolo golea a todos sus rivales y accede a las semifinales donde enfrenta a la Unión Soviética. El partido no fue uno más. El estadio estaba lleno y miles de periodistas de todo el mundo cubrieron el evento. El 28 de noviembre se conoce como el "partido más sangriento de la historia".
Aquí es donde se tornan interesantes los testimonios de los jugadores de ambos países. Ahí esta la riqueza del documental. El partido se desarrolló en un clima tenso, marcado por la guerra entre ambos países, por la presión de la prensa y el público. Los jugadores rusos cuentan que el árbitro los perjudicaba constantemente. Relatan jugadas puntuales en las que se favorecieron claramente a los húngaros. Unos minutos antes de finalizar el encuentro y con los ánimos caldeados de un lado y del otro, se produjo la pelea: los jugadores se trenzaron a los puños y el agua de la pileta se tiñó de rojo sangre. Hungría ganaba 4 a 0. La imagen del rostro ensangrentado de la estrella del equipo húngaro, Ervin Zador, recorrió el mundo. La prensa se encargó de trasladar el conflicto bélico entre ambos países al deporte. Pero los jugadores entendieron que no era así: "Ellos también fueron víctimas del régimen", contaba Zador, refiriéndose a los representantes soviéticos. El mejor jugador húngaro no pudo disputar la final por una herida importante en su ojo derecho. Igualmente, el equipo consiguió la medalla de oro al derrotar al duro equipo yugoslavo por 2 a 1.
Hay mucho para contar pero el espacio me codea y me recuerda los límites de la palabra. El documental es riquísimo pero muy complicado de conseguir. A aquel que sepa bucear y tenga suerte de encontrarlo, podrá disfrutar de una historia dura, difícil pero real.
Hasta la próxima. Abrazo de lucha.
miércoles, noviembre 23, 2011
Cortázar, Torito y yo II

En la primera parte de esta nota introducía a Cortázar y, a través de él y de su cuento "Torito", a Justo Suárez. También estoy yo, muchas décadas después, emocionándome con palabras nuevas, descubriendo que la lectura abría mundos, descubriendo a un boxeador que salió del pozo, probó las mieles, llegó a los Estados Unidos, trompeó y ganó, volvió a su tierra, su gente lo quería, copaba las tribunas, pisaba el centro, peleó contra todos y contra él mismo, empezó a sentir el piso resbaladizo, la tuberculosis, el segundo viaje a Estados Unidos, la primera derrota, la segunda derrota, la derrota final, la tos, la miseria, el olvido, Cosquín, su cama, su hermana, la enfermedad y él, la muerte y Final de Juego. Cortázar, Torito y yo.
Justo Suárez fue el decimoquinto hijo de una familia que tuvo 25 hijos y ya desde su más temprana infancia se vio obligado a rebuscársela para llevar el pan a su casa. Como casi todos los habitantes del barrio de Mataderos, Suárez también trabajó en esos oficios matarifes. En la adolescencia se dio cuenta que sabía pelear, que si se enfrentaba con alguno le ganaba, le daba con la izquierda y abajo, con la derecha y al piso. A los 19 años ya era profesional. Peleó y ganó, peleó y ganó, hasta que un día boxeó por más: en la vieja cancha de River venció a Julio Mocoroa por puntos y consiguió el Título Argentino Liviano. La gloria era suya.
Suárez, de golpe, se llenó de dinero. Le compró un terreno a su madre, se vistió con trajes caros y pisó el centro de la ciudad, un lugar al que los pobres jamás llegaban. Después de bajar a todos los rivales que se le pusieron en frente, el "Torito" tomó un barco hacia Estados Unidos. Otra vez hizo todo a gran velocidad. En cuatro meses realizó 5 peleas y arrasó a sus rivales para rápidamente hacerse un nombre. Volvió al país con todos los laureles. Siguió peleando y siguió ganando.
Luego, vendría el segundo viaje a Nueva York. Suárez iba por el título de rey de los livianos. Tenía mucho y quería todo. Se enfrentó ante Billy Petrolle y perdió por puntos en nueve rounds. Fue su primera derrota como profesional. Todo empezaba a oscurecerse para el Torito de Mataderos.
De vuelta en estas pampas, con una tuberculosis fulminante que de a poco le comía el cuerpo y el espíritu, perdió el cinturón ante Victor Peralta. El ídolo golpeaba sus rodillas en el piso del ring. Caía, y no sabía caer. Su última pelea fue ante su amigo Juan Pathenay. Las crónicas de la época dicen que su rival no quería boxear, no quería tirarle golpes. Así y todo, Suárez tocó la lona. En esto no hay dudas, todos lo dicen: Pathenay lloró; no quería vencer a su amigo, a su ídolo. El estadio también lloró. La carrera de Suárez ya estaba terminada.
Tres años después, el 10 de agosto de 1938, en un hospital de Cosquín, con la única compañía de su hermana y en la miseria total, Suárez moría de tuberculosis. Una multitud acompañó el cortejo fúnebre y llevaron el cajón hasta el Luna Park, para darle un último homenaje en el lugar donde escribió sus páginas más gloriosas. El Torito está enterrado en el cementerio de la Chacarita.
Hoy nos quedan los textos de Cortázar, las crónicas de la época, los recuerdos de los más viejos, las calles con su nombre y el orgullo del barrio. También hay un tango, de Venancio Papayero y música de Venancio Clauso. El estribillo dice: "¡Justo Suárez, solo! ¡Torito viejo, lindazo! Sacálo como vos sabés no le des tiempo, fajálo. ¡Justo Suárez, solo! ¡Torito viejo rompélo! Ya está listo, cruzálo, cruzálo que lo tenés." Y sigue: "De Mataderos al centro, del centro a Nueva York, seguís volteando muñecos, con tu coraje feroz. Cuando te pongan al frente del mismo campeón del mundo, ponete esa papa en la olla, cocinátela a la criolla y por cable la fletás."
Por último, terminando por donde empecé, las palabras de Julio Cortázar, las razones de aquella escritura de "Torito" que son, nada más y nada menos, que las razones de estas líneas: "Un día, estando yo en París, en la época en que vivía todavía en la ciudad universitaria, recordé todo aquello y de golpe me senté a la máquina. En dos horas escribí el cuento, con datos muy precisos sobre sus combates, porque lo había seguido a lo largo de toda su carrera. Durante dos horas me sentí Justo Suárez y escribí como un boxeador."
Hasta la próxima. Abrazo de K.O.
jueves, octubre 27, 2011
La gambeta se llama Garrincha
Se recomienda acompañar la lectura con la música.
Un día como hoy, un 28 de octubre pero del año 1933, nacía en Pau Grande, Río de Janeiro, Manuel Francisco do Santos, "Garrincha", uno de los jugadores más extraordinarios de todos los tiempos. Su historia es conocida por muchos, pero bien vale recordarla: "alguno de sus muchos hermanos lo bautizó "Garrincha", que es el nombre de un pajarito inútil y feo. Cuando empezó a jugar al fútbol, los médicos le hicieron la cruz: diagnosticaron que nunca llegaría a ser deportista este anormal, este pobre resto del hambre y la poliomelitis, burro y cojo, con un cerebro infantil, una columna vertebral hecha una S y las dos piernas torcidas para el mismo lado. Nunca hubo un puntero derecho como él". Palabras de Eduardo Galeano.
Era cierto: su pierna derecha era seis centímetros más larga que la otra. Se puede ver en you tube la forma en la que caminaba, la leve renguera. Nació en la pobreza absoluta y nadie daba dos monedas por ese morocho chueco. Despreocupado, como lo fue toda su vida hasta su muerte, les demostró que podía gambetear a cualquiera. Fue el jugador que más alegría regalaba en las canchas. Ganó las Copas del Mundo de 1958 y 1962, siendo el mejor jugador de todo el torneo en la última de ellas.
Cuando las palabras buscan dibujar la vida de personas como Garrincha, la emoción no se puede contener. Busco ser justo, preciso, jugar con ellas, con las palabras, para no quedarme corto, para poder desagotar todo lo que tengo adentro. A veces no puedo. No encuentro la forma de dar dos pases seguidos y siento que tengo que darle la pelota a los que saben, refugiarme atrás un rato hasta que agarre confianza nuevamente. Levanto la cabeza y le tiro un pelotazo a Alfredo Zitarrosa. El maestro para el balón con el pecho y arranca la jugada de gol: "Lo lleva atado al pie, como una luna atada al flanco de un jinete, lo juega sin saber que juega el sentimiento de una muchedumbre, y le pega tan suave, tan corto, tan bello, que el balón es palomo de comba en el vuelo, y lo toca tan justo, tan leve, tan quedo, que lo limpia de barro y lo cuelga del cielo, ¡y se estremece la gente, y lo ovaciona la gente!"
