lunes, septiembre 22, 2014

El hombre que quería escribir (Folletín) Segunda entrega

2

Martes


El lunes me había pasado todo el día pensando en si estaba bien o estaba mal concretar mi sueño de ser escritor. Recordé que en el colegio primario las señoritas siempre me felicitaban por mi imaginación. No sé qué pasó en el secundario pero la cosa fue completamente distinta.

No me importó demasiado y decidí quedarme con el recuerdo de mi tierna edad, darle bola a eso, a la etapa más pura de mi vida, a la niñez imperturbable y sin desvíos.

Recordé que Daniel una vez me había contado una historia, hace muchos años, sobre una chica que había conocido. Salí de trabajar y me fui directamente para su casa. Luego de los abrazos, de la charla sobre fútbol, de los cómo andás y los tanto tiempo que no nos vemos, me zambullí en el tema.

- Quiero escribir –le dije, serio y decidido.

Daniel me miró un poco asustado, sus ojos eran pura incredulidad.

- Está bien, no tengo mucho crédito, pero tomá, usá el mío –me dijo extendiendo su viejo celular.

Otro más. Estoy rodeado de los mismos tipos.

- No, Daniel, no. Quiero escribir, escribir una novela o un cuento. Eso, empezar por un cuento y después, si me sale bien, sí, largarme a algo más grande, más ambicioso –exclamé con emoción. 
- Eh, qué bueno, Gordo, me parece muy bien –me alentó Daniel, que me seguía diciendo Gordo por eso de que de chico era un poco gordo. 
- Sí, estoy decidido, por eso vine a verte. 
- ¿A mí?  -preguntó extrañado- ¿Necesitás plata?
- No, boludo. O bueno, capaz que sí, pero más adelante. Te vengo a ver porque quiero que me cuentes tu historia.
- ¿La historia de mi vida? –preguntó. 
- No, Daniel,  no. Tu vida es una mierda. Quiero que me cuentes sobre esa chica que conociste cuando tenías unos 20 años, que te enamoraste y que la buscabas y no la encontrabas. Esa chica que…
- Laura –interrumpió él- Se llama Laura. Y no tenía 20, tenía 16. Y ustedes se me cagaron de risa cuando les conté en aquel momento. Se me siguieron cagando de risa. ¡Hasta el día de hoy se me cagan de risa! –dijo enojado. 

Es cierto, algunos pueden ser muy crueles en nuestro grupo, y especialmente contra Daniel, que es tan boludo a veces.
- Yo no te dije nunca nada, eh –me atajé- Si a mí esa historia siempre me gustó –inventé.

Daniel masculló un rato. Tomamos algo, desviamos el tema, le volvimos a entrar, nos volvimos a desviar y luego, tras un rato de charla, volvió a recordar aquel momento, aquellos instantes donde vivió una historia digna de ser rescatada por un escritor de mi talla.

- ¿Por dónde empiezo? –preguntó. 
- Por el principio –dije, crucé las piernas y apoyé la pera con la palma de mi mano. Esas frases de las películas me encantan. No sabía bien cómo tendría que hacer para que me cuente su historia, de qué manera me iba a servir, si tenía que tomar apuntes, si lo debía grabar. No tenía nada, así que daba lo mismo. Me sentí un detective. Debería escribir alguna historia sobre un detective. Siempre me gustaron.

- ¿Te acordás que con mis viejos siempre veraneábamos en las sierras? 
- Sí, en La Falda –mentí. 
- No, en La Falda no, nada que ver. Siempre íbamos para el lado de La Cumbrecita, Santa Rosa de Calamuchita. 
- Ah, sí, sí, cierto –volví a mentir. 
- Bueno, resulta que a mi viejo, que era muy rompe bolas, te debés acordar, se le había puesto que teníamos que salir el domingo bien temprano a la mañana. Mi vieja y mi hermana estaban de acuerdo. Mi vieja nunca contradecía a mi viejo y mi hermana era más chica. Yo tenía 16 años, estaba en plena pelotudez. 
- ¡Sí! ¡Tenías toda la cara llena de granos! –recordé- Y ese corte de pelo horrible –dije riéndome. 
- No pongas eso en el cuento. Pelotudo. 
- Eh…
- Bueno, sigo. La cosa es que ese sábado teníamos el cumpleaños de 15 de la Andreíta López y había que ir sí o sí.
- Uuuh, la Andrea López, qué hermosa que era de chica. 
- Una bestia. Después se puso gorda –recordó.  
- Como la madre –completé. 
- Como la madre. Y bueno, yo me cambié para ir, mi viejo me agarró en la puerta, me gritó, me dijo que mañana no iba a poder levantarme nadie, que me iban a llamar una sola vez y que si no me levantaban me dejaban durmiendo, que después me las arreglara para ir. Y bueno, discutimos, andá a saber qué le dije y me fui. Fue un fiestón, ¿te acordás? 
- No mucho, la verdad –respondí. 
- Vos te chapaste a la prima de la Andrea, a la gorda –me recordó.

La puta madre, tenía razón. Me había chapado a la gorda. Igual la pasé bárbaro. A esa edad, y a esta también, me chapaba cualquier cosa.

- Eh, pero la gorda me tocó todo –le recordé- Imaginate, creo que hasta me vine encima. A esa edad uno era un volcán, estábamos más calientes que la mierda. 
- A esa edad y a esta también, Gordo. Vos siempre fuiste igual.
Me cago en la mierda. Este culiado me conoce demasiado. 
- La cosa es que esa noche volvimos tardísimo. Era esa época en que recién empezábamos a tomar y que nos poníamos en pedo con dos tragos de cualquier cosa. Y vos recordarás que yo siempre me ponía en pedo –concluyó. 
- Ahora también te ponés en pedo.
- Sí, pero antes era peor –dijo clausurando el tema. 
- Bueno, volviste borracho, te quisieron despertar, no pudieron y entonces qué. 
- Eso. Al parecer me zamarrearon, me gritaron y yo nada. No me acuerdo. Todo esto me lo contó mi vieja después. Resulta que ahora me tenía que ir para Santa Rosa y no tenía un mango, así que decidí hacer dedo. No sé de dónde saqué ese coraje porque yo era más bien cagón. No acotes nada por favor –dijo frenándome antes que acotara algo- Me tomé el colectivo, creo que era uno de los 30, me bajé en las afueras de la ciudad, ahí donde está la Universidad Católica e hice dedo. No sabía ni cómo hacer dedo. Estuve como 40 minutos ahí, en el medio de la nada, porque en aquel entonces no había nada ahí, y me entró a agarrar la desesperación. ¿Por qué mierda no le pedí plata a mi abuela, o algún vecino? Pensaba al costado de la ruta, conteniendo el llanto. En una de esas, un golpe de suerte. Frena un auto viejo, echo mierda. Una renoleta con dos viejos. “Vamos para Alta Gracia”, me dijeron. Y me subí. Era la primera vez que hacía dedo. Conocía el camino casi de memoria, o por lo menos eso creía. Recuerdo estar sintiendo una alegría que era inexplicable, novedosa. Los viejitos me dejaron en Alta Gracia, en la estación de servicio de la rotonda, donde tantas veces haría dedo después. No habrán pasado 15 minutos que frena un R12 Break, con una casilla rodante atrás. Familia de padre, madre e hija.
- Laura –dije yo sin aportar demasiado descubrimiento.
- Sí, Laura. Me senté atrás, con ella. No te puedo explicar el nerviosismo que tenía. 
- Era hermosa –afirmé preguntando.
- ¡Hermosísima! No la podía mirar a los ojos. Iba calladito, mirando por la ventana. El padre cada tanto me hablaba por el retrovisor, me preguntaba que a qué parte de Santa Rosa iba, porque ellos también iban para allá. Y no puedo tener más ocote: ellos también van al camping. Qué suerte, pienso, me llevan directo. Ni en mis sueños pasaba la posibilidad de siquiera hablarle a esa hermosa. 
- ¿Para tanto che?
- Sí, Gordo. Fue una edad de mierda para mí. Tenía aparatos, granos en la cara y ese corte de mierda. ¿Cómo puedo ser tan boludo y haber tenido ese corte de pelo? –exclamó con pena.-
- No era tan feo… –mentí nuevamente. 
- Bueno, la cosa es que estábamos viajando. Me acuerdo que al padre le gustaba el folclore y que íbamos escuchando un casete de no sé quién. Para mí el folclore es todo lo mismo. 
- Sí, para mí también. 
- Ponchos, griterío y la tierra y la concha de su madre –completó Daniel. 
-
- Bueno, y entonces ahí estábamos. Llegando al dique de Los Molinos siento una voz dulce, que me envuelve, que me mueve todas las estanterías: “¿A qué cole vas?”. Aaaaah –exclamó sonriendo- me puse tan nervioso que se me trabó  la lengua. “Al cassaffousth”, respondí con dificultad. “Ese es de chicos solos ¿verdad?”, dijo ella. “Sí, es técnico”. “Qué lástima”, respondió ella. Yo me quedé mirándola con toda mi cara de pelotudo y ella no me quitó la mirada de encima. No pude aguantarle los ojos, sonreí nervioso y agaché la cabeza con vergüenza... 

...Pensé que eso sería todo, que no me hablaría más, por cagón, por granudo, por ese corte de pelo horrible. Pero no. Volvió a insistirme, comenzó a preguntarme las cosas que se preguntaban a esa edad: que qué materia te gusta más, qué tal los preceptores, si ponen muchas amonestaciones, su hacen fiestas, si me estoy llevando alguna a diciembre. Lentamente fui perdiendo mi timidez. No sé cómo pero no pudimos para de charlar durante el resto del viaje. Era todo ella. Era ella la que tenía las riendas de todo. Me envolvía, me hacía sentir que no era un idiota, era hermosa y me hacía sentir también… hermoso. No sé cómo decirlo. Hacía chistes y me los festejaba, me miraba interesada ante cualquier boludez de mi vida que le contara. Cada tanto, cuando estallaba en alguna de esas carcajadas hermosas, apoyaba su mano en mi rodilla, y se tapaba la cara porque se le salía la sonrisa. Tenía una sonrisa tan hermosa, de esas que te enamoran. Su mano en mi rodilla me electrificaba el cuerpo. 