No puedo hacer nada, absolutamente nada ante la poesía precisa y bella de Zitarrosa. El maestro uruguayo compuso este tema llamado "Garrincha" y es una de las canciones más lindas que he escuchado en mi vida. No es fácil unir los universos, no es fácil combinar el fútbol con la música y que el resultado sea más que la suma de las partes. La letra define a Garrincha, su manera de jugar, su manera de vivir, el amor de la gente, el pueblo, el ocaso del ídolo y la tristeza de todos cuando llegó el final. Zitarrosa escribe y con sus palabras une la distancia enorme entre el amor que supo recibir Garrincha y el olvido y el desprecio con el que murió. ¿Cómo funcionan los sentimientos latinoamericanos? ¿Qué pasa con la pasión desbordante que damos y que luego quitamos sin miramientos? ¿Es así como lo digo? Yo me hago las mismas preguntas que él: "¿Quién se llevó de pronto la multitud? ¿Quién le robó de pronto la juventud? ¿Quién le quitó de un golpe el hechizo mágico del balón? ¿Quién le enredó en la sombra la pierna, el flanco y el corazón? ¿Quién le llenó su copa en la soledad? ¿Quién lo empujó de golpe a la realidad? ¿Quién lo volvió al suburbio penoso y turbio de la niñez? ¿Quién le gritó en la cara: –Usted no es nada, ya no es usted?".
La fuerza que tiene la letra de este tema es increíble. Leo las preguntas y me dan ganas de repetirlas. Me sumerjo en un bar, en una charla con amigos, en la décima copa bebida, en las luces de la noche, y pongo mi mano en el hombro de un compañero y le pregunto: "¡¿quién le quitó de un golpe el hechizo mágico del balón?!". Quisiera llorar.
Garrincha se casó tres veces y tuvo 14 hijos reconocidos. Ocho hijas de su primer matrimonio con Nair; uno de Elsa Soares (Garrinchinha, fallecido en accidente de tránsito); dos con Iraci; otro con Vanderleia; otro en Suecia (Ulf Linberg, fruto de un romance en la Copa del Mundo de 1958), y Rosangela, reconocida por una prueba de ADN. El tipo hizo todo lo que quiso. Desparramó 14 veces su apellido y la única herencia que dejó fue el recuerdo de sus gambetas, el amague para adentro y la salida por afuera. Centro y gol.
El 20 de enero de 1983 Garrincha murió a los 49 años de cirrosis hepática. Ganó todas las copas que quiso, las llenó con aguardiente y se las tomó. "Yo no vivo la vida, la vida me vive a mí", decía. La muerte lo encontró en la pobreza extrema y en la soledad inédita. El jugador del pueblo se les escapó a todos.
"El último balón lo para con el pecho y junto al pie lo duerme, lo mira y sólo ve cenizas del amor que estremeció a la gente, y lo pierde en la hierba, lo deja, lo olvida, no lo quiere, le teme, no puede, no atina, y se siente de nuevo enterrado en la vida, y el balón se le escapa entre insultos y risas, ¡y se enfurece la gente, y le abuchea la gente! ¿Quién se llevó de pronto la multitud?..."
Hasta la próxima. Abrazo, centro y gol.
martes, octubre 25, 2011
Mis propias elecciones
Nota que NO fue publicada en el Diario Alfil por ser "muy autoreferencial". Espero que mis palabras jamás dejen de ser "muy autoreferenciales". Acá la comparto. Abrazo!

“A vos te encantaría ir a votar”, me había dicho Paco en las Primarias pasadas. Es verdad. El es mi amigo, sabe cómo soy, conoce las cosas que me gustan, las pequeñas cosas que yo me encargo de hacer grandes.
Jamás en mis casi tres décadas de existencia he ido a votar. Los destinos paternos quisieron que yo naciera en un lugar tan lejos y tan distinto a Córdoba: Toronto, Canadá. Mi documento de identidad es morado (o bordó), el número empieza con 92 y la foto no está ni en la primera ni en la segunda página, está en la tercera. “Hola don, sáqueme una fotocopia de las TRES primeras páginas del Dni, por favor”. En la primaria todos me conocían pero siempre había alguno que me preguntaba cosas que no sabía o que jamás me había preguntado como si sabía hablar en canadiense, o si me acordaba de algo, o si tenía amigos allá, o si se desataba una guerra y me llamaban tenía que ir. Después, pasaba de grado y alguna señorita gritaba con tono aleccionador “¿quién se hizo el gracioso y puso el número de documento 92.541.248?”. Y de vuelta explicar el mismo versito: yo señorita, fui yo, lo que pasa es que nací en Canadá. Mis papás se fueron a vivir ahí en el ’77 y estuvieron seis años, hasta el ’83. Nació mi hermana (que sí se acuerda de algunas cosas) y nací yo, el 13 de junio del ’82. Llegué al país con un año y medio de edad. No me acuerdo de nada, no sé hablar en nada, no entiendo nada, señorita.
En el secundario lo mismo y en la facultad parecido. Haber nacido en otro país es un poco más y un poco menos que una anécdota. Yo me siento más cordobés que el vino con Prity y el choripán a la salida del Abasto, pero mi Dni dice otra cosa. Si jamás saqué la nacionalidad argentina (el documento verde) fue porque jamás arreglé el cuerito de la canilla del baño, o la humedad en la pieza, o bañé a los perros. Siempre ocupó un lugar despreocupado, junto con el resto de los deberes que nunca hice en mi vida.
Pero es raro. Nunca fui a votar. Tengo un recuerdo muy liviano de mi infancia en el que (creo) acompañé a mi viejo a la escuela donde antes votaban los varones. No sé nada de sufragios, de bocas de urnas, de presidentes de mesa, primer suplente, segundo suplente.
Todos los domingos vuelvo al barrio. Hace cinco años que me fui pero mis viejos siguen allí. Aprovecho para comer bien, recibir los mimos maternos, ver todos los partidos de fútbol habidos y por haber y tomar mate de mi viejo matecito de madera. Ayer, con todo esto en mi cabeza, decidí cortar mi virginidad, agarré mi libreta, una lapicera y me fui a la Escuela que me vio crecer, la Leopoldo Lugones.
Hacía casi 20 años que no entraba al “cole”. Ahí estaba el primer patio donde bailé en todos los actos de fin de año para que me pusieran un excelente en música y en cualquier otra materia. Los baños, el color de las puertas, la altura de los techos, la columna donde contábamos hasta veinte cuando jugábamos a la escondida en los recreos. En el segundo patio ya no estaban los aros de básquet que había donado el papá de Juanca, ahora hay otros, más nuevos, pintados y todo. Las dimensiones de mi niñez cambian asombrosamente. Siempre pasa, los recuerdos son así, pero no puedo impedir la emoción.
Deambulo por la escuela y me siento un sospechoso, tengo la sensación de que va a venir un cana y me va a decir “usted no tiene que estar acá, váyase”. Me cruzo con gente conocida, vecinos. Me preguntan si ya voté, les recuerdo mi vida y me dicen “ah, cierto”. Les explico lo que estoy haciendo, lo que quiero hacer, lo que estoy sintiendo. Ellos miran el colegio, asienten, pero no les significa una novedad. Reconozco algunas caras en las mesas, otros me miran y levantan una mano con una sonrisa, les devuelvo el saludo aunque no sepa quiénes son. Me quedo un rato largo paseando pero no me puedo sacar la sensación de saberme fuera de lugar. Otro vecino me ve salir y se ofrece llevarme a casa. Le digo que no, que voy a quedarme a dar una vuelta.
Es verdad, me encantaría votar. Para mucha gente es un trámite aburrido y engorroso que les roba tiempo al domingo. Yo, que lo vi siempre desde afuera, quisiera sentirlo alguna vez. Es que los días de elecciones se generan cosas distintas en las rutinas. Es difícil de explicar pero sucede lo mismo con esos grandes acontecimientos como los censos, los partidos del mundial, la navidad y el año nuevo. Es volver a reencontarte con miles de caras y verte en cada una de ellas. Es ver el tiempo detenido.
Esta es una columna de deportes. Generalmente, los fines de semana el deporte explota y sirve de alimento a las palabras de los lunes. En Argentina se paró la pelota y lo más importante fue que Messi erró un penal y el Barsa no ganó. Él nació acá y vive allá hace mucho. Me pregunto si habrá votado alguna vez…
Hasta la próxima. Abrazo de victoria.

“A vos te encantaría ir a votar”, me había dicho Paco en las Primarias pasadas. Es verdad. El es mi amigo, sabe cómo soy, conoce las cosas que me gustan, las pequeñas cosas que yo me encargo de hacer grandes.
Jamás en mis casi tres décadas de existencia he ido a votar. Los destinos paternos quisieron que yo naciera en un lugar tan lejos y tan distinto a Córdoba: Toronto, Canadá. Mi documento de identidad es morado (o bordó), el número empieza con 92 y la foto no está ni en la primera ni en la segunda página, está en la tercera. “Hola don, sáqueme una fotocopia de las TRES primeras páginas del Dni, por favor”. En la primaria todos me conocían pero siempre había alguno que me preguntaba cosas que no sabía o que jamás me había preguntado como si sabía hablar en canadiense, o si me acordaba de algo, o si tenía amigos allá, o si se desataba una guerra y me llamaban tenía que ir. Después, pasaba de grado y alguna señorita gritaba con tono aleccionador “¿quién se hizo el gracioso y puso el número de documento 92.541.248?”. Y de vuelta explicar el mismo versito: yo señorita, fui yo, lo que pasa es que nací en Canadá. Mis papás se fueron a vivir ahí en el ’77 y estuvieron seis años, hasta el ’83. Nació mi hermana (que sí se acuerda de algunas cosas) y nací yo, el 13 de junio del ’82. Llegué al país con un año y medio de edad. No me acuerdo de nada, no sé hablar en nada, no entiendo nada, señorita.
En el secundario lo mismo y en la facultad parecido. Haber nacido en otro país es un poco más y un poco menos que una anécdota. Yo me siento más cordobés que el vino con Prity y el choripán a la salida del Abasto, pero mi Dni dice otra cosa. Si jamás saqué la nacionalidad argentina (el documento verde) fue porque jamás arreglé el cuerito de la canilla del baño, o la humedad en la pieza, o bañé a los perros. Siempre ocupó un lugar despreocupado, junto con el resto de los deberes que nunca hice en mi vida.
Pero es raro. Nunca fui a votar. Tengo un recuerdo muy liviano de mi infancia en el que (creo) acompañé a mi viejo a la escuela donde antes votaban los varones. No sé nada de sufragios, de bocas de urnas, de presidentes de mesa, primer suplente, segundo suplente.
Todos los domingos vuelvo al barrio. Hace cinco años que me fui pero mis viejos siguen allí. Aprovecho para comer bien, recibir los mimos maternos, ver todos los partidos de fútbol habidos y por haber y tomar mate de mi viejo matecito de madera. Ayer, con todo esto en mi cabeza, decidí cortar mi virginidad, agarré mi libreta, una lapicera y me fui a la Escuela que me vio crecer, la Leopoldo Lugones.
Hacía casi 20 años que no entraba al “cole”. Ahí estaba el primer patio donde bailé en todos los actos de fin de año para que me pusieran un excelente en música y en cualquier otra materia. Los baños, el color de las puertas, la altura de los techos, la columna donde contábamos hasta veinte cuando jugábamos a la escondida en los recreos. En el segundo patio ya no estaban los aros de básquet que había donado el papá de Juanca, ahora hay otros, más nuevos, pintados y todo. Las dimensiones de mi niñez cambian asombrosamente. Siempre pasa, los recuerdos son así, pero no puedo impedir la emoción.
Deambulo por la escuela y me siento un sospechoso, tengo la sensación de que va a venir un cana y me va a decir “usted no tiene que estar acá, váyase”. Me cruzo con gente conocida, vecinos. Me preguntan si ya voté, les recuerdo mi vida y me dicen “ah, cierto”. Les explico lo que estoy haciendo, lo que quiero hacer, lo que estoy sintiendo. Ellos miran el colegio, asienten, pero no les significa una novedad. Reconozco algunas caras en las mesas, otros me miran y levantan una mano con una sonrisa, les devuelvo el saludo aunque no sepa quiénes son. Me quedo un rato largo paseando pero no me puedo sacar la sensación de saberme fuera de lugar. Otro vecino me ve salir y se ofrece llevarme a casa. Le digo que no, que voy a quedarme a dar una vuelta.
Es verdad, me encantaría votar. Para mucha gente es un trámite aburrido y engorroso que les roba tiempo al domingo. Yo, que lo vi siempre desde afuera, quisiera sentirlo alguna vez. Es que los días de elecciones se generan cosas distintas en las rutinas. Es difícil de explicar pero sucede lo mismo con esos grandes acontecimientos como los censos, los partidos del mundial, la navidad y el año nuevo. Es volver a reencontarte con miles de caras y verte en cada una de ellas. Es ver el tiempo detenido.
Esta es una columna de deportes. Generalmente, los fines de semana el deporte explota y sirve de alimento a las palabras de los lunes. En Argentina se paró la pelota y lo más importante fue que Messi erró un penal y el Barsa no ganó. Él nació acá y vive allá hace mucho. Me pregunto si habrá votado alguna vez…
Hasta la próxima. Abrazo de victoria.
viernes, octubre 21, 2011
Cortázar, Torito y yo I

Las palabras abren puertas a otras palabras: pasen, vengan. Éstas entran y se acomodan para quedarse, para permanecer para siempre en algún rinconcito de la memoria. Es difícil darse cuenta, y mucho más difícil es explicar las sensaciones que provocan. Hablo de palabras y emociones.
Voy a hablar de ambos, pero mejor que empiece uno de ellos: “Yo creo que desde muy pequeño mi desdicha y mi dicha, al mismo tiempo, fue el no aceptar las cosas como dadas. A mí no me bastaba con que me dijeran que eso era una mesa, o que la palabra “madre” era la palabra “madre” y ahí se acaba todo. Al contrario, en el objeto mesa y en la palabra madre empezaba para mí un itinerario misterioso que a veces llegaba a franquear y en el que a veces me estrellaba.” Las palabras pertenecen a Julio Cortázar y describen un pedazo de universo, su historia de vida y los impulsos que lo llevaron a escribir. La cita (me) servirá para atar cabos con las palabras venideras, las que van desde este presente a aquellos pasados.
Supongo que andaba por mis 23 años. Hacía poco que había a “aprendido” a leer de nuevo, y si coloco las comillas es porque el colegio secundario y la pereza que desarrollé durante esos años, arrasaron con mi capacidad de lectura. Durante mi adolescencia no leí nada que no fuera una crónica deportiva o el epígrafe de una foto. Luego, en la universidad, los textos me golpeaban en la cara recordándome que no sabía leer, que no podía entender un concepto más o menos abstracto. Decía, que andaba por mis 23 años, descubriendo la literatura, los autores que hoy me fascinan, entre ellos Cortázar. En uno de sus libros llamado “Final de Juego” hay un relato titulado “Torito”. Su lectura me conmovió. Supe que hablaba de algo real, de un boxeador. Supe que se trataba de Justo Suárez. Ese nombre me llegaba de la mano de Cortázar. El cuento es bellísimo y sirvió para que indagase más sobre este boxeador que todo lo tuvo y todo lo perdió.
Justo Suárez, el “Torito de Mataderos.” Nació y se crió en el barrio de Mataderos, el 5 de Enero de 1909, al sudoeste de la ciudad de Buenos Aires y fue uno de los primeros ídolos populares del deporte argentino. El tipo salió desde abajo y llegó alto, muy alto. Su ascenso fue veloz al igual que su caída. Cuenta el periodista Horacio Pagani: “A los 9 años ya trabajaba, a los 19 era boxeador profesional y a los 29 todo había terminado. Le alcanzaron 29 peleas para convertirse en el ídolo de los argentinos, allá en los años ‘30, cuando golpeaba la crisis de la depresión económica mundial, cuando la figura de Luis Angel Firpo se esfumaba en la memoria, cuando el boxeo -casi una rebelión contra la pobreza- convocaba multitudes en el Parque Romano, en la vieja cancha de River, en el Luna.”
En “Torito”, Cortázar narra en la voz de Suárez los recuerdos de su vida: “Qué le vas a hacer, ñato, cuando estás abajo todos te fajan. Todos, che, hasta el más maula. Te sacuden contra las sogas, te encajan la biaba. Andá, andá, qué venís con consuelos vos. Te conozco, mascarita. Cada vez que pienso en eso, salí de ahí, salí. Vos te creés que yo me desespero, lo que pasa es que no doy más aquí tumbado todo el día. Pucha que son largas las noches de invierno, te acordás del pibe del almacén cómo lo cantaba. Pucha que son largas... Y es así, ñato. Más largas que esperanza'e pobre.” Es el propio Suárez, echado en una cama, inmóvil, con una turbeculosis que lo terminó por matar. Sufre “el Torito”, sufre Cortázar y sufren ellos, los de abajo, el pueblo de Mataderos que lo acompañó en cada pelea, en cada defensa de título.
Aquellas palabras que llegaron a mis ojos y circularon por mi cuerpo efervescente cuando tenía 23 años, hoy vuelven a latir, vuelven a vivir en éstas palabras que son otras, totalmente sentidas pero con la angustia de saberlas insuficientes, incompletas. Serán entonces, la primera parte de otras más, de los renglones venideros.
Cortázar, Torito y yo. Queda mucho por decir. Hasta mañana. Hasta que suene la campana final.
lunes, octubre 10, 2011
Gardel y el deporte. Primera parte
Esta es la primera de una serie de notas que escribí sobre el Gardel y el deporte. En realidad, me di el gusto de escribir sobre lo que quería. Espero, les guste. ¡Un abrazo!

Osvaldo Soriano, uno de los grandes escritores argentinos, decía que cuando se le bloqueaba la mente, cuando la inspiración se le escurría como agua entre las manos y no sabía cómo continuar sus novelas o cuentos, siempre aparecía un gato y le traía las respuestas. De una manera incierta, que sólo él podía descifrar, los felinos le acercaban el pase preciso para continuar la jugada.