Así estuvimos durante todo el viaje. Al entrar a Santa Rosa me percaté de algo que siempre estuvo presente pero que yo no me había dado cuenta: ellos iban al mismo camping que yo. Volví a ponerme nervioso, muy nervioso. Entró el R12, esquivando pozos y charcos, porque había llovido la noche anterior. Por la ventanilla vi el auto de mi viejo, y a mi viejo, con su malla amarilla, la panza, las chancletas. Qué vergüenza que me daba mi viejo a veces. Mi vieja, haciendo crucigramas. Y mi hermana, chiquita, jugando con otros nenes. 

- ¿A dónde está tu carpa?  -preguntó su padre. 
- Me bajo acá, no se haga drama –dije, abriendo el seguro y bajándome casi con el auto en movimiento, huyendo.

Me estaba yendo, con la cabeza en los lugares incorrectos, pensando en que mi familia me avergonzaba y sentí que me agarraba de la mano y me decía “chau”. “Chau”, le respondí. “Te busco más tarde para ir al río”, dijo ella. No lo podía creer. “Dale”, respondí. Me soltó y me fui caminando rápido hacia mi familia, donde mi padre me esperaba, en cuero, con los brazos en jarra, manchado de negro por estar batallando con un carbón demasiado húmedo para el asado dominguero. 

No pude probar bocado. Mi padre me aleccionó con una de sus aseveraciones clásicas: “éste no puede comer porque anoche se emborrachó”, me señalaba con un tenedor cargado de chinchulines. Se mandaba el bocado y seguía hablando: “cuando chupás así no podés comer nada al otro día. Ya te voy a dar a vos con que caigas borracho a casa. Decí que no te agarré, que si no te metía a la ducha fría”. Mi viejo me amenazaba pero yo no lo podía escuchar. Sólo tenía su voz en mi cabeza, la de ella, la de Laura: “te busco más tarde”. ¿Me buscaría? ¿Pasaría por mi carpa? ¿Vendría en malla? Si íbamos al río, íbamos para bañarnos. Mi malla es horrible, pensaba. Soy flaco, blanco, con dos pelusas en el pecho. Cuando me vea en cuero le voy a dar asco. Pensaba cualquier cosa, me tiraba abajo, como siempre. No podía ser que una chica linda se fijara en mí. 

Mi familia se fue a dormir la siesta y yo me quedé sentado en una reposera esperando. No hice nada, absolutamente nada en dos o tres horas. No sé cómo pero me dormí, sentado. Algo de razón tenía mi viejo, tenía resaca, había dormido poco. De repente siento como si tuviera un bicho, o un mosquito en la cara. Cuando uno está dormido tiene actos reflejos, como sacarse de encima lo que le pica sin abrir los ojos. Pero seguía sintiendo el bicho. Cuando abrí los ojos la vi. Era ella, que me soplaba, que me despertaba dulcemente, sonriendo. Era demasiado. Tenía puesto un shortcito y una musculosa verde. Esa imagen es la postal inoxidable de mi vida. 

Fuimos el uno para el otro durante una semana. Ibamos juntos al río, al centro, a jugar a los videojuegos, a tomar helado, a caminar. Ella tenía 15, era de barrio General Paz e iba al colegio en la zona. Yo pensé una y mil veces en decirle algo, cualquier cosa: que me gustaba, que era la chica más linda del mundo, que la amaba, que si quería ser mi novia. Pensé todo y nada dije. Sabía que ella se volvería para su casa el domingo siguiente, y los días se pasaban entre una inédita felicidad y una angustia ya común en vida; no quería que se terminara esa semana nunca. 

Llegó el sábado. Habíamos quedado en ir al centro a la noche a pasear. A esta altura ya eran varios los que se habían sumado a nuestra amistad. Dos hermanos de Buenos Aires, uno de 17 y otro de 13. Una chica de 12 y un imbécil de mi edad que era de ahí, de Santa Rosa. El porteño la tenía re contra clara y siempre intentaba hacer cosas con ella. Claro, él era más grande, tenía guita, le robaba el auto al padre, era un combo difícil de igualar. Y era un clásico: alguien siempre se quedaba con la chica que me gustaba. 

Esa noche salimos a la matiné de un boliche de Santa Rosa. Me tomé dos tragos y ya estaba haciendo el ridículo. El porteño la sacaba a bailar y bailaba marcha y se movía. Yo ya estaba resignado, apoyado contra la pared, esperando que pasara un poco el tiempo para volverme al camping y dar por concluida una historia más, una de las tantas que siempre terminaban igual. 

Pero algo pasó. No sé si el porteño se desubicó o qué pero en un momento la vi a ella que venía hacia mí. Estaba incómoda, apurada. “Vamos”, me dijo. “¿A dónde?”, pregunté. “No sé, pero salgamos. Esto es un bodrio”, dijo y salimos. Caminamos hasta el camping, balanceándonos en el andar, chocando nuestros brazos, hombro con hombro, rozándonos las manos. 

- ¿Tenés novia, Daniel? –me preguntó. 

Con un cagazo de novela respondí que no. Me preguntó si me gustaba alguna chica. Respondí que sí. Me preguntó si alguna vez había estado con alguna chica y mentí diciendo que sí. Y en la entrada al camping, debajo de un farolito lleno de insectos, ella agarró mis manos, se elevó un poquito en puntas pie y acercó sus labios a los míos. Era la primera vez que besaba a alguien. Nos besamos, nos besamos mucho. Yo ni siquiera sabía si sabía besar, era un queso. No quería desprenderme de esos labios, no quería que ella alzara la mirada y que se diera cuenta que estaba conmigo y que se quisiera ir corriendo de vergüenza. Nada de eso pasó. Porque ella me miró, sonrió, me dijo que era también la primera vez que besaba a un chico, aunque no le creí porque nunca sentí una lengua tan perfecta como la suya. 

Noté que Daniel tenía los ojos vidriosos. La historia era demasiado perfecta, demasiado de película como  para ser verdad. No podía encararlo así de la nada, estando él tan vulnerable, así que lo dejé seguir escarbando en su recuerdo.

- ¿Y después qué pasó? –pregunté. 
- En algún momento ella se dio cuenta de la hora, dijo “mis viejos me van a matar”. Me besó y se fue, corriendo. 
- ¿Y no le pediste ningún teléfono, dirección de mail, algo? –pregunté con alarma.
- No idiota, no existía el mail en aquel entonces. ¿Cómo hacés para hacer preguntas tan boludas? –me retó. 
- Bueno, la dirección de su casa. El teléfono fijo, el nombre del colegio, algo –enumeré.
- Nada. Me quedé petrificado. Al otro día, cuando me levanté, ellos ya no estaban. 
- ¿Y nunca la buscaste?
- ¡Claro que la busqué! La busqué siempre y… -sentí que se la trababa la garganta, que no había posibilidad de que saliera palabra alguna de ese nudo- y… la sigo buscando –dijo y rompió en llanto.

Era la primera vez que lo veía llorar a Daniel. La primera vez de en serio porque de chico lloraba siempre, era de los llorones. No supe qué hacer. Apoyé mi palma en su espalda. Él me pidió perdón, como piden perdón los que lloran. Me conmovió su historia pero tuve que preguntarle de todos modos si todo lo que me había dicho era verdad, si no había inventado algo.

Se enojó un poco.

- Esta es la única historia, la más linda de las historias de mi vida. Incluso al día de hoy, cuando ya pasaron como veinte años –respondió él, con brutal honestidad.

Quiso seguir hablando pero las palabras se estancaban en la emoción de su garganta. Eran como palabras tratando de avanzar en un pantano. Cuando se relajó pudo contarme de la cantidad de veces que se tomó el colectivo, que pasó por la puerta del colegio en la que ella le había dicho que cursaba, que deambuló y conoció de punta a punta ese maldito barrio General Paz y que nunca la vio. Creyó verla, eso sí, miles de veces. Finalmente, y en un último suspiro de llanto me dijo que tenía miedo de no reconocerla si se la cruzaba.

Media hora después me preguntó si escribiría su historia. Le respondí que sería imposible, que esta era su historia, que era hermosa y que debía conservarla, y que si el tiempo pasaba y le nacía lo mismo que a mí, que la debería escribir.

- … y es por eso que la deberías escribir vos –dije finalizando mi respuesta.

En la puerta de su casa nos dimos un abrazo. Caminé hasta la vereda, me di vuelta y le dije:

- Deberías abrirte un perfil de Facebook. Capaz que ahí la encontrás.
- ¿Qué cosa? –preguntó el dinosaurio. 
- Dejá, Dani. ¿Vas mañana a jugar?
- Más vale, llevá canilleras –dijo, y cerró la puerta de su casa.

Al salir de lo de Daniel me fui pensando. Qué historia, por favor. ¿Sería cierta? Sí, no podía ser mentira. Daniel no tenía esa capacidad de mentira elaborada. Quizás algo de eso pasó y él fue completando los huecos de la memoria con relleno de colores. Verdad o mentira, era una linda pero triste anécdota. Qué lástima que Daniel no tenga mis cualidades en la escritura, qué lástima. 

jueves, septiembre 04, 2014

El hombre que quería escribir (Folletín)

1

Domingo.