De este lado del tiempo, casualidad o causalidad, quiso el destino que una tarde, en medio de un bloqueo angustiante, estuviera sonando en mis parlantes la voz hermosa de Carlos Gardel. Retiré las manos del teclado y, resignado, me quedé como un autista, escuchando. Pasaron los temas, las grabaciones precarias de los años veinte, las letras, esa poética inconfundible del tango. Supe también que esta columna debía ser de deportes. Hice una pausa. Apagué la música y salí.
El mejor método para destrabar un nudo es el tiempo. Claro, pavada de consejo del mío, muy fácil de pronunciar y muy difícil de aplicar cuando las papas queman y el ritmo del medio periodístico espera ansioso las palabras. Pero cuando uno puede escabullirse de la marca pegajosa de la rutina, como un delantero petisito y veloz, las cosas terminan saliendo. La figura del "Zorzal", de Carlos Gardel me inundó de imágenes. He leído mucho sobre este personaje. Me fascina la incertidumbre que rodea su figura. Biógrafos, documentalistas, periodistas y novelistas, hablan de él y siempre dejan un manto de duda sobre sus afirmaciones. La más importante: su nacionalidad. Desconozco la sensación que tendrán los franceses de Gardel pero de este lado del mundo, la puja por su patria verdadera entre Argentina y Uruguay es algo que todavía calienta las discusiones.
Con ese aceptado nivel de incertidumbre me empecé a preguntar varias cosas. Y me propuse escribir, con un altísimo grado de subjetividad, todas esas imágenes que se relacionan con Gardel y el deporte. De la mano del azar y de mi memoria caprichosa, fui reconstruyendo mi propia relación con el Zorzal. ¿Qué puede decir una persona de 29 años sobre él? ¿Porqué todavía sigue generando emociones su figura? ¿Quién es Carlos Gardel? Todavía no lo sé, pero la alegría está en no pensar demasiado las emociones, sino abrir los brazos y dejar que vengan.
Gardel y el fútbol
Lo primero que me propuse descubrir, como argentino y futbolero, era de qué club era hincha Carlos Gardel. No hay muchos tangos que hablaran de fútbol. Hay que recordar un dato no menor: las letras de los tangos no eran de Gardel. El Zorzal las interpretaba, las hacía suyas y luego el pueblo las adoptaba como propias. Igual, se pueden rastrear algunas evidencias concretas. Una de sus canciones se llama "Patadura". La primer estrofa dice así: "Piantáte de la cancha, dejále el puesto a otro / de puro patadura estás siempre en orsay / jamás cachás pelota, la vas de figurita / y no servís siquiera para patear un hands. / Querés jugar de forward y ser como Seoane / y hacer como Tarasca de media cancha un gol. / Burlar a la defensa con pases y gambetas / y ser como Ochoíta el crack de la afición."
Muy bien. En esta primera estrofa nombra a tres jugadores: Manuel Seoane, de Independiente. Domingo Tarasconi ("Tarasca"), de Boca. Y Pedro Ochoa, de Racing, considerado el mejor jugador argentino de la década del ‘20. Racing Club de Avellaneda fue uno de los primeros "clubes grandes" y argentinos. El fútbol, en aquellos años, era monopolizado por los equipos con tradición inglesa. El más conocido: el multicampeón del amateurismo, Alumni. Racing, con su camiseta a rayas celestes y blancas, pudo quebrar la hegemonía británica y salir campeón con planteles criollos. Algunas crónicas de la época, indican que había una amistad entre Gardel y Ochoa y que incluso su apodo, "Ochoíta", le fue puesto por el propio Zorzal.
Sergio Renan, reconocido actor y director de grandes películas como El Silencio de los Héroes y La Tregua, y de otras menos felices como La Fiesta de Todos, cuenta que una vez se enteró de que alguien poseía el carnet de socio de Gardel. Quiso comprarlo, ofreció una suma importante de dinero pero no tuvo suerte.
El juego no es pa' otarios, tenélo por consejo / hay que saber cortarse y ser buen shoteador / En el arco que cuida la dama de tus sueños / mi shot de enamorado acaba de hacer gol.
"El juego no es pa’ otarios". Un maestro. Continuará…

Osvaldo Soriano, uno de los grandes escritores argentinos, decía que cuando se le bloqueaba la mente, cuando la inspiración se le escurría como agua entre las manos y no sabía cómo continuar sus novelas o cuentos, siempre aparecía un gato y le traía las respuestas. De una manera incierta, que sólo él podía descifrar, los felinos le acercaban el pase preciso para continuar la jugada.
De este lado del tiempo, casualidad o causalidad, quiso el destino que una tarde, en medio de un bloqueo angustiante, estuviera sonando en mis parlantes la voz hermosa de Carlos Gardel. Retiré las manos del teclado y, resignado, me quedé como un autista, escuchando. Pasaron los temas, las grabaciones precarias de los años veinte, las letras, esa poética inconfundible del tango. Supe también que esta columna debía ser de deportes. Hice una pausa. Apagué la música y salí.
El mejor método para destrabar un nudo es el tiempo. Claro, pavada de consejo del mío, muy fácil de pronunciar y muy difícil de aplicar cuando las papas queman y el ritmo del medio periodístico espera ansioso las palabras. Pero cuando uno puede escabullirse de la marca pegajosa de la rutina, como un delantero petisito y veloz, las cosas terminan saliendo. La figura del "Zorzal", de Carlos Gardel me inundó de imágenes. He leído mucho sobre este personaje. Me fascina la incertidumbre que rodea su figura. Biógrafos, documentalistas, periodistas y novelistas, hablan de él y siempre dejan un manto de duda sobre sus afirmaciones. La más importante: su nacionalidad. Desconozco la sensación que tendrán los franceses de Gardel pero de este lado del mundo, la puja por su patria verdadera entre Argentina y Uruguay es algo que todavía calienta las discusiones.
Con ese aceptado nivel de incertidumbre me empecé a preguntar varias cosas. Y me propuse escribir, con un altísimo grado de subjetividad, todas esas imágenes que se relacionan con Gardel y el deporte. De la mano del azar y de mi memoria caprichosa, fui reconstruyendo mi propia relación con el Zorzal. ¿Qué puede decir una persona de 29 años sobre él? ¿Porqué todavía sigue generando emociones su figura? ¿Quién es Carlos Gardel? Todavía no lo sé, pero la alegría está en no pensar demasiado las emociones, sino abrir los brazos y dejar que vengan.
Gardel y el fútbol
Lo primero que me propuse descubrir, como argentino y futbolero, era de qué club era hincha Carlos Gardel. No hay muchos tangos que hablaran de fútbol. Hay que recordar un dato no menor: las letras de los tangos no eran de Gardel. El Zorzal las interpretaba, las hacía suyas y luego el pueblo las adoptaba como propias. Igual, se pueden rastrear algunas evidencias concretas. Una de sus canciones se llama "Patadura". La primer estrofa dice así: "Piantáte de la cancha, dejále el puesto a otro / de puro patadura estás siempre en orsay / jamás cachás pelota, la vas de figurita / y no servís siquiera para patear un hands. / Querés jugar de forward y ser como Seoane / y hacer como Tarasca de media cancha un gol. / Burlar a la defensa con pases y gambetas / y ser como Ochoíta el crack de la afición."
Muy bien. En esta primera estrofa nombra a tres jugadores: Manuel Seoane, de Independiente. Domingo Tarasconi ("Tarasca"), de Boca. Y Pedro Ochoa, de Racing, considerado el mejor jugador argentino de la década del ‘20. Racing Club de Avellaneda fue uno de los primeros "clubes grandes" y argentinos. El fútbol, en aquellos años, era monopolizado por los equipos con tradición inglesa. El más conocido: el multicampeón del amateurismo, Alumni. Racing, con su camiseta a rayas celestes y blancas, pudo quebrar la hegemonía británica y salir campeón con planteles criollos. Algunas crónicas de la época, indican que había una amistad entre Gardel y Ochoa y que incluso su apodo, "Ochoíta", le fue puesto por el propio Zorzal.
Sergio Renan, reconocido actor y director de grandes películas como El Silencio de los Héroes y La Tregua, y de otras menos felices como La Fiesta de Todos, cuenta que una vez se enteró de que alguien poseía el carnet de socio de Gardel. Quiso comprarlo, ofreció una suma importante de dinero pero no tuvo suerte.
El juego no es pa' otarios, tenélo por consejo / hay que saber cortarse y ser buen shoteador / En el arco que cuida la dama de tus sueños / mi shot de enamorado acaba de hacer gol.
"El juego no es pa’ otarios". Un maestro. Continuará…
jueves, septiembre 29, 2011
San Lorenzo, Soriano y la historia
Nota del 22 de septiembre.

En 1973, Osvaldo Soriano reconstruyó el nacimiento de San Lorenzo de Almagro. Los de Boedo venían de ganar el bicampeonato de 1972 y la nota se publicó en el diario La Opinión, cuyo director era Jacobo Timerman. Años más tarde volvió a publicar el relato/entrevista en un libro delicioso llamado “Artistas, locos y criminales”, en el cual recopila varias de sus crónicas periodísticas sobre diversos temas. Parte del prólogo a aquella nota decía lo siguiente: “esta reconstrucción sigue pareciéndome apasionante, porque aquella aventura de un puñado de pibes en la primera década del siglo es común al nacimiento de casi todos los clubes de Buenos Aires. Un fenómeno cultural que ha impregnado la vida argentina y que, en el caso de San Lorenzo, me parece una parábola ejemplar del fulgor y la decadencia de una sociedad. Cuando hicimos el reportaje, ni Xarau, ni Giannella, ni nadie podía imaginar que nueve años más tarde San Lorenzo perdería su estadio y sus bienes que costaron tantos esfuerzos. Menos aún, que en 1982 tendría que volver a jugar en la B”.
Osvaldo Soriano fue uno de los primeros escritores “malditos”. Nómade, futbolista, delantero de área, periodista y luego escritor. Sus relatos hablaban de una Argentina peronista, futbolera, nostalgiosa y golpeada. Su padre aparecía en casi todos sus textos como ese sujeto de amor indescifrable, siempre en constante revisión.
Soriano, ya desaparecido, nos sigue contando desde las hojas de sus libros, aún vigentes, de los pasos en falso, de los parias, de los argentinos; “uno no es del todo argentino sin un buen fracaso. Sin una frustración plena, intensa, digna de una pena infinita”, decía. Este país, desde que decidió nacer cantando “coronados de gloria vivamos”, nos cargó de una expectativa alejadísima de nuestras ganas y posibilidades. En el fútbol sucede lo mismo. Para todos los hinchas de todos los cuadros habidos y por haber, su club “es lo más grande que hay”. De ahí la angustia, la “frustración plena, intensa…”.
El presente de San Lorenzo de Almagro, tan cerca del fondo de la tabla, mirando bien de frente (nada de hacerse los que miran de reojo) los numeritos condenadores del promedio, sirven de pretexto para hablar de Soriano y el fútbol.
La mencionada nota sobre el nacimiento del club consiste en una entrevista que realizó Soriano a los últimos dos fundadores en vida, Francisco Xarau y Juan Giannella. Pocos escritores tenían esa capacidad asombrosa de generar los ambientes de lectura/escritura como el Gordo. La elección de las palabras, la descripción de los gestos de los protagonistas. En sus palabras se podían escuchar la voz ronca, el tamborileo de los dedos sobre una mesa, las cejas arqueadas, los gestos más instintivos. Gianella y Xarau cuentan, entre tantas otras cosas, que el nombre del club se lo deben al padre Lorenzo Mazza. Cuenta Gianella que fueron a decirle al padre que querían ponerle al club “Club Atlético Lorenzo Mazza” y que el padre no quiso saber nada. “Nosotros le queríamos hacer el homenaje al padre y ponerle su nombre al club, así que buscamos una vuelta en el asunto. Alguno se acordó de la batalla de San Lorenzo. Fuimos corriendo y el cura aceptó. ‘Bueno, si es por la batalla está bien. Que se llame San Lorenzo de Almagro’. Esto era en abril de 1908”.
Hoy, 22 de septiembre de 2011, la institución está peleando nuevamente en los últimos puestos de la tabla. San Lorenzo, como tantos clubes “grandes” que sintieron durante décadas que la historia los protegería contra todos (incluso contra ellos mismos), hoy corren sin saber para dónde ir. Los logros y los laureles fueron fruto de un presente que luego se convirtió en historia. El ahora es hoy al igual que lo fue ayer.
Francisco Xarau: “El año pasado viví en un ranchito de La Reja. Conservaba recuerdos de la época, pero un día entraron los ladrones y se llevaron todo. Soy socio vitalicio de San Lorenzo, tengo el número cinco y mi foto está en la intendencia del club junto a la de los demás. Entro gratis a la cancha. Me conformo. Trabajé seis años como cuidador de la cancha de bochas del club y me daban un sueldito. Tengo una jubilación chiquita y a los setenta y nueve años no puedo esperar mucho. Los que empezamos éramos menos de veinte, los que hicimos el club unos cien y sólo quedamos dos vivos. También queda Silva, que era de las inferiores. Ahora lo único que me queda por delante es la muerte. Mi amargura no es andar solo y tirado, sino que lo que hice o haya servido para nada. No me refiero al club, que lo hicieron los que vinieron después, sino a la vida. Siempre tuve problemas. Tengo unos sobrinos, pero ellos están en lo suyo y me parece bien. De los viejos, más vale ni acordarse. Aunque alguna vez también hicieron goles”.
Osvaldo Soriano murió el 29 de enero de 1997. Pudo ver a San Lorenzo campeón en 1995 quebrando una racha de 21 años sin títulos. El “Santo”, después de largos años deambulando por casas alquiladas, construyó su estadio, el “Nuevo Gasómetro, pero en el Bajo Flores. Un grupo de hinchas viene peleando para volver a Boedo, a “tierra santa”. Donde supo estar la cancha hoy hay un supermercado.
La historia, como dice Xarau, la hacen los que vienen. Hasta la próxima. Abrazo de gol.

En 1973, Osvaldo Soriano reconstruyó el nacimiento de San Lorenzo de Almagro. Los de Boedo venían de ganar el bicampeonato de 1972 y la nota se publicó en el diario La Opinión, cuyo director era Jacobo Timerman. Años más tarde volvió a publicar el relato/entrevista en un libro delicioso llamado “Artistas, locos y criminales”, en el cual recopila varias de sus crónicas periodísticas sobre diversos temas. Parte del prólogo a aquella nota decía lo siguiente: “esta reconstrucción sigue pareciéndome apasionante, porque aquella aventura de un puñado de pibes en la primera década del siglo es común al nacimiento de casi todos los clubes de Buenos Aires. Un fenómeno cultural que ha impregnado la vida argentina y que, en el caso de San Lorenzo, me parece una parábola ejemplar del fulgor y la decadencia de una sociedad. Cuando hicimos el reportaje, ni Xarau, ni Giannella, ni nadie podía imaginar que nueve años más tarde San Lorenzo perdería su estadio y sus bienes que costaron tantos esfuerzos. Menos aún, que en 1982 tendría que volver a jugar en la B”.
Osvaldo Soriano fue uno de los primeros escritores “malditos”. Nómade, futbolista, delantero de área, periodista y luego escritor. Sus relatos hablaban de una Argentina peronista, futbolera, nostalgiosa y golpeada. Su padre aparecía en casi todos sus textos como ese sujeto de amor indescifrable, siempre en constante revisión.
Soriano, ya desaparecido, nos sigue contando desde las hojas de sus libros, aún vigentes, de los pasos en falso, de los parias, de los argentinos; “uno no es del todo argentino sin un buen fracaso. Sin una frustración plena, intensa, digna de una pena infinita”, decía. Este país, desde que decidió nacer cantando “coronados de gloria vivamos”, nos cargó de una expectativa alejadísima de nuestras ganas y posibilidades. En el fútbol sucede lo mismo. Para todos los hinchas de todos los cuadros habidos y por haber, su club “es lo más grande que hay”. De ahí la angustia, la “frustración plena, intensa…”.
El presente de San Lorenzo de Almagro, tan cerca del fondo de la tabla, mirando bien de frente (nada de hacerse los que miran de reojo) los numeritos condenadores del promedio, sirven de pretexto para hablar de Soriano y el fútbol.
La mencionada nota sobre el nacimiento del club consiste en una entrevista que realizó Soriano a los últimos dos fundadores en vida, Francisco Xarau y Juan Giannella. Pocos escritores tenían esa capacidad asombrosa de generar los ambientes de lectura/escritura como el Gordo. La elección de las palabras, la descripción de los gestos de los protagonistas. En sus palabras se podían escuchar la voz ronca, el tamborileo de los dedos sobre una mesa, las cejas arqueadas, los gestos más instintivos. Gianella y Xarau cuentan, entre tantas otras cosas, que el nombre del club se lo deben al padre Lorenzo Mazza. Cuenta Gianella que fueron a decirle al padre que querían ponerle al club “Club Atlético Lorenzo Mazza” y que el padre no quiso saber nada. “Nosotros le queríamos hacer el homenaje al padre y ponerle su nombre al club, así que buscamos una vuelta en el asunto. Alguno se acordó de la batalla de San Lorenzo. Fuimos corriendo y el cura aceptó. ‘Bueno, si es por la batalla está bien. Que se llame San Lorenzo de Almagro’. Esto era en abril de 1908”.
Hoy, 22 de septiembre de 2011, la institución está peleando nuevamente en los últimos puestos de la tabla. San Lorenzo, como tantos clubes “grandes” que sintieron durante décadas que la historia los protegería contra todos (incluso contra ellos mismos), hoy corren sin saber para dónde ir. Los logros y los laureles fueron fruto de un presente que luego se convirtió en historia. El ahora es hoy al igual que lo fue ayer.