- ¡Quiero escribir! –exclamé. 
El Perro soltó su vaso, y sin dejar de mirar la pantalla, me pasó su celular.
- Tomá, usa el mío –dijo. 
- No, Perro, no es eso. Quiero escribir ¿me entendés? Quiero escribir algo, cualquier cosa. 
- Un libro, ¿querés escribir un libro? –dijo el Perro atendiendo al corner que se venía. 
La pelota pasó cerca, nos agarramos la cabeza. El Perro puteó al que cabeceó. El Perro puteaba a todos los jugadores, no se salvaba ninguno. 
- Sí, no sé, quiero escribir una novela o un cuento, y si después está bueno publico un libro. ¿Qué pensás? –pregunté ansioso. 
El Perro por primera vez me miró a los ojos. 
- Pero… ¿vos sabés escribir? –preguntó con voz de amigo. 
- Y, escribir sabemos todos ¿no? –dije con dudas. 
Él masticó su sándwich y volvió la mirada al partido. Seguimos así un rato más. Faltaban 15 para que terminara el primer tiempo. ¿Qué hacía pensando esas tonteras? ¿Escribir? ¿Yo? Si siempre me llevé todas las materias relacionadas a eso: castellano, lengua, literatura, historia, geografía. Me llevaba todas. Qué desastre. Ni si quiera me gusta leer. ¿De dónde saco yo esas ideas tan boludas? Además, ¿en qué momento podría escribir? Entre el laburo, y todas las otras cosas. Ahora el Perro va a pensar que soy un boludo. 
Terminó el primer tiempo y me levanté para ir al baño. Cuando volví el Perro había renovado la jarra. 
- ¿Y de qué querés escribir? –me preguntó. 
- No sé, historias –arriesgué- Viste que yo siempre cuento re bien las anécdotas. 
- Es cierto. Nos hacés cagar de risa. Y bueno, empezá escribiendo alguna de tus anécdotas –sugirió. 
- No, yo quiero escribir ficción. O no sé, capaz que quiero escribir historias nuevas, a las mías ustedes ya las conocen, no podría…
- Deberías ir a hablar con el Ñato.
- ¿Qué pasa con el Ñato?
- Está relacionado a eso de escribir. 
- El Ñato trabaja en la secretaría de apuntes de la facultad, Perro. No tiene nada que ver. 
- Ah. 
El Ñato. Mirá las boludeces que me dice este. Pero por lo menos me tiró buena onda. Lo quiero mucho al Perro. Es un amigo fiel, por eso le digo Perro. El resto de los chicos le dicen Sergio. Pero el resto de los chicos no creció con él, ni vivió las cosas que nosotros vivimos. El Perro decía que sí a cualquier estupidez que se me ocurría proponer: vamos de colados a una fiesta de 15. Vamos. Vamos a romperle los vidrios a la fábrica abandonada. No está abandonada, pero vamos. Vamos hasta el aeropuerto a tomar una cerveza y ver cómo llegan los aviones. Vamos. Nos sentemos en el capot y hagamos como en las películas. No, porque se va a romper el capot. Y se rompió nomás. Se enojó aquella vez pero después se le pasó, como siempre. 
Volví para casa pensando de dónde podía sacar ideas. Al regresar me encontré con lo mismo de todos los días, un chiquero. Debería limpiar o por lo menos ordenar. Es muy difícil. No sé cómo hacía mi vieja para mantener la casa siempre tan limpia. Qué laburo el de ama de casa. O la Vero. La Vero también limpiaba todo. Me limpiaba el departamento cada vez que venía. A veces la extraño, cogíamos bien, pero mejor así. Nunca me apoyaba en mis ideas y si hoy le viniera con que quiero escribir y publicar un libro y ser famoso, me hubiera mandado a cagar, que no, que siempre boludeando, que porqué no cambio de laburo, que cuánto tiempo más vas a estar en ese call center de mierda, que qué somos como pareja, que cómo nos proyectás en el futuro. Era cansadora con tantas preguntas. Estoy mejor solo. 
Pedí una pizza y miré los resúmenes de la fecha. Me cuesta mucho el bajón final de los domingos. El fútbol me mantiene alerta por varias horas pero a la noche me empiezo a deprimir. Me cago en los lunes y en los martes y en los miércoles y en todos los días que no sean jueves, viernes y sábados y domingos y feriados. Me gustan los jueves. Se pone lindo los jueves, es la noche de los que nos gusta hipotecar la semana, tachar la doble y pedirle de fiado al cuerpo un par de energías extras. 

miércoles, agosto 27, 2014

Replegarse y salir de contra

Este texto se llama "Replegarse y salir de contra" y forma parte de una serie de relatos del Viejo Víctor Hugo. No es el comienzo, no es el final; es una parte, una de tantas otras.

Para el Líder. 


El colorado Casas. Cuarenta años, trabajador rural, enamorado. Van cuatro cervezas. Están en la mesa del viejo.
- No sé cómo encarar… -suspira el Colorado.
- Mirá –el viejo se toma unos segundos para analizar el panorama- por lo que vos me comentás el partido está jodido… Vos estás haciendo bien las cosas: atacás por la izquierda, atacás por la derecha, hacés cambio de frente, probás con enganche ¡hasta mandás a los defensores al ataque!
- ¡He hecho todo, Víctor Hugo! –tira con desesperación el Colorado.
- Tranquilo, Casas –frena, toma un trago y sigue- Mirá, hay partidos en los que uno ataca y ataca y no podés entrar. Buscás la llegada, al principio con orden, sin desesperación, pero los minutos pasan y no podés, simplemente no podes. Y entonces qué pasa. Lo de siempre: empezás a hacer cualquier cosa, a ir para adelante sin pensar, ciego. Tirás desde afuera, desde posiciones en las que en la puta vida vas a meter un gol. Y te vas cansando, fastidiando…
- No doy más –confiesa, cansado, el Colorado Casas.
- … y después está lo peor –tira el Viejo, y se manda otro trago.
- ¿¡Qué?! –pregunta desesperado.
- La tribuna. Empezás a sentir ese murmullo… -otra pausa- Mirá, Casas, te digo, yo que la viví –se lleva la mano al pecho y sigue- : el murmullo es peor que el insulto. Por lo menos el insulto se las juega y a veces, capaz, que te agranda. En cambio la indiferencia, la desazón… eso sí que es difícil de revertir.
- ¿Y qué hago, Víctor Hugo?
- Qué hacer, Casas, qué hacer…
Un jugador empieza una buena en la televisión que cuelga de la esquina. Pasa a uno, corre por la banda y termina tirando un centro a cualquier parte. Todas las cabezas del bar vuelven a lo suyo. El Colorado Casas prosigue:
- La he invitado al cine, al baile del club, a pasear en bici y nada.
- ¿Tiene hermanos la señorita?
- Sí, dos, más grandes.
- ¿Cómo te llevás con ellos?
- Bárbaro. Son compañeros de trabajo.
- Eso sirve, vas inclinando la cancha. ¿Ya los hablaste?
- ¡No! No podría, no me animaría. Tengo miedo de que se ofendan. Con todo respeto, pero ¿usted vió lo que es Silvia?
- Es una buena muchacha, una gran señorita.
- Ve lo que le digo Víctor Hugo… -dijo desahuciado el colorado. Se agarró la frente, sirvió cerveza en ambos vasos, levantó el suyo en gesto de brindis y lo limpió.
Ambos permanecieron en silencio un rato, dejando las palabras flotar en el aire de la cancha. Pasó una botella más y el viejo sintió que era momento de arrancar el segundo tiempo:
- Tenés que replegarte un poco, entregarle la cancha, entregarle la pelota si querés.
- ¿Cómo sería eso?
- Cuando tenés todo el tiempo la pelota, el equipo contrario se repliega bien atrás y no le metés un gol ni jugando con tres pelotas. Entonces qué hacés: te replegás vos, le regalás la pelota para que salgan ellos un poco, para dejarlos entrar en confianza y ahí vos tenés que pararte bien, posicionarte y hacer una jugada rápida para atacar de contragolpe.
- Dejar de buscarla un tiempo, hacerle entender que no voy a estar atrás de ella aunque esté ciegamente enamorado –afirmó, camino a convencerse el Colorado.
- Ahí vas entendiendo –sonrió el Viejo.
Y volvieron a quedar en silencio para disfrutar de otra botella de cerveza más.

miércoles, julio 16, 2014

Día 33. Final de viaje, final de todo.

La tristeza va amainando. Todavía está, claro, y seguirá estando, seguramente, en la cajita de recuerdos. Al principio era un horizonte de tristeza en la llanura, en la pampa que tenemos en el interior de nuestras cabezas. No había nada más que ese final, allá a lo lejos, donde el sol se muere. Y empezamos a caminar, poquito a poco, cansados, arrastrando los pies, hablando nada, pensando todo, masticando la pena de la derrota. Y fue el camino, el mismo camino recorrido el que fue aplacando un poco el dolor, doblando los pliegues de la memoria, para empezar a mirar ese horizonte con esperanza. Volvemos a casa y eso nos pone felices. Es que se extraña mucho nuestra patria cordobesa.

La derrota pegó duro en todos. La horrible sensación de tristeza colectiva te envolvía el cuerpo. Recibíamos los mensajes desde Argentina: “la gente festeja: orgullo por el equipo”. Pero en ese momento, en Río de Janeiro, estábamos lejísimo de cualquier tipo de festejo. Ni siquiera pudimos detenernos a llorar porque a falta de un par de minutos empezaron las corridas, volaban reposeras, botellas, en una playa oscura donde se mezclaba la desesperación, la bronca y el dolor. La gente perdía su calzado, algunas pertenencias y se perdían entre ellos. Una mierda. Y pudo ser peor. 

Hoy es martes. Viajamos en el Leoncito por rutas sinuosas y empiezan a volver los recuerdos felices y empezamos a hablar entre nosotros. Sin dudas elijo quedarme con los tres días que pasamos en el Sambódromo, entre argentinos que estaban ahí, como nosotros, felices. Mucha camaradería, mucha buena leche y alegría. Los cinco guasos que venían de Buenos Aires en un Citroën de los buenos, los tres de Mar del Plata, la pareja de viejos porteños que se vinieron con la hija, el novio y una empleada de ellos que es santiagueña, los cuatro pibes de Córdoba, de Poeta Lugones, que se subieron a un autito y manejaron casi sin parar hasta Río, los negros de Morón, que se vinieron en un bondi de línea, un urbano, cargado de colchones, Caetano, un brasilero muy piola que había ido a sacar fotos al Sambódromo, y mil caras más de las que no recuerdo su nombre. Creo que fue el compartir desde el fútbol un ambiente de buena onda fue lo que hizo todo tan mágico.  Porque uno tiene sus espacios colectivos en cada club pero acá había, además de la argentina, miles de camisetas de clubes de todo el país, hombro a hombro, brindis a brindis. Sentir que podíamos llevarnos más que bien entre nosotros hacía que flotara en el ambiente una buena energía. 

Comimos asados de varias parrillas, chupamos escabio de mil vasos, nos abrazamos, cantamos, nos cagamos de risa, con toda esta gente que antes desconocida pero que portaba la misma camiseta y los mismos colores en el corazón. Es inexplicable la felicidad que sentí esos tres días. Con eso elijo quedarme, con esos días. Ahí estaban los miles de kilómetros recorridos, el sacrificio, el aguante de los que nos esperan en Córdoba. No trajimos la copa como habíamos prometido, no habrá autobombas por las calles ni un aplauso colectivo pero dimos todo, les juro que dimos todo, más de lo que pensábamos. 

Y ahora volvemos. Tenemos más de mil kilómetros hechos al momento de escribir esto  y seguramente haremos mil más al momento en que este intento de crónica llegue a la pantalla. Volvemos para el abrazo extrañado, para el beso, para la palmada en la espalda y para la ronda de fernet en ese ansiado asado, donde sentados en una reposera y con una sonrisa en la jeta y en los ojos empecemos a contar todo esto que vivimos, que de tan hermoso pareció un sueño. 
Nos vemos allá. Gracias por todo. 

P.D: ya estamos en Argentina, en tierras correntinas. A más de 1000km de Córdoba pero en nuestra casa grande. 

Con esto elegimos quedarnos:



jueves, julio 10, 2014

Día 29. Semifinales

Fue perfecto. Todo fue perfecto.
Eran las 2 de la mañana, aun con las pupilas dilatadas y el cuerpo cansadísimo, seguíamos repitiendo “fue perfecto”.

Todos duermen en la combi, todos menos Finito y yo, Lisandro y el copiloto. Somos ocho ahí arriba, atravesando un camino sinuoso que nos lleve de vuelta a Paraty. Hay mucho silencio durante el viaje y cada tanto Finito me mira, luego de muchos minutos de estar pensando y me dice “lo de Mascherano hoy fue increíble”. Charlamos sobre eso, apilamos recuerdos del partido y volvemos al silencio, a mirar por la ventanilla, a seguir recordando algo de todo, del partido, del viaje, de los argentinos, de los brasileros. Y así. Cada tanto algo del equipo, de los penales, del bar, de todo lo consumido.

El partido no termina nunca pero tiene comienzo.

El martes Lisandro nos confirmó: “vamos en la combi. Somos ocho. Los busco a las 7 en punto”. Los despertadores sonaron a las 6.30. Mate, mochilita y lo de siempre. Venimos viajando cada 4 días y el procedimiento se va aceitando.
A las 8.20 tenemos registrado el primer fernet. Mierda. Si así empezamos… El viaje fue perfecto. Ondeando banderas celeste y blanca en esa patria que un día antes había recibido la humillación más grande de su historia. El número 7 ha adquirido un nuevo sentido para siempre.
La combi, una de esas hermosas Volkswagen terroristas, la de los Libios en Volver al Futuro, la de los hippies yanquis, la “Gloria”, de Silvina y Santiago que recorre Latinoamérica, se bancó de manera impecable el viaje.
La combi y la banda

Entramos a San Pablo. Estacionamos y empezamos a ambientar. El resto de los viajantes, ansiosos o con otras ganas, decidieron entrar al Fan Fest a las dos y pico de la tarde. Y la banda de Kero-Fino-Gringo se quedó haciendo la previa afuera. Fue nuestra mejor decisión. Tomamos fernet cerca de uno de los ingresos, nos encontramos con gente conocida, charlamos, nos cagamos de risa y fuimos contemplando cómo una ciudad comenzaba a ser tomada por miles y miles de guasos con camiseta celeste y blanca. Hermoso.
A las 4 intentamos entrar al Fan Fest. Ingreso cerrado. Está hasta las manos. No importa, nos vamos a un bar: la segunda buena decisión. Nos sentamos a dos metros de un televisor, con cerveza helada. A los pocos minutos eran miles de argentinos buscando desesperadamente un bar ante el cierre de las puertas del Fan Fest. Las calles estaban inundadas.
El televisor tenía una calidad de imagen rara. Sentí que tenía las mismas características de la imagen de un cine y era como si estuviera viendo “Héroes II”, el del Mundial 90. Para confirmar que no estaba loco le pregunté a Fino y él vio exactamente lo mismo que yo. Era una señal...
Durante 120 minutos estuve con el cuello hacia arriba mirando esa pantalla. Dentro del bar se vivió un ambiente imposible de reproducir. Las sensaciones vienen como olas, te bañan, se van y vienen otras y otras. Gente que lloraba. Gente que gritaba. Gente ebria.
Cuando Maxi Rodríguez metió su penal el bar estalló. Abrazos y más abrazos, con Kero, con Finito, con Ernesto, con cuatro porteños que acababan de llegar a San Pablo y con ustedes, les juro que con ustedes. Esas explosiones de emoción no pasan casi nunca en la vida de uno. Abrazando a tipos que no conocía, diciéndole “¡hace un mes que estoy acá, hace un mes, loco!”. Y llorando. Porque no podíamos parar la emoción, porque es cierto, hace un mes que estamos acá y ese penal tocando la red tiró a la mierda todos los diques que a veces te contienen una bola de cosas en el pecho. Y lloro mientras escribo esto porque es uno de los momentos más felices de mi vida, porque todavía recuerdo esa plaza, ese bar, los mensajes de texto de mi hermana, el aguante de la Alichu, el mes de convivencia con Finito y el Kero, el cansancio, el gasto de dinero y la esperanza que tuvimos cuando decidimos hacer este viaje.  

Escribo esto en el Leoncito, mientras atravesamos una ruta lluviosa, rumbo a Río de Janeiro, donde nos espera una final, una después de tantos años. Se espera una invasión argentina. Vengan, nosotros vamos haciendo el fuego, manteniendo esa llama que prendimos hace un mes y todavía no se apaga.


Finito mira por la ventanilla. Luego me mira: “fue perfecto, todo fue perfecto”. 

Dos guasos y nosotros

martes, julio 08, 2014

Día fuera de serie

Qué difícil.
Partido histórico.
Cada gol fue cambiando ese texto que fui escribiendo en mi cabeza. Iba imaginando las frases que ya estarían inundando el facebook. Y cada gol fue modificando el ingenio burlista.

Es mucho, demasiado.
Vimos el partido en le camping, con Ronaldo. El primer gol tempranero nos trajo a la memoria la paliza que nos comimos en el 2010. Pero la ráfaga de seis minutos no tiene antecedente en mi memoria. Y en semifinales. Y a Brasil. Y jugando en Brasil.
La gente se empezó a ir de la cancha. Pero la mayoría se quedó. Igual, muchas veces el público que va a los partidos de la selección es una mierda. Pensemos en la gente que va al Monumental cuando juega Argentina. Ante cada gol alemán se tiraron petardos. Es difícil interpretar eso. Por un lado a los brasileros les encanta tirar cuetes pero ¿era irónico? ¿es de borrachos? ¿es que no les importa realmente una mierda y se están cagando de risa mientras prenden la mecha de un estruendo? ¿Será que dijeron "y ahora qué mierda hacemos con todo esto"?
La marca les quedará
para siempre
y seguramente se la haremos recordar siempre.
Con la goleada consumada le pregunté a Ronaldo:
- Si le ganamos a Holanda y llegamos a la final ¿quién preferís que gane, Argentina o Alemania?
- Alemania, es lo mismo que te va a decir cualquier brasilero.

Me quedo pensando en su respuesta.
Mientras, la tele sigue pasando la típica imagen de la minita brasilera llorando en la tribuna.
Esto no es real. Esto es una telenovela.
Y recién empieza.

 "¡Noooooooooooooooo, estamos en la B, estamos en la B!"


domingo, julio 06, 2014

Día 25: Argentina vs Bélgica


Anoche me abrazaba la cabeza y las imágenes, las posibles imágenes, se me venían todas juntas. Estoy seguro que a mis dos compañeros les pasó lo mismo. 
Que vamos a Río, que vamos a Brasilia (“vos estás en pedo”), que vamos a una playa, que vamos a una isla, que nos quedemos en lo de Ronaldo. Nos quedamos en lo de Ronaldo, pero hagámosla bien; es cuestión de redireccionar el gasto. Pensemos: venimos gastando toda la guita en traslados, peajes y en alojamiento. No comemos nada, no nos compramos ni un agua, puro fernet. Nos merecemos el goce del consumo de comida y bebida. 
Sí, nos quedemos en el camping entonces. 
Concentramos la noche anterior. A dormir temprano. Un buen desayuno era indispensable. Mate, pan con dulce de leche. Gracias, Alichu. Una picada y encontrar lo más parecido a un asado en este país que no sabe nada de asados. Será cerdo, una traición, como pedir milanesa de pollo, pero quedó comprobado que acá a la vaca acá la alimentan con hoja de palmera o no sé qué porque tiene un gusto espantoso. 
Picada, previa y luego partidazo. Gran juego de Argentina, hasta en los momentos en los que se replegó. Los belgas no generaron casi nada y nosotros podríamos haber metido uno más, aunque el 1 a 0 no viene mal. Vamos de menor a mayor. 
Y hoy el número está en todas las redes sociales en todos los noticieros, en todos los discursos, en todos los que hablan y no sabían el número exacto hasta que lo repitieron hasta el hartazgo: 24. Sí, 24 años sin pisar el hermoso suelo de las semifinales. Desde el 90, ese que Brasil está llorando hasta hoy (?) Costó mucho el final de la carrera del Diego. Y vino el 94 con un dolor que no cicatriza nunca. El 98, 2002, 2006 y el 2010. Cuando uno lee los números se le vienen  la cabeza todas las eliminaciones, la forma en la que fuimos eliminados, cómo llegábamos, qué mundial veníamos jugando, y cómo nos sentimos el puto día en que nuevamente quedábamos afuera. 
Y acá estamos, de vuelta por jugar 7 partidos del Mundial. 
El partido había terminado con victoria pero nosotros decidimos jugar unos 400 minutos suplementarios por si acaso, para sellar el resultado. Empezamos a hacer el asado cuando terminó el partido. Comimos, pusimos La Mona, y nos sentimos como si estuviéramos en la casa del Finito, comiendo un asado, tomando fernet y, lo dicho, escuchando a La Mona. El festejo se fue extendiendo y Costa Rica y Holanda pisaron la cancha y vivimos el partido como locos, alentando por los Ticos, obvio. El pase de los naranjas se dio en el mejor escenario posible: 120 minutos de juego y penales. Eso empieza a sumar en el físico de los jugadores. 
Ya era de noche. Van a venir Guada y Lisandro con los dos hermosos hijos: la Male y Tomás, a comer un pollo al disco. Compras, cocinar, comer nuevamente como Ásterix y Obelix. 
Y en algún momento la noche más silenciosa y la ducha y empezar a intentar dormir. 
¿Cómo hacer para dormir ahora? 
Con todo lo que he soñado despierto tengo miedo de cerrar los ojos 
y conformarme sólo con descansar
 este cuerpo cansado. 