Francisco Xarau: “El año pasado viví en un ranchito de La Reja. Conservaba recuerdos de la época, pero un día entraron los ladrones y se llevaron todo. Soy socio vitalicio de San Lorenzo, tengo el número cinco y mi foto está en la intendencia del club junto a la de los demás. Entro gratis a la cancha. Me conformo. Trabajé seis años como cuidador de la cancha de bochas del club y me daban un sueldito. Tengo una jubilación chiquita y a los setenta y nueve años no puedo esperar mucho. Los que empezamos éramos menos de veinte, los que hicimos el club unos cien y sólo quedamos dos vivos. También queda Silva, que era de las inferiores. Ahora lo único que me queda por delante es la muerte. Mi amargura no es andar solo y tirado, sino que lo que hice o haya servido para nada. No me refiero al club, que lo hicieron los que vinieron después, sino a la vida. Siempre tuve problemas. Tengo unos sobrinos, pero ellos están en lo suyo y me parece bien. De los viejos, más vale ni acordarse. Aunque alguna vez también hicieron goles”.
Osvaldo Soriano murió el 29 de enero de 1997. Pudo ver a San Lorenzo campeón en 1995 quebrando una racha de 21 años sin títulos. El “Santo”, después de largos años deambulando por casas alquiladas, construyó su estadio, el “Nuevo Gasómetro, pero en el Bajo Flores. Un grupo de hinchas viene peleando para volver a Boedo, a “tierra santa”. Donde supo estar la cancha hoy hay un supermercado.
La historia, como dice Xarau, la hacen los que vienen. Hasta la próxima. Abrazo de gol.

jueves, septiembre 22, 2011
Trabajo periódico
Hola, amigos. Iré subiendo por aquí las notas que vaya publicando en el diario. Salen casi todos los días (de l a v) así que haré una selección de las que más me gustan, aquellas que me han dejado más conforme.
Esta salió publicada el miércoles 21.
Se llama "Los locos del fútbol". Allá va!
Los locos del fútbol
En la historia del fútbol argentino se pueden trazar líneas, unir hilos conductores entre hechos, partidos o personajes. Levantando la cabeza, mirando el panorama y aceptando que las elecciones son siempre azarosas, subjetivas y personales, vemos la cancha con claridad, con la certeza de veterano de mil batallas; al trotecito se la paso al “loco”, para que haga lo que sabe.
Existieron y existen miles de jugadores apodados “loco”. Algunos por anécdotas personales, otros por portación de apellido, por inventivas de un relator, por deseos de la hinchada, por aspecto físico o por estar literalmente loco (o casi) Estos tres “locos” tienen similitudes en sus historias de vida, en su juego, en la trayectoria, en la gloria y en el ocaso. Acá están, estos son, los locos del balón.
El primero que inicia esta saga se llamaba Omar Orestes Corbatta. Si la locura se relaciona con la pérdida de razón, pues bueno, a este tipo el mote le venía bárbaro porque lo que hacía con la pelota no entraba en la cabeza de nadie. Era un wing imparable, encaraba por la línea con la pelota atada a los pies, desbordaba, echaba centros con precisión a la cabeza de los goleadores del Racing campeón de 1958 y 1961. Era petiso, tímido, analfabeto y alcohólico. Deambulaba con un diario debajo del brazo y miraba las fotos. Se casó cuatro veces: “Con la primera me fue muy mal; con la segunda me fue mal; con la tercera mal y con la cuarta, mal. Las cuatro me sonaron, pero las quiero lo mismo”, decía Corbatta.
Fue parte de aquel inolvidable equipo que disputó el Sudamericano de 1957, en Lima, los “Carasucias”. Y formó parte del recordado “desastre de Suecia”, en la Copa del Mundo de 1958. Fue dos veces campeón con Racing y con Boca, entre otros tantos logros.
Le decían el “dueño de la raya”, el “arlequín”, el “mago de la gambeta” o el “Garrincha argentino”. La comparación con aquel grandioso wing brasileño no es casual. Ambos vivieron una vida al palo. Fueron los reyes de la cancha y de la noche. Ambos murieron en la miseria total, quebrados, enfermos y solos. Corbatta falleció el 6 de diciembre de 1991 a los 55 años de edad producto de una cirrosis. Hoy, una de las calles que lindantes al Estadio de Racing, lleva su nombre.
Las características que unen a estos tres “locos” del fútbol van complementándose unas con otras. El segundo loco también era wing, petiso, encarador, despreocupado, amante de los amigos y del trago. Se llama René Orlando Housemann. René nació en Santiago del Estero y luego vivió en una de las tantas villas miserias de Buenos Aires. Jugó en Defensores de Belgrano y a los 20 años de edad llegó a Huracán y, de la mano de César Menotti, consiguió el campeonato de 1973, con uno de los mejores equipos de la historia del fútbol argentino. Dicen que jugó borracho, que se escapaba de las concentraciones, que se prendía en cualquier picado en la villa, que así y todo era muy querido por sus compañeros. Dicen que volaba en la cancha. Cuenta Fontanarrosa en su libro “No te vayas campeón”: “René era vértigo y freno. Cuando aparecía él, se aceleraba el partido y, como Ortega, había veces en que daba la impresión de no tener articulaciones”. Sí, eran parecidos y ya veremos porqué.
Houseman disputó el Mundial de Alemania de 1974 y fue campeón del mundo en Argentina 78. Nunca le interesó el dinero. Tuvo mucho y lo perdió. Como un boxeador en decadencia, estuvo a punto de la muerte. Su familia y los amigos lograron alejarlo del alcohol. Hoy, trabaja en el club Huracán de Parque Patricios. Los que lo vieron jugar dicen que con René se fue el último wing.
Por último, más cerca en el tiempo, escribiendo las últimas páginas de su historia está Ariel Arnaldo “el Burrito” Ortega. A éste no le decían loco, pero por su forma de juego, sus idas y venidas, su relación con el alcohol y por el cariño incondicional de la gente, entra en esta saga.
El “Burrito”, al igual que Houseman, nació en el interior profundo de Argentina, más precisamente en Ledesma, provincia de Jujuy. Con 16 años debutó en River Plate, de la mano de Daniel Passarella. Jugó 3 mundiales (94, 98, 2002), fue múltiple campeón con los “millonarios”, y también logró un título con Newells Old Boys. Fue transferido a Europa en varias oportunidades y jamás se sintió feliz. No pudo desplegar su fútbol de gambetas rebeldes. Su lugar en el mundo era en River.
En los últimos años fue noticia por los faltazos a las concentraciones, por su problema con el alcohol y por ciertos incidentes que la prensa no dudó en mostrar. Viene deambulando por varios clubes, con estadías cada vez más cortas. Hoy viste (como lo hiciera alguna vez Houseman) los colores de Defensores de Belgrano, en la Primera B Metropolitana.
A pesar de todo, a pesar de tanto, Ortega, al igual que Corbatta y Houseman, es querido por sus hinchas. A los locos de la gambeta no hay con qué darles. Hasta la próxima. Abrazo de gol.
Esta salió publicada el miércoles 21.
Se llama "Los locos del fútbol". Allá va!
Los locos del fútbol
En la historia del fútbol argentino se pueden trazar líneas, unir hilos conductores entre hechos, partidos o personajes. Levantando la cabeza, mirando el panorama y aceptando que las elecciones son siempre azarosas, subjetivas y personales, vemos la cancha con claridad, con la certeza de veterano de mil batallas; al trotecito se la paso al “loco”, para que haga lo que sabe.
Existieron y existen miles de jugadores apodados “loco”. Algunos por anécdotas personales, otros por portación de apellido, por inventivas de un relator, por deseos de la hinchada, por aspecto físico o por estar literalmente loco (o casi) Estos tres “locos” tienen similitudes en sus historias de vida, en su juego, en la trayectoria, en la gloria y en el ocaso. Acá están, estos son, los locos del balón.
El primero que inicia esta saga se llamaba Omar Orestes Corbatta. Si la locura se relaciona con la pérdida de razón, pues bueno, a este tipo el mote le venía bárbaro porque lo que hacía con la pelota no entraba en la cabeza de nadie. Era un wing imparable, encaraba por la línea con la pelota atada a los pies, desbordaba, echaba centros con precisión a la cabeza de los goleadores del Racing campeón de 1958 y 1961. Era petiso, tímido, analfabeto y alcohólico. Deambulaba con un diario debajo del brazo y miraba las fotos. Se casó cuatro veces: “Con la primera me fue muy mal; con la segunda me fue mal; con la tercera mal y con la cuarta, mal. Las cuatro me sonaron, pero las quiero lo mismo”, decía Corbatta.
Fue parte de aquel inolvidable equipo que disputó el Sudamericano de 1957, en Lima, los “Carasucias”. Y formó parte del recordado “desastre de Suecia”, en la Copa del Mundo de 1958. Fue dos veces campeón con Racing y con Boca, entre otros tantos logros.
Le decían el “dueño de la raya”, el “arlequín”, el “mago de la gambeta” o el “Garrincha argentino”. La comparación con aquel grandioso wing brasileño no es casual. Ambos vivieron una vida al palo. Fueron los reyes de la cancha y de la noche. Ambos murieron en la miseria total, quebrados, enfermos y solos. Corbatta falleció el 6 de diciembre de 1991 a los 55 años de edad producto de una cirrosis. Hoy, una de las calles que lindantes al Estadio de Racing, lleva su nombre.