Con el tele, nuestro gran compañero de emociones

                                              Con Lisandro, Guada, Tomás y Malena. 


jueves, julio 03, 2014

Dia del partido. San Pablo. Nos sobran huevos

Escribo estas líneas desde el auto, con una sensación novedosa de placer. Cómo ponerlo en palabras. El auto es un gran lugar para cronicar. No por el auto en sí sino por la sensación de los dedos moviéndose mientras viajamos, mientras avanzamos hacia algo, mientras recorremos la distancia. La música, la charla de los que van adelante, que llega como olitas, como olitas de mar. A la izquierda selva. A la derecha océano Atlántico.
El despertador sonó a las 5 de la mañana. Seis horas de viaje, mínimo, eso nos dijeron. Estaba durmiendo como nunca. Los perros no habían ladrado, la naturaleza estuvo tranquila por la noche. Pero el despertador sonó. La puta madre, más le vale a Zabaleta que juegue bien. Tiramos un montón de cosas que no usamos nunca en el baúl, agua caliente, mate, unas galletas. Esas galletas donadas por la Alichu serían nuestro  único alimento desde las 6 de la mañana a las 5 de la tarde.
El camino, como todos los caminos que venimos recorriendo es impresionante. Muy sinuoso, como todos los caminos, o más. Caímos en los tentáculos de un embotellamiento pero salimos. Primera batalla ganada. Tenemos GPS y  mapa pero parece que estamos destinados a perdernos en todos lados, San Pablo no fue la excepción. Ciudad gigante, ciudad de mierda.
Perderse pone a prueba el temple del grupo. Yo generalmente viajo atrás y mi energía y paciencia son limitadas. Ante eso entro en silencio, que es lo que mejor puedo hacer. Para qué explicar lo que es estar manejando como pelotudos adentro de una ciudad en la que no te entienden una mierda, y cuando te entienden se invierte la situación y es uno el que no entiende nada. Generalmente somos nosotros los que no entendemos nada. La ciudad busca vencernos, con sus carteles en idiomas extraño, con sus callecitas siempre sinuosas pero no lo logra, finalmente, después de preguntar ciento cincuenta veces, llegamos.
Llegamos al Fan Fest, la fiesta de los fanáticos, lugar al que siempre escribí como Fun Fest, que vendría a ser una fiesta divertida. Podrían ser sinónimos, pero a quién le importa eso ahora. Sigo. Miles de argentinos y miles de policías, militares, guardias de seguridad y brasileros. Brasileros de mierda, no pueden parar de venir a los partidos de Argentina a alentar por el rival. Dan ganas de cagarse a trompadas. Controles muy estrictos. Maldita sea. Paso yo con la mochila, adentro un fernet, una  coca y una botella con hielo. La misión parece imposible, ningún hombre puede realizar tal tarea, sólo alguien con nervios de acero, con temple de hierro, con unas agallas tremendas, con una belleza inigulable (?)con una valentía de los grandes hombres como San Martín, Maradona, Chuck Norris o Jim Phelps, de Misión Imposible. Ahí fui, mochilita adelante, metiendo el pecho con mi camiseta celeste y blanca. Las mujeres decían “no podrá, es imposible”. Los niños decían “¡es una obvni, es un ave, es un avión!”. El aire se cortaba con una gillete. Vestía pantalones de Belgrano, camiseta patria, lentes oscuros y una cara de pelotudo atroz. A la jugada la podrán pasar mil veces por la televisión, desde todas las tomas, con todas las tecnologías en la repetición pero nadie podrá entender cómo se pudo realizar una gambeta de esas características. Fernet adentro del Fan Fest, Argentina 3 – FIFA 1. Tres fernet ingresados en la cueva de los dragones. Tenemos el honor, porque somos caballeros, de darle como válido el gol del descuento al enemigo por ser descubiertos preparando uno en el baño del fan fest de Belo Horizonte, donde dos orangutanes con cara de malos nos hicieron abrir las mochilas. Amablemente nos invitaron a irnos, amablemente eh. Nos fuimos por nuestra propia voluntad.
Preparamos en la clandestindad el primer fernet patrio en tierras enemigas. Ya era hora, sonaban los himnos, nuestra canción tarareada. El silbatazo, comienza el partido y la  puta madre que los parió. Dos horas de sufrimiento. Qué difícil están los partidos. Me gustaría que el equipo intentara jugar un poco más. Mal o bien pero jugar. Otra victoria más sobre la hora, otra vez con un golazo y otra festejo alocado abrazando camisetas celestes y blancas, y otro grito a los putos esos que tienen más miedo que la mierda de quedarse afuera de su propio mundial. No vamos a dar nombres de países para no herir suceptibilidades. Del partido, para qué decir más. ¿Y ustedes?
Nos preguntamos cómo se estará viviendo allá, en casa. Los mundiales tienen esa fuerza de frenar todo, de poner un paréntesis al día, a la rutina y cada mundial es diferente, por las sedes, los horarios y los 4 años entre uno y otro. ¿Se estarán comiendo un asado los guasos de la cooperaria? ¿Habrá algún cliente rompe bolas que quiera su almuerzo en el Café del Alba en el minuto 110 del partido? ¿Cómo lo estarán viviendo nuestros amigos allá? Estar acá es un sueño pero siempre te queda un deseo de estar con tu gente. Estuve en el Monumental el día que ascendimos y la alegría de estar ahí era indescriptible pero la gente a la que quería abrazar estaba copando las calles, festejando con fernet, cuarteto y asado. Acá pasa algo parecido. Nos abrazamos fuerte para tratar de abrazarlos a todos. Igual, estamos haciendo todo bien. No se preocupen. Nosotros damos todo.

Finalmente comenzamos el lento regreso a casa. Manejamos hasta Bertioga, ciudad costera. Dormimos, despertamos y seguimos. Frenada estratégica en Caraguatatuba (posta, así se llama) Almuerzo, mar, vermut y sol. El día se oscurece, temprano, cuando en casa todavía es hora de merienda. La ruta, siempre sinuosa, se va poniendo negra. Volvemos, llegamos, con la convicción de haber hecho bien los deberes. Estamos en cuartos, nuestra bisagra histórica. Nos sobra esperanza. 

domingo, junio 29, 2014

Día 18. La alegría no es brasilera

Ayer vimos el primer duelo de octavos de final entre Brasil y Chile. Aquí, a esa instancia, le llaman “mata-mata”. Supongo que será una cosa como nuestro punto y hacha del truco. En ese mata-mata, en ese duelo a muerte, ambos contendientes dispararon un par de tiros y ambos quedaron de pie. Se disputaron la “caprichosa” de Quique Wolf durante 120 minutos. Pocos rasguños para ambas casacas y la sensación que los de rojo merecían un poco más. En el pueblo algunos se habían quedado dormidos. “¿Qué es esto de batirse a duelo y que dure tanto?”, se preguntaba un cantinero. Al final, el juez del partido dijo basta de perder tiempo, puso dos piedras a una distancia considerable la una de la otra, pidió medias, papeles, telas, aguja e hilo a la gente del pueblo y armó una pelota de circunferencia irregular. “Contaremos pasos, como en el duelo con pistolas, pero esta vez dejaremos las armas. Ambos demostraron que no le pueden acertar ni a un elefante. Cada uno pateará cinco veces hasta que se defina la contienda. De ser necesario iremos a tanda de uno por vez. ¿Se entendió?”, preguntó el juez. El de camiseta roja levantó la mano y el juez le explicó de vuelta. Una vez y otra vez, hasta que le dibujó con un palito en la tierra un esquema sencillo de explicación. “¿Y cómo es que se llama esto?”, preguntó el de casaca amarilla como el sol. “No sé, pero le llamaremos ‘penales’”. Y en los penales ganaron los de amarillo. Los de rojo se retiraron del duelo, sin una marca de pólvora en sus ropas, sin un solo rasguño de su rival. Estaban vivos pero se iban muertos y derrotados. Era de por sí una situación contradictoria. “Siempre lo mismo”, dijo el de camisa roja. Armó sus bolsos y se fue.

El brasilero, al igual que Luca Prodan, no sabe lo que quiere pero lo quiere ya. Tienen una selección débil y vulnerable pero no lo pueden aceptar. Son pentacampeones y si fuera por ellos deberían ser vigésimo campeones: o sea ganadores de las 19 ediciones pasadas y de la actual, y si cabe, de las venideras también.

Aquí viven el fútbol de una manera diferente a la nuestra. Desde la mañana temprano, como en cada partido, empiezan a tirar petardos. Se escuchan las detonaciones que vienen desde todos los puntos cardinales. Uno recorre la ciudad y ve a todo el mundo con la camiseta, ve sus rostros, lo que hablan y casi se puede leer lo que piensan. Ellos festejan antes de tiempo, celebran la victoria segura; claro, son los mejores del mundo, por decreto universal. Pero también hay algo contradictorio porque uno tiene la sensación que al final del día al brasilero todo le termina chupando un huevo: el fútbol, Scolari, el trabajo, la AFIP, la familia, la vida, la imposibilidad de decirnos qué se siente. Entonces, esa intensidad es lo más cercano a una novela, el brasilero vive en una eterna novela, llena de heroínas, rufianes, enamoradas, pasión, odio, culos y tetas.
Esa tarde noche, luego del triunfo colombiano, salimos a recorrer las calles. Las veredas era un basural, un tendal de evidencias de festejos desmedidos: latas de cerveza, restos de comida, personas y restos de personas. En el medio de toda esa gente que de a poco comenzaba a desconcentrar, lo vimos al bueno de Gerson. Estaba borracho, en cueros, con la credencial de la FIFA colgando del cuello.
- ¡Gerson! –lo saludamos afectuosamente.
- ¡Eh! ¡Mis amigos argentinos! –gritó y nos abrazó a ambos.
- No somos amigos, somos enemigos, negro traidor –le susurré a Finito en cordobés veloz, pegando todas las palabras para que no se entienda nada.
- ¡Brasiiiiiiiiuuuuuuuullllll! –gritó Gerson.
- Con lo justo ¿eh? –dijo Finito.
- ¡Brasiuuuuuuuuuullllllllllllllllll! ¡Pentacampeoaoaoaoaoaoaoao! –gritaba eufórico.
- Sí, sí, Gerson, ya sabemos. Pero hoy ganaron un poco de pedo ¿no crees? –no había forma de bajarle al tipo este la emoción descontrolada.
- Somos los mejores del mundo –dijo Gerson.
- Sacate el casete Gerson un rato. ¿Cuántas de esas te has bebido? –pregunté señalando la lata que tenía en su mano.
- Eeee, un par, un par. ¡Eu estoy feliz, feliz por Brasiuuuuulllll!