Las características que unen a estos tres “locos” del fútbol van complementándose unas con otras. El segundo loco también era wing, petiso, encarador, despreocupado, amante de los amigos y del trago. Se llama René Orlando Housemann. René nació en Santiago del Estero y luego vivió en una de las tantas villas miserias de Buenos Aires. Jugó en Defensores de Belgrano y a los 20 años de edad llegó a Huracán y, de la mano de César Menotti, consiguió el campeonato de 1973, con uno de los mejores equipos de la historia del fútbol argentino. Dicen que jugó borracho, que se escapaba de las concentraciones, que se prendía en cualquier picado en la villa, que así y todo era muy querido por sus compañeros. Dicen que volaba en la cancha. Cuenta Fontanarrosa en su libro “No te vayas campeón”: “René era vértigo y freno. Cuando aparecía él, se aceleraba el partido y, como Ortega, había veces en que daba la impresión de no tener articulaciones”. Sí, eran parecidos y ya veremos porqué.
Houseman disputó el Mundial de Alemania de 1974 y fue campeón del mundo en Argentina 78. Nunca le interesó el dinero. Tuvo mucho y lo perdió. Como un boxeador en decadencia, estuvo a punto de la muerte. Su familia y los amigos lograron alejarlo del alcohol. Hoy, trabaja en el club Huracán de Parque Patricios. Los que lo vieron jugar dicen que con René se fue el último wing.
Por último, más cerca en el tiempo, escribiendo las últimas páginas de su historia está Ariel Arnaldo “el Burrito” Ortega. A éste no le decían loco, pero por su forma de juego, sus idas y venidas, su relación con el alcohol y por el cariño incondicional de la gente, entra en esta saga.
El “Burrito”, al igual que Houseman, nació en el interior profundo de Argentina, más precisamente en Ledesma, provincia de Jujuy. Con 16 años debutó en River Plate, de la mano de Daniel Passarella. Jugó 3 mundiales (94, 98, 2002), fue múltiple campeón con los “millonarios”, y también logró un título con Newells Old Boys. Fue transferido a Europa en varias oportunidades y jamás se sintió feliz. No pudo desplegar su fútbol de gambetas rebeldes. Su lugar en el mundo era en River.
En los últimos años fue noticia por los faltazos a las concentraciones, por su problema con el alcohol y por ciertos incidentes que la prensa no dudó en mostrar. Viene deambulando por varios clubes, con estadías cada vez más cortas. Hoy viste (como lo hiciera alguna vez Houseman) los colores de Defensores de Belgrano, en la Primera B Metropolitana.
A pesar de todo, a pesar de tanto, Ortega, al igual que Corbatta y Houseman, es querido por sus hinchas. A los locos de la gambeta no hay con qué darles. Hasta la próxima. Abrazo de gol.
viernes, septiembre 02, 2011
Esta noche por canal 10
Bueno, amigos, esta tarde/noche, en el impredecible horario que va entre las 19 y las 21 hs, por Canal 10, estaremos apareciendo junto a Martin Cardo y Pablo Rodríguez en las pantallas de sus televisores. Será en un pequeño informe que nos hicieron a los tres para contar la experiencia de los "Escritos al Primer Amor. Belgrano, Alberdi y su Gente."
Durante 12 fechas del campeonato pasado repartimos 5000 ejemplares ilustrados de literatura y arte (re)construyendo la historia del club y el barrio, contada por los propios protagonistas. En total se repartieron 60.000 fascículos convirtiéndose en el proyecto de comunicación popular más importante de Córdoba de los últimos tiempos. Se agradece la difusión.
Estamos contentos y queremos que nos vean los dientes.
abrazos!!!
p.d: por acá se puede ver online: http://www.lmcordoba.com.ar/canal10/
Durante 12 fechas del campeonato pasado repartimos 5000 ejemplares ilustrados de literatura y arte (re)construyendo la historia del club y el barrio, contada por los propios protagonistas. En total se repartieron 60.000 fascículos convirtiéndose en el proyecto de comunicación popular más importante de Córdoba de los últimos tiempos. Se agradece la difusión.
Estamos contentos y queremos que nos vean los dientes.
abrazos!!!
p.d: por acá se puede ver online: http://www.lmcordoba.com.ar/canal10/
martes, agosto 23, 2011
Las cosas de Barrio Las Flores IX
Los sentidos del barrio
Camino, como el ciego, a tientas pero seguro. Sé que la vereda del quique está rota, que en la esquina hay un montículo de arena y algo de escombros, que el árbol de la vieja tiene las ramas bajas, que mejor agacharse, que el canasto de la basura, que la verja, que el pozo que avisa no traiciona.
Afuera ladra un perro, es Castelli, luego ladra otro, es el Jefe, luego se escucha una orquesta de ladridos, son el labrador, el coker y el otro mal llevado de la esquina, luego un grito de la madre del maxi que lo llama a comer o lo reta por algo, luego el colectivo, el E5, el que pasa demasiado rápido, el que hace interferencia en mi tele por aire, luego una alarma, la del Ford de al lado, luego otra, la comunitaria, la que suena siempre, luego otro colectivo, el mismo, el E5, pero el que va para el centro, que pasa más rápido porque tiene más calle para acelerar, luego una moto, la del otro vecino, luego una puerta, la del vecino, luego el ladrido de nuestra orquesta, la Negra Poli, Castelli y el Gringuito, luego el resto.
Alguien hace dignidad a la plancha, con huevos fritos o ensalada o puré o fideos, capaz que los de la obra se asan un faldeado y cambian por un ratito los lugares y se saltan los casilleros y ahora, en estos mediodías, los que sienten celos son los que no pueden, no porque no puedan, comer un asado de martes miércoles o viernes con sol de invierno; el olor a bosta de la cloaca de acá a la vuelta, las cagadas en mi jardín, las botellas llenas del frente de la vieja, el agua servida en la calle, lista para correr libre.
Levantando la cabeza, mirando las casas, unos centímetros por sobre el nivel del río que se arma cuando llueve fuerte y es verano y hace calor y los vecinos se arremangan los lompas y se paran en las puertas y putean si el bondi pasa rápido y se arman unas olas y el agua se levanta y fluye y corre para adentro del living sin permiso y sin pausa. Las veredas rotas, quizás por lo mismo y también porque todo creció mucho más de lo planeado, porque no dan abasto los asfaltos y los autos se estacionan arriba de las veredas, a veces por un rato, otras para siempre, como el 504 de la Belardinelli o el Volkswagen 1500, que sirve para medir hasta dónde llegaron las crecidas por la cantidad de ramitas que colecciona adentro.
La pared de afuera se descascara, no aguantará mucho más, paso mi mano y se desprende un pedazo de pintura seca, de reboque malo, lo tiro como una figurita, como si hiciera sapito en un río manso, vuela, pierde equilibrio y cae a la calle, al lado de las hojas secas, y voy y las piso, las destruyo, las hago hablar, las hago gritar, fuerte, hasta llevarme a las mismas hojas de todos los árboles que me dieron sombra, a las caminatas con mi mamá, a las peleas con mi hermana por ver quién pisaba más, quién hacía cantar más fuerte al otoño. Debajo de mi suela siento cómo se estrujan el presente de este barrio con el pasado de los otros.
El gusto por este lugar, el último sentido y el primero también.
Camino, como el ciego, a tientas pero seguro. Sé que la vereda del quique está rota, que en la esquina hay un montículo de arena y algo de escombros, que el árbol de la vieja tiene las ramas bajas, que mejor agacharse, que el canasto de la basura, que la verja, que el pozo que avisa no traiciona.
Afuera ladra un perro, es Castelli, luego ladra otro, es el Jefe, luego se escucha una orquesta de ladridos, son el labrador, el coker y el otro mal llevado de la esquina, luego un grito de la madre del maxi que lo llama a comer o lo reta por algo, luego el colectivo, el E5, el que pasa demasiado rápido, el que hace interferencia en mi tele por aire, luego una alarma, la del Ford de al lado, luego otra, la comunitaria, la que suena siempre, luego otro colectivo, el mismo, el E5, pero el que va para el centro, que pasa más rápido porque tiene más calle para acelerar, luego una moto, la del otro vecino, luego una puerta, la del vecino, luego el ladrido de nuestra orquesta, la Negra Poli, Castelli y el Gringuito, luego el resto.
Alguien hace dignidad a la plancha, con huevos fritos o ensalada o puré o fideos, capaz que los de la obra se asan un faldeado y cambian por un ratito los lugares y se saltan los casilleros y ahora, en estos mediodías, los que sienten celos son los que no pueden, no porque no puedan, comer un asado de martes miércoles o viernes con sol de invierno; el olor a bosta de la cloaca de acá a la vuelta, las cagadas en mi jardín, las botellas llenas del frente de la vieja, el agua servida en la calle, lista para correr libre.
Levantando la cabeza, mirando las casas, unos centímetros por sobre el nivel del río que se arma cuando llueve fuerte y es verano y hace calor y los vecinos se arremangan los lompas y se paran en las puertas y putean si el bondi pasa rápido y se arman unas olas y el agua se levanta y fluye y corre para adentro del living sin permiso y sin pausa. Las veredas rotas, quizás por lo mismo y también porque todo creció mucho más de lo planeado, porque no dan abasto los asfaltos y los autos se estacionan arriba de las veredas, a veces por un rato, otras para siempre, como el 504 de la Belardinelli o el Volkswagen 1500, que sirve para medir hasta dónde llegaron las crecidas por la cantidad de ramitas que colecciona adentro.