Lo dejamos a Gerson bailando solo en la plaza y nos fuimos a dar un par de vueltas, viendo cómo la alegría era solo brasilera en todas las calles.
Una hora después, quedaba poco de ese jolgorio. Gerson pendulaba en el banco de una plaza. Nos sentamos uno a cada lado como para que no se cayera.

- ¿Estás bien Gerson?
- Un poquinho borracho –dijo haciendo un gesto con la mano.
- ¿Qué manera de sufrir hoy no? –preguntó Finito.
- ¿Sufrir? No, no, no, para nada.
- ¿Y por qué lloraron tanto cuando terminó el partido? –replicó Finito.
- Ah, el futibol, el futibol es amor, odio, tensión, es una gran película –dijo.
- ¿No te parece que es medio ridículo, Gerson? –pregunté.
- ¡Brasil campeón! –gritó.
- Pero Gerson, hoy jugaron mal y ganaron por penales –agregué.
- ¡Pentacampeao! –dijo él.
- ¡Largá el casete Gerson! –se enojó Finito.
- Bra-sillll, la r ara r arar arara , lara lara lararaaaaaaa, la raaaa, la raaa –comenzó a delirar el negro.

Agarramos al mulato, uno de cada lado, y lo llevamos en andas, como herido de guerra. Lo dejamos tirado en la puerta del consulado de la FIFA. Buscamos unos cartones y lo acostamos ahí.

- ¿Vocé se van? –preguntó él.
- Nos vamos Gerson, estás muy borracho –dije en cuclillas.
- No tanto, no tanto –balbuceó.
- Cuidate Gerson, no quiero ni imaginarme cómo vas a quedar el día que pierdan.
- ¿Perder? Nou, nou, nou, imposible. Brasil campeoaoao –dijo él y nos mostró seis dedos.
- Algún día van a perder, Gerson y ahí te quiero ver –le dije, como padre comprensivo- Y vos vas a andar arrastrándote por las calles, llorando como actor de telenovela. ¿Y sabés por qué?
- ¿Por qué? –preguntó con lo último que le quedaba de conciencia.
- Porque ustedes festejan antes de tiempo. Ya les pasó en el 50, ¿se acuerdan?
- ¿Maracanazo? Pffff, eso foi hace mil años.
- Ustedes no aprenden más –le dije y me levanté para irme. A los dos pasos escuchamos la voz de Gerson:
- ¿Nosotros festejamos antes de tiempo? ¿Y ustedes, los argentinos, no lo hacen también?
Finito y yo nos miramos, como pidiéndonos permiso para responder:
- No, Gerson. Nosotros no festejamos, nosotros alentamos: antes, durante y después del tiempo. Esa es la diferencia –dijo Finito.
Nos dimos vuelta y nos fuimos.  De lejos se escuchó la voz de un borracho gritando ¡pentacampeoao! Iniciamos el lento regreso hasta el camping.
Haciendo zetas pensé en que el fútbol para nosotros es como la vida, pero para algunos es como la novela de sus vidas, plagadas de ficción, inventos y repeticiones.
- Finito, ¿te gustan las novelas? –pregunté.
- Na, yo miro fútbol –dijo y pateó una latita vacía.
Y nos fuimos dando pases hasta llegar al camping.


viernes, junio 27, 2014

Día 16. Fiebre mundialista

Estaba sentado en mi silla de siempre, al frente del televisor de siempre. Un jugador con cualquier camiseta la revienta a cualquier lado, tira uno de esos centros que se van al lateral y yo estallo en grito, como tantas veces: “¡nooooooo, nooooooooooo, la puta que te parió, estás jugando un Mundial, muerto!” Me despertó mi grito. Abrí los ojos desorientados. Finito dormía, los pajaritos pajareaban, perros y gatos dormían, los monitos boludeaban en las copas de los árboles. Parecía todo normal. Me dolía un poco la cabeza. ¿Será que tengo la fiebre del mundial? No me vacuné contra eso, pensé. Tengo 10 años de inmunidad contra la fiebre amarilla pero nadie me advirtió de la fiebre mundialista. 
Cepillándome los dientes caigo en que era viernes: no hay partidos. “No hay partidos” digo en voz alta y me miro al espejo, con el cepillo en la jeta. Meto una cepillada veloz, escupo, me enjuago, me seco con el brazo y salgo corriendo. 
- Finito, despertate, es una emergencia. 
Finito duerme. Siempre se levanta más tarde. 
- Finito la puta madre: hoy no hay partidos –ahí reaccionó y se enderezó de golpe. 
- ¿No hay partidos? –preguntó con difícil lucidez del recién despertado. 
- No hay partidos –confirmo y le muestro el fixture. 
- ¿Y ahora qué hacemos? –me dice. 
- ¿Y ahora qué hacemos? –vuelvo a preguntar yo. 
Podría ser una buena oportunidad de conocer la ciudad o el pueblo. No sabemos qué es lo que es. Cargamos el mate y salimos a explorar el territorio. Sabíamos que podíamos cruzarnos con cualquier cosa: hinchas de otras selecciones, camisetas de otros países e incluso con brasileros.
El trayecto hasta el centro es largo y pudimos charlar un poco de todo lo que viene sucediendo. Esta es una de las Copas más locas de los últimos tiempos. Inglaterra, España, Portugal e Italia eliminados. Grecia y Costa Rica jugarán en octavos, o sea que uno de esos dos va a pisar el suelo de cuartos de final. ¡Qué maestros estos de Costa Rica, ganando el grupo y dejando afuera a los europeos! Tres equipos históricamente fuertes siguen en carrera: Argentina, Brasil y Alemania. A ellos se le suman, un escalón más abajo, Francia y Holanda. Y el resto: Suiza, Chile, Racing de Avellaneda (perdón, Uruguay), Colombia, Argelia, México, Bélgica, Estados Unidos y Nigeria. 
- ¡Esta copa es un éxito! –exclamé.-Deberían jugarse siempre en Latinoamerica –agregué. 
Para qué. Nos pasamos varias cuadras ideando un Mundial latino. Por primera vez, desde que tengo uso de razón, se juega un torneo con hinchas más o menos decentes en las tribunas, hinchas latinos, aunque la televisión siga enfocando a estúpidos disfrazados de no sé qué. Las selecciones americanas han jugado un torneo increíble, metiendo el pecho, jugando con el aliento de la gente y los europeos han mostrado la hilacha, peor que riBer. Además de todo eso: se viene jugando buen fútbol. Es por el calor de este continente, por el samba y el cuarteto, la cumbia favelera y el merengue. 
Dos cuadras más y ya teníamos todo ideado, ya estaba todo dado pero de repente nos cruzamos con un grupo de hinchas suizos. Me paré y les grité: “¡suizos de mierda, van a pagar por todo el daño que le han hecho al mundo!” Y Finito agregó con grito de guerra: “¡lo vamo a matá, putos!” Por esas cosas del lenguaje terminamos sacándonos todos una foto, nos invitaron a tomar unas cervezas y nos regalaron un reloj a cada uno. La puta madre. La próxima  no fallaremos. 
Miré la hora, se hacía tarde. Rápido, que nos va a cerrar el consulado. Corrimos por el empedrado desparejo, nos tropezamos, puteamos pero llegamos. Ahí estábamos, en el Consulado de la FIFA en Paraty. Entramos corriendo, pateando puertas. Una morena hermosa estaba en la mesa de entradas.
- ¿¡Quién está a cargo acá!? Queremos hablar con alguien importante. Tenemos una idea y no nos vamos a ir hasta que seamos escuchados –dijimos con autoridad. 
- ¿De parte de quién? –preguntó ella en portugués.
- Gringo y Finito.
No sé cómo hizo la morena pero nos pasamos una hora llenando unos formularios. El tiempo corría. No faltaba mucho para que empezaran los partidos, teníamos que aprovechar nuestro momento. Después de una larga espera se abrió una puerta; un tipo en ojotas hawaianas nos atendió. Todo el mundo anda en patas en este país. 
(el siguiente diálogo será traducido al castellano para una mejor comprensión de los lectores latinos) 
- Bom día. Mi nombre es Gerson ¿En qué puedo ayudarlos? –dijo, amable. 
- Basta de pelotudeces: el próximo Mundial  se tiene que jugar en Bolivia.
- ¿Bolivia? ¿Eso a dónde queda? –preguntó y se dio vuelta para ver un planisferio gigante que colgaba en la pared.
- Hijo de puta, Bolivia limita con Brasil. 
- Ah, sí, sí, Bolivia, montañas, mar, bellas mujeres.
- No, hijo de puta, dejá de mentir –le grité- No importa que no sepas, nosotros sí sabemos y el Mundial que viene se hace en Bolivia –concluí. 
- ¿Y tiene suficientes estadios Bolivia? 
- Creo que sí, sino lo hacemos conjunto con Perú o Ecuador. Va a ser épico. 
- ¿Ustedes dicen? 
- Sí. Ya lo quiero ver a Robben corriendo en el contraataque a 7000 metros de altura. Se van a cagar todos. Las selecciones van a tener que llegar dos meses antes para aclimatarse. Va a crecer el consumo de hoja de coca y la industria de tubos de oxígeno. ¿Cuánto gana la FIFA en tubos de oxígeno hoy por hoy? ¿Nada, verdad? Ahí hay un negocio. 
- Mmmm –pensó Gerson- Coca Cola paga bien, eh. 
- Bueno, no importa –grité y golpeé con mi puño la mesa- A lo de las publicidades lo verán ustedes más tarde. El Mundial se hace en Bolivia sí o sí. 
- Yo los entiendo, muchachos –dijo comprensivo- Pero el Mundial que viene se realizará en en Rusia y el otro en Qatar, la FIFA tiene muchísimos compromisos económicos asumidos. 
- ¿Qatar? ¿Qué mierda es Qatar? –pregunté.
- Es uno de los países más ricos del mundo –respondió como si fuera algo obvio.
- A Qatar no lo conoce nadie. ¿Cómo le van a dar el Mundial a un país que jamás clasificó a nada? Qatar no existe. Empiezo a pensar que la FIFA es un gran negocio –dije. 
- Y… -Gerson pensó un poco, pareció que iba a decir algo y se arrepintió. Finalmente largó un: el Mundial del 2018 se hará en Rusia y el del 22 en Qatar. No hay vuelta atrás. 
- ¡Esto no va a quedar así, Gerson! –gritó Finito, que se había mantenido en silencio todo este tiempo. 
- ¿¡De quién fue la idea!? Quiero saber de quién fue la idea –la oficina ya era un griterío de varios idiomas. 
- De Joseph, todas las grandes ideas son de Joseph –dijo Gerson. 
- Hitler, maldita sea, cómo no me di cuenta antes –dije apretando mis puños y mordiéndome los labios. 
- ¿Hitler? No, Blatter, Joseph Blatter. Además Hitler es Adolf. Deberían estudiar un poco más de historia. 
- ¡Callate Gerson! –volvió a Gritar Finito- ¡Comunicanos ya con ese tal Blatter! 
En ese preciso instante sonó una chicharra. Era la hora del almuerzo. Los brasileros dejan todo a la mitad cuando hay que almorzar. Gerson se levantó de su silla como eyectado. Nos dijo que era hora de comer. Nos recomendó que fuéramos a comer unos choclos y un salgado en un puesto de lata en la esquina. Amablemente nos acompañó hasta la puerta. 
Salimos. Había sol y teníamos hambre. 
- En la carpa hay un par de latas de picadillo y galletitas de agua –dijo Finito, apoyando su mano en mi hombro. 
- ¿Compramos una coca para el fernet? –agregué. 
- Dale, y nos quedamos esperando a que arranquen los octavos. 
Caminamos sin hablar hasta el camping. Pateando piedritas pensé que a las ideas no hace falta matarlas, tan sólo basta con ignorarlas. 

miércoles, junio 25, 2014

Desde lejos no se ve

Me gustó el título y al principio estaba por escribir "no tiene nada que ver pero me gustó". Luego pensé "no, un momento, sí tiene que ver. Desde lejos no se ve, claro. Nosotros estamos cerca y vemos todo, vemos más que ustedes (?). Esto se ve desde acá. Parecido a lo que se ve allá pero parecido no es lo mismo dice un refrán malaso (?)"

Breve descripción del fútbol hasta ahora visto:  

Hoy juega Argentina y puede pasar cualquier cosa. Este Mundial nos ha ido sorprendiendo partido a partido. Creo que estamos viviendo uno de los mejores torneos, en lo que se refiere a nivel de juego, de los últimos tiempos. Uno se sienta al frente del televisor y siente que es muy poco probable que el partido salga 0 a 0 o que el juego sea aburrido. Incluso hay lugar para la sorpresa constante, reflejada en la eliminación de Inglaterra, Italia y la increíble y saludable clasificación de Costa Rica en el primer puesto. En el grupo de la muerte, a los europeos les pegaron un tiro en la espalda y una mordida. A esto hay que sumar a España y probablemente Portugal. De los once clasificados hasta el día de hoy, siete son latinoamericanos: Colombia, México, Brasil, Chile, Uruguay, Costa Rica y Argentina. Falta definir lo de Ecuador y Honduras. Está difícil para los centroamericanos y queda un solo lugar en ese grupo liderado por Francia. El resto son: Grecia, Francia, Holanda y Bélgica. Es muy difícil pero todavía puede quedar afuera Alemania. Sería una reparación histórica así que bien vale soñar.
Equipos que me sorprendieron por su juego o su intención: Estados Unidos, Japón y Ghana. Los asiáticos quedaron afuera luego de jugar un buen partido contra Colombia. Se comieron cuatro pero mostraron un buen manejo de la pelota. Ghana hizo dos grandes partidos y tienen todos los números para ser eliminados. Los yanquis merecieron ganarle a Portugal, tenían la clasificación el bolsillo pero el empate los dejó en espera y conectados a respirador artificial a los portugueses.
Los latinos están poniendo todo. México: rarísimo, hay que ver cuándo la mejicanean. En los últimos 5 mundiales fueron eliminados en octavos. Argentina fue el responsable de las últimas dos. Chile sigue jugando como lo hacía con Bielsa. Tiene a un tarado en el banco que está al 100 por ciento todo el partido. Presiona bien, corren todos, Alexis Sánchez se retrasa para buscar la pelota y lo hace bien. No le veo puntos débiles al equipo chileno, lo único que los puede cagar es que son chilenos (?) Ahora les toca Brasil, que les gana siempre. Hablando de Brasil: no juegan bien. Juegan a los brasilero, o sea, explosión de jugada cada tanto pero poco juego de equipo, en defensa y en ataque. Brasil tiene buenos jugadores que por momentos se asocian y te clavan un gol de la nada pero sufre mucho cuando lo atacan. El mediocampo no para a nadie y la prensa se la agarró con un tal Paulinho. En el partido contra Camerún fue reemplazado en el entretiempo por Fernandinho y éste la rompió. Pobre, lo están haciendo mierda a Paulinho, todo el santo día. Va a ser un lindo partido. Uruguay tiene más culo que espalda y viceversa. Ganó de pedo, como en los últimos 120 años. Ojalá que Colombia les meta cinco. Es todo lo que voy a decir.
Colombia es Colombia. Ayer, mientras veía el partido, me indignaba y me maravillaba al mismo tiempo viéndolos jugar. Deben ser el equipo con más cabeza de tacho en el mundo. Los colombianos son unos pelotudos que hay que saber encauzar. Pekerman lo ha logrado en cierto modo. Te da la sensación que están pensando más en qué festejo hacer, en definir individualmente para salir en la foto, en hacer una y otra cagada antes de pensar en el juego. La cantidad de opciones que los jugadores generan y que las arruinan por idiotas es alarmante. Colombia en 20 minutos te genera más que Argentina en dos partidos pero uno sabe que la van a colombiar todo. Colombia es las dos caras de la moneda: el 5 a 0 a Argentina por un lado y el moco de Higuita o de Andrés Escobar por el otro. Son lo más parecido a un equipo africano. Espero que le ganen a la mentira de la garra charrúa.
No he podido ver a Costa Rica. Me han dicho que jugaron muy bien sus partidos. Estuvimos viajando en ambos cotejos y ayer vimos el de Italia-Uruguay. No puedo decir nada. Les deseo suerte. A Ecuador y Honduras tampoco los pudimos ver demasiado. 
Finalmente, nosotros. Espero que vayamos de menor a mayor. Hoy lo escuchaba a Sorín, columnista de ESPN Brasil, diciendo que lo que le faltaba al equipo era tratar de relajarse y divertirse en la cancha. Creo que la cosa va por ahí. Más allá de todos los desacoples en el mediocampo que hacen que los rivales lleguen caminando y sacando fotos al paisaje al área argentina, lo que falta es que los de adelante muevan un poco la pelota y que se muevan ellos. Agüero e Higuaín están atornillados. Parece como si jugaran con 40 grados de calor, se arrastran en la cancha, y no hizo calor en Belo Horizonte porque NOSOTROS ESTUVIMOS AHÍ. Messi la agarra pasa a uno, pasa a otro y espera, espera y espera y no se mueve nadie. A Di María cada tanto le agarra uno de esos ataques de autismo y encara para adelante, gambetea a un par y luego la suele perder. Prefiero eso, que intente y se equivoque, a que de el pase atrás. Los laterales no están haciendo las cosas bien. Zabaleta pierde adelante y atrás. Marcos Rojo está un poquito mejor. Gago debería hacerse cargo de la transición entre el medio y el ataque porque sino Mascherano echa moco. Hay que ver qué pasa cuando algún equipo nos ataque. No lo digo con alarmismo por la defensa nuestra sino con esperanza porque eso abriría un poco los espacios y permitiría que Argentina haga el juego que parece gustarle: salir rápido de contra y meter una piña de knockout. Todo esto me lleva a decir que Argentina juega como Belgrano (?)

No estoy diciendo ninguna novedad sobre nada. Seguramente todo lo que digo ustedes ya lo vieron, pero yo estoy acá y ustedes allá. Y quería compartirlo.

lunes, junio 23, 2014

Diario Mundial: días 6, 7, 8 (epaaaa!!!, no, mentira ya no sé qué días vamos) Sábado, domingo y lunes.

Sábado.