La pared de afuera se descascara, no aguantará mucho más, paso mi mano y se desprende un pedazo de pintura seca, de reboque malo, lo tiro como una figurita, como si hiciera sapito en un río manso, vuela, pierde equilibrio y cae a la calle, al lado de las hojas secas, y voy y las piso, las destruyo, las hago hablar, las hago gritar, fuerte, hasta llevarme a las mismas hojas de todos los árboles que me dieron sombra, a las caminatas con mi mamá, a las peleas con mi hermana por ver quién pisaba más, quién hacía cantar más fuerte al otoño. Debajo de mi suela siento cómo se estrujan el presente de este barrio con el pasado de los otros.
El gusto por este lugar, el último sentido y el primero también.
miércoles, agosto 03, 2011
viernes, julio 22, 2011
No me ama ?
NO ME AMA (SHE DOESN'T LOVE ME) from santiago capulos on Vimeo.
estoy perdidamente enamorado de este corto
sábado, julio 09, 2011
jueves, junio 23, 2011
historia, hacete un lado
¿cómo hacer para no caer en un lugar común? ¿Cómo hacer para escribir algo que no haya sido dicho hasta el hartazgo? El primer problema (que es a la vez lo más lindo) es que todo el mundo habló, habla y hablará de esto. Los medios de comunicación están tirando paladas de pólvora sobre un fuego amenazante. A ellos no les daremos importancia porque la trascendencia de este momento la da la gente, en la calle. Todos tienen algo para decir aunque sea repetir lo escuchado. La literatura está viva.
Estas palabras se publican aquí sin la menor previsión. Traduciendo: no sé qué mierda vendrá después de esta palabra, peor aun, después del siguiente punto y seguido.
Toda la semana vino cargada y el día del partido la ansiedad desbordaba todos mis diques. El asado a las seis de la tarde, la jarra de fernet, las charlas con los amigos ayudaron a despejar la cabeza por un rato y, al mismo tiempo, a acelerar ese dínamo de fútbol que tenemos adentro.
En la cancha pasaron cosas raras. La primera fue haber ganado. La gente en la previa vaticinaba una obra de títeres, un cuento de niño con final por todos conocido. Grondona, Passarella, o cualquier otra persona de poder, manejaría con sus dos manos y sus diez dedos, el desarrollo del partido. Desde arriba jugaría con los jugadores, con la gente que fue a la cancha y con los millones de televidentes. Nadie se imagina a River en la B. ¿Por qué? ¿Será que en este país ya pasó todo lo que tenía que pasar? ¿Será que se clausuró la historia entonces lo que es así ya lo es para siempre? ¿Los grandes grandes y los chicos chicos? Acostumbrados a una relación siempre injusta de la justicia todo el mundo pensaba: no importa lo que pase, a River lo salvan.
Anoche lo que pasó fue un partido de fútbol, tan sencillo como eso y tan poco imaginado como eso. Ganó Belgrano dos a cero (el análisis del juego es muy difícil de hacer)Y queda otro partido más en el que cualquiera de los dos puede ganar.
Hubo inexplicables alegrías anoche. Una de ellas fue ver a la gente de River apiñada en esa tribunita de mierda que tenemos, sin lugar para poner sus banderas, sin lugar para mostrar toda su grandeza, sin lugar para su "historia", en esos escalones tan poco correspondientes a lo que son y dicen ser. El equipito de mierda, el Belgrano de Córdoba, el de la canchita, el que les gritaba "se van para la B", sí, ese, les ganó dos a cero.
Ahora ya no importa lo que pase en Buenos Aires. De la misma manera en la que no importaba lo que sucediese anoche. Porque para nosotros esto era una fiesta. Porque hace unos meses estábamos últimos y ahora nos encontramos en la lucha y eso es lo que cuenta. Porque nadie daba dos monedas por nosotros y ahora están todos mirando en la billetera, tanteando los bolsillos.
Anoche, luego del brindis reglamentario con los amigos de tribuna, me fui a esperar el colectivo. En el medio me topé con cientos de hinchas que se iban a festejar al Patio Olmos. Allí me crucé con Sergio Cejas, fotógrafo de La Voz. Le dije: "loco, vos nos sacaste una foto hace unos meses en la tribuna. El titular era 'el peor de todos'. Mirá dónde estamos ahora".El tipo se acordó, se cagó de risa y me dio un abrazo. "Yo no escribo los titulares, pibe" Y se fue corriendo al cierre de la edición.
Ayer cerré los ojos deseando que el día no se terminara más...
Estas palabras se publican aquí sin la menor previsión. Traduciendo: no sé qué mierda vendrá después de esta palabra, peor aun, después del siguiente punto y seguido.
Toda la semana vino cargada y el día del partido la ansiedad desbordaba todos mis diques. El asado a las seis de la tarde, la jarra de fernet, las charlas con los amigos ayudaron a despejar la cabeza por un rato y, al mismo tiempo, a acelerar ese dínamo de fútbol que tenemos adentro.
En la cancha pasaron cosas raras. La primera fue haber ganado. La gente en la previa vaticinaba una obra de títeres, un cuento de niño con final por todos conocido. Grondona, Passarella, o cualquier otra persona de poder, manejaría con sus dos manos y sus diez dedos, el desarrollo del partido. Desde arriba jugaría con los jugadores, con la gente que fue a la cancha y con los millones de televidentes. Nadie se imagina a River en la B. ¿Por qué? ¿Será que en este país ya pasó todo lo que tenía que pasar? ¿Será que se clausuró la historia entonces lo que es así ya lo es para siempre? ¿Los grandes grandes y los chicos chicos? Acostumbrados a una relación siempre injusta de la justicia todo el mundo pensaba: no importa lo que pase, a River lo salvan.
Anoche lo que pasó fue un partido de fútbol, tan sencillo como eso y tan poco imaginado como eso. Ganó Belgrano dos a cero (el análisis del juego es muy difícil de hacer)Y queda otro partido más en el que cualquiera de los dos puede ganar.
Hubo inexplicables alegrías anoche. Una de ellas fue ver a la gente de River apiñada en esa tribunita de mierda que tenemos, sin lugar para poner sus banderas, sin lugar para mostrar toda su grandeza, sin lugar para su "historia", en esos escalones tan poco correspondientes a lo que son y dicen ser. El equipito de mierda, el Belgrano de Córdoba, el de la canchita, el que les gritaba "se van para la B", sí, ese, les ganó dos a cero.
Ahora ya no importa lo que pase en Buenos Aires. De la misma manera en la que no importaba lo que sucediese anoche. Porque para nosotros esto era una fiesta. Porque hace unos meses estábamos últimos y ahora nos encontramos en la lucha y eso es lo que cuenta. Porque nadie daba dos monedas por nosotros y ahora están todos mirando en la billetera, tanteando los bolsillos.
Anoche, luego del brindis reglamentario con los amigos de tribuna, me fui a esperar el colectivo. En el medio me topé con cientos de hinchas que se iban a festejar al Patio Olmos. Allí me crucé con Sergio Cejas, fotógrafo de La Voz. Le dije: "loco, vos nos sacaste una foto hace unos meses en la tribuna. El titular era 'el peor de todos'. Mirá dónde estamos ahora".El tipo se acordó, se cagó de risa y me dio un abrazo. "Yo no escribo los titulares, pibe" Y se fue corriendo al cierre de la edición.
Ayer cerré los ojos deseando que el día no se terminara más...
viernes, junio 10, 2011
cosas encontradas, cosas inconclusas
Siempre que quiero contar algo, cuento una historia.
Aprendizaje inconsciente, quizás, de tanto chiste cordobés, de nudo larguísimo, de momentos altos en el medio y remate sin importancia. Porque el humor de Córdoba late en las pequeñas cosas, en la descripción de un apodo, en el ruido de un caño de escape, en el olor de un pedo, en los griteríos de un borracho (porque para nosotros, nosotros estamos siempre borrachos). Así nos vamos por las ramas, regamos todo y se forma un gran follaje y ya nadie necesita recordar el momento en que plantamos la semilla de la anécdota o del chiste. Y con tanto verde, con tanto hermoso árbol, el resto es decorado. Si podemos rematarlo, mejor, sino…
Aprendizaje inconsciente, quizás, de tanto chiste cordobés, de nudo larguísimo, de momentos altos en el medio y remate sin importancia. Porque el humor de Córdoba late en las pequeñas cosas, en la descripción de un apodo, en el ruido de un caño de escape, en el olor de un pedo, en los griteríos de un borracho (porque para nosotros, nosotros estamos siempre borrachos). Así nos vamos por las ramas, regamos todo y se forma un gran follaje y ya nadie necesita recordar el momento en que plantamos la semilla de la anécdota o del chiste. Y con tanto verde, con tanto hermoso árbol, el resto es decorado. Si podemos rematarlo, mejor, sino…
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