El colectivo nos depositó en Juiz da Afora (o algo así) llegamos a la noche. El bondi hacia nuestro destino salía a las 6 de la mañana e hicimos noche una especie de Hotel/telo llamado Pepita.
Llegamos a Belo Horizonte a las 10:30 de la mañana. Nos cruzamos con un par de argentinos muy pelotudos, esa sería una constante durante todo el viaje.
Con Serginho y Fernanda ya íbamos 2 goles arriba. Ahora faltaba que Argentina hiciera el resto. Pusimos nuestras blancas piernas en Belo Horizonte. La ciudad nos pareció muy bonita y más real. Es diferente el Brasil costero al Brasil más profundo. Notamos qué éramos muy locales pero muy visitantes. Por primera vez nos bardeaban, nos hacían sentir que estábamos realmente en su casa. Nos tomamos el metro con destino al Fun Fest. Nos imaginábamos un lugar abierto, alegre y sin restricciones como el que vivimos en Copacabana. Fue todo lo contrario. Avanzamos hacia la entrada y notamos que nuevamente había controles y muy estrictos. Y nuevamente, nuestras caras de boludos y nuestra viveza nos hizo sortearlos. No sé cómo pero entré no una sino dos botellas de fernet. Era tan ridículo el control que hasta nos requisaron, nos palparon (que no se malinterprete, eh?) Tres a cero para nosotros.
                                                Fun Fest, antes que nos invitaran a irnos

Finito perdió el jarrito de metal en el control pero ingresamos. El lugar era una mierda. Faltaba una hora para el partido y en el lugar había como mil policías, guardias de seguridad y militares, y adentro había no más de doscientas personas. Era una especie de complejo Feriar, cerrado. Había stands de Coca Cola, de Sony, de Brahma, de Telefonía móvil, juegos de diversión, promotoras, un ambiente de lo más pelotudo y que no era lo que queríamos para ver un partido de Argentina. Antes de tomar la decisión de irnos o quedarnos, compré una coca y me metí en el baño a preparar un fernet que haría las veces de desayuno.
Dos minutos después, contento, llamé a mi madre para contarle lo feliz que estábamos por haber llegado a destino y por haber podido pasar un fernet. Mientras hablaba dos monos gigantes nos dijeron “abran las mochilas”. “Un momentito por favor”, dije levantando el dedito. “Chau, ma, nos vemos, saludos a todos”. Abrí la mochila y volví a apelar a mi cara de boludo, saqué todo, el estuche de la cámara, las ojotas, el repelente para mosquitos. “El otro bolsillo”, dijo el gigante. Cagamos. “Ah, perdón, no sabíamos que no se podía entrar con dos botellas de fernet”. En ese momento pensé que los patovicas nos iban a retorcer el brazo, moler a golpes, atar a una cama, picaneranos, decirnos en su extraño idioma “¡decime quién te manda, decime quién te manda!” Pero no. Por suerte nuestras caras de salames sirvieron. Nos propusieron ir a guardar las botellas al auto y volver, que no nos fuéramos, que estaba todo bien pero no se podía ingresar con eso”. Los huevos fueron descendiendo nuevamente a su lugar de origen, agradecimos, y nos fuimos. ¿Y ahora qué? Estamos en una ciudad que no conocemos, en una calle cualquiera, no entendemos un ocote y faltan 30 minutos para el partido. Parada estratégica en el puente para redefinir los planes. O nos vamos para el Mineiraõ para verlo en algún lugar cerca o nos vamos a no sé dónde. Un viejo nos sugirió que fuéramos a Savassi, el barrio donde viven los chetos universitarios, la burbuja donde la policía permite que el ciudadano bien pueda tomar alcohol en la calle, echar moco, hacer de las suyas. Clásico. Estábamos en Nueva Córdoba.
Ya era la una. Escuchamos el himno. El pecho se infló y corrimos hacia la música de todas nuestras edades. Cincuenta argentinos y brasileros y brasileras con la camiseta argentina tarareaban la música de un hermoso himno al que nunca le cantamos sus estrofas. Argentina alienta hasta a al himno. Eso dice cosas. ¿Será que a veces no escuchamos pero alentamos, hinchamos e inflamos algo por puro sentir? Me siento orgulloso de eso.
Vimos el partido con los chetos argentinos y brasileros. Había un bombo con redoblante. Le cantamos las canciones de nuestro renovado cancionero de selección a una pantalla de tv. Esta es la banda loca de la Argentina / la que de las Malvinas nunca se olvida / la que da la vida por los colores / la que le pide huevo a los jugadores / para ser campeones. Gracias a dios que renovamos nuestro aliento. El vamos, vamos Argentina y lo de la hinchada quilombera necesitaba un descanso.
                  Copando las calles de Savassi. De fondo, una publicidad con la cara de Nico Fassi.

No sé qué habrán dicho los Niembros, los Vignolos, los Latorres o los Apos (¡por D10s, Apo!) pero desde acá se vio lo mismo que desde allá: no jugamos bien. Irán metió jugadores, habitantes, terroristas, torres de petróleo, barricadas y armas químicas y de destrucción masiva en su área. No pudimos entrar. Las jugadas de peligro eran muy esforzadas o de pelota parada. Creo que Sabella hizo bien en sacar a Higuaín y Agüero. Generaron poco y no se movieron. Palacio y Lavezzi, en los pocos minutos en cancha, le dieron algo de refresco a la delantera. Golazo de Messi. Ganamos de pedo ¡pero qué lindo que es ganar sobre la hora! ¡Y en Brasil! Se gritó como nunca. En las calles y en el estadio. Tomen manga de putos. Se le gritaba a Brasil, en tu cara y en tus canchas. Creo que al equipo le falta alguien que pegue dos gritos adentro de la cancha. Me gustaría que lo hiciera Messi, no por la comparación con el Diego, porque el Diego es único, sino porque tiene la 10 en la espalda y porque es el capitán. Pero que alguien grite, por favor, Mascherano, Fernández, Romero o Marcos Rojo, pero que alguien haga reaccionar al equipo cuando juega como flogger.
El gol de Messi sería lo último bueno que nos pasaría de allí en adelante. Todo lo que seguiría iría en una curva descendente.
¿Y ahora qué mierda hacemos? No existen los locutorios y es muy difícil encontrar un cyber. Deambulamos por una hora esperando no sé qué. Fantaseamos con encontrar a algún argentino que nos llevara hasta Río, hacer noche en la playa y a la mañana volver a nuestra segunda casa. En un momento, con un dolor de cabeza y cuerpo horrible, cansados del trajín de mudar todos nuestros bolsos a pata, por subidas y bajadas, durmiendo para la mierda en los colectivos, nos sentamos en el cordón de la vereda como 20 minutos, casi sin pronunciar palabra. Decidimos ir a la terminal. Eso tampoco era tan sencillo. No es fácil comunicarte con la gente, por lo menos para nosotros. Una mina nos ayudó, se subió al bondi y nos hizo entender que ella iba para la Rodoviaria. Mortal. Viaje en bondi. La terminal estaba repleta de argentinos, tirados, durmiendo en cualquier lado, borrachos, hechos mierda, como nosotros. Sí, claro, hay pasaje para Río, sale a la una menos cuarto de la mañana. Son las seis de la tarde.
“¡¿A dónde están a dónde están, todos esos putos que alentaban por Irán?!” retumbó en toda la Terminal de bondis. Vimos el final del partido de Alemania con Gahna. Le dimos una mísera hamburguesa a nuestros cuerpos como para no desmayarnos y tratar de remontar el dolor de cabeza. Tipo 7, al no poder encontrar lugar para ver Nigeria-Bosnia, nos tiramos en el piso y dormimos más de cuatro horas. Parecíamos aquellos jóvenes de pelo largo en los primeros Cosquín Rock. Aquellas jornadas en las que le presté al Maxi $17 para su entrada; hoy estamos hablando, al cambio actual, no quiero exagerar, de unos 14 mil pesos. Sé que nunca cobraré aquella deuda.

El colectivo salió una hora más tarde, casi a las 2 de la mañana. Seguíamos en un tobogán sin final.

Domingo: volver a casa (Pity Álvarez)

Volvimos con un montón de argentinos en el colectivo. Los porteños siguen siendo igual de pelotudos que siempre.
Fuimos a la ventanilla de Costa Verde, la empresa que nos traería a Paraty. La negra nos miró y nos dijo que había bondi a las 9:30. Espectacular. Parecía que las cosas empezaban a mejorar. Eran las 8:30 y por primera vez podíamos meter un colectivo que nos calzara justo. “Si le mete pata capaz que llegamos a ver Bélgica-Rusia”, especulé.
Encontramos el único locutorio existente en Brasil y pude hablar con mi vieja y con la Alichu. Finito lo mismo. Bueno, vamos yendo a la plataforma. Eran las 9:15. Nos sentamos, esperamos. Se me ocurrió mirar el pasaje: tenía el numerito 9 impreso. No puede ser. Fuimos, preguntamos. “Noivi en punto” decía la mina. Se fue el bondi. Bueno, ubicame en el que sigue. “Noivi en puncho”, repetía. La puta madre. Ponele que no te entendí, pero tengo un pasaje que no usé, poneme en el que sigue. No, que no se puede, que el sistema no sé qué. La puta madre que te parió. Fui al mostrador de informaciones a quejarme, después al de la comisión de transporte de la concha de la lora. Todos se lavaron las manos. Tuvimos que pagar otro pasaje. No podía ser que algo nos saliera bien. El gol de Messi iba quedando cada vez más lejos.
Es increíble cómo el cuerpo se va acomodando a la situación. Cosas básicas como comer, cagar o mear pueden suspenderse mucho más tiempo del que uno cree. Ni qué hablar de bañarse o lavarse los dientes. Nos hubiera consolado sacarnos ese aliento horrible que cargábamos.
Cerca de las 2 de la tarde, heridos y maltrechos llegamos a Paraty. Fuimos a lo de Guada y Lisandro. “Vamos por acá”, dije. Nos confundimos de calle. Uff. Llegamos y, claro, no estaban. Volvimos al camping, ya nada podía seguir empeorando.
Nos cambiamos al camping de Ronaldo y su esposa. Inmediatamente nos trataron como reyes, nos ofrecieron café, y nos sentamos a ver Argelia-Corea del Sur en una pantalla hermosa.
Al terminar el partido encaramos hacia lo de Guada a buscar las cosas. Ronaldo corrió y nos preguntó si no queríamos ir en auto, que él nos llevaba. Qué maestro, Ronaldo. En eso, bocina, Guada con nuestros bolsos. Todo empezaba a mejorar. La curva se modificaba.
Hoy es lunes. Estamos donde queremos estar. Pudimos descansar, cocinar los fideos más ricos del mundo, tomar un vacito de fernet. Nos tratan ya demasiado bien. Escribo estas líneas entre árboles hermosos, insectos, pájaros y algún que otro monito que pasa entre las ramas. Todo vuelve a ser perfecto.
El sábado, con todo el cansancio a cuestas, Alichu me preguntaba via chat si estábamos contentos, porque me notaba mal. Y yo le respondí que había momentos en los que nos sentíamos inexplicablemente felices, como cuando la radio de Serginho nos aturdía, como cuando Fernanda nos llevó por un paisaje mágico, como el abrazo que nos dimos con el gol de Messi, como la sensación placentera de nuestras espaldas cuando nos pudimos acostar en un lugar cómodo, como estar acá, soñando con ser campeones, viviendo lo que soñé cuando era chico y leía mi librito de tapas amarillas, imaginando lo que sería estar en un Mundial. Somos felices de hacer lo que hacemos. Sí, negrita, soy feliz de poder compartir lo que vivimos. Vivimos un sueño y soñamos que vivimos.
Hasta la próxima